FOTOGRAFÍA / Zoe Martikorena
Alex Fernández
2024/04/02

"Si detrás de nuestra actividad legal y parlamentaria no está la violencia de la clase obrera, siempre dispuesta a entrar en acción en el momento oportuno, la acción parlamentaria de la socialdemocracia se convierte en un pasatiempo tan espiritual como extraer agua con una espumadera" - Rosa Luxemburg

La teoría política ha sido siempre fecunda en metáforas organicistas. Especialmente en el caso del socialismo científico, cuyo punto de vista, decía Marx, “concibe el desarrollo de la formación económica social como un proceso histórico natural” [1]. No es de extrañar que el partido revolucionario de la clase trabajadora haya sido frecuentemente entendido como un organismo vivo que, como tal, se desarrolla bajo la amenaza de distintas enfermedades. Marx, Engels o Lenin identificaron en el “cretinismo” o en el “infantilismo izquierdista” enfermedades que podían lastrar el desarrollo del partido político de la clase obrera, en la medida en que corrompen la relación de este último con la que ha sido una de las principales formas de acción política desde el nacimiento de la sociedad moderna: el parlamentarismo. El objetivo de este artículo es, precisamente, delimitar conceptualmente el contenido y las diferencias entre las tres principales opciones que se presentan en este terreno: el oportunismo socialdemócrata del partido democrático de reformas y su “cretinismo parlamentario”, el izquierdismo anarquizante del partido blanquista y su “infantilismo”, el partido comunista de masas del bolchevismo y su “parlamentarismo revolucionario”. Estas son tres líneas políticas que sintetizan el transcurso de décadas de experiencia política y debate ideológico, de los que aquí se ofrecen sus principios y conclusiones más elementales.

ESTADO, DEMOCRACIA, PARLAMENTARISMO

En la postura ante el estado, que es el órgano político de la dominación del capital, está implícitamente contenida la postura de una tendencia política hacia la revolución. En la postura ante el estado se puede rastrear el abismo político que separa al comunismo del oportunismo, esto es, el antagonismo irreconciliable entre sus respectivos principios. A partir de este antagonismo, además, se puede derivar la actitud de cada una de estas dos tendencias ante la democracia como régimen político y su actitud ante el parlamentarismo como institución y forma de acción política. Siendo el objetivo del artículo comprender el enfrentamiento de posturas en este último terreno, es preciso aclarar las concepciones generales sobre el estado y la democracia sobre las que se sostienen.

En la postura ante el estado, que es el órgano político de la dominación del capital, está implícitamente contenida la postura de una tendencia política hacia la revolución

El estado capitalista moderno, que emerge sobre las espaldas de las monarquías absolutistas europeas, es un aparato de gobierno separado de la sociedad civil y elevado por encima de ella. Su único órgano imprescindible, aquel que lo define en su contraste con el resto de instituciones sociales, es el poder ejecutivo, que le confiere la capacidad de imponer su voluntad amparándose en última instancia en el ejercicio de la fuerza física. Según la formulación, reciclada de los textos de Marx y Engels, que ofrece Lenin en El estado y la revolución, el estado es fundamentalmente la burocracia que comanda un aparato especial de hombres armados. “Estado” y “máquina burocrático-militar” son, entonces, términos intercambiables [2]. Por burocracia debemos entender el sistema de organización formado por “personas privilegiadas, divorciadas de las masas, situadas por encima de las masas” [3]. En la cadena de mando burocrática las órdenes circulan de arriba hacia abajo sin que las razones que las respaldan estén sometidas a un proceso colectivo de deliberación; sin que los individuos u órganos colegiados que las emiten estén sujetos a elección, control y revocabilidad; sin que, en definitiva, los individuos sometidos a las decisiones de dicho aparato tengan opción de cuestionar la forma y el contenido de la voluntad a la que obedecen. La función de la burocracia es sostener el orden, la seguridad y la garantía del respeto a la propiedad privada.

