Nunca se subraya lo suficiente la importancia de la lucha cultural para la lucha de clases revolucionaria. Y teniendo en cuenta que la cultura determina las formas de comprensión y las disposiciones de actuación generales a escala social, teniendo en cuenta que los actos de origen reflexivo y diferenciado son muy esporádicos, hablamos de una gran arma a escala política. No es de extrañar, por lo tanto, que las organizaciones comunistas o bien brillen por su ausencia, o bien tengan una duración y tamaño cada vez menores allí donde surgen. La hegemonía cultural de la burguesía entre las masas proletarias hace el resto. Pero para ver la localización de este tema central en la recomposición actual de la estrategia, tenemos que ver, aunque sea en forma de síntesis, el proceso histórico del movimiento revolucionario y sus resultados en el siglo XX. Dicho sea de inicio, este es un texto de problematización, que trata de enfocar los problemas y los interrogantes estratégicos de actualidad, no pretende proporcionar respuestas tácticas si no es de forma generalizada.
Pues, de entrada, la historia ha demostrado que el modelo bolchevique de organización del partido y de estrategia constituye hasta la fecha el formato más avanzado del movimiento socialista revolucionario internacional. Este formato ha permitido una gran cantidad de revoluciones políticas en sociedades agrarias o semi industrializadas de la periferia global. Los cuadros político-militares y el modelo jerárquico han demostrado ser útiles ante la desorganización de sociedades en crisis bélicas (véanse los casos de Rusia y China) o sociedades desestructuradas con instituciones burguesas muy débiles y sin legitimidad social (revoluciones africanas, cubana, etc.). Sin embargo, no es menos cierto que el modelo político militar bolchevique, después denominado M-L, ha resultado un fracaso absoluto en el centro imperialista, y por consiguiente ha demostrado ser insuficiente como modelo acabado para la Revolución Socialista Mundial. Este hecho, unido dialécticamente a la muy posible posición inmadura de las fuerzas productivas sociales en el siglo XX, ha llevado al movimiento comunista internacional a la más profunda bancarrota.
Pues bien, para desbloquear el «estado de derrota» actual es imprescindible observar los elementos del fracaso. Por un lado, tenemos la clara evidencia del fracaso del modelo M-L en el centro global industrializado, donde las instituciones económicas, políticas y culturales de la burguesía eran sólidas, allí donde los partidos comunistas ni siquiera han sido capaces de alcanzar la revolución político-estatal. En este centro global, el modelo M-L ha resultado radicalmente insuficiente para el avance de posiciones revolucionarias.
En segundo lugar, tenemos el esquema de control del estado capitalista mediante una revolución M-L en la periferia y semi periferia globales. En estos casos, cuyo paradigma global constituye el estado soviético, un partido comunista de cuadros alcanza el control del estado burgués, sin tener desarrolladas previamente las condiciones económicas y culturales de masas para destruirlo y constituir un estado proletario (socialista). Contrariamente a la realidad, la teoría y la historiografía de los partidos comunistas ha denominado «estado socialista» al modelo soviético de estado, que por muy democrático que pueda haber llegado a ser, se constituye sobre la ley del valor, en un sistema global de competencia capitalista, bajo el régimen de salarización de masas, y con un aparato de estado burgués. Eso sí, fuera del control de los partidos burgueses en un inicio, pero las relaciones económicas a medio plazo transforman a ese partido comunista en un partido burocrático empresarial, y el espíritu revolucionario lo abandona, anidando en él la corrupción. De tal manera que el fenómeno global desemboca en que ese estado capitalista de nuevo es controlado por partidos burgueses, que surgen de las ruinas de los cuadros burocráticos del anterior partido comunista. Es decir, en lugar de que el PC destruyese o aniquilase al estado burgués, es el estado burgués quien aniquila sistemáticamente al PC. En el caso chino, por ejemplo, el partido comunista es hoy de facto un partido netamente burgués, y quizá el modelo de partido burgués más adecuado al nuevo modelo productivo, que precisa grandes dosis de planificación macroeconómica y control social, tal y como se está demostrando. Pero este problema, el problema central de la estrategia socialista global, no nos ocupa aquí.
