La sociología del trabajo francesa y su aportación al análisis del sistema soviético
Alberto Riesco
@alberto_riesco
2020/10/19

La sociología del trabajo francesa se desarrolló y consolidó especialmente tras la Segunda Guerra Mundial, desempeñando un papel importante en el propio desarrollo de la sociología general en dicho país. Tras el conflicto bélico, Francia emprendió un ambicioso proyecto de modernización para el cual buscó apoyo en la sociología: el conocimiento aplicado derivado de dicha disciplina se pensó que podría ser útil para el diseño e implementación de las reformas deseadas en el terreno de la empresa, el mercado de trabajo, la organización de los procesos productivos, el ordenamiento de las relaciones laborales, el sistema escolar, la administración pública, la planificación urbana, etc. Es una época en la que las puertas de las fábricas y de las empresas se abren a los sociólogos para que investiguen el funcionamiento de las organizaciones y los procesos productivos de cara a su racionalización y mejora: el incremento de la productividad, la reducción de la conflictividad laboral, la automatización de los procesos productivos, la adaptación de los trabajadores a las nuevas tecnologías y métodos de trabajo incorporados, etc.[1]

Buena parte de la sociología del trabajo francesa, al igual que la de otros muchos países, se puso al servicio del proyecto modernizador impulsado por el Estado, un proyecto reformista formulado, en todo momento, en términos capitalistas. El foco de atención para la sociología del trabajo en esas décadas no se situó pues en lo que ocurría en la Unión Soviética o en los países del denominado socialismo real, sino en los métodos de organización del trabajo (taylorismo, desarrollo del trabajo en cadena y de la automatización de los procesos productivos, cronometraje y lucha contra los tiempos muertos, división y especialización del trabajo, etc.) que se aplicaban en otras economías capitalistas exitosas (Estados Unidos, Reino Unido, Japón…), aunque fuese para analizarlos desde una perspectiva crítica o preocupada por las consecuencias que su aplicación pudiera tener sobre los trabajadores y las sociedades.

Esto puede verse, por ejemplo, con claridad en los trabajos desarrollados en aquellos años por Georges Friedmann, sociólogo que impulsó lo que a la postre sería la corriente hegemónica (aunque no única) de la sociología del trabajo francesa. Obras como Problèmes humains du machinisme industriel (1947), Où va le travail humain? (1950), Le travail en miettes (1956), constituyen un buen ejemplo de la prioridad dada a la experiencia industrial norteamericana (taylorismo y fordismo, la Escuela de Relaciones Humanas y los experimentos de Western Electric Company, etc.) en los análisis de la sociología del trabajo francesa. No obstante, hay que decir que la experiencia soviética no está ausente de la reflexión de Friedmann, un autor defensor de una sociología del trabajo denominada humanista que visitó en varias ocasiones la URSS durante la década de 1930. Junto a algunas obras de análisis político sobre la deriva de la experiencia soviética (De la Sainte Russie à l’URSS, 1938), Friedmann reflexionó también, desde sus primeros trabajos, sobre el impacto en la URSS de algunas de las dimensiones generales que centraron sus investigaciones en los países capitalistas: el desarrollo del maquinismo y de las sociedades industriales, la profundización de la fragmentación (desmigajamiento) del trabajo, etc. En estos trabajos (Problèmes du machinisme en URSS et dans les pays capitalistes, 1934; Le travail en miettes, 1956) Friedmann destacó que la profundización de la división del trabajo, el desmigajamiento del mismo en tareas sencillas y repetitivas, la especialización de los trabajadores, la creciente incorporación de máquinas en los procesos productivos, así como los problemas que de ello se derivaban (desmotivación del trabajador, pérdida de sentido respecto a la tarea efectuada…) no eran exclusivos de las sociedades capitalistas, sino que se encontraban también presentes en una URSS que, ya en 1918, había visto cómo Lenin abogaba por la implantación de los métodos tayloristas como vía de mejorar la productividad de la industria soviética, ganar la guerra civil y consolidar la revolución comunista.