La democracia, en su significado original, es el movimiento popular que empuja en la dirección inversa a la de la burocracia: su propósito es someter el poder arbitrario del gobierno a control y restricciones, de tal forma que aquel no pueda ser ejercido a capricho de los gobernantes. La democracia consiste, en otras palabras, en una fuerza política cuyo impulso circula de abajo hacia arriba. El derecho de asociación, de manifestación y de prensa pertenecen al campo de las libertades democráticas. También el sufragio universal o la representación de la voluntad expresada a través de este en un parlamento, que podrá emitir leyes que dictaminen los derechos y obligaciones que constriñen a todos por igual, incluido el gobierno del estado. La existencia de un parlamento democrático obliga al estado a actuar en interés del Capital en su conjunto, y no sólo en beneficio exclusivo de los grandes propietarios.

El estado capitalista moderno y su división de poderes encarna así un sistema de pesos y contrapesos que representa a la vez que subordina las fuerzas vivas de la sociedad civil, de tal forma que de la tensión de sus intereses resulte la reproducción ordenada del conjunto y no su disgregación en un enfrentamiento abierto entre las clases. El parlamento es la institución que mejor representa esta lógica de representación y subordinación, pues su misma existencia responde a la inclusión política de capas de la sociedad previamente excluidas –primero los propietarios capitalistas, después los proletarios desposeídos–. Con la implantación del sufragio universal culmina ese proceso de representación de toda la sociedad civil, que tiene, sin embargo, un efecto secundario para el poder capitalista, que Marx iba a resumir con las siguientes palabras: Aún cuando la forma republicana consuma su dominación política [y la despoja de toda apariencia extraña], al mismo tiempo socava su base social, puesto que ahora se enfrentan con las clases sojuzgadas y tienen que lidiar con ellas sin mediación alguna [4].

Por un lado, la forma parlamentaria del estado permite afirmar los intereses del Capital como un todo, sin anteponer los de alguna de sus facciones en particular –y el proletariado, en tanto que propietario de la mercancía fuerza de trabajo, representa en la figura de la aristocracia obrera una de esas facciones–. Por otro, sin embargo, la lógica parlamentaria permite que los conflictos de clase que desgarran en las sombras a la sociedad civil sean expuestos por primera vez con una transparencia plena. El enfrentamiento entre clases de la sociedad que el parlamento trata de contener mediante la representación de todos sus miembros puede por primera vez ser públicamente reconocido desde su interior. Le corresponde al partido proletario explotar esta paradoja de la democracia burguesa y explicitar la lucha de clases mediante los derechos y libertades burguesas y, además, mediante la participación en el órgano depositario de la voluntad popular. El parlamento ofrece al proletariado militante un instrumento con el que puede nutrir su desarrollo como clase política, como partido independiente [5]. Y puede hacerlo principalmente de tres maneras: primero, la medición de su fuerza mediante el recuento de votos. La conciencia de la propia fuerza es en sí mismo un estímulo que incrementa la moral. Segundo, la agitación y propaganda, que consiste en difundir el punto de vista independiente alrededor de los temas políticos más diversos. Tercero, la promulgación de leyes, de reformas que modifican la correlación de fuerzas entre clases y educan al proletariado en la persecución de sus intereses últimos. Este instrumento, sin embargo, puede pervertirse si no se pone al servicio del fin último de la revolución. Es el caso del oportunismo y su cretinismo parlamentario.

La lógica parlamentaria permite que los conflictos de clase que desgarran en las sombras a la sociedad civil sean expuestos por primera vez con una transparencia plena

OPORTUNISMO Y CRETINISMO PARLAMENTARIO

La distorsión oportunista de la concepción marxista del estado se reduce a la siguiente tesis: no es necesario destruir el estado mediante una revolución que lo sustituya por órganos de poder del proletariado. El estado, en la medida en que su forma sea democrática, es para el oportunismo un instrumento neutral e históricamente definitivo: se trata simplemente de conseguir que la mayoría parlamentaria lo deposite en las manos del proletariado [6].

Esta naturalización de las instituciones políticas del Capital corre en paralelo de la ignorancia acerca de la fuente real del poder, que el oportunismo encierra entre las paredes de la cámara parlamentaria. Si el Capital se impone por la fuerza de los parlamentarios que lo representan, la acción política del socialismo se limita a intentar conseguir más fuerza que aquel dentro del parlamento. Esta es la esencia de lo que Marx calificó como “cretinismo parlamentario”: la enfermedad política en virtud de la cual los representantes de la clase obrera estiman que la lucha de clases se dirime en el marco de la actividad parlamentaria. Al cretinismo parlamentario le está implícita toda una concepción de la actividad política, la de la “democracia vulgar”, cuyo propósito no es otro que la democratización progresiva de las instituciones del Capital. La democracia vulgar es vulgar precisamente porque pierde de vista el fundamento social o material que confiere fuerza a los órganos políticos, perdiendo con ello de vista la perspectiva de su abolición revolucionaria.