Contrariamente a la realidad, la teoría y la historiografía de los partidos comunistas ha denominado «estado socialista» al modelo soviético de estado, que por muy democrático que pueda haber llegado a ser, se constituye sobre la ley del valor, en un sistema global de competencia capitalista, bajo el régimen de salarización de masas, y con un aparato de estado burgués
En general, tenemos pues dos problemas estratégicos de gran magnitud a los que debemos dar solución lógica y revolucionaria. Está el problema de la estrategia revolucionaria en el capitalismo industrialmente desarrollado, y está el problema de la revolución económico-social, que ha resultado un fracaso a escala global, condenando a los experimentos periféricos a transformarse como mucho en modelos de desarrollo industrial capitalista para esas sociedades nacionales (y ni siquiera en todos los casos). Con estas observaciones no pretendo defender una postura maniquea, ni tampoco extrínseca de análisis, sino comprender esos procesos revolucionarios como partes integrantes del proceso de formación histórica de la revolución socialista mundial, desde el punto de vista privilegiado que nos ofrece la experiencia histórica. Pero para eso es necesario extraer los elementos centrales de fracaso.
Está el problema de la estrategia revolucionaria en el capitalismo industrialmente desarrollado, y está el problema de la revolución económico-social, que ha resultado un fracaso a escala global
Pues bien, estos son los dos grandes interrogantes estratégicos hoy en día para la revolución socialista mundial: ¿cómo se vence políticamente a la burguesía en el centro estratégico global? ¿Y cómo se ejecuta la revolución social en las relaciones sociales de producción? Podría incluirse la primera pregunta en la segunda, aunque para nosotros es muy importante observarla de forma separada. Para esa primera pregunta es que la cuestión de la lucha cultural se presenta como la gran cuestión, como bien ha acertado en identificar la socialdemocracia hegemonista, para utilizarla como arma en contra del comunismo.
¿Cómo se vence políticamente a la burguesía en el centro estratégico global? ¿Y cómo se ejecuta la revolución social en las relaciones sociales de producción?
Quizá Gramsci sea quien más acertadamente ha definido el problema, al observar el elemento de fuerza que primero debe ser quebrado por la acción del partido en la hegemonía cultural de la burguesía. Es decir, que en los estados desarrollados no es posible pasar directamente a la insurrección de ofensiva contra el poder, debido a que este cuenta con la hegemonía cultural entre las masas, incluso entre las masas proletarias. En realidad, Gramsci se refiere, al subrayar el elemento cultural, a un aspecto más fundacional de este; a la llamada así «concepción del mundo». Es decir, que las masas en las sociedades industrialmente avanzadas están imbuidas hegemónicamente de la «concepción burguesa del mundo», debido a la solidez institucional del poder de la burguesía y de su aparato de producción capitalista. En el capítulo sexto inédito de El Capital Marx denomina «misticismo del Capital» a esa ilusión global que se deriva de la experiencia inmediata y permanente de la producción global de riquezas bajo la forma capitalista, de tal manera que el Capital parece el motor de la riqueza, como si no pudiera ser de otra manera. Marx dice así que «todas las fuerzas productivas sociales del trabajo se presentan como fuerzas productivas del Capital». De tal manera que automáticamente el espacio de discurso político queda configurado por las relaciones de producción burguesas, naturalizadas, y por la forma del estado burgués, del pensamiento y de la ética burguesas, dentro de las cuales es posible ser partidario de una u otra tendencia. Pero, en ese escenario «cosmovisional», el socialismo es impensable, o incluso, incomprensible si alguien se atreve a proponerlo. Las formas objetivas que este misticismo del Capital genera en el pensamiento de masas deben por lo tanto ser derribadas para que el comunismo y el proceso socialista que conlleva puedan ser vistos sino como necesidad, siquiera al menos como posibilidad.