605b645dc6af9.Erreportaje1_10.jpg

No obstante, si se quiere analizar la aportación de la sociología del trabajo francesa a la comprensión del modelo soviético (no solo de los modos y técnicas de organización de sus procesos de trabajo, sino también de la evolución, características y contradicciones de dicha experiencia) habría que citar, especialmente, al que ha sido la otra gran figura de dicha sociología: Pierre Naville. Naville fue autor, junto a Georges Friedmann, del primer tratado de Sociología del Trabajo propiamente dicho (Traité de Sociologie de Travail, 1961-1962), sin embargo, la sociología del trabajo propuesta por un autor y otro tienen muy poco que ver[2]. Al igual que Friedmann, también Naville tuvo ocasión de conocer de primera mano la experiencia soviética, habiendo sido invitado a la URSS en 1927 con motivo de la celebración del décimo aniversario de la Revolución de Octubre. Allí conoció a Victor Serge y Leon Trotsky, con cuyas tesis simpatizará, adscribiéndose a la denominada oposición de izquierdas, lo que le supuso su expulsión del Partido Comunista Francés en 1928 y su paso a la militancia trostkista. Durante más de una década Naville colaboró estrechamente con Trotsky, una figura a la Naville siempre reivindicará (ahí está, por ejemplo, su libro Trotsky vivant, de 1962) a pesar de sus discrepancias y de su posterior alejamiento del movimiento trotskista. En cualquier caso, Naville, que se mantuvo activo en la escena política francesa hasta su fallecimiento, trató siempre de salvaguardar la independencia y rigurosidad de su trabajo intelectual, huyendo de la figura del intelectual comunista (pueden leerse a este respecto sus polémicas con Sartre[3]) y del seguidismo obligado de las posiciones de partido.

La experiencia soviética se encuentra presente a lo largo de toda la obra de Naville (el libro Gorbatchev et la réforme en URSS, donde analiza las implicaciones de la Perestroika, lo publica, por ejemplo, en 1992, un año antes de su fallecimiento). No obstante, su análisis más ambicioso y formalizado del sistema soviético se encuentra en los 7 tomos de Le Nouveau Léviathan, publicados entre 1957 y 1987 y muchos de ellos dedicados a la experiencia soviética. La historia de la Unión Soviética es parte consustancial del mundo en el que vivimos, un mundo cuya configuración actual resulta incomprensible sin analizar seriamente lo que supuso dicha experiencia. Para Naville, la URSS no solo constituía un objeto de debate fundamental para el devenir de los movimientos emancipatorios del planeta, sino también la oportunidad de interrogarse acerca del propio funcionamiento del capitalismo global. Una de las hipótesis fundamentales de Naville radicaba, de hecho, en postular que la Unión Soviética participaba y formaba parte del mismo espacio mundial de intercambios en el que se integraban las naciones capitalistas. Lo hacía, sin duda, con particularidades que Naville –al igual que posteriormente Pierre Rolle[4]– trató de identificar, pero también con similitudes que permitían sostener que nos encontrábamos ante un mundo global compartido, un mundo donde las crisis tenían el mismo origen a un lado y otro del telón de acero (aunque la sintomatología, los tratamientos y los resultados no fueran idénticos).

605b645dc5965.Erreportaje1_09.jpg

Para Naville, la revolución bolchevique no había sido concebida como una revolución rusa, sino como una revolución europea, cuando no mundial. Una revolución orientada a subvertir el orden capitalista existente para lo cual se requería del estallido revolucionario en el resto de potencias europeas (especialmente en Alemania), estallido que los dirigentes bolcheviques daban por descontado. La derrota de la revolución mundial derivó en un cambio de rumbo y en la transformación de la revolución soviética en una revolución nacional (la construcción de un socialismo nacional). Este hecho, la imposibilidad de reemplazar el capitalismo mundial por un espacio socialista igualmente mundial, obligó, sin embargo, a la URSS a tener que adaptarse, si quería sobrevivir, a los estándares y mecanismos de producción definidos por el capitalismo, a impulsar un proceso acelerado de industrialización basado en los mismos principios y violencias que las registradas previamente en las naciones capitalistas (transferencia de mano de obra de la agricultura a la industria, sumisión a la disciplina industrial…). La URSS competía así con el capitalismo (económicamente, militarmente, científicamente, etc.) en un espacio de intercambios compartido y organizado a escala planetaria, pero sin poder acceder a las principales fuentes mundiales de capital y con enormes dificultades para organizar siquiera un espacio económico alternativo con el resto de naciones del campo socialista (China, Yugoslavia…).

La revolución bolchevique no había sido concebida como una revolución rusa, sino como una revolución europea, cuando no mundial. Una revolución orientada a subvertir el orden capitalista existente

Todo ello, según Naville, conduciría al sistema soviético, antes o después, al colapso, aunque no se pudiera prever los términos del mismo (un diagnóstico éste sostenido por Naville ya en 1947, cuando incluso la oposición al estalinismo consideraba todavía reformable el sistema soviético). A juicio de Naville, el éxito del proceso industrializador soviético reforzará aún más su necesidad de apertura y de participación en los intercambios planetarios del sistema mundial del cual formaba parte (a eso iban encaminadas, entre otras cosas, las reformas de la Perestroika de Gorbachov). Una apertura que, según plantea Rolle, se produce justo cuando el movimiento de industrialización forzada se había agotado y los procesos de movilidad social reglados a los que aspiraban los ciudadanos soviéticos se habían detenido. Esta necesidad imperiosa de apertura, la necesidad de convertirse en un sistema universal supondría para Naville y Rolle una contradicción irremontable para el sistema soviético (un sistema, recordémoslo, concebido a escala nacional), multiplicando con ello los desafíos e incertidumbres a los que se enfrentaba para su sostenimiento (alianzas políticas dudosas, carrera armamentística, etc.)[5].

Esta necesidad imperiosa de apertura, la necesidad de convertirse en un sistema universal supondría para Naville y Rolle una contradicción irremontable para el sistema soviético (un sistema, recordémoslo, concebido a escala nacional), multiplicando con ello los desafíos e incertidumbres a los que se enfrentaba para su sostenimiento (alianzas políticas dudosas, carrera armamentística, etc.)

605b645dc49d2.Erreportaje1_08.jpg

La experiencia soviética se configuró así como un socialismo de Estado orientado a la puesta en marcha de un proceso de industrialización acelerado dirigido por el Estado, siendo éste, en opinión de Rolle, el responsable de la formación y uso del capital que dicho proceso conllevaba. El principal instrumento para llevar a cabo semejante proceso de transformación ha solido ser identificado con el plan (la planificación), mecanismo aparentemente omnipresente que permitía aplicar al conjunto del territorio soviético los repartos y proporciones definidos entre producción y consumo. No obstante, tanto Naville como Rolle, van a cuestionar esta visión de la planificación (habitual tanto entre sus críticos como entre sus partidarios) que la presuponen como un mecanismo (consensual) de reemplazo del mercado. En lugar de dar por buena esta (falsa) oposición entre planificación y mercado, Naville (y más tarde Rolle) mostrará que el sistema soviético se fundamentaba, en realidad, en el intercambio de capacidades de trabajo por salarios (principalmente monetarios) que servían para compensar una parte del producto generado por el uso de dichas capacidades productivas.

Es decir, que el socialismo de Estado Soviético se fundamentaría en un mercado de trabajo que presupondría la existencia del resto de mercados, aunque quedasen todos ellos sujetos a las estandarizaciones, mediaciones y prescripciones del plan. No nos encontraríamos pues simplemente ante un sistema de redistribución de la riqueza socialmente producida, como a menudo se ha afirmado, pues para ello hubiese sido necesaria la gratuidad de todos los bienes, incluida la fuerza de trabajo, algo que no ocurría. A pesar de la estabilidad en el empleo que caracterizaba al sistema soviético (lo más habitual era que los trabajadores desarrollasen su carrera profesional en una única empresa), existía una importante movilidad de los trabajadores (incluida la movilidad voluntaria, el «auto-despido») (Rolle, 2009: 88). La escasez estructural de mano de obra hacía que muchas empresas registrasen importantes dificultades para contar con los trabajadores necesarios para cumplir con los objetivos fijados por el plan. Todo esto se traducía en la puesta en marcha por parte de las empresas de diferentes estrategias orientadas a captar nuevos trabajadores o evitar el abandono de los ya existentes, estrategias basadas en el incremento del salario directo e indirecto que percibían los trabajadores: viviendas de mejor calidad, sistemas sanitarios y educativos propios, transporte, economatos. Todo ello constituiría un auténtico mecanismo mercantil de movilización y uso de la fuerza de trabajo, un mercado de trabajo real, que comportaba importantes variaciones salariales que terminaban por desequilibrar y tensar las previsiones del plan.

