En el editorial del número 45 de Arteka tratamos las consecuencias de la centralización del capital y su relación con el empleo de la IA. Por aquel entonces sentenciamos que la IA, como fuerza productiva del capital, tiene como objetivo expandir el concepto que es propio al Capital de manera intensiva entre el proletariado: la enajenación, bajo la forma de ciencia subsumida a la producción de ganancia privada, de todas las fuerzas productivas y, específicamente, de la voluntad bajo la forma de la cultura.
En el presente número toca tratar las consecuencias culturales de la centralización capitalista, con motivo de la empresa musical. Podemos empezar con una conclusión derivada de lo anteriormente expuesto: centralización capitalista es vaciamiento del ser humano, sometimiento al movimiento objetivo del Capital. Lo que significa, a su vez, igualamiento por vaciamiento, u homogeneidad crónica. Nos referimos con tales conceptos a las consecuencias sociales de una cultura de masas capitalista, que produce seres humanos iguales, por vía de la castración de las capacidades humanas. Castración que se da mediante la extirpación de la capacidad inventiva, la autonomía y la iniciativa, de ese cerebro humano que describimos en el editorial del número 45, que, bajo el proceso comunista, tendría que constituirse en la inteligencia colectiva que ha absorbido las capacidades sociales y las ha centralizado bajo una forma no enajenada, no capitalista.
Centralización capitalista es vaciamiento del ser humano, sometimiento al movimiento objetivo del Capital. Lo que significa, a su vez, igualamiento por vaciamiento, u homogeneidad crónica. Nos referimos con tales conceptos a las consecuencias sociales de una cultura de masas capitalista, que produce seres humanos iguales, por vía de la castración de las capacidades humanas
Las consecuencias sociales de la centralización capitalista en el ámbito de la música y la industria cultural se hacen cada vez más evidentes entre nosotros: desde el aumento del precio de contratación de los grupos musicales y, por ello, la cada vez mayor imposibilidad de acceder a las ofertas de dichos ámbitos por parte de cada vez más proletarios, hasta la formación de circuitos musicales que centralizan toda la oferta en espacios exclusivos, vaciando con ello los espacios populares, en los que la participación de individuos asociados va decayendo, destruyendo con ello el tejido social en pueblos y barrios. De tal modo que la centralización se convierte en un medio para la formación de espacios socialmente delimitados, que niegan una cultura de masas en manos de las propias masas.
El agotamiento de la iniciativa social, del tejido asociativo, conlleva al empeoramiento de las capacidades para hacer política del proletariado. Una cultura que incentiva la no participación activa en la definición de los espacios, una cultura que fomenta el consumo de productos equiparables –y, por ello, igualados– en la forma de mercancía, es una cultura consumista subsumida a las reglas del mercado capitalista, una cultura capitalista que se forma mediante la privatización del conocimiento y los medios para su producción, y que reproduce a las dos clases sociales antagónicas sobre sus principios fundantes: la burguesía como clase dominante, el sujeto de la sociedad capitalista, y el proletariado como clase dominada, material moldeado por la burguesía.
El agotamiento de la iniciativa social, del tejido asociativo, conlleva al empeoramiento de las capacidades para hacer política del proletariado. Una cultura que incentiva la no participación activa en la definición de los espacios, una cultura que fomenta el consumo de productos equiparables –y, por ello, igualados– en la forma de mercancía, es una cultura consumista subsumida a las reglas del mercado capitalista, una cultura capitalista que se forma mediante la privatización del conocimiento y los medios para su producción
Así, con la conversión del objeto en mercancía se completa el proceso de sistematización de la producción cultural en la forma de industria cultural, la cultura se realiza en cultura capitalista. Las diversas características del objeto se funden bajo un único contenido, el del valor, y se vacían todos sus matices, vaciando por igual al consumidor. Toda la música suena igual, todos cantan la misma basura, discotecas y bares se llenan de gente haciendo el canelo, y el DJ es la encarnación del patrón en el mundo de los mortales, eso sí, unos peldaños por encima, para que el rebaño pueda identificarlo.
En el seno del marxismo, diversas corrientes han pensado en la centralización como un elemento positivo del desarrollo capitalista, que permite su superación en la sociedad comunista. Lo que han obviado ha sido, sin embargo, su lado negativo: la centralización abre la posibilidad para la Revolución Socialista, que al mismo tiempo cierra constantemente. Y es que, al igual que el desarrollo de las fuerzas productivas, que simplifica el trabajo casi hasta convertirlo superfluo, conlleva realmente el vaciamiento del trabajo obrero y, con él, del obrero mismo, del mismo modo la centralización, que abre la posibilidad a una organización social más efectiva, se realiza en su contrario: centralización de los medios de producción social en cada vez menos manos, y producción de una masa inerte que se somete sin resistencia alguna a los imperativos objetivos del Capital, una masa que cada vez más se integra como un engranaje de una maquinaria que, si bien ha perdido en gran medida su aspecto material, se ha fundido cada vez más, ejerce, sin embargo, una presión cada vez mayor, y lo hace precisamente por haberse desvanecido a los ojos de los obreros.
Ya no son necesariamente grandes cadenas productivas de maquinaria industrial las que dominan al proletariado, las que lo moldean y ajustan a su movimiento. Ya no son esos monstruos confinados en grandes talleres los que establecen el ritmo de la producción, los que configuran el trabajo proletario como trabajo social, los que dotan de contenido social a la conciencia del proletariado. Ahora, la producción de conciencia es una industria en sí misma, y la cultura se ha constituido en un ámbito productivo cuyo objetivo es dominar al proletariado mediante la intervención directa sobre su conciencia. Y eso se da precisamente porque la sociología proletaria actual, que en su mayor parte ha perdido su forma concreta de trabajo colectivo industrial, requiere de una nueva industria que delimite sus movimientos, o que los moldee a las necesidades de la dominación capitalista, bajo su forma actual.
Recuperar espacios y hacer frente a la centralización capitalista, también en los ámbitos de la música y la comúnmente denominada producción cultural, urge como medio de resistencia a la dominación capitalista y como referencia por la lucha en favor de unas condiciones mejores para hacer política y constituir al proletariado como clase revolucionaria.
La centralización socialista no supondrá el agotamiento de la autonomía e iniciativa humana. Por el contrario, su concepto es otro: centralizar las capacidades significa establecer los medios para llevar a cabo de forma eficaz las iniciativas que surgen localmente; debe ser un medio para una nueva era: la era de la libertad y la iniciativa humana, la era de una nueva prosperidad y diversidad social.
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