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Me resultan atractivos los talent-show de la televisión. La música, la iluminación, la danza, los colores, los nervios y la ilusión de las y los participantes, las exageraciones de los presentadores, la soberbia de los jurados, el ritmo totalitario de la tele, una falsedad que rezuma esa conocida vergüenza ajena… Además, si los programas son en euskera, siento una extraña cercanía, y las emociones son más fuertes. Así me tragué A ze banda!  de ETB1 en 2014, y es por eso por lo que, cuando puedo, veo el programa Ztanda.

En Ztanda concursa una docena de jóvenes, dando lo mejor que pueden en las galas de los domingos, en busca de un premio de 15.000 euros (una cifra bien conocida en la renovada escena musical de Euskal Herria). En el escenario se han visto canciones de épocas y estilos diversos: pioneros del rock, hits de los 90, himnos de grandes divas del pop… También, cómo no, se han interpretado canciones muy importantes de la historia de la música de Euskal Herria. Pantxoa eta Peio, Lourdes Iriondo, Errobi, Mikel Laboa, Kortatu, Hertzainak… Seguro que hay quien celebra esa decisión de los directores, afirmando que dan un impulso a la “cultura vasca”. Yo, en cambio, siento como un escalofrío, una sensación como de suciedad.

Y es que es una tendencia generalizada en la Industria Cultural la de recuperar canciones, melodías, letras, imágenes o ideas de otra época. Esto en Euskal Herria, conlleva un claro toque político, pues muchas creaciones artísticas interesantes han estado ligadas a proyectos políticos concretos. En consecuencia, cuando hoy en día se hace referencia al patrimonio cultural vasco, se puede pensar que se le hace alguna aportación a una supuesta lucha de liberación, o al “pueblo”, al euskara, etc. Al fin y al cabo, se piensa que se está “recuperando” algo políticamente positivo. En mi opinión se consigue justo lo contrario.

Muchas de las canciones más significativas de la historia de Euskal Herria nacieron ligadas a ciertas tareas políticas, la receptora de las mismas era una comunidad política que completaba el significado de dichas obras de arte a través de su actividad. Hoy en día, por el contrario, en la tendencia generalizada del remember, o en el ejemplo concreto de Ztanda, la única misión es conseguir un beneficio económico, la receptora es una audiencia aburrida, y las canciones se lanzan sin más, sin ningún significado. El patrimonio que alguna vez dejó de lado a la mercantilización y al poder burgués, se deja en manos de la Industria Cultural, condenando su relación con el pasado a la mera contemplación, y la tarea del receptor limitada a decir “esa la conozco”. Al fin y al cabo, si se deja de lado la misión política que estaba en la base de ese patrimonio, recuperar el pasado ya no es resucitar muertos sino vender cadáveres. 

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