Olaf Scholz utilizó la palabra Zeitenwende hasta cinco veces durante su discurso del 27 de febrero de 2022 ante el Bundestag. Tras casi tres días de preparación, el viejo halcón socialdemócrata se dirigió ante la nación y denunció con vehemencia y determinación la invasión rusa de Ucrania. Scholz prometió un verdadero Zeitenwende, un cambio de época en el que Alemania abandonaría el eje Berlín-Moscú y juraba lealtad incondicional a Washington y Bruselas. Por raro que pueda parecerles a aquellos que ven en rusos y occidentales buenos y malos, malos y buenos, las relaciones entre estos han sido más que estrechas hasta hace relativamente poco. Incluso en el caso de Estados Unidos. Pero especialmente en el de Alemania. La relación ruso-occidental es uno de los ejemplos más palmarios del oportunismo que reina en el mundo de la geopolítica.
En el mercado mundial, las relaciones de amistad son tan fuertes como los intereses económicos que las sostienen. La idea de que la geopolítica es el terreno en el que los intereses netamente políticos de los Estados, sea cual fuere su escala geográfica, se dirimen de forma autónoma no es más que otra de las formas fetichistas de abordar la realidad que tiene la conciencia capitalista. La realidad es que no hay mayor fraude para el análisis internacional que escindir economía y política. La preponderancia de los intereses económicos sobre los políticos a la hora de estructurar la realidad es una de las piedras angulares del método marxista y la concepción materialista de la historia. Si en el terreno de la política internacional gobierna el oportunismo es precisamente por esto. Los conflictos internacionales entre potencias, así como las alianzas y asociaciones, se explican por los intereses económicos de las oligarquías a las que representan. Desde este punto de vista, en ausencia de Estados socialistas, la idea de bloques antiimperialistas no tiene sentido. En lo esencial, todas las potencias económicas son igualmente capitalistas. La divergencia en la forma en la que se manifiesta esta esencia capitalista está mediada por aspectos culturales, religiosos, demográficos, climáticos, orográficos e históricos que, claro está, sólo considerados en conjunto hacen inteligible la inserción en la división internacional del trabajo de cada potencia.
Los conflictos internacionales entre potencias, así como las alianzas y asociaciones, se explican por los intereses económicos de las oligarquías a las que representan. Desde este punto de vista, en ausencia de Estados socialistas, la idea de bloques antiimperialistas no tiene sentido
Pero lo fundamental es entender que lo que guía la acción de las potencias capitalistas es la promoción de los procesos nacionales de acumulación, lo que se traduce en el interés económico de los grupos oligárquicos a los que representan y nada más. La justicia, la fraternidad y el progreso que podemos encontrar en este mundo son obra y consecuencia, por lo general, de la acción política revolucionaria de los trabajadores. El oportunismo es, por lo tanto, la forma natural en la que se relacionan las potencias capitalistas.
Es vital tener esta idea presente porque todo lo que depende de los intereses económicos de la burguesía es tan frágil como la lealtad de Bruto a Julio César. Para la oligarquía, sea de la nación que sea, el amigo de hoy puede ser el enemigo de mañana. La política fiscal de Biden busca arrebatar producción industrial a sus socios europeos. La retirada rusa de Siria y el abandono de Irán dejaron al pueblo trabajador sirio a merced de un gobierno terrorista, que ahora es atacado por la misma Israel con la que compartía intereses militares hasta anteayer. La China del socialismo 2050 es el segundo socio comercial del monstruo sionista. El antifascista Sánchez saluda públicamente al gobierno de extrema derecha de Trump, quien antes de ser investido ya ha amenazado con anexionarse Canadá. Al anticomunista Milei no le quedó más remedio que reconstruir lazos con Pekín y, como veremos, no es casualidad que Angela Merkel haya hablado un perfecto ruso hasta la vejez.
Alemania se fraguó bajo el mandato del temeroso y temible Bismarck y su lucha contra el socialismo. Las trincheras y el ruido del Mauser 98 la sepultaron durante la Gran Guerra y la revolución. Sus clases propietarias se lanzaron a los brazos de la barbarie nazi. Resurgió dividida de las cenizas y se unificó tras la caída del muro. Desde entonces, el llamado milagro económico alemán pareció prometer estabilidad a un pueblo arrasado por la historia, pero hoy atendemos a un nuevo Zeitenwende. Aunque no exactamente en el sentido de Scholz.
En tanto que potencia capitalista, el oportunismo es el elemento clave para entender la historia reciente de Alemania. Comenzando por el propio canciller Scholz, quien abandonó rápidamente la solemnidad del discurso pro-atlantista del 27 de febrero, en el que habló de un momento de aparente trascendencia histórica, un Zeitenwende, que fijaba a Alemania como baluarte de la civilización, los valores y los intereses occidentales. Tan sólo un año después, Alemania fue el único país de la Unión Europea que votó contra la aplicación de aranceles a la oligarquía china.
Un Zeitenwende de corta duración que se entiende rápidamente al ver las cuentas de resultados de la automovilísticas alemanas. Volkswagen es el principal empleador europeo en China y vende más de un tercio de su producción en el país, por lo que la relación diplomática chino-alemana es probablemente la ventaja competitiva más importante del grupo. Además, los aranceles provocan que sus exportaciones desde China se encarezcan, como ejemplifica la venta a pérdidas que van a tener que asumir de su nuevo SUV eléctrico Tavascan. La situación para BMW o Mercedes, en mayor o menor intensidad y con algunos matices diferentes, es esencialmente la misma. El mercado más importante para los productores alemanes es China, no Alemania. China es territorio de ventas, espacio de producción y proveedor de tecnología. Por eso, Olaf Scholz, que lidera la fracción pro-China del SPD, es y ha sido un gobernante tan útil para la oligarquía alemana, que lo bendijo desde los tiempos de la alcaldía de Hamburgo y lo promocionó hasta la cancillería.