El carácter íntimamente reaccionario de los demócratas pequeñoburgueses terminó de evidenciarse con la traición del ala derecha de la socialdemocracia europea en 1914, que no sólo renegó de la revolución social desde una cobardía equidistante, sino que se enfrentó a ella por las armas allí donde tuvo ocasión. El contraste abierto entre democracia capitalista y poder soviético constata la política reaccionaria que se deriva de la absolutización del método parlamentario, una absolutización que esconde el mayor de los servilismos hacia el órgano político del poder capitalista, así como la renuncia al propósito de subvertir el orden capitalista. Karl Kautsky, principal valedor de esta postura, trató de sostenerla bajo la defensa de la “democracia en general”, presentado como un principio de organización política ajeno a la relación de poder entre clases. Mereció la réplica, cargada de odio de clase, de quienes habían pasado a ser sus enemigos, que puede encontrarse en obras como Terrorismo y comunismo de Leon Trotsky o La revolución proletaria y el renegado de Kautsky de Vladimir Lenin, entre otras.

El problema de la participación incondicional, por principio, de los socialistas en las instituciones del estado capitalista es que este, por democrático que sea, no puede deshacerse de los rasgos del burocratismo, de cierta separación entre la cabeza del cuerpo político y las masas, que son su retaguardia pasiva, políticamente dominada. La activación política plena de la masa proletaria supone la subordinación democrática del poder ejecutivo, la fusión de ambos en un órgano de poder que albergue las funciones legislativa y ejecutiva al mismo tiempo [7]. 

Pero esta fusión es imposible a través de la democracia representativa, que separa a la masa de la cabeza del estado a la vez que separa los poderes de este último entre sí. La fusión de la sociedad y sus órganos políticos en aparatos de autogobierno legislativos y ejecutivos sólo puede materializarse por medio del poder soviético, es decir, a través de la destrucción del aparato burocrático-militar y la instauración de una democracia de consejos. La democratización del estado capitalista a la que aspira el oportunismo resulta ser una ilusión que, por un lado, naturaliza el parlamentarismo como institución históricamente definitiva, tratando como un fin lo que debe ser tan sólo un medio, y, por otro, lo presenta como la forma más deseable de acción política, desplazando con ello a la masa y su lucha fuera del parlamento a un papel secundario y completamente subordinado.

El cretinismo parlamentario, en resumen, se caracteriza por el empleo burocrático del parlamentarismo. En vez de subordinar la actividad parlamentaria al desarrollo de un partido políticamente independiente, sostenido sobre la fuerza de la masa movilizada fuera del parlamento –y, por ende, democrático en un sentido proletario y radical–, lo emplea como medio de atenuación del conflicto de clase, es decir, como medio de desmovilización, de educación del proletariado en el respeto de las leyes e instituciones del estado burgués. Subordina el movimiento proletario a los objetivos inmediatos del partido democrático de reformas. Inculca así una fe supersticiosa en la capacidad del estado para resolver todos los conflictos, absolutiza el resultado electoral inmediato sacrificando todo principio y objetivo a largo plazo y, en última instancia, mina la confianza del proletariado en la fuerza de su poder como clase, poder que se organiza necesariamente fuera de los límites impuestos por el parlamento.

IZQUIERDISMO Y ANTIPARLAMENTARISMO

El oportunismo niega una verdad elemental del marxismo revolucionario: que el capitalismo y sus instituciones económicas y políticas han caducado históricamente. Esta verdad viene expresada en los principios comunistas, que dictaminan la necesidad de una revolución política que destruya el estado capitalista e instaure la dictadura del proletariado. Al contrario que el oportunismo, el conjunto de tendencias que pueden agruparse bajo la etiqueta del “izquierdismo” se adscriben a los principios del marxismo revolucionario. Al reconocer la necesidad de abolir el estado e instaurar la dictadura del proletariado, los izquierdistas se posicionan claramente dentro del campo de la revolución y frente al oportunismo. Sin embargo, el izquierdismo reconoce estos principios sólo de forma abstracta, sin detenerse a meditar la manera concreta en la que debe maniobrar para materializarlos en la práctica. Persigue los fines sin establecer los medios. Se trata, en palabras de Lenin, de una “enfermedad infantil del comunismo”, una enfermedad que desvía al partido del proletariado hacia la defensa irreflexiva, rígida y dogmática de aquellos principios. Esta defensa arrastra los síntomas de un furor adolescente, todavía por disciplinar, que se traduce en la impaciencia, la falta de tenacidad y la inconstancia.