Pero evidentemente, incluso con un certero proceso de lucha cultural en marcha, es necesaria la irrupción del factor determinante, que trastoca la estabilidad de la formación social burguesa, suprimiendo su validez para una mayoría social a la hora de crear condiciones de existencia elevadas en las sociedades avanzadas. Ese factor procesual es la crisis capitalista de acumulación, que hoy supone la destrucción imparable de la calidad de vida de las masas trabajadoras occidentales, manifestándose en forma de empobrecimiento de las masas, de reforma del estado hacia un modelo totalitario, de destrucción de los ecosistemas y de aumento de las tensiones bélicas globales. Sobre esa base, las condiciones para el despegue lógico del discurso comunista están dadas o, dicho de otro modo; la coyuntura histórica es objetivamente propicia para la lucha cultural de clases contra la concepción burguesa del mundo.
Sin embargo, no es menos cierto que el comunismo tiene un defecto de entrada para dar la batalla cultural: no ha demostrado capacidad ni potencialidad para crear una sociedad avanzada bajo unos parámetros diferenciados del capitalismo. Es decir, ha fracasado en lo que a construcción económica del socialismo se refiere. No sólo en su cúspide allí donde ha tomado el control del estado, sino que hay que rastrear el fracaso en el mismo modelo estratégico y organizativo que volcaba toda la organización en el objetivo de toma «política» de control del estado capitalista, sin haber desarrollado proporcionalmente el partido comunista como fuerza moral y económica de masas separada de la producción capitalista. En cuanto al fracaso de ese segundo gran interrogante, el desprestigio cultural del comunismo es generalizado entre las masas proletarias, habiendo quedado así desarmadas ideológicamente y a merced de todo tipo de políticas antiproletarias de gran agresividad y voracidad por parte de los partidos burgueses (recorte generalizado del nivel del salario, recorte progresivo de los escasos derechos políticos formales –incluso libertades de movimientos–, aumento exponencial del control social, tanto de la vigilancia policial como de la disciplina burocrática de la vida proletaria, etc.). El modo de vida del proletariado occidental, a la par que el oriental, va camino de convertirse en un auténtico infierno de esclavitud en vida, desprovisto de su más poderosa arma: la ideología revolucionaria y la gran cultura de masas proletaria que surge de su concepción del mundo.
Pues, respondida la cuestión a medias, la pregunta por la estrategia comunista en las sociedades industrialmente avanzadas se transforma para nosotros, de esta manera, en la siguiente pregunta: cómo conseguir en un primer estadio de lucha de clases hegemonizar el comunismo como base cosmovisional de una nueva cultura proletaria europea y norteamericana, hoy totalmente imbuida de elementos cosmovisionales burgueses como la sumisión total al dinero y al estado, la atomización extrema, la violencia mutua en las comunidades, la despolitización, el consumo de productos culturales alienantes o la adicción psicológica al juego y a las drogas. La cultura capitalista de masas entre el proletariado occidental (y global), hoy hegemónica, debe ser por lo tanto derrocada, transformada la falsa conciencia de base en nueva concepción revolucionaria del mundo. La construcción de esa base cultural es previa, condición sine qua non de cualquier nueva ofensiva internacional revolucionaria. O dicho de otro modo, siendo el proletariado revolucionario el sujeto de la estrategia, es preciso reconstituir culturalmente al proletariado revolucionario. Pero esa reconstitución se debe dar entendido el proceso de lucha cultural como un proceso organizativo y de lucha integral desde el primer momento.