De hecho, acompañado por los oligarcas industriales más importantes de la región, Shanghái y Pekín fueron de las primerísimas visitas de Scholz tras la victoria en Hamburgo en 2011. Cuando el alcalde de Hamburgo viaja a China es recibido por el viceprimer ministro, el viceministro de Asuntos Exteriores y el jefe del departamento internacional del Comité Central del Partido Comunista. Todo ello ha obligado a Scholz a maniobrar como oportunista profesional y equilibrar la posición de una Alemania políticamente occidental, pero productivamente oriental. He ahí el verdadero Zeitenwende: el capitalismo alemán se está topando con sus propios límites internos, que no son sino los límites de la globalización neoliberal. La contradicción entre los intereses económicos de la oligarquía alemana y las alianzas políticas (UE, OTAN) de las que se beneficia el Estado alemán constituye el gran reto de época que atraviesa el gigante industrial.
La contradicción entre los intereses económicos de la oligarquía alemana y las alianzas políticas (UE, OTAN) de las que se beneficia el Estado alemán constituye el gran reto de época que atraviesa el gigante industrial
Pero Scholz, en realidad, sólo es un engranaje más en la dinámica oportunista que marca el ritmo de la Alemania contemporánea. Nuestra tarea en este artículo es desvelar cómo el llamado milagro económico alemán combina un modelo industrial que se agota por la competencia económica internacional con un oportunismo político que salta por los aires tras la invasión rusa de Ucrania.
EL MILAGRO ECONÓMICO ALEMÁN
El milagro económico alemán tiene su origen en la Alemania de posguerra, especialmente en el capitalismo ordoliberal que toma forma política en la República Federal de Alemania bajo el mando de Konrad Adenauer. Adenauer, además de ser uno de los padres fundadores de la Unión Europea, trató de diseñar un entorno institucional propicio para el resurgimiento de Alemania como potencia mundial y aprovechó inteligentemente el momento histórico que enfrentaba la oligarquía alemana. En un contexto de ocupación extranjera y decadencia en Alemania, los franceses Monnet y Schuman lideraban el incipiente proceso de integración europea. La CECA sirvió para que ambas oligarquías, que constituían las principales fuerzas económicas del continente, firmaran la pax económica en el sector siderúrgico, donde Alemania era claramente más competitiva y que guardaba una estrecha relación con las posibilidades de remilitarización autónoma de los germanos. A cambio, una Alemania Occidental destrozada por la guerra y, recordemos, con el comunismo organizado al otro lado de la frontera, accedía a un mercado estable, cooperativo y perfectamente inundable de productos made in Germany. El proceso de integración europeo aparece para Alemania Occidental como salvaguarda económica (junto al Plan Marshall, del cual fue el principal beneficiario) y político-militar, pues profundizaba en el proceso de reconocimiento internacional de la RFA frente a la RDA y le aproximaba a la “normalidad otanista” a la que aspiraba Adenauer –prerrequisito para lograr la desmilitarización extranjera del país, dicho sea de paso–.
A pesar de que el nazismo supuso una fuga científica sin precedentes en la historia de Alemania, los sectores de la mecánica y la química, altamente promocionados por el régimen por razones evidentes, experimentaron un fuerte crecimiento. La oligarquía organizada en torno a BASF, Bayer o Hoechst colaboró estrechamente con los campeones del modelo industrial alemán como Mercedes, BMW o Volkswagen. Este último fue el productor automovilístico de referencia en la Alemania nazi. El peso y el poder de Volkswagen era tal en Alemania que producía hasta en territorio de la RDA. Poco a poco, Alemania Occidental fue encontrando un espacio en el mercado mundial, se convirtió en la potencia industrial líder en varios sectores, experimentó las tasas de crecimiento más altas de la historia germana y consolidó un modelo exportador exitoso.
Supondría un acto de revisionismo histórico desvincular el milagro económico alemán del retroceso político que implica el constitucionalismo liberal de posguerra, la integración de los cuadros nazis en el Estado alemán occidental o la ilegalización del comunismo. Recordemos que la falacia de que los excesos democráticos de la época de Weimar habían permitido el ascenso de Hitler al poder sirvió para justificar la creación de un marco constitucional menos democrático que la República de Weimar, entregando amplios poderes al ejecutivo y la judicatura en detrimento del parlamento, e instituyendo un modelo liberal militante donde la expresión y defensa públicas de ideas contrarías al régimen liberal-parlamentario burgués quedaba proscrito de facto. La clase capitalista alemana siempre combinó un discurso oportunista sobre la libertad con un ferviente anti-comunismo. Pero este, el del autoritarismo del Estado, es un tema que no abordaremos aquí.
Supondría un acto de revisionismo histórico desvincular el milagro económico alemán del retroceso político que implica el constitucionalismo liberal de posguerra, la integración de los cuadros nazis en el Estado alemán occidental o la ilegalización del comunismo
Ludwig Erhard fue ministro de economía de Adenauer hasta 1963, cuando se convirtió en canciller y siguió con la línea ordoliberal que promovía la CDU. De hecho, Erhard era la punta de lanza política de la Escuela de Friburgo, un grupo de economistas y juristas liderados por Walter Eucken que dieron forma teórica al ordoliberalismo. Se agruparon en torno a la Universidad de Friburgo durante la República de Weimar, pero tuvieron que exiliarse de Alemania por hacer oposición al terror nazi. El ordoliberalismo se asentó como ideología oficial de la clase dominante alemana y, por lo tanto, posteriormente en una de las corrientes de pensamiento más influyentes en el diseño institucional de la Unión Europea. El ordoliberalismo combina una defensa incuestionable del libre mercado con un fuerte marco legal que protege políticamente los derechos de la burguesía –o lo que se conoce como constitucionalismo económico–. Orientado hacia la competencia y la competitividad industrial, el ordoliberalismo mostraba diferencias respecto al liberalismo austríaco que inspiraron en los 70 y 80 los gobiernos de Reagan o Thatcher, de corte neoliberal y aniquiladores del marco redistributivo de posguerra. Este no es el caso del ordoliberalismo que, de hecho, fue compatible con la integración político-económica de amplias capas de la clase trabajadora durante la posguerra.
