Tras una intensa campaña marcada por el viraje derechista de la conversación pública alemana, la intervención directa del Estado norteamericano (Musk en X, Vance en Múnich), un gobierno saliente enormemente impopular, como han expresado las urnas y una recesión técnica de dos años, la extrema derecha de AfD se va a quedar en el 20%. Die Linke ha arrasado entre la juventud, sorprende con un casi 9% y asalta la capital berlinesa por primera vez en su historia. Los verdes retroceden, pero mantienen el tipo. La CDU/CSU ha obtenido el segundo peor resultado de su historia, a pesar de haber ganado las elecciones. La rojiparda Wagenknecht se quedará fuera del parlamento y Lindner, el líder de los liberales de FDP, cumplirá con su promesa y dimitirá tras no haber alcanzado el 5%. El próximo Canciller de Alemania se ha reafirmado en la idea de que AfD no gobernará bajo ningún concepto.
Esta forma de analizar las cosas está atravesada por el malmenorismo en el que liberales, conservadores, socialdemócratas, verdes y ex-comunistas se encuentran de forma cada vez más frecuente. Es lógico y comprensible que la CDU/CSU celebre no tener que depender de la extrema derecha para gobernar. Un gobierno de coalición con un SPD en horas bajas –han obtenido su peor resultado desde 1887– es el escenario ideal para la oligarquía alemana. Según la Agencia Estatal de Empleo de Alemania, el país necesitará unos 400.000 trabajadores extranjeros al año durante la próxima década y Alemania ya no es capaz de producir ni retener la mano de obra que necesita. La plataforma Defendemos los valores, compuesta por directivos de Volkswagen, BMW, BASF, Allianz, Deutsche Bank, ThyssenKrupp o Mercedes-Benz, volvió a manifestar antes de las elecciones su rechazo a AfD, dejando bien a las claras que los dos pilares del programa de Widel, “remigración” y Dexit, son incompatibes con la acumulación de capital en Alemania. La noche del día de las elecciones (23 de febrero), los resultados se celebraron en Berlín, pero sobre todo en Frankfurt, sede del BCE, y en Bruselas, donde los burócratas de la Comisión Von der Leyen II sonrió al saber que el nuevo representante alemán sería Merz y no Scholz, líder de la fracción pro-china del partido-hermano del Kremlin durante los últimos 30 años –y quien ya ha anunciado que no participará ni en las negociaciones, ni en la futura coalición. Las declaraciones de Merz despejan cualquier duda: “Mi absoluta prioridad será fortalecer Europa lo más rápido posible para, paso a paso, lograr la independencia de Estados Unidos”. La oligarquía alemana, líder del bloque político europeo, está de enhorabuena.
Pero resulta incomprensible –cuando no, rozante de lo ridículo– que la izquierda europea haya salido en bloque a celebrar los resultados de Die Linke, tras un 9% que deja a la izquierda alemana en la insignificancia. El nuevo parlamento alemán es el más derechizado desde la Segunda Guerra Mundial. La extrema derecha ha doblado sus votos y es la opción preferencial, con diferencia, entre los votantes que se reconocen como obreros. La fracción tecnológica del capital norteamericano, punta de lanza de la ofensiva reaccionaria global, ha conseguido un fiel representante en el corazón económico del capitalismo europeo. El conjunto del arco parlamentario –o Partido del Orden– constituye un frente común en el apoyo al genocidio sionista practicado por Israel contra el pueblo palestino. Y el militarismo es un pilar incuestionable para cualquier programa de gobierno que aspire a liderar el Estado.
El conjunto del arco parlamentario –o Partido del Orden– constituye un frente común en el apoyo al genocidio sionista practicado por Israel contra el pueblo palestino. Y el militarismo es un pilar incuestionable para cualquier programa de gobierno que aspire a liderar el Estado
Varias fuentes de AfD informaron al Financial Times diez días antes de las elecciones que las miras estaban puestas en 2029. Conscientes de que el enorme apoyo recibido en las urnas no sería suficiente, los dirigentes de AfD explicaban al periódico británico que se inspiraban en la estrategia Herbert Kickl. El líder del partido de extrema derecha FPO ha ganado las elecciones tras años de gobiernos de coalición entre socialdemócratas y democristianos. Kickl será finalmente mandado a la oposición tras el casi seguro tripartito entre liberales, socialdemócratas y democristianos, pero no debemos olvidar que, tras los resultados, estos últimos mostraron su disposición de formar gobierno con la formación ultraderechista. Esa es la estrategia de Weidel y AfD: erigirse como única fuerza de oposición, capturar el descontento de las masas y obligar a los partidos tradicionales a pactar. La suya es una larga marcha hacia el poder.
La participación electoral ha sido la más alta de la historia de Alemania desde la reunificación, lo que denota un interés creciente entre la población alemana por las cuestiones políticas. Pero ninguna fuerza política representaba este 23 de febrero los intereses del proletariado residente en Alemania. Todos los partidos han asumido la posición oligárquica en torno a los grandes asuntos de Estado como el apoyo a Israel, la posición imperialista de Alemania, la militarización de las fronteras, el carácter explotador del modelo económico, el retroceso de las condiciones de vida de los trabajadores, los minijobs, la devaluación salarial, el parasitismo rentista de los fondos de inversión, la brutal represión policial que sufre la contestación política, el desmedido y corrupto poder que tiene la oligarquía industrial alemana en la dirección del Estado o la salida capitalista a la crisis de rama industrial que atraviesa el país.
El proletariado ha sido, una vez más, el gran ausente en estas elecciones. Ningún programa se proponía acabar con la esencia antidemocrática del Estado alemán, ni con el régimen de explotación laboral que blinda, ni con el militarismo rampante que despega en Europa. Ninguna fuerza política aspiraba a organizar a los trabajadores en un partido propio e independiente, alejado de las camarillas burocráticas de la política profesional, con capacidad para consensuar democráticamente un programa de gobierno por y para la mayoría. Nadie de entre los integrantes del Partido del Orden, siempre cegados por las anteojeras del nacionalismo, aspiraba a plantear una política de emancipación para el conjunto de la población, mucho más allá de las fronteras nacionales de la oligarquía.
El proletariado ha sido, una vez más, el gran ausente en estas elecciones. Ningún programa se proponía acabar con la esencia antidemocrática del Estado alemán, ni con el régimen de explotación laboral que blinda, ni con el militarismo rampante que despega en Europa
Pero el espíritu no puede decaer. La amenaza de un gobierno de extrema derecha debe servir para impulsar enérgicamente la construcción de una verdadera alternativa socialista al poder del dinero y la represión. Una alternativa a todos y cada uno de los partidos que, con sus diferencias, apuestan porque la vida del trabajador quede reducida a la sumisión económica y la obediencia política. Una alternativa con capacidad para que los trabajadores, también con sus diferencias, encuentren un espacio de trabajo conjunto y eficaz para organizar los cambios que esta sociedad pide a gritos. El reto que enfrenta el proletariado europeo es enorme. Los esfuerzos que tendrá que hacer para avanzar políticamente serán titánicos y sus resultados se harán esperar. Pero nunca es tarde si la dicha es buena. La combinación de conciencia socialista y constancia ha demostrado en la historia que la revolución es posible.
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