Es preciso reconstituir culturalmente al proletariado revolucionario. Pero esa reconstitución se debe dar entendido el proceso de lucha cultural como un proceso organizativo y de lucha integral desde el primer momento
Por lo tanto, el movimiento socialista y las distintas organizaciones territoriales que vayan surgiendo en todo occidente promovidas por una nueva juventud revolucionaria deben tener la forma organizativa adecuada a este primer estadio de lucha cultural generalizada entre dos cosmovisiones del mundo, para la cual serán necesarias entre otras: las tareas de demostrar efectividad organizativa en las luchas concretas fuera del esquema organizativo de los partidos de cuadros institucionales del estado (consiguiendo victorias a la hora de establecer una normatividad proletaria a las clases propietarias y al estado, y haciendo que la organización comunista sea un poder efectivo en barrios proletarios, en instituciones disciplinarias, en espacios de socialización y en centros de producción); ser capaces de ofrecer permanente doctrina de coyuntura efectiva y acertada que haga aterrizar el programa comunista en lo concreto de los problemas actuales, con posiciones políticas acertadas y claramente diferenciadas de todo el partido de la burguesía, uniendo toda táctica a la estrategia socialista contra el estado y la producción burguesas, siempre en vistas a una estrategia de control proletario de los mecanismos sociales; una teorización lógica del estado socialista en los distintos ámbitos de la vida social y de la producción, para poder ofrecer un campo de visión estratégico concreto y completo al proletariado a todos los niveles; construir grandes medios de intervención cultural de masas a nivel informativo, artístico, deportivo y de socialización, que permitan dar la batalla cosmovisional en gran escala en nuestras comunidades, y que sean, por su forma de organización, un ejemplo en sí mismos de poder socialista y disciplina democrática; convertir a la organización de partido en una escuela ética en eterno perfeccionamiento, en una fuerza moral de las nuevas generaciones que eduque y perfeccione los elementos éticos y políticos de la disciplina militante; y por último, y lo más importante, desarrollar una labor sistemática de trabajo teórico, de formación científica, y de lucha ideológica sin cuartel contra las formas objetivas del pensamiento burgués y sus representantes políticos y científicos, pues la ciencia revolucionaria, la observancia dialéctica de la realidad presente, junto con el conocimiento histórico de todos los procesos que la han producido, son el elemento central que permite una concepción revolucionaria del mundo basada en la racionalidad, en la lucha comprometida por la universalidad de las condiciones sociales de vida, y en un estadio superior de comunidad, libertad y riqueza globales.
En resumen, y una vez enumeradas las cuestiones fundamentales, podemos decir que, dentro del gran interrogante por la revolución socialista mundial, cuyo elemento central a desarrollar en la estrategia es la construcción económica del socialismo, la socialización y democratización total del aparato global de producción; dentro de este gran interrogante, un primer estadio de lucha y construcción consiste en la guerra cultural por volver hegemónico el comunismo entre las masas proletarias. Efectividad en la organización, capacidad táctica de generar doctrina de coyuntura y explotarla estratégicamente, teorización del estado socialista en todos los ámbitos de vida y producción, construcción de grandes medios de intervención cultural dependientes del partido, edificación del partido como escuela ética y política, y permanente estudio y desarrollo de la teoría revolucionaria, son algunos elementos que deben ser tenidos en cuenta para la consecución del objetivo.
El proletariado sólo puede avanzar
y no ser totalmente aplastado por un nuevo modelo social del
capitalismo más salvaje, dadas las circunstancias, apoyándose en sus
propias fuerzas. Pero para el proletariado la única fuerza propia es el
partido comunista revolucionario a escala internacional. Ese elemento
central de comprensión, la necesidad de derribar el orden social
capitalista y la capacidad de visualizar y ejecutar el significado de
estos principios abstractos del comunismo en cada célula de realidad del
presente son las grandes tareas organizativas de nuestra generación,
para que las siguientes sean capaces ya, acumuladas las fuerzas morales
necesarias y desplegadas de nuevo las condiciones para una lucha
efectiva, de desarrollar una ofensiva revolucionaria mundial e instaurar
una forma superior de civilización.
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