En relación con esto, la administración Erhard se vio obligada a conceder al movimiento obrero alemán una serie de derechos laborales que sentarían las bases del actual modelo sindical germano. El derecho de cogestión, que intercambiaba poder sindical corporativista por sometimiento a la forma política del Estado burgués, obligaba a que las empresas a partir de cierto tamaño tuvieran que aceptar representación sindical en los consejos de supervisión, con capacidad para contratar y despedir a los directores ejecutivos. El caso de Volkswagen es paradigmático. Las dos principales familias con poder en el consejo son los Porsche y los Piëch, descendientes de Ferdinand Porsche y su yerno Anton Piëch, quienes construyeron las plantas de Volkswagen para el régimen nazi. El vicepresidente del consejo es Jörg Hofmann, presidente del sindicato IG Metall, que comparte con la presidenta del Comité de Empresa, Daniela Carvallo, un asiento en el comité ejecutivo de la empresa. El Estado de Baja Sajonia también está representado en el comité de supervisión, así como el Emirato de Catar, que posee un 17%. A pesar de que a nivel global el neoliberalismo apostó por suprimir el modelo de gobernanza keynesiano, la orientación específicamente ordoliberal del capitalismo alemán sigue encontrando en la integración de Estado, Capital y burocracia sindical un resorte para sostener el poder de la oligarquía industrial. El oportunismo de las centrales sindicales del régimen es también un elemento clave del modelo que sustentó el milagro económico alemán.
La contrapartida macroeconómica de este sistema de gobernanza interclasista era una política fiscal y monetaria orientadas a la “estabilidad y el crecimiento”, que marcaría posteriormente el rumbo de la Unión Europea. La Ley del Bundesbank de 1957 concedió independencia al Banco Central Alemán (Bundesbank) e instauró el mandato de perseguir la estabilidad de precios a expensas de cualquier otro objetivo, dando forma al marco de gobernanza que asumiría Europa bajo el gobierno del Banco Central Europeo.
Otro de los elementos fundamentales para entender la dimensión oportunista del milagro económico alemán fue la política exterior de la RFA. La política hacia el este u Ostpolitik fue la política de acercamiento de la RFA hacia el Bloque del Este. Comúnmente se le atribuye al presidente Willy Brandt, que gobernó entre 1969 y 1974. Willy Brandt era la forma en la que se conocía a Herbert Ernst Karl Frahm en Alemania, quien adoptó forzosamente el alias para huir de la persecución nazi. Fue líder de las juventudes del SPD durante los años 30, partido al que retornó tras el fin de la guerra. A lo Scholz, fue alcalde de Berlín hasta el 66 y ministro de exteriores durante el gobierno del conservador Kurt Kissinger hasta el 69, cuando se convirtió en canciller de la RFA. A Brandt se le conoce como el padre de la Ostpolitik, que culminaría con la reunificación alemana y sentaría las bases para el problema de dependencia gasística de Rusia que abordaremos más tarde. Pero lo cierto es que la historia de colaboración con la esfera de influencia rusa se remonta a los mismos inicios de la república.
Ya en 1955, el canciller conservador Adenauer recibió en Bonn a Jrushchov con el objetivo de normalizar las relaciones diplomáticas entre la RFA y la Unión Soviética. El grado de oportunismo fue tal que el gobierno de Adenauer se saltó por completo la misma “doctrina Hallstein” que había asumido su administración. Walter Hallstein, quien más tarde sería el primer presidente de la Comisión Europea, fue el ministro de exteriores de Adenauer e impulsor de la doctrina que lleva su mismo apellido, por la cual la RFA se negaba categóricamente a establecer relaciones diplomáticas con aquellos estados que reconocieran a la RDA. La URSS era la única excepción. La razón a estas alturas es más que evidente. La relación comercial entre la RFA y la URSS anulaba cualquier idea de un verdadero antagonismo político entre soviéticos y occidentales. Tras los acuerdos de Adenauer, el comercio bilateral entró en pleno auge. Los ingentes recursos petrolíferos y gasísticos de los soviéticos sólo eran económicamente aprovechables si la oligarquía industrial alemana les vendía las tuberías de gran diámetro fabricadas en la RFA. Así nació el oleoducto más grande del mundo, Druzhba (amistad en ruso), que cimentaba la conexión entre Moscú y el resto de Europa.
La administración Kennedy consiguió imponer un embargo a las exportaciones de tuberías a la URSS en 1964. Pero, en 1969, Willy Brandt reabrió los acuerdos comerciales con el Este y en 1970 la URSS firmó un acuerdo histórico con la RFA que conectaría el gasoducto ruso Soyuz con el Estado de Baviera a través de la República Checa. El gas ruso empezó a inundar la industria y los hogares alemanes en 1973, tanto los de la RFA como los de la RDA. Al mismo tiempo y sin ningún tipo de preferencia entre occidentales y comunistas.
El gas ruso empezó a inundar la industria y los hogares alemanes en 1973, tanto los de la RFA como los de la RDA. Al mismo tiempo y sin ningún tipo de preferencia entre occidentales y comunistas
Es importante pararse a examinar este suceso histórico no solo porque constituyera el inicio de una relación vital para el milagro económico alemán, sino también porque, por un lado, desgasta la lectura tan extendida como simplista que adjudica a los EEUU el papel de director y controlador de todo lo que sucede en el bloque de poder occidental y, por otro lado, ilustra a la perfección cómo el oportunismo gobierna las relaciones internacionales. Los malvados estalinistas y los halcones imperialistas se transforman rápidamente en aliados y amigos en cuanto el interés económico prima sobre los principios políticos.