La enfermedad infantil se muestra con total evidencia en la posición izquierdista ante el parlamentarismo. Bajo el pretexto de que el parlamento es una institución reaccionaria e históricamente caduca, el izquierdismo rechaza de lleno cualquier tipo de intervención en el mismo. Este rechazo responde a la creencia ilusoria de que es posible materializar los fines a los que apuntan los principios del comunismo independientemente de las condiciones coyunturales y de la fuerza con la que se cuenta para ello –independiente, en otras palabras, de los medios necesarios para la consecución del fin–. Bajo la idea de que la forma de gobierno consecuente con nuestro estadio histórico es el poder soviético, el izquierdismo renuncia a maniobrar dentro de la realidad política vigente. Renuncia a volver las armas engendradas por el capitalismo contra este. Renuncia, por tanto, a difundir en las instituciones de la burguesía las consignas del comunismo y el punto de vista de este último acerca de las cuestiones que, dada la ausencia de un partido revolucionario, pasarían a dirimirse exclusivamente entre representantes de los partidos del Capital, sin que se les contraponga una voz crítica inspirada en una posición antagónica e independiente.

En lo que respecta a la cuestión del parlamentarismo, el izquierdismo no acepta la idea de que la fuerza fuera de los parlamentos puede ser conquistada también desde la actividad dentro de ellos

El izquierdismo confunde el deseo de los representantes más conscientes del proletariado con la conciencia real de la clase obrera. Al tratar de afirmar el primero sin tener en cuenta la segunda, profundiza en su aislamiento, en la disolución de los vínculos objetivos de la vanguardia revolucionaria con la masa del proletariado. Esta afirmación abstracta de los principios comunistas redunda en la incapacidad para fusionarse con el conjunto del proletariado y, por tanto, para infundir una conciencia política de sus intereses históricos. Como resultado, deja a la clase obrera a merced de la influencia del oportunismo y el resto de partidos de la burguesía. La falta de inteligencia política impide conquistar la fuerza necesaria para aplicar las consignas que defiende de modo maximalista e intransigente. En otras palabras, obvia la necesidad de acumular la fuerza social que permite aplicar cualquier llamada a la acción, cualquier decisión política. Sin un respaldo masivo, estas contarán exclusivamente con el respaldo de quienes ya estaban convencidos de antemano, cuando el objetivo de la política revolucionaria consiste, precisamente, en movilizar, en inspirar y educar a la masa de proletarios que permanece aletargado, inconsciente y pasivo, ajeno a la lucha por sus propios intereses o, a lo sumo, movilizado bajo intereses de clase que distan mucho de ser los suyos. En lo que respecta a la cuestión del parlamentarismo, el izquierdismo no acepta la idea de que la fuerza fuera de los parlamentos puede ser conquistada también desde la actividad dentro de ellos. Así lo resumía Lenin en su clásico El izquierdismo:

Precisamente porque las masas atrasadas de obreros y −más aún− de pequeños campesinos están mucho más imbuidas en Europa Occidental que en Rusia de prejuicios democrático-burgueses y parlamentarios, precisamente por eso, sólo en el seno de instituciones como los parlamentos burgueses pueden (y deben) los comunistas librar una lucha prolongada y tenaz, sin retroceder ante ninguna dificultad, para denunciar, desvanecer y superar dichos prejuicios. [8]

EL BOLCHEVISMO Y EL PARLAMENTARISMO REVOLUCIONARIO

El partido revolucionario de masas que propone el bolchevismo concibe el comunismo como un proceso que debe involucrar activamente al conjunto de la clase, en continuidad estricta con la idea de Marx y Engels de que el partido consiste en la fusión de la conciencia socialista con el proletariado. La esencