FOTOGRAFÍA / Lander Moreno
Miguel García
2025/01/04

La cuestión de la táctica y la estrategia para organizar una fuerza capaz de subvertir el orden social existente ha estado presente en todo el marxismo clásico. “Tomar” el poder mediante un asalto o mediante desgaste, plantear la función de la vanguardia dentro de la experiencia de la revolución, analizar quiénes son nuestros amigos y quiénes nuestros enemigos, caracterizar las fases de ofensiva, equilibrio o repliegue táctico, organizar una nueva sociedad basada en la destrucción de la relación de clases en un contexto de abierta hostilidad con el resto del mundo capitalista o la necesidad de que el Partido mande sobre el fusil son cuestiones absolutamente centrales para un marxismo que busque la superación del orden establecido. El marxismo aprendió pronto que no existe aprendizaje fuera de la lucha, que las revoluciones también son escuelas para la acción política, experiencias de las que extraer valiosas enseñanzas.

Antes de comenzar con la exposición, tenemos que hacer una diferencia que es fundamental, entre, por un lado, la guerra burguesa y su conclusión lógica –la guerra imperialista– y, por otro lado, la guerra proletaria o la revolución. Aunque ambas tienen una motivación política detrás, en la guerra imperialista la política llega a autonomizarse, convirtiendo la guerra en una “impersonal” máquina de desatar una carnicería, en una producción de muerte en la que los soldados también se autonomizan de sus propios Estados, llegando a perder cualquier sentido del honor, patriotismo o, incluso la propia conciencia de los objetivos iniciales. En cambio, en la guerra revolucionaria la situación es distinta según Lenin:

“Los generales zaristas dicen que nuestros soldados rojos soportan cualquier penalidad como jamás las hubiese soportado el ejército de los zares. Y esto es porque cada obrero y campesino enrolado sabe por qué combate, y conscientemente derrama su sangre en aras del triunfo de la justicia y el socialismo”.

Por ello, la ciencia militar burguesa (Clausewitz, Delbrück) solo puede aportarnos una experiencia limitada, la experiencia en tanto que toda revolución es una guerra. Pero el hecho de que se trate de guerras de masas, de guerras populares cuyo objetivo final es la construcción de otra sociedad nueva, libre de explotación, hace que la ciencia militar no pueda ser aplicada sin más, sino que tenga que ser sintetizada y subsumida bajo una forma superior, de nuevo tipo. El libro de estrategia militar burguesa que más influencia tuvo en los líderes comunistas, y que fuera leído atentamente por Engels, Lenin, Mao o Giáp, fue Vom Kriege (De la guerra), de Clausewitz. Entre las valiosas lecciones que aporta la lectura de este libro, podemos destacar la asimetría entre el aspecto defensivo y el aspecto ofensivo (en situación de debilidad, atacar una posición puede ser un callejón sin salida, mientras que la defensa necesita generalmente menos fuerzas, el principio de concentración de fuerzas (un ejército móvil será más capaz de ejecutar golpes decisivos que permitan una ventaja), la importancia de la fuerza moral (como hemos dicho, no es lo mismo luchar en defensa de una posición ventajosa de rapiña imperialista para tu burguesía nacional, que luchar por el socialismo), la guerra como continuación de la política por otros medios (la necesidad de que la guerra no se autonomice de sus objetivos, implica el predominio de la visión de conjunto, estratégica, sobre una operación militar determinada) o el momento de la batalla decisiva (quien tenga la capacidad de elegir el momento de esta batalla, estará en condiciones mucho más favorables). Además, Clausewitz tiene todo un desarrollo sobre el concepto de guerra popular, de “pequeña guerra”, articulado en el análisis de los grupos guerrilleros antinapoleónicos formados en España en 1808 (que también serían cuidadosamente analizados por Marx y Engels). Aunque el objetivo del militar prusiano fuera bastante distinto del de la revolución comunista mundial (precisamente, el contrario), el respeto y la admiración con las que habla del pueblo alzado en armas (Landsturm, no Landwehr) es algo digno de mencionar. Estos partisanos, según T. Derbent en Clausewitz y la guerra popular, “compensan la virtud militar con el valor, la destreza y el entusiasmo individuales”.

La ciencia militar burguesa (Clausewitz, Delbrück) solo puede aportarnos una experiencia limitada, la experiencia en tanto que toda revolución es una guerra

LA EXPERIENCIA DE LA COMUNA DE PARÍS EN 1871

El 18 de marzo de 1871, durante la guerra francoprusiana, tras un estado de sitio sobre la ciudad de París que duró ciento treinta y un días, y la posterior rendición de la capital a los prusianos por parte del Gobierno republicano de Thiers, este trata de desarmar a los grupos federados obreros (la llamada Guardia Nacional). La clase obrera parisina se resiste, y lanza una ofensiva de masas que termina con el alzamiento de la bandera roja en el Hôtel de Ville y la proclamación de la Commune.

En la Comuna de París, la disciplina y seriedad con la que el proletariado se organiza, acostumbrado al trabajo asalariado, sorprende a los visitantes

Aun con limitaciones, quienes más pensaron la cuestión de la táctica y la estrategia fueron los blanquistas, quienes desarrollaron un plan conjunto de barricadas que tuviera como objetivo “entorpecer a la tropa, sitiarla y protegerse del fuego de la artillería”, según S. Bernstein. La disciplina y seriedad con la que el proletariado se organiza, acostumbrado al trabajo asalariado, sorprende a los visitantes, que antes de pisar París daban por buena la versión de Versalles de que la Comuna era un atajo de vándalos y bandidos que imponían el caos. El delegado de la Internacional Serraillier afirmaría que “todo el mundo está en sus puestos como si fuera lo más natural del mundo”. Este orden se disuelve como un azucarillo en agua caliente cuando las tropas reaccionarias de Versalles se lanzan a conquistar la ciudad, y se deja paso a un voluntarismo histérico, así como a un pánico espontaneísta dentro de los muros. El Comité Central fracasa al organizar un plan general de defensa, y llama a la abnegación y al voluntarismo individual para defender la ciudad:

“¡A LAS ARMAS! Que París se cubra de barricadas y que, tras esas murallas improvisadas, lance de nuevo a sus enemigos su grito de guerra, grito de orgullo, grito de desafío, pero también grito de victoria; porque París, con sus barricadas, es inexpugnable”.

Esta llamada a la proliferación espontánea de barricadas, fáciles de levantar e imposibles de guarnecer (la mayoría de communards se quedaron a defender sus barrios y descuidaron las murallas, lo que permitió un acceso rápido a las tropas de Thiers) fue a todas luces contraproducente. En París sobraba abnegación, el llamamiento era estéril. Lo que faltaba era una estrategia global de defensa. Barricada a barricada, las fuerzas reaccionarias fueron aniquilando a un proletariado que solo tenía la abnegación y la dignidad como única arma, desatando la brutal Semana Sangrienta.

El movimiento comunista internacional tomará nota de todo esto: la única garantía del éxito es la incorporación de las masas obreras al gobierno del Estado y del Ejército. Un ejército popular, constituido por la clase obrera armada, es más poderoso que el más temible de los ejércitos regulares, si está bien organizado. Además, la revolución no es una tarea para almas bellas, es un error adoptar una posición conciliadora con unos enemigos que están armándose para destruirte. Una situación de “dualidad de poderes” no puede equilibrarse, y aunque parezca estable, a largo plazo terminará siendo dinamitada.

Un ejército popular, constituido por la clase obrera armada, es más poderoso que el más temible de los ejércitos regulares, si está bien organizado

La masacre de París pesa como una losa en la memoria colectiva del proletariado, y servirá como motivación a las fuerzas bolcheviques para ser más eficaces al asentar la dictadura del proletariado.

LA EXPERIENCIA BOLCHEVIQUE DE OCTUBRE DE 1917

De la derrota de la revolución de 1905, articulada sobre huelgas masivas que, en palabras de Lenin, “arrancaron todo al Estado menos el propio poder”, los bolcheviques extrajeron lecciones útiles, entre las que destacamos tres:

Primero, la insuficiencia de la conciencia tradeunionista y de la huelga de masas para conquistar el poder estatal. Segundo, la insuficiencia del terrorismo individual y de las acciones aisladas para combatir el zarismo. Y, tercero y último, la importancia de la forma sóviet como espacio de autoorganización del proletariado para la lucha por su emancipación.

La lucha económica fue concebida por Lenin y los bolcheviques como una “escuela de guerra”, un espacio en el que el proletariado se preparaba y endurecía en un contexto de relativa paz social. En el soviet, esta experiencia práctica se cristalizaba en un plan para organizar la fuerza armada de la revolución. El sóviet se convertía de esta forma en la forma organizativa de la ofensiva proletaria, en el espacio para plantear la superación y destrucción del orden burgués; es decir, en la superación de la conciencia tradeunionista y meramente económica. También era el espacio de superación de la vía del terrorismo individualista, en la que muchos cuadros habían sacrificado su libertad y vida por un objetivo que realmente no tenía el impacto organizativo necesario para sostener las fuerzas.

Los años siguientes, en clave estratégica, vendrán marcados por la primera gran discusión dentro del marxismo en torno a los conceptos de estrategia militar y su relación con la política. Este debate se da a partir de 1910, con Luxemburg y Kautsky como protagonistas: la elección entre una estrategia de asalto (Niederwerfungsstrategie) o de desgaste (Ermattungsstrategie). Luxemburg defendería la madurez de las fuerzas revolucionarias para lanzarse a la confrontación abierta y la progresiva transformación de la conciencia económica en conciencia política a través de la lucha, mientras que Kautsky defendió un esquema de acumulación progresiva de fuerzas, alejando el momento de la confrontación final a un futuro indeterminado. Una estrategia que, según Kautsky, es más propicia para Occidente, donde el socialismo sería más fácil de instaurar pero más difícil de hegemonizar entre las masas proletarias, y donde cultural y legalmente sería más difícil justificar la acción violenta en el presente.

Los años siguientes a 1910 vendrán marcados por la primera gran discusión dentro del marxismo en torno a los conceptos de estrategia militar y su relación con la política

Martov trasladaría la posición kautskiana al balance de 1905, afirmando que “el intento de aunar la lucha por la libertad política con la lucha económica […] no reveló el lado fuerte del movimiento sino su lado débil”, y Lenin, criticándolo, se adscribiría a la posición de Luxemburg. Esta posición eurocéntrica de acumulación de fuerzas caería como un castillo de naipes con la Primera Guerra Mundial y la consiguiente bancarrota de la Segunda Internacional.

Es imposible entender las Revoluciones de Febrero y de Octubre sin hablar de la guerra imperialista. La Revolución de Febrero será un levantamiento masivo que sacudirá el poder de los zares, provocando la abdicación de Nicolás II y la formación de un Gobierno Provisional, con Kerenski al mando.

Comienza un periodo que Lenin calificaría de “dualidad de poderes”, donde explicará la coexistencia de dos poderes, dos cosmovisiones, dos principios organizadores de la sociedad: por un lado los soviets de obreros, campesinos y soldados, cuyo objetivo es la transformación de la guerra imperialista en guerra civil y la construcción de la dictadura del proletariado, y por otro lado el Gobierno Provisional de eseristas y mencheviques, cuyo objetivo etapista y mecanicista era posponer ad eternum el momento revolucionario. Tarde o temprano, uno de estos dos poderes tendría que imponerse al otro, ya que el antagonismo existente entre ambos es tan poderoso que no pueden coexistir durante mucho tiempo.

En la Revolución de Octubre, tarde o temprano, uno de estos dos poderes (el del Gobierno Provisional o el de los soviets) tendría que imponerse al otro, ya que el antagonismo existente entre ambos es tan poderoso que no pueden coexistir durante mucho tiempo

Lenin volvería a Petrogrado esgrimiendo sus Tesis de abril, con una consigna clara: “Ningún apoyo al Gobierno Provisional, todo el poder a los soviets”, y la necesidad del uso de la propaganda y trabajo político para revertir la situación de minoría en la que se encuentran los bolcheviques. En julio, el general reaccionario Kornílov daría un golpe de estado que, como se demostró tiempo después gracias a unos papeles secretos, llegó a contar con la complicidad y el acuerdo de Kerenski para restaurar el poder zarista. El partido bolchevique seguirá una estrategia que resultará, a todas luces, exitosa: confluir militarmente con el Gobierno Provisional, ubicarse en el mismo bando militar para vencer el golpe de Estado, pero no darle ningún apoyo político al Gobierno Provisional y, en vez de eso, utilizar la confluencia en beneficio propio, ganando tiempo para armar al proletariado. En palabras de Albamonte y Maiello:

“La acción de los bolcheviques durante la revolución de 1917 fue una verdadera escuela de cómo pelear a la defensiva (en minoría), multiplicando los ‘golpes habilidosos’, los medios ofensivos de la defensa. En el caso ruso, sin instituciones burguesas parlamentarias mínimamente formadas, con el poder en manos de los sóviets, estos ‘golpes habilidosos’ fueron fulminantes; ninguna excusa tenían los conciliadores que contaban con mayoría en los soviets”.

El propio Stalin, en 1924, haría balance de la formación y desarrollo del ejército de los bolcheviques:

“En realidad, los bolcheviques no tenían ni podían tener en marzo de 1917 un ejército político preparado. Lo fueron formando (y lo formaron, por fin, hacia octubre de 1917) solo en el transcurso de la lucha y de los choques de clases de abril a octubre de 1917; lo formaron pasando por la manifestación de abril, y por las manifestaciones de junio y julio, y por las elecciones a las dumas de distrito y urbanas, y por la lucha contra la korniloviada, y por la conquista de los soviets. Un ejército político no es lo mismo que un ejército militar. Mientras que el mando militar comienza la guerra disponiendo ya de un ejército formado, el partido debe crear su ejército en el curso de la lucha misma, en el curso de los choques entre las clases, a medida que las masas mismas se van convenciendo, por propia experiencia, de que las consignas del partido son acertadas, de que su política es justa”.

Mientras que el mando militar comienza la guerra disponiendo ya de un ejército formado, el partido debe crear su ejército en el curso de la lucha misma

Esta estrategia defensiva tuvo su punto de no retorno hacia la ofensiva en octubre, cuando el sóviet de Petrogrado tomaría el poder en nombre del proletariado de toda Rusia. En palabras de Bettelheim:

“Lo ocurrido el 25 de octubre [6 de noviembre en nuestro calendario] no es, pues, la consumación de una guerra popular ni la de una sublevación, sino una insurrección apoyada por las masas y ejecutada por fuerzas armadas según un plan establecido. Las fuerzas armadas proceden de la clase obrera y de las guarniciones, y operan con vistas a alcanzar los objetivos precisos que les han sido asignados por el partido bolchevique, de acuerdo con la fórmula leninista de «la insurrección es un arte”.

El nuevo y frágil poder soviético se vio abocado a resistir y sobrevivir desde el primer día. En los primeros compases se puso en marcha la construcción en tiempo récord de un Ejército Rojo de más de cinco millones de personas casi desde cero, la ansiada paz de Brest-Litovsk para dar fin a la participación de Rusia en la guerra imperialista, las nacionalizaciones y medidas sociales para acabar con el hambre, o la construcción de una Tercera Internacional (Komintern) cuyo primer objetivo era extender por todo el mundo la revolución. Y venció. Resistió y sobrevivió esperando infructuosamente otras revoluciones; venció contra todo pronóstico, tras una especialmente virulenta y cruel guerra civil.

Lenin tenía la esperanza de que el proletariado de las naciones imperialistas tomara el poder, para así contar con valiosos aliados y poder extender el impulso revolucionario, pero esto no llegó a producirse. El horizonte revolucionario del KPD en Alemania quedó clausurado en 1923, tras la derrota de la insurrección espartaquista en 1919, tras construir el partido comunista más grande de toda Europa pero ser incapaz de organizar una revolución.

Lenin tenía la esperanza de que el proletariado de las naciones imperialistas tomara el poder, para así contar con valiosos aliados y poder extender el impulso revolucionario, pero esto no llegó a producirse

La Komintern daría cuenta de la dificultad de extender la ofensiva revolucionaria por todo el mundo, y comenzó a seguir una línea puramente defensista, más preocupada en la supervivencia del poder soviético que en extender el comunismo. Volviendo al análisis clausewitziano, ataque y defensa son asimétricos. Los vaivenes estratégicos del frente único a los frentes populares, la idea del socialismo en un solo país, o el establecimiento y normalización de relaciones con el mundo imperialista serán ejemplo de este posicionamiento.

La estrategia seguida por los bolcheviques, de combatir en minoría, rehuir un enfrentamiento directo hasta que se esté preparado, y lanzar una insurrección sorprendentemente tranquila gracias al crecimiento de las fuerzas revolucionarias, a la neutralidad benévola de la mayoría de la población y al buen trabajo político dentro de los sóviets (tan tranquila fue la insurrección como violenta fue la reacción que desembocó en la guerra civil contra los blancos), guarda bastante relación con la estrategia que explicaremos en el siguiente punto, la de la guerra popular prolongada (cuyo ejemplo principal será China). La experiencia soviética es relativamente corta: el poder zarista, tan aparentemente eterno y en aparente paz perpetua en 1914, se desploma en tres años, terminando con la toma del poder de un partido que nació en 1903.

LA EXPERIENCIA MAOÍSTA EN CHINA

Desde su nacimiento en 1921, siguiendo las directrices de la Komintern, el Partido Comunista de China (en adelante, PCCh) llevará a cabo una política de colaboración y alianzas con la burguesía nacional, encarnada en el Kuomintang, el Partido Nacionalista Chino. El Kuomintang gobernaba China desde la revolución de 1911, que había derrocado la dinastía Ching, destruyendo la monarquía feudal y un régimen dinástico que se había extendido a lo largo de 2000 años. Los nacionalistas harían valer esta alianza en un “frente unido democrático” para debilitar al PCCh, y colocarlo en una situación subalterna y débil, haciéndole perder su referencialidad entre las masas y su independencia política. En su intento de mantener el equilibrio, el PCCh llegaría incluso a defender una línea derechista y pacificadora, a plantear como único objetivo la revolución nacional democrática contra el feudalismo y no el capitalismo. El contexto de guerra de liberación nacional contra Japón es el terreno propicio para esta capitulación.

Ni siquiera esta posición subalterna y debilitada del PCCh será suficiente para el Kuomintang: los nacionalistas no se contentan con la correlación favorable de fuerzas, y en 1927 rompen unilateralmente la alianza (no a pesar sino debido a la debilidad del PCCh) y se lanzan a exterminar sistemáticamente a miles de comunistas, que se verán obligados a realizar un éxodo masivo al campo por mera supervivencia.

El periodo que comienza inmediatamente después, consistente en la recomposición y reorganización de las fuerzas revolucionarias en bases de apoyo en el campo, será conocido como La Larga Marcha. Para escapar de la represión del Kuomitang, las fuerzas comunistas (en posición minoritaria dentro del propio Partido) se ven obligadas a recorrer 12.500 km durante dos años para llegar a las zonas controladas por Japón, libres de la represión del Kuomintang. Serán dos años durísimos, de penurias, desesperación y muertes, pero también dos años de profundo asentamiento en la sociedad rural china (el asentamiento en el campo había sido uno de los hándicaps de la Revolución Rusa y su problema con los kulaks), de debates ideológicos y clarificación de línea, de avances en la asunción de la posición comunista y, por supuesto, de recuperación de la independencia política y de la referencialidad entre las masas. Es en este duro proceso en el que Mao se forja realmente como líder del Partido, de un partido en una situación de debilidad y en una correlación de fuerzas muy desfavorable: “los comunistas chinos no fueron totalmente exterminados. Nuevamente se pusieron en pie, lavaron sus heridas, enterraron a sus camaradas caídos y continuaron la lucha”. De los 50.000 comunistas que salieron de Fukien, sólo 15.000 llegaron a Chensi. Heridos, agotados, diezmados, esos 15.000 campesinos serán la vanguardia política armada del Partido Comunista de China, el Ejército Rojo.