Paradojas de la historia, Willy Brandt, quien más esfuerzos hizo por orientar a la RFA hacia el Este, sentó las bases de la fracción prosoviética del SPD y dio los primeros pasos hacia la reunificación, tuvo que dimitir por culpa de la Stasi. Tras una intensa sucesión de dirigentes desatada tras el descontrol que supuso la sublevación obrera de 1953 en la RDA, la Stasi dio en la tecla con el nombramiento de Mielke. En colaboración con su jefe de servicios exteriores Markus Wolf, Mielke fue capaz de infiltrar agentes en el cuartel general de la OTAN, de donde obtuvo material durante más de veinte años,e infiltró al agente Günter Gillaume en el Gobierno de la RFA, lo que provocó la dimisión de Willy Brandt.
A Brandt le sucedió su ministro de defensa: Helmut Schmidt, quien gobernaría entre 1974 y 1982. Schimdt, también del SPD, navegó la crisis de 1973 y es recordado como el último presidente keynesiano de la RFA. Promovió intensamente junto a Francia la creación del Consejo Europeo en 1974, compuesto por los jefes de Estado que acudían a las reuniones de las tres comunidades europeas: la CECA, la CEE y la EURATOM. Impulsó la creación del hoy tan importante FEDER, que es un fondo común europeo para avanzar en la cohesión territorial. Fue uno de los fundadores del Sistema Monetario Europeo que precedería al euro, y bajo su mandato se celebraron las primeras elecciones al Parlamento Europeo. Su paso por la política contribuyó al milagro económico alemán en la medida en el que esté se benefició del proceso de integración europeo que impulsó.
Schmidt cayó en una moción de censura que dio el poder al conservador Helmut Kohl. El desempleo, las tensiones internacionales y, en general, los efectos de la crisis auparon a un Kohl que prometió enterrar las políticas anticíclicas y abrir paso a la reforma neoliberal. Pero si por algo fue recordado Kohl es por ser el presidente de la reunificación. Una de las claves para comprender la degradación de la economía socialista de la RDA fue la crisis de 1973. A pesar de que la URSS subvencionaba una parte del precio del petróleo que exportaba a la RDA, el apoyo soviético no fue suficiente para superar los efectos perniciosos del estancamiento del mercado mundial, y la república socialista quedó sumida en una espiral de deuda y dependencia que culminó en una fuerte crisis fiscal en la década de los ochenta. Los estándares de vida de la RDA empezaron a entrar en una clara contradicción con las capacidades exportadoras de la región y la competencia internacional, lo que comenzó a ser suplido con préstamos externos.
Los préstamos directos de la RFA no fueron la principal fuente de financiación, pero sí fueron clave sus garantías estatales. En 1983, el anticomunista y admirador de Pinochet Franz Josef Strauß, de la rama dura de la CDU/CSU y gobernador de Baviera, negoció con la RDA un préstamo de 1.000 millones de marcos. El préstamo fue financiado, entre otros, por el Deutsche Bank y el Dresdner Bank, para ayudar a salir a flote a la economía socialista y evitar su colapso, que no interesaba ni a los soviéticos, ni al Politburó de Erich Honecker, pero tampoco a la clase empresarial de la RFA. Una vez más, la libre empresa haciendo negocio con los déspotas comunistas –o la Alemania socialista pidiendo ayuda a los caciques capitalistas–. ¿Es o no es el oportunismo la forma natural en la que se relacionan las potencias?
Una vez más, la libre empresa haciendo negocio con los déspotas comunistas –o la Alemania socialista pidiendo ayuda a los caciques capitalistas–. ¿Es o no es el oportunismo la forma natural en la que se relacionan las potencias?
La situación se volvió definitivamente insostenible y el régimen de la RDA cayó. Kohl se convirtió en el líder de la naciente república capitalista unificada. El entonces presidente Bush negoció con Gorbachov la entrada inmediata de Alemania en la OTAN, en un momento de debilidad total de una URSS demacrada por el declive económico y cuya legitimidad institucional se encontraba totalmente lastrada. El Tratado 2+4 y los Diez Puntos presentados por Kohl dieron forma a un proceso de reunificación temido por la oligarquía británica y la francesa, que veían en el risorgimento alemán la amenaza de un competidor de primer nivel. Tanto Thatcher como Mitterrand se mostraron escépticos frente al proceso de unificación. Al presidente francés el imaginario popular la atribuye la cita –en otras ocasiones adjudicada al italiano Andreotti— que afirma “me gusta tanto Alemania que quiero que haya dos”. Sus temores, como veremos, estaban justificados.
La caída del muro y el colapso de la URSS tuvieron como corolario la conformación de una superpotencia industrial. Más tarde, la desaparición del bloque soviético abrió de par en par las puertas de Alemania al Consenso de Washington, bajo cuyo paraguas ideológico el tejido industrial oriental, tras un buen empujón de dinero público, fue regalado a precios irrisorios a la oligarquía triunfante. Si bien es cierto que el régimen de la RDA constituía un espacio de limitados derechos políticos y su pueblo (como el de la RFA) sufría las consecuencias del estancamiento económico, el nuevo Estado alemán se forjó mediante el sometimiento de las clases trabajadoras orientales al poder político y económico de la oligarquía occidental, hecho que a día de hoy se sigue expresando con virulencia en la brecha de voto o la desigualdad económica entre ambas regiones. Si la palabra anexión es injusta e imprecisa, la de liberación es cruda apología liberal.
Helmut Kohl gobernó hasta 1998. Durante su mandato no sólo se constituyó la forma política necesaria para la consolidación del milagro económico alemán, a saber, el Estado unificado, sino que se establecerían los medios fundacionales para su forma más perfeccionada: la Unión Europea. El tratado fundacional de la Unión Europea, o Tratado de Maastricht, incorporaba a los tratados de las tres comunidades anteriormente mencionadas otros dos de carácter político-jurídico: el PESC, que regula la política exterior; y el JAI, que regula los asuntos de interior y justicia. No profundizaremos aquí en el entramado institucional de la UE.