605b645dc384b.Elkarrizketa_04.jpg

El posterior análisis de Pierre Rolle (2009) confirmará estos planteamientos de Naville, mostrando que, en la realidad cotidiana, el Plan distaba mucho de ser ese mecanismo omnipotente capaz de doblegar la dinámica económica a los designios del poder político. Rolle pondrá también en evidencia que el trabajo desarrollado en las empresas soviéticas no se llevaba a cabo siguiendo simplemente las prescripciones y órdenes procedentes del Plan con vistas a imponer su coherencia al conjunto de la economía nacional. La norma de trabajo que fijaba el Plan, es decir, la definición de tiempos estimados para la realización de cada una de las tareas previstas, servía al órgano central de la planificación para definir y anticipar los resultados de la producción, así como para distribuir las tareas y recursos necesarios para llevarlas a cabo entre las distintas empresas de la Unión. Dicha norma era, en teoría, calculada a partir de la observación de las empresas o de datos que éstas proporcionaban, corregidos por índices que tenían en cuenta la evolución de la productividad, permitiendo así la determinación centralizada de los fondos salariales atribuidos a las empresas, así como el pago de los salarios que estas efectuaban a sus trabajadores (ibid.: 143).

La realidad del Plan era, sin embargo, mucho más compleja, conformando un espacio altamente conflictivo en el que la norma de trabajo definida era permanentemente cuestionada y redefinida en la práctica. El poder central soviético no podía establecer la norma de trabajo sino tras múltiples conflictos y negociaciones por medio de los cuáles diferentes actores (ministerios, regiones, empresas, trabajadores) se movilizaban para intervenir, según sus intereses, en el cálculo de dicho tiempo de trabajo. La empresa, auténtico centro neurálgico de la regulación del trabajo y de la producción soviética, debía, sin duda, adaptar su funcionamiento a la norma prevista y cumplir con los resultados fijados por el Plan, pero estos eran unos resultados disputados en cuya determinación la propia empresa jugaba un papel fundamental. La empresa soviética, por medio de su movilización, trataba pues de obtener las condiciones de producción más favorables, un proceso por medio del cual la empresa (y sus integrantes) se enfrentaba no tanto con la autoridad central del Plan, como con el resto de empresas soviéticas (y de sus integrantes), ellas también a la búsqueda de esas mismas condiciones óptimas respecto al Plan (ibid.: 94-96).

605b645dc7abd.Erreportaje1_11.jpg

Dentro de las empresas, los métodos y procedimientos de trabajo, a menudo escasamente formalizados, eran implementados y regulados en el seno del propio equipo de trabajo, incrementando así la distancia existente entre la norma técnica de la planificación y el plan efectivo impuesto a cada trabajador (ibid.: 107). El grupo de trabajo no se constituía a través del Plan (aunque éste pudiera ejercer algún tipo de control sobre su autonomía), sino que su composición, sus tarifas, su funcionamiento y reproducción se definían, hasta cierto punto, a partir de criterios y lógicas propios, no siempre coherentes con las necesidades y prioridades señaladas por el Plan (ibid.: 142 y 164). Las competencias puestas en práctica por los asalariados eran, asimismo, adquiridas (o confirmadas como tales) en el seno del propio colectivo de trabajo (ibid.: 139). Así pues, las prácticas puestas en marcha por las empresas soviéticas para retener a sus trabajadores, la autonomía negociadora de los equipos de trabajo o la propia centralidad de la empresa en la definición y aplicación de las directrices emanadas del Plan, permitirían rechazar la hipótesis de que la Unión Soviética hubiera suprimido los intercambios de mercado, sustituyéndolos por órdenes estatales coordinadas a través del Plan, así como la imagen de una economía soviética constreñida y estrictamente tutelada por la burocracia del poder político central.

En realidad, en la Unión Soviética, al igual que en las economías capitalistas occidentales, la formación del capital se producía en el transcurso de intercambios de mercado que el Estado podía regular, pero no abolir completamente (ibid.: 41). El capital formado en las empresas soviéticas era retirado y, al mismo tiempo, distribuido por el centro a través del Plan, de manera que la delimitación de la tasa de salarios y de beneficios se confundía aquí con el reparto de recursos efectuado por el propio Plan entre las ramas de la industria que producen bienes de consumo y bienes de equipo (ibid.: 40). Un reparto que no se produciría, vía mercado, por medio del juego de los precios, sino mediante la lucha directa de las empresas entre sí (trabajadores y gestores incluidos) por participar del plan en las mejores condiciones posibles. El objeto de dicha disputa sería la parte del excedente general que les será devuelta a unos y otros colectivos de productores, tanto en forma de inversiones y beneficios, como de salarios directos. «Los diferentes grupos de trabajadores se embarcan, unos contra otros, en conflictos inevitables, en tanto en cuanto conciernen a cómo se distribuye la tarea de producir el capital entre diferentes establecimientos, regiones y corporaciones» (Rolle, 2017: 84). Se pondría así en marcha un mecanismo general de explotación entre productores de carácter multilateral (la explotación mutua) que, a juicio de Naville, conformaría la principal especificidad del socialismo de Estado Soviético. Rolle, retomando el análisis de Naville lo expresaba así: «el colectivo de asalariados, por mediación del Estado, se impone una tasa global de acumulación. (…) El capital del sistema planificado se conforma pues bajo el apremio de lo colectivo, a través de los esfuerzos que realiza cada grupo por extraer de los intercambios el máximo de salario y de beneficio posibles para sí mismo, obligando de este modo al resto a contribuir con mayor intensidad que él a la inversión colectiva» (Rolle, 2017: 84-85). Naville y Rolle aportaban así un análisis de la realidad soviética que la situaba en el devenir histórico global, en las evoluciones y tensiones que se encuentran presentes en el sistema salarial (o salariado) actual, evitando hacer de su emergencia, características o derrumbe, una anomalía ininteligible, ajena a toda lógica salvo la violencia o un totalitarismo político descontrolado.

«El colectivo de asalariados, por mediación del Estado, se impone una tasa global de acumulación. (…) El capital del sistema planificado se conforma pues bajo el apremio de lo colectivo, a través de los esfuerzos que realiza cada grupo por extraer de los intercambios el máximo de salario y de beneficio posibles para sí mismo, obligando de este modo al resto a contribuir con mayor intensidad que él a la inversión colectiva» Pierre Rolle

En realidad, en la Unión Soviética, al igual que en las economías capitalistas occidentales, la formación del capital se producía en el transcurso de intercambios de mercado que el Estado podía regular, pero no abolir completamente

NOTAS

[1] Algunas investigaciones relativamente recientes a este respecto pueden verse, por ejemplo, en: Lucie Tanguy (2011), La sociologie du travail en France. Enquête sur le travail des sociologues, 1950-1990, París, La Découverte; así como en Anni Borzeix y Gwenaële Rot (2010) Genèse d’une discipline, naissance d’une revue: Sociologie du Travail, Paris, Presses Universitaires de Paris Ouest.

[2] Un buen resumen en español de los principales planteamientos de la sociología del trabajo de Pierre Naville puede ver en: Jorge García (2001) «Pierre Naville y la otra sociología del trabajo», Política y Sociedad, 38: 197-216 y Jorge García (2009) «¿Explica el trabajo la sociedad? En torno a la sociología del salariado de Pierre Naville», Laboreal, 5 (2).

[3] Pierre Naville (1975) La révolution et les intellectuels, París, Gallimard [Hay versión en español de este libro: La revolución y los intelectuales, Barcelona, Galba Edicions, 1976].

[4] Pierre Rolle ha sido uno de los principales colaboradores y continuadores de la sociología de Naville en Francia. El principal trabajo de Pierre Rolle sobre la Unión Soviética y la Rusia postcomunista, donde se retoman y amplían los planteamientos de Naville, es Le travail dans les révolutions russes. De l’URSS à la Russie: le travail au centre des changements, Lausana, p. 2, 1998 [Hay versión en español de este libro: De la revolución del trabajo al trabajo revolucionado, Madrid, Traficantes de Sueños, 2009].

[5] Este breve repaso por los postulados de Naville a propósito de la URSS se basa en la interpretación que hace Pierre Rolle (2017) del análisis de Naville en: «¿Una misma crisis de Este a Oeste? Ensayo sobre Pierre Naville», Sociología Histórica, 8: 65-89.

NO HAY COMENTARIOS