Es en ese duro proceso de la Larga Marcha en el que Mao se forja realmente como líder del Partido, de un partido en una situación de debilidad y en una correlación de fuerzas muy desfavorable

Este momento de ruptura fue realmente traumático para los comunistas chinos. Plantear una guerra popular en el campo parecía una herejía que contravenía las insurrecciones proletarias en Moscú y Petrogrado. Por si fuera poco, la guerra popular se lanzó contra las advertencias (y, a menudo, algo más que advertencias) de la Komintern, cuyo delegado en China había tildado a Mao de “traidor” y “fanático pequeñoburgués”. Para el modelo etapista defendido desde Moscú, las condiciones materiales no estaban maduras en China para una revolución proletaria, y el trabajo debía ser el de formar un frente único con las fuerzas nacionalistas burguesas del Kuomintang. Esta estrategia llevó al PCCh hasta casi su desaparición y aniquilación. La Larga Marcha, en cambio, mandaba otro mensaje muy distinto: no hay que esperar a que las condiciones estén maduras para demostrar que se puede vencer. Las fuerzas revolucionarias pueden, y deben, construirse en las luchas y choques de clases. Los cuadros del PCCh que más próximos estaban a la línea de la Komintern tuvieron que capitular obligados por la fuerza de los hechos. En estas condiciones, el Partido Comunista tendría una oportunidad histórica para crecer y extenderse por todas las regiones pobres de China y constituirse como una organización con una fuerza real para revertir la situación y amenazar el orden social establecido. Robinson Rojas plantearía un más que plausible ejercicio de intuición cuando afirmó:

“Si Mao hubiera acatado la orden del Partido, y no la hubiera quebrado yéndose de todos modos al campo a dirigir la insurrección, lo más probable es que la China Popular se llamara ahora República Nacionalista China, estuviera dirigida por Chiang Kai-shek, y su Partido Comunista tal vez sería como es el de Italia, Chile o Francia”.

Comenzó así una guerra civil que se extendió durante décadas. Mao terminaría refutando el viejo concepto de que los levantamientos tenían que comenzar en las grandes ciudades y señaló otro camino que resultó ser correcto para el contexto de China: establecer bases rojas en el campo, realizar la reforma agraria, librar una guerra de guerrillas y, una vez habiendo rodeado los centros urbanos gracias a un campo revolucionario en armas, tomarlos. La respuesta del Kuomintang no se haría esperar: Chiang Kai-shek lanzaría cuatro campañas de cerco y aniquilamiento para terminar con las fuerzas comunistas que resistían en el campo. Gracias a la ya analizada asimetría entre defensiva y ofensiva, el Ejército Rojo pudo repeler estos ataques, romper el cerco y debilitar a las fuerzas reaccionarias. En vez de lanzarse a una ofensiva sin estar preparados, el Ejército Rojo siguió creciendo, nutriéndose de fuerzas campesinas, y haciéndose fuerte al calor de la lucha y los enfrentamientos.

La estrategia era, en realidad, bastante similar a la seguida por el POSDR en Rusia. Aprovechar las circunstancias históricas dadas (en Rusia, la debilidad del Gobierno Provisional y el golpe de Kornílov; y en China la guerra de liberación contra la potencia imperialista de Japón) para constituirse como una fuerza política capaz de presentar batalla una vez llegado el momento. Se dieron también dos hechos bastante similares y que tuvieron mucha importancia en el desarrollo de la lucha: el Gobierno Provisional en Rusia se convirtió en una fuerza incapaz de repeler el golpe de Estado (no sólo incapaz, sino que llegó a negociar la restauración del poder zarista), el Kuomintang se convirtió en una fuerza colaboracionista con el imperialismo japonés (ante el avance de los comunistas, se constituyeron como una tercera vía negociadora), incluso también las fuerzas reaccionarias de Thiers negociarían la rendición de Francia con el Ejército prusiano (a cambio de la devolución de soldados franceses hechos prisioneros, que serían enviados directamente a reprimir la Comuna). Estos hechos son cruciales, porque cambian la correlación de fuerzas y la distinción entre amigo y enemigo para el proletariado en general, no organizado –no olvidemos que el partido comunista necesita constituirse en una mediación de esta clase para que pueda existir–. Las contradicciones, respectivamente, ya no son democracia/zarismo, unidad nacional china/ocupantes japoneses, o Francia/Prusia. Las contradicciones pasan a ser: bolchevismo/zarismo, maoísmo/imperialismo y Comuna/Imperio.

A partir de 1937, y hasta 1945, la lucha contra Japón se intensificará hasta convertirse en una guerra de resistencia. La Unión Soviética prestaría apoyo militar, financiero y diplomático a la resistencia, al que se sumaría Estados Unidos después de Pearl Harbour y Gran Bretaña. El PCCh recuperaría la idea del frente nacional unido, unificando esfuerzos militares, pero esta vez guardándose de prestar apoyo político al Kuomintang. Mao analizaría la situación en su artículo “Sobre la guerra prolongada” (1938), donde explicaría que la guerra de resistencia solo podía ser larga y llena de penurias: una etapa de superioridad y ofensiva del enemigo se transformaría en una lucha prolongada, en la cual las fuerzas revolucionarias aumentan mientras que las del enemigo se desgastan.

Como decía Mao en 1938, la guerra de resistencia era una etapa en la que la superioridad y ofensiva del enemigo se transformaría en una lucha prolongada, en la cual las fuerzas revolucionarias aumentan mientras que las del enemigo se desgastan

El ejército japonés atacó y avanzó incesantemente hasta ocupar casi la mitad de China, pero no pudo prever un conjunto de contraoperaciones dirigidas por el Partido Comunista detrás de la línea del frente, que contó con el apoyo de la población civil: en el paso Pigsinkuan, al norte de Shanshí, llegaría la primera gran victoria del PCCh. Este se extendería estableciendo más de diez bases de apoyo poco a poco, y multiplicando su ejército por veinte. Amenazado en la retaguardia, el ejército japonés se vio obligado a frenar su avance. En las bases de resistencia reinaba la unidad del pueblo chino contra la agresión japonesa, bajo la dirección del Partido Comunista. Los años siguientes fueron especialmente duros para las bases rojas: el KMT relanzó su segunda campaña anticomunista en medio de la guerra, y la mayor parte de la fuerza militar de Japón se enfocó en aplastar estas peligrosas bases de poder comunista, con campañas de ”quemarlo todo, matar a todos, saquearlo todo“. La barbarie no solo se dirigió contra las bases rojas: miles de aldeas fueron devastadas.

Pero no lograron quebrar la resistencia del Ejército Rojo, acostumbrado a años de combate asimétrico. Minas de confección casera, túneles, cualquier medida ingeniosa era útil en la guerra de guerrillas para quebrar la fuerza del ejército imperialista japonés. Además, entre 1942 y 1943 se lleva a cabo una masiva campaña de ideologización y de formación en el marxismo-leninismo que consolidaría las filas del ejército. La situación se capeó con una fuerte estrategia, y comenzó a mejorar a partir de 1943. El Kuomintang estaba desintegrándose entre la corrupción, maquinaciones secretas, terror blanco y colaboracionismo con los japoneses. La heroica resistencia en Stalingrado logró cambiar el curso internacional de la guerra, que terminaría en 1945 con la entrada del Ejército Rojo soviético en Berlín y la derrota de las fuerzas fascistas. En agosto, la Unión Soviética barrió al ejército japonés en Kwantung, lo que permitió que la resistencia lanzara una ofensiva y conquistara las últimas 197 ciudades que conservaban los fascistas japoneses.

A la victoria contra la agresión japonesa no siguió la paz, sino la guerra popular de liberación, que se extendería hasta 1949, con la consolidación de la revolución y la proclamación de la República Popular China. Con la pretensión de convertir China en una colonia estadounidense, ocupando el 70% del territorio, y envalentonado por el apoyo militar de Estados Unidos, Chiang Kai-shek se lanza a exterminar el Ejército Popular de Liberación y las bases rojas. El EPL fue consiguiendo sucesivas victorias. Un programa político de un frente unido dirigido por el PCCh y un programa económico de reforma agraria y redistribución de la tierra se ganaron rápidamente el entusiasmo y apoyo de todo el país.

Los últimos meses de 1947 serían definitivos: el EPL pasa definitivamente a la fase de ofensiva estratégica, con un avance imparable, y lanza tres campañas de cerco (Liaosi-Srenyang, Juai-Juai y Nankín-Shanghai) que saldrán exitosas. En agosto de 1949, Estados Unidos reconocía la imposibilidad de impedir la victoria del EPL en su Libro blanco de defensa, y Chiang Kai-shek buscaría una última artimaña de una salida pacífica, pero no le funcionaría, teniendo que huir a Taiwán. El 1 de octubre de 1949, en la plaza de Tiananmén, se proclamaría la República Popular China. Mao escribiría:

“Nuestra revolución ha conquistado la simpatía y el júbilo de las masas populares de todo el mundo. Nuestros amigos están en todo el mundo”.

RESISTENCIA Y REVOLUCIÓN EN LOS BALCANES: YUGOSLAVIA Y ALBANIA

El Partido Comunista de Yugoslavia (PCY), desde su creación en 1919, se articuló sobre tres ejes: la cuestión democrática (hundimiento de la monarquía), las condiciones de vida de las clases populares, y el derecho de autodeterminación de los pueblos. El Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos dejaría paso a un Gobierno dictatorial, que prácticamente conduciría a la desaparición del PCY por medio de la represión y de la derrota.

El PCY contaba con cuadros militares con experiencia en combate: miles de voluntarios se alistaron a las brigadas internacionales para combatir el fascismo en la Guerra Civil española. La lucha heroica de los milicianos, en inferioridad pero con “cabeza dura”, conmovió a voluntarios de todos los países para hacer suya una guerra contra la temible maquinaria del fascismo internacional. Los yugoslavos, encuadrados en la Brigada XIII, posteriormente aportarían su valiosa experiencia militar en la revolución y guerra de liberación nacional en Yugoslavia. Estos exbrigadistas y partisanos eran conocidos en su tierra como los Španjolci.

El 27 de marzo de 1941 comienza la ocupación fascista de Yugoslavia. Hitler ya no se encontraría frente a un Partido Comunista Yugoslavo al borde de su desaparición, sino a un PCY que había logrado romper el cerco, ampliar su base y convertirse en la punta de lanza del antifascismo, una fuerza capaz de dirigir el movimiento de masas contra la ocupación. Los nazis dividirían el país en diez partes, división que tenía como principal objetivo espolear el odio nacional entre los pueblos balcánicos. Así, convertirían Croacia en su nación protegida, dando alas a sus ambiciones secesionistas con la construcción del Estado Independiente de Croacia (NDH), la llegada al poder de los ustachas y el intento de construcción de un “Estado étnicamente puro” a través del terror (allí levantaron, entre otros, el campo de concentración de Jasenovac, uno de los más extensos y mortales de toda Europa).

Hitler ya no se encontraría frente a un Partido Comunista Yugoslavo al borde de su desaparición, sino a un Partido Comunista Yugoslavo que había logrado romper el cerco, ampliar su base y convertirse en la punta de lanza del antifascismo, una fuerza capaz de dirigir el movimiento de masas contra la ocupación

De nuevo, como en las experiencias antes analizadas, volvemos a encontrar una situación de dualidad de poder en las filas de la resistencia antifascista. Por un lado los partisanos del PCY, con Tito a la cabeza, y por otro lado las fuerzas monárquicas nacionalistas de los chetniks, con Draža Mihajlović como su dirigente. Espoleado por la política frentepopulista de la Komintern, el PCY buscó construir un frente amplio que aglutinara no solo a las masas obreras sino también a actores de otras clases, como la pequeña burguesía o el campesinado. El PCY era la única fuerza que estaba en condiciones de dirigir ese frente popular: templados en combates y huelgas, con experiencia militar sobrada, era el único partido que rompía con la lógica nacionalista y podía llamarse genuinamente yugoslavo, lo que les permitía dirigirse a todo el pueblo trabajador de forma honesta.

La estrategia militar desarrollada será, como en otros casos, la de la guerra de guerrillas en condiciones asimétricas. La guerra que había planteado Hitler, basada en ataques relámpago (Blitzkrieg), era difícil de responder debido a su falta de estrategia militar; estas operaciones se parecían más a tirar una moneda al aire (si no tenían éxito a la primera, estaban condenadas al colapso total). Además, el recrudecimiento de la guerra en el frente oriental dejaría más margen de maniobra a los partisanos, que pudieron lanzar operaciones de guerrilla. Hitler estaba librando una guerra anticlausewitziana, mientras que los partisanos libraban una guerra clausewitziana. Aun así, los partisanos cometieron errores de carácter estratégico, como el ataque frontal contra fuerzas militarmente superiores en la efímera República de Užice, conquistada por los nazis en diciembre de 1941.