Durante el mandato de Helmut Kohl no sólo se constituyó la forma política necesaria para la consolidación del milagro económico alemán, a saber, el Estado unificado, sino que se establecerían los medios fundacionales para su forma más perfeccionada: la Unión Europea
Lo que aquí más nos interesa son dos cuestiones. Por un lado, que la conformación de la Unión Europea es el reconocimiento explícito y más desarrollado de que la competencia abierta entre países europeos es disfuncional para con las necesidades de la acumulación de capital en el continente. Esta es la idea de la UE como bloque imperialista. Por otro lado, que la aplicación del Tratado de Maastricht fue la asunción por parte de todos los Estados miembro y de las fracciones dominantes de las oligarquías europeas de la ideología ordoliberal. Esta es la idea de la UE como proyecto antiproletario.
La generalización de este marco de gobernanza fue todo un éxito para la oligarquía europea, pero especialmente para la alemana. El ordoliberalismo promociona lo que anteriormente hemos denominado como “constitucionalismo económico”, esto es, la idea de que la economía debe estar regida por normas frente a la discrecionalidad de la deliberación política. Es una forma muy sutil de limitar la ya limitada influencia de los espacios de participación política del Estado capitalista. La contención del déficit al 3% o de la deuda pública al 60% por razones técnicas son formas ideológicas de restringir la posibilidad de decidir sobre la política pública. Desde abajo, claro, pues cuando ha sido necesario el propio Estado alemán se ha saltado sus sagradas normas, en nuevo acto de descarado oportunismo.
La independencia del Banco Central, más que una forma ideológica o velada, es la afirmación clara y directa de que la intromisión del poder legislativo en los asuntos de política monetaria es sencillamente inasumible para la oligarquía europea. Pero las ventajas de la unión monetaria para Alemania van más allá. En julio de 2014, el FMI estimó que el tipo de cambio real de Alemania estaba “devaluado” entre un 5 y un 15%. Es una verdad asumida por todo el mundo en Frankfurt que el euro actúa como mecanismo de devaluación encubierta de las exportaciones alemanas e impide, mediante el régimen normativo ordoliberal, devaluar su moneda al resto de estados, que ahora comparten el euro como divisa común. De hecho, Alemania no logró ni un superávit por cuenta corriente en la década de los 90. Sin el euro, hubiera sido imposible entender que los rankings anuales de exportación jueguen un papel tan en importante en el orgullo nacional alemán contemporáneo.
El poder político que la existencia de la UE confiere al Estado alemán sobre el resto de los estados también es una de las razones por las que Alemania impulsó el proceso de integración. Además, el disciplinamiento fiscal de los socios cubría a la economía líder frente al riesgo de tener que rescatar al resto. Recordemos que Alemania es el Estado más poblado de la UE, así como su motor económico, con más del 20% del PIB del bloque. A pesar de que Alemania finalmente hubo de rescatar a otras economías, esto le permitió adquirir una posición de aún más poder en el espacio privado y burocrático de decisión que es la Unión Europea.
Por todo ello, la administración Kohl fue realmente provechosa para los intereses de la oligarquía alemana. Pero si hay algo que sucede durante su mandato y que impulsaría decisivamente el milagro económico alemán, fue la figura de Gerhard Schröder. Proveniente de una familia humilde, Schröder ingresó en las filas del SPD tras la renuncia definitiva del partido a los principios marxistas en el congreso de Godensberg De 1959. Concretamente, entró a las juventudes en 1963. No obstante, perteneció siempre a la línea más socialista de los Jusos e hizo una ferviente oposición interna a la gestión de Brandt y Schmidt, pertenecientes al ala más moderada. Fue un abogado comprometido con las causas antiatlantista y antinuclear, hasta el punto de que llegó a defender a un militante de la Baader-Meinhof. En 1978, se convirtió en el presidente federal de las juventudes y dos años después en diputado. Pasó diez años haciendo oposición a los conservadores en Baja Sajonia, hasta que en 1990 fue capaz de ganar las elecciones contra Ernst Albrecht, padre de Von der Leyen y aliado político de Kohl.
Durante la siguiente década, un cada vez más moderado Schröder giraría hacia el Neue Mitte, o Nuevo Centro, inspirado por la tercera vía de Clinton y Blair: un aparato ideológico que adaptaba el programa de la socialdemocracia keynesiana a la gobernanza neoliberal de la época, pero sin renunciar totalmente al cariz social necesario para diferenciarse del conservadurismo. En 1998, Schröder se convirtió en el primer candidato tras la guerra en ganar unas elecciones a la CDU. Gobernó hasta el año 2005.
De Schröder hay un sinfín de temas tan interesantes como controvertidos a abordar. Es, sin duda, una figura a estudiar detenidamente. En lo relativo al milagro económico alemán, hay dos elementos particularmente destacables. A pesar de que la corrupción ya había asediado a los gobiernos de Schmidt o Kohl –y de que es básicamente consustancial a la forma de Estado capitalista–, Schröder profundizó en una forma de gobernar especialmente fraudulenta. Lo relevante del asunto no es que instalara una nueva cultura política en el Estado alemán. Podría decirse tras el largo gobierno de Merkel que tal cosa no sucedió. Lo que marca la diferencia en su forma de hacer política es el fuerte impulso que adquiere la relación oligárquica entre rusos y alemanes, tan importante para entender el milagro económico alemán y el Zeitenwende que atraviesa.
Uno de los primeros movimientos de Schröder fue promover a Ferdinand Piëch como nuevo jefe de Volkswagen. Schröder, conocido como Autokanzler (canciller de los coches), ayudó a Piëch a evitar un fuerte varapalo legal frente a General Motors después de que Volkswagen contratara a un alto directivo de Opel que había sido acusado de violar secretos comerciales. Este es solo un ejemplo de cómo Schröder maniobró desde el Estado para tejer una red de políticos y oligarcas industriales que más tarde fueron decisivos en la aplicación de su política económica a escala nacional.
El aliado más importante de Schröder fue Frank-Walter Steinmeier, actual jefe de Estado de Alemania desde 2017. Otros políticos conocidos fueron Brigitte Zypries, ministra de Justicia y más tarde de Economía o Sigmar Gabriel, ministro de Economía y de Asuntos Exteriores, que más tarde se convertiría en líder del SPD. Otro miembro del tándem Schröder era el joven Lars Klingbeil, actual colíder del SPD. Olaf Scholz fue el Secretario General de Schröder, es decir, el segundo del partido, pero, como hemos dicho, siempre perteneció a la fracción pro-China. El grupo de amigos de Schröder también incluía a empresarios y altos funcionarios de empresas públicas, sobre las que influyó desde su gobierno por la vía de la intervención fiscal o la concesión crediticia. Como vemos, la sombra de Schröder sigue proyectándose sobre cada rincón de Alemania.
Las redes corporativas tejidas por Schröder conseguían que las mismas personas se sentaran en los consejos directivos de empresas como Ruhrgas, Volkswagen o Allianz, donde el gas ruso unía en perfecta sintonía a gasísticas, químicas, automovilísticas y financieras. El fuerte vínculo entre Rusia y Alemania llevó a Schröder a fusionar varias empresas para crear E.ON, el gran campeón nacional de la energía –proceso que sólo fue posible gracias a las puertas giratorias que colocaron a los supervisores de las normas de competencia en empresas del sector–. Más tarde, E.ON y BASF crearon junto a la empresa rusa Gazprom, un consorcio empresarial de indudable éxito. Su nombre era Nord Stream AG. La German Eastern Business Association o el propio Steinmeier son también actores clave para entender la alianza entre Rusia y Alemania. La imputación del cliché corrupto a la RDA o, en su versión más racista, a los países del sur de Europa, es sencillamente una broma de mal gusto.
Más tarde, E.ON y BASF crearon junto a la empresa rusa Gazprom, un consorcio empresarial de indudable éxito. Su nombre era Nord Stream AG
Lo importante, en cualquier caso, es entender cómo el gobierno de Schröder afianza el eje Berlín-Moscú –tan provechoso para la oligarquía industrial alemana– hasta tal punto que los posteriores gobiernos de Merkel no tendrán otra opción que mantener una estrechísima relación con la oligarquía rusa. Angela Merkel aprendió ruso durante su juventud en las escuelas de la RDA, donde era obligatorio estudiarlo. Asentarse como espía de la KGB en Dresde obligó a Vladimir Putin a aprender alemán. Pero estoy seguro de que las navidades de la familia Schröder en la casa personal de la familia Putin tienen mucho que ver con que Merkel y Putin hayan mantenido un nivel casi perfecto en el idioma del otro.
La segunda gran aportación de Schröder al milagro económico alemán fue la política laboral de los minijobs. Como parte de su Agenda 2010, un ambicioso paquete de reformas socioeconómicas para abaratar la mano de obra alemana –diseñado por un ejecutivo de la industria del automóvil, Peter Hartz (recordemos el mote de Autokanzler)–, Schröder instauró un sistema de empleos de baja remuneración con ingresos mensuales limitados a los 450 euros, exentos de pagar contribuciones completas a la seguridad social y al sistema de pensiones. Un supuesto modelo de ascensor social y corrector del desempleo que atrapó a los sectores más precarizados del proletariado alemán en una espiral de contratos basura y empobrecimiento. Schröder perdió el gobierno frente a Merkel las elecciones en 2005, se convirtió en el máximo responsable de la empresa Nord Stream AG y después en lobista del sector gasístico ruso.
Tras la llegada de Merkel, las relaciones comerciales entre Rusia y Alemania siguieron desarrollándose, a pesar de que Merkel tenía un enfoque más distanciado y escéptico que el de Steinmeier y Schröder. Como hemos visto, en el SPD había una fuerte correlación entre promover las relaciones exteriores con Rusia y trepar en la estructura interna del partido. Es más, el nexo industrial entre la oligarquía alemana y la oligarquía rusa era tan fuerte que terminó haciendo de la alianza política germano-rusa un elemento transversal a todos los partidos del orden en Alemania. Entre 2012 y 2022 el gas ruso importado pasó del 34,6% al 54,9%. Sin embargo, la anexión rusa de Crimea en 2014 comenzó a torpedear la alianza. Merkel propuso una batería de sanciones a Rusia, a las que se opusieron distintos actores de la Gran Coalición SPD-CDU/CSU y su entorno empresarial. Desde barones territoriales, tanto del SPD como de su propio partido, hasta la German Eastern Business Association, liderada en aquel momento por Eckhard Cordes, antiguo directivo de Mercedes. Una parte muy destacada del poder alemán se posicionó contra las sanciones. Por recoger una pequeña anécdota de lo fuerte que era ya la simbiosis entre la oligarquía alemana y la rusa, tras el anuncio de las sanciones, el vicecanciller Sigmar Gabriel, del SPD, viajó rápidamente a Rusia a oponerse públicamente a las sanciones de Merkel.
En cualquier caso, Merkel impulsó con determinación el enfoque business-first de la política exterior alemana. No sólo las sanciones a Rusia se mostraron posteriormente como una pantomima, como corroboran los datos de importaciones de gas, sino que también la inversión alemana en Rusia creció notablemente durante el periodo de sanciones. En 2013 era de 667 millones de euros, mientras que, tras la aplicación de las sanciones, por ejemplo, en 2016, fue de 1.075 millones. El discurso liberal antiruso de Merkel y el patriotismo antioccidental de Putin se disolvían en el palco del Veltins-Arena, en donde la publicidad de Gazprom bañando el estadio de un equipo de la cuenca del Ruhr como el Schalke 04 ejemplificaba a la perfección el oportunismo natural de las relaciones internacionales capitalistas. La relación de amistad perduró formalmente hasta la invasión rusa de Ucrania, pero acabó definitivamente tras el sabotaje de los gasoductos Nord Stream.
Pero si en algo contribuyeron diferencialmente las administraciones Merkel es en haber fortificado la relación con otro gran protagonista del milagro económico alemán: China. Nos acercamos al punto de partida del artículo. Además del Estado central, casi todas las regiones alemanas tienen agencias de desarrollo que estrechan las relaciones comerciales, productivas y financieras entre Alemania y China. Lo cierto es que el mismo Gerhard Schröder había impulsado con entusiasmo en 2001 la entrada de China en la Organización Mundial del Comercio, pero la década de los 2010 fue, sin duda, la etapa más próspera de la alianza Berlín-Pekín.
Merkel fue una de las grandes hacedoras de las relaciones políticas entre el Partido Comunista chino y el Estado alemán. Visitó China en 12 ocasiones durante su tiempo como canciller, un número notablemente alto en comparación con otros líderes europeos. Merkel trabajó con Xi para fortalecer lazos comerciales, hasta tal punto que, durante su mandato, China se convirtió en el principal socio comercial de Alemania. Ya hemos dicho que Scholz, su sucesor en 2021, no estaba en el grupo prorruso del SPD, pero sí en el grupo prochino, lo que marcó una línea continuista entre ambos. Los burócratas chinos trataron con enorme tacto y consideración a Scholz desde que era alcalde de Hamburgo. Veían en él, acertadamente, a un futuro canciller.
Merkel fue una de las grandes hacedoras de las relaciones políticas entre el Partido Comunista chino y el Estado alemán
En 2007, la opinión generalizada en Alemania, expresada por el presidente del Comité Asia-Pacífico de la Industria Alemana, era que China era una oportunidad, no una amenaza. Pero en 2019 la Unión Europea declaró a China “rival sistémico”. Veamos qué sucedió y qué implicaciones tiene para el Zeitenwende que afronta el milagro económico alemán.
Por el lado alemán, la intensa afinidad con la oligarquía china se explica por las consecuencias del enorme shock financiero que golpeó al mundo occidental entre 2008 y 2015. Fruto de la crisis de la eurozona, el valor del euro se desplomó, lo que supuso una devaluación nominal de las exportaciones y un fuerte impulso a su modelo económico. Además, en un contexto de crisis fiscal en el sur de Europa, el Estado germano se convirtió en un espacio de seguridad para los inversores y el bono alemán a diez años, el Bund, se consolidó como la referencia europea. Esto le permitió a China diversificar sus reservas dependientes de dólares y canalizar sus superávits financiando la deuda alemana. La política monetaria expansiva del BCE presionó a la baja los tipos –lo que impulsó aún más el crédito empresarial–, financió ampliamente al Estado alemán y salvó del colapso un sistema mercantil-financiero del que Alemania se beneficiaba enormemente. Todos los ingredientes estaban sobre la mesa: tipos de interés por los suelos, salarios competitivos, grandes superávits comerciales, un tipo de cambio devaluado y un Estado fuerte. La oligarquía alemana se encontró con un contexto idóneo para asociarse con los explotadores chinos.
Por el lado oriental, China suponía un espacio más que provechoso para reproducir a una escala mayor los dos pilares del milagro económico alemán: producir y exportar. El modelo de colaboración era el siguiente. China exigía a las empresas alemanas que compartieran el know-how industrial a cambio de permitir joint-ventures entre empresas alemanas y chinas. Producir y vender en uno de los espacios de consumo más amplios (y baratos) del planeta era una apuesta irrenunciable para los productores alemanes. No obstante, mientras Berlín dormía, China creaba una industria de la nada. Copió las técnicas industriales, detectó el vacío de mercado, desarrolló tecnología software, se posicionó como el gran productor de baterías y desbancó por completo a los productores alemanes. El coche eléctrico no es el coche de combustión con otras características, es otro producto tecnológicamente mucho más avanzado, con más prestaciones y, sobre todo, cuya producción es menos intensiva en mano de obra. Además, la oligarquía china invirtió en toda la cadena de suministro: desde tierras raras e imanes, pasando por el intento de acaparar el mercado mundial del litio, hasta el producto final. Paradójicamente, esto es lo que los alemanes hicieron tan bien con el coche de combustible en los años de posguerra. Dirigieron una cadena muy eficiente que integraba a los proveedores de componentes, las universidades y la red nacional de institutos de investigación en ingeniería aplicada.
La oligarquía china fue sentando las bases para la construcción de un modelo de exportaciones competitivo y tecnológicamente superior, mientras que la oligarquía alemana, rebosante de gas y mano de obra barata, no pudo ver más allá de la combustión. Así, Alemania ha quedado desplazada en el mercado chino de la automoción, que constituía su principal baluarte mercantil. Hoy ya no hay ni un solo coche alemán entre los diez primeros más vendidos en la república asiática. Esto se debe al avance tecnológico de China en la producción automovilística y a su ventaja competitiva en componentes de coches eléctricos, sí, pero también a factores estructurales del modelo económico chino.
La oligarquía china fue sentando las bases para la construcción de un modelo de exportaciones competitivo y tecnológicamente superior, mientras que la oligarquía alemana, rebosante de gas y mano de obra barata, no pudo ver más allá de la combustión
En China el peso del consumo es en términos relativos muy bajo en la economía, por lo que la demanda de bienes está ampliamente influenciada por el precio. Las tasas de ahorro de los trabajadores chinos son muy altas, ya que el sistema de seguridad social no cubre muchas de las necesidades sanitarias de los trabajadores, las pensiones no suelen ser suficientes y en general el nivel salarial es bajo. Lo que posibilita principalmente que China como espacio de producción mantenga ventajas competitivas frente a otros, esto es, la miseria económica del proletariado industrial ahora supone un problema para la oligarquía alemana. En primer lugar, porque al haber avanzado tecnológicamente, ahora los productores chinos también cuentan con la misma ventaja, por lo que esta desaparece. En segundo lugar, porque China ha ocupado los segmentos más baratos del mercado de la automoción, que son los que puede permitirse masivamente una clase trabajadora condenada a salarios bajos y desprotegida por el Estado.
Por si el caso de la automoción no fuera suficiente, en términos generales la relación comercial entre ambas potencias es desfavorable para Alemania. China es el principal comprador de bienes y servicios de Alemania (192.000 millones de euros), mientras que la república federal es su cuarto destino en exportaciones (107.000 millones de euros). Además, las pymes alemanas son enormemente dependientes de China. Alemania depende en productos de uso empresarial como electrónica, tierras raras (98%), paneles solares (87%), imanes, baterías y distintos productos químicos. Pero también en bienes de consumo como portátiles (80%) o teléfonos móviles (70%). Alemania se ha ido haciendo cada vez más dependiente de China que China de Alemania. Muchísimas compañías alemanas no tienen otra alternativa que seguir unidas a China.
La invasión de Ucrania y el sabotaje de los gasoductos Nord Stream obligaron a repensar la posición de Alemania en el orden capitalista internacional. Pero las sanciones de Estados Unidos a China supusieron un desafío mayor. A pesar de que la primera administración Trump ya había impuesto sanciones contra el sector tecnológico chino, Biden recogió el relevo y sancionó duramente a Huawei y SMIC. Alemania, cuya infraestructura de conectividad es pésima, dependía enormemente de la colaboración de Huawei para implementar el 5G y otras tecnologías imprescindibles para garantizar su posición de poder global. Sin embargo, el desafío es de carácter estructural, no exclusivamente tecnológico.
Las adquisiciones de gigantes industriales como Kuka o Aixtron por parte de grupos chinos generaron recelos en Berlín ya en 2016. Las maniobras de Xi para controlar cada vez más la información de las empresas alemanas en territorio chino comenzaron a preocupar seriamente al gobierno alemán. Hasta que en 2019 fue convencido por Macron para declarar a China, como decíamos, “rival sistémico”. No obstante, tan sólo un año después, la propia Merkel organizó la cumbre UE-China de Leipzig, para ejercer un contrapeso frente a la beligerancia europeísta. El marco de tarifas y sanciones hacia China es inasumible para Alemania, por todo lo que venimos explicando en el artículo, es decir, por la posición de Alemania en la división internacional del trabajo. A Merkel le sucedió exactamente lo mismo que a Scholz: presa de la dependencia económica con China, se vio forzada a recular la rivalidad política mostrada por su bloque.
Alemania ha estado en recesión durante los últimos dos años. En 2023, su PIB se contrajo un 0,3%, seguido de una disminución del 0,2% en 2024. Y así llegamos de nuevo al verdadero Zeitenwende que afronta el capitalismo alemán. Es cierto que otra potencia ha decidido aplicar su mismo modelo de crecimiento orientado a las exportaciones en un mundo en el que las balanzas comerciales juegan un papel de suma cero a nivel global. Pero, incluso en esta situación, China es un aliado económico de Alemania.
Si durante los próximos años se reajustara el equilibrio mercantil entre ambas potencias, China podría pasar de ser un problema a una solución. La oligarquía alemana mantendría la producción en China, cerraría las plantas alemanas que hiciera falta, abarcaría el segmento más caro del mercado de la automoción y concedería a los productores chinos las líneas más baratas. La cara B, claro, de la solución oligárquica son los despidos masivos, las bajadas salariales y la asunción de que el Estado debe destinar cada vez más dinero de las arcas públicas a reposicionar a la oligarquía alemana en el mercado internacional. Mi opinión es que intensificando la ofensiva económica contra el proletariado y restringiendo, si fuera necesario, aún más los derechos políticos de los alemanes, el milagro económico alemán podría sobrevivir.
La cara B, claro, de la solución oligárquica son los despidos masivos, las bajadas salariales y la asunción de que el Estado debe destinar cada vez más dinero de las arcas públicas a reposicionar a la oligarquía alemana en el mercado internacional
Sin embargo, el bloque político en el que Alemania, empezando por la parte occidental, quedó integrada desde 1945 está liderado por una potencia que ha declarado a China como enemiga estratégica número uno. Es cierto que en Europa la mayoría de las potencias mantienen una relación ambigua respecto a China que combina cooperación y rivalidad. También lo es que los Estados Unidos, además de un paraguas militar, constituyen un socio comercial de primer nivel. Pero la realidad es que, de un tiempo a esta parte, la divergencia de intereses entre norteamericanos y europeos –y sobre todo alemanes– se expresa de forma cada vez más clara.
Pero la realidad es que, de un tiempo a esta parte, la divergencia de intereses entre norteamericanos y europeos –y sobre todo alemanes– se expresa de forma cada vez más clara
Así lo ilustra la última declaración conjunta del Bundesbank y el Banque de France, cuyos gobernadores apuestan por reforzar el eje París-Berlín para abandonar “la senda de bajo crecimiento, baja productividad y escasa innovación de los últimos 30 años, que el informe Draghi califica de lenta agonía”, señalando que “evidentemente, la política económica estadounidense aumentará los retos”. Ambos rechazan la posibilidad del endeudamiento conjunto por ahora, pero apuntan a la necesidad de reforzar el mercado único y la unificación del mercado de capitales, como respuesta al declive económico europeo. En definitiva, se abre paso con cada vez más fuerza la idea de unos Estados Unidos de Europa.
Los dos pilares del capitalismo alemán, a saber, el dominio político de Occidente y colaboración económica de Oriente se debilitan poco a poco. Las zonas grises estratégicas que permitían a Alemania beneficiarse de ambos mundos ya no existen. La oligarquía alemana debe elegir en este Zeitenwende, en el que la tensión entre intereses económicos y fidelidad política es cada vez mayor.
PUBLICADO AQUÍ