Con todo, el frente popular unido comenzó a resquebrajarse cuando comenzaron a dibujarse las dos líneas antagónicas que lo guiaban: revolución y contrarrevolución. Para seguir manteniendo los esfuerzos bélicos y el favor de Gran Bretaña, la URSS se mantuvo ambivalente ante este resquebrajamiento, haciendo llamamientos a la unidad entre chetniks y partisanos, pero las diferencias eran evidentes –el proyecto de Mihajlović era netamente nacional serbio, incluso intentó convencer a Tito de la necesidad de exterminar a musulmanes y croatas en las filas del ejército; mientras que los comunistas responderían con una lucha integradora de todas las nacionalidades y minorías étnicas en un solo ejército guiado por la “hermandad y unidad” (bratsvo i jedinstov)–.

Los chetniks apostaban por una “resistencia pasiva”, basada en la inexistencia de condiciones para un levantamiento armado, mientras que los comunistas alertaban del peligro de posponer eternamente el levantamiento armado. El aumento de tensión y el fuego cruzado entre partisanos y chetniks provocó un acercamiento entre chetniks y ocupantes nazis: a mediados de noviembre de 1941, Mihajlović se reuniría con el Estado Mayor Alemán para pactar una tregua y colaborar, lo que, como en otras experiencias, dejó a las fuerzas partisanas como único referente de la lucha contra la ocupación nazi.

Los chetniks apostaban por una “resistencia pasiva”, basada en la inexistencia de condiciones para un levantamiento armado, mientras que los comunistas alertaban del peligro de posponer eternamente el levantamiento armado

Tras varias victorias morales, entre las que destacamos la de Neretva (en la que los partisanos cruzaron el río cargando con sus heridos, dejando involuntariamente el mensaje entre la población civil de que nadie quedaba atrás), y derrotas como la masacre de Sutjeska, la revolución en Yugoslavia se asentaría con la construcción de las bases de un nuevo Estado y la liberación de Belgrado en 1944:

“Tras tres años de guerra largos y fatigantes, Tito y los comunistas habían pasado de ser un pequeño y descoordinado ejército que se limitaba a defenderse y a mirar al cielo esperando a los paracaidistas soviéticos, a convertirse en protagonistas de una de las resistencias antifascistas más heroicas de la Segunda Guerra Mundial” [19].

El caso de Albania guardará bastantes similitudes con el caso yugoslavo. Después de una revolución burguesa que sería aplastada por el golpe de Estado contrarrevolucionario de Ahmet Zog, la monarquía albanesa se convertiría en una sucursal dependiente económica y políticamente de la Italia fascista. En abril de 1934, la situación de semicolonialidad fue más allá cuando Italia mandó su flota de guerra a Dürres ante la pasividad de Zog I.

Las revueltas democráticas se sucedieron y fueron aplastadas, pero un año después Zog se vería obligado a instaurar un Gobierno reformista liberal. Los pequeños grupos comunistas crecían en fuerza y capacidad organizativa, hasta el punto de poder dirigir huelgas, manifestaciones o la “demostración del pan”. De nuevo, la Guerra Civil Española serviría como oportunidad para curtirse en la lucha contra el fascismo para miles de brigadistas albaneses, y así ganar una preciada formación militar. Bajo la directriz de unificación en torno a frentes populares que adoptó la Komintern en su séptimo y último congreso, las células comunistas comenzaron a unificarse en torno a dos puntos: los derechos nacionales y los derechos democráticos, lo que desembocaría en la creación en 1941 del Partido Comunista de Albania, posteriormente Partido del Trabajo de Albania, con Enver Hoxha a la cabeza (siendo uno de los partidos comunistas del mundo que más tarde se crearía).

La invasión italofascista de Albania comenzó en 1939. Cuando la invasión se puso en marcha, Zog ni siquiera planteó una defensa y se exilió en Londres, llevándose consigo una gran parte de las reservas de oro del país. Albania fue totalmente colonizada.

Los comunistas al principio fueron incapaces de responder militarmente por falta de fuerzas, y la resistencia tuvo un carácter más espontáneo. Para escapar la represión, formaron bases de resistencia guerrillera en las montañas. Ideológicamente, el PCA se movió entre dos fuerzas: por un lado la influencia de la Komintern y sus limitaciones, y por otro la influencia de la revolución china.

Ideológicamente, el PCA se movió entre dos fuerzas: por un lado la influencia de la Komintern y sus limitaciones, y por otro la influencia de la revolución china

La guerra de guerrillas se intensificó, acercando a una mayor parte de la población, aumentando la capacidad operativa de las fuerzas revolucionarias. La situación daría un vuelco en septiembre de 1943, con la capitulación de la Italia fascista. El 18 de noviembre de 1944 se liberaría Tirana, y un par de semanas después Shkodra, la última ciudad en manos nazis.

Una reforma agraria basada en la expropiación de los terratenientes, la socialización de las industrias y creación de granjas de explotación colectivas fueron las primeras medidas de la joven República Popular Socialista de Albania.

RESISTENCIA Y LIBERACIÓN NACIONAL EN VIETNAM

Tras la Primera Guerra Mundial, la burguesía nacional y pequeña burguesía vietnamita se mostraron totalmente incapaces de dirigir un movimiento de liberación nacional contra la ocupación colonialista francesa. Las fuerzas nacionalistas, dirigidas por Phan Boi Chau y Phan Chau Trinh, habían mostrado poco interés y capacidades en la liberación nacional, y no sería hasta 1930, con el nacimiento del Partido Comunista de Indochina (PCI) –el partido político de la clase obrera–, cuando comenzó a delimitarse el objetivo de la liberación nacional. Entre 1930 y 1931 estallarían dos insurrecciones por parte de campesinos y obreros contra el colonialismo francés, que cristalizarían en los sóviets de Nghe An y Ha Tinh. Estos serían brutalmente reprimidos por el ejército francés.

El joven Partido Comunista tuvo que galvanizarse para resistir las acometidas colonialistas, y se extendió entre la población obrera y campesina. Siguiendo las nuevas directrices frentepopulistas de la Komintern, el PCI presentaría la línea del Frente Democrático, apelando a objetivos menos ambiciosos como la libertad de prensa y de reunión, y la amnistía para presos políticos, a la unidad interclasista que también incluyera a los franceses progresistas que residieran en Indochina, o la flexibilidad con la pequeña burguesía para atraerla al partido.

Cuando estalló la II Guerra Mundial, las condiciones estaban ”maduras“ para que los comunistas pudieran dirigir la lucha por la independencia: una fuerza móvil y acostumbrada a resistir la represión, la aniquilación de su competidor el Partido Nacionalista (VNQDD) por parte de los franceses, y el ejemplo del Frente Democrático Nacional en China (con la caída de Francia en manos del ejército nazi, Japón ocupará Indochina, por lo que el PCCh y el PCI tendrán el mismo enemigo).

Como afirma Lacouture en su biografía, Ho Chi Minh constantemente tenía en mente dos ideas leninistas-clausewitzianas-maoístas, sobre las que volvía una y otra vez: la noción del “momento favorable” y el concepto de “enemigo principal”. No es difícil pensar en estas dos ideas cuando Ho, en 1941, mientras Estados Unidos estaba entrando en la guerra, decide entrar en Vietnam desde China y fundar el Viet-minh, la Liga para la Independencia de Vietnam. Tras una estancia en prisión, volvería a mostrar una gran audacia para elegir el “momento favorable” cuando, en 1945, aprovechó la coyuntura del desarme de los franceses por parte de los japoneses, la correlación de fuerzas mundial y la capitulación de Japón ante los Aliados para lanzar la ofensiva estratégica en forma de insurrección general y declarar la independencia. Se trató de una insurrección relativamente tranquila, sostenida sobre los cinco años de largo esfuerzo y resistencia antifascista que habían convertido a los comunistas y al Viet-minh en la fuerza dirigente de la liberación. En marzo de 1946, el Estado francés se vería obligado a reconocer Vietnam como un “Estado libre”, pero este reconocimiento era papel mojado, fruto de la debilidad de Francia después de que su ejército fuera diezmado en la guerra. No tardó ni un año en declarar la guerra nuevamente al Viet-Minh en diciembre, bombardeando Haiphong.

Ho Chi Minh constantemente tenía en mente dos ideas leninistas-clausewitzianas-maoístas, sobre las que volvía una y otra vez: la noción del “momento favorable” y el concepto de “enemigo principal”

Aquí brilló, por mérito propio, el nombre de uno de los más lúcidos estrategas de toda la historia del comunismo, el del comandante en jefe del ejército popular Võ Nguyên Giáp. Entendió desde el principio que Francia necesitaba una victoria relativamente rápida, y por ello planteó una estrategia defensiva, de estancamiento y desgaste. La clave para llegar al equilibrio de fuerzas era hacer que la carga de la guerra fuera insoportable para Francia, para asegurarse de que la burguesía francesa decidiese que no merecía la pena continuar. Y, después de llegar a ese equilibrio, plantear la ofensiva estratégica y el paso a una guerra de aniquilación. En palabras de T. Derbent:

“Una guerra de liberación nacional puede alcanzar sus fines sin lograr una victoria militar decisiva; basta simplemente que gane ascendencia política sobre el poder opresor, haciendo que este sienta que no puede ganar la guerra, que el precio de la misma resulta insoportable para sus dirigentes o para la opinión pública […] La guerra de Vietnam tuvo un doble carácter: liberación nacional […] y una verdadera victoria militar, una batalla (o campaña) de aniquilación”.

En sus Instrucciones en una conferencia sobre guerra de guerrillas (1952), Ho Chi Minh afirmaría:

“El objetivo de la guerra de guerrillas no es combatir batallas a gran escala, sino morder al enemigo, hostigarle de tal modo que no pueda ni comer ni dormir en paz, no darle respiro, agotarle física y mentalmente y, finalmente, aniquilarlo.”

La estrategia de guerra prolongada permitía desarrollar las fuerzas y reunir más experiencia. Después del ataque sorpresa a los puestos de Phu Tong Hoa, de una victoria en Cao Bang y una dolorosa derrota en Vinh Yen provocada por las nuevas armas de aniquilación como el napalm, las fuerzas comunistas lograron sobreponerse.

En mayo de 1954, Giáp aceptaría finalmente el pulso que Francia llevaba años echándole, en la batalla definitiva en Dien Bien Phú. Las fuerzas coloniales francesas no entendieron que, precisamente por no haber rehuido el choque, eran los vietnamitas quienes llevaban el peso de la ofensiva en este momento, que las condiciones habían cambiado y que el momento de equilibrio estratégico estaba superado. Giáp describiría la batalla como “un ataque y un avance más lentos, pero más seguros [...] debemos atacar para vencer, atacar solo cuando tengamos la certeza de la victoria”. Los franceses, atrincherados y seguros de poder resistir cualquier asalto, se tuvieron que enfrentar a 55 días de asedio hasta que finalmente fueron derrotados. Un ejército formado por un pueblo que había sufrido décadas de agresión colonialista, con una economía agrícola relativamente primitiva y recursos muy limitados, había logrado poner en jaque y derrotar al ejército de una de las grandes potencias, sostenido sobre una inmensa industria bélica de alta tecnología y las más modernas armas de aniquilación. Y no sería la única vez en la historia de Vietnam en la que esto iba a ocurrir.

Las fuerzas coloniales francesas no entendieron que, precisamente por no haber rehuido el choque, eran los vietnamitas quienes llevaban el peso de la ofensiva en este momento, que las condiciones habían cambiado y que el momento de equilibrio estratégico estaba superado

En julio, mientras los comunistas implementaban una política de reforma agraria y distribución de la tierra para consolidar la revolución, los imperialistas dividirían Vietnam a lo largo del paralelo 17º tras el Tratado de Ginebra. El norte sería para el nuevo Gobierno revolucionario y el sur quedaría bajo la influencia de la antigua potencia colonial, convirtiéndose en dependiente militar y políticamente de Estados Unidos y con Ngo Dinh Diem como jefe del Gobierno títere.

La negativa del sur a convocar las elecciones propuestas para decidir sobre la reunificación y las campañas de terror desatadas contra comunistas provocaron el primer movimiento de resistencia en el sur, que se cristalizaría en el levantamiento dirigido por el Vietcong (Frente Nacional de Liberación de Vietnam del Sur) en 1959. Ho Chi Minh resaltaría la necesidad de apoyarlos desde el norte y de luchar por la reunificación.

En Vietnam, el ejército más poderoso del mundo tendría enfrente, nuevamente, a unos combatientes dispuestos a “luchar durante mil años” si fuera necesario

La Guerra de Vietnam, o Segunda Guerra de Indochina, duraría dos décadas y sería una de las más violentas del siglo XX. Estados Unidos llegaría a lanzar unos 7,5 millones de toneladas de bombas sobre Indochina, en una superficie de unos 500.000 km2, lo que superó con creces la masa de bombas lanzadas en la IIGM por ambos bandos. El ejército más poderoso del mundo tendría enfrente, nuevamente, a unos combatientes dispuestos a “luchar durante mil años” si fuera necesario, con una profunda implantación entre las masas pobres y dispuestos a seguir, nuevamente, una campaña de resistencia por todos los medios posibles. Comenzó a circular entre el pueblo la metáfora de la lucha entre un elefante y un tigre. Si el tigre busca un enfrentamiento directo será aplastado, pero si sigue la estrategia de atacar y esconderse, el elefante morirá desangrado. La idea clausewitziana de “guerra pequeña” y el dominio de la transición de las fases de la guerra fueron claves para la resolución del conflicto armado. Nos gustaría resaltar algunos aspectos:

Primero, la necesidad de que la guerra sea popular, es decir, esté sostenida sobre el pueblo, especialmente por sus capas más oprimidas. Sin implantación entre las masas, una guerra de guerrillas como la librada por el Vietcong y el Ejército Popular estaría condenada al fracaso. Segundo, el no ceñirse a un plan establecido de antemano: tanto Giáp como el Vietcong pondrían en práctica una extrema flexibilidad entre las formas de organización, maniobra y combate, persiguiendo y amplificando ofensivas que salían victoriosas o poniendo fin a ofensivas que se estancaban. Este dominio de la “dialéctica entre lo defensivo y lo ofensivo” también tuvo sus limitaciones que costaron muchas bajas, como durante la batalla en el valle de la Drang, donde la fuerza militar aérea estadounidense fue letal.

La vuelta a la estrategia defensiva activa, según T. Derbent, “permitió transformar los pequeños avances cuantitativos del Ejército Popular en un cambio global de la correlación de fuerzas”, y convertir derrotas como el sitio de Khe Sanh o la ofensiva del Tet en victorias morales, al demostrar que las derrotas no habían debilitado a las fuerzas comunistas, sino que las habían hecho crecer y resistir con más entusiasmo y determinación contra la barbarie y el Agente Naranja. Además, el hecho que analizamos antes, es decir, el hacer inasumible la guerra para el país invasor, también jugaría un papel fundamental.

En 1972, las fuerzas revolucionarias estaban en disposición de plantear la batalla decisiva, la ofensiva estratégica general, con la Ofensiva de Pascua. Tres frentes simultáneos de la mayor parte del ejército norvietnamita desataron el caos en Vietnam del Sur, y aunque no lograron derribar el régimen títere, sí minaron absolutamente la moral de las tropas survietnamitas y estadounidenses. Tres años después, en 1975, la Ofensiva de Primavera terminaría con la toma de Saigón, la evacuación y retirada de Estados Unidos, y la ansiada reunificación.

EPÍLOGO

Una de las lecciones importantes que, como comunistas, podemos extraer de este condensado recorrido por alguna de las estrategias militares proletarias es la necesidad de perfeccionar los mecanismos de lucha, la importancia de la caracterización de las fases de la guerra, y la flexibilidad para adoptar determinadas formas de lucha. Y, por supuesto, como colofón a todo, el carácter popular de la guerra: cualquier revolución está destinada a la derrota si no cuenta no solo con el apoyo de las masas, sino también con su trabajo efectivo. El ejército debe fundirse con las masas.

Cualquier revolución está destinada a la derrota si no cuenta no solo con el apoyo de las masas, sino también con su trabajo efectivo

La forma de la insurrección tuvo éxito en las experiencias de París y Rusia, debido en parte al carácter imperialista de las potencias, y en parte a la extrema debilidad del Gobierno del Estado. Lenin, en El imperialismo, fase superior del capitalismo, plantearía esto con su concepto del “eslabón más débil de la cadena del imperialismo”.

En cambio, en experiencias posteriores, contra ejércitos infinitamente más temibles, el insurreccionalismo tuvo que ser sustituido por la guerra popular prolongada, donde el aspecto estratégico de la defensa activa es predominante. A través de la implantación entre las masas, el trabajo político y el desenmascaramiento del enemigo, se fueron ganando las fuerzas morales de la revolución y minando las de la contrarrevolución. Si lo pensamos, es curioso cómo podemos analizar la guerra popular prolongada como una Ermattungsstrategie no kautskiana. Como vimos, Kautsky entendía esta estrategia de desgaste y acumulación de fuerzas como coartada para prolongar el momento del asalto (ofensiva estratégica) ad eternum (y, en el camino, asegurarse de conseguir beneficios personales del parlamentarismo). En cambio, la guerra popular prolongada sí tiene en cuenta en todo el proceso el momento de asalto, su defensa es activa y sí sirve para construir las condiciones de la batalla decisiva y la victoria final.

La guerra popular prolongada sí tiene en cuenta en todo el proceso el momento de asalto, su defensa es activa y sí sirve para construir las condiciones de la batalla decisiva y la victoria final

Y para ello, los análisis de Clausewitz se tornan especialmente relevantes, no para sacarlo a relucir como argumento de autoridad ni para aplicar mecánicamente sus ideas, sino para hacer un “uso crítico, pero metódico, del arte militar burgués: el carácter popular y proletario de la guerra revolucionaria no invalidó todas sus propuestas, sino que permitió ir más allá de lo que las limitaba y sentar las bases de una ciencia y un arte de la guerra proletarios de nuevo tipo”, según T. Derbert.

En Thomas Müntzer, teólogo de la revolución, Bloch cuenta que, cuando los campesinos liderados por Müntzer volvían a sus casas después de su derrota en su guerra contra los príncipes en 1525, volvían cantando una canción que decía “nuestros hijos se batirán mejor que nosotros”. Incluso en la derrota reciente, solo podían pensar en la posibilidad de la victoria en un futuro. Aprender de las experiencias revolucionarias de nuestro pasado y dedicar tiempo y fuerzas a pensar sobre cuestiones estratégicas es imprescindible para estar a la altura, para conseguir batirnos mejor en la guerra de clases..

REFERENCIAS

CLAUSEWITZ, Carl von, De la guerra, Madrid: La esfera de los libros, 2005.

DERBENT, T., Clausewitz y la guerra popular, Madrid: Dos Cuadrados, 2024.

MARX, ENGELS, LENIN, STALIN, TROTSKY, MAO, CHE, Lucha de guerrillas, Gijón: Júcar, 1979.

NEUBERG, A. La insurrección armada, Euskal Herria: Boltxe, 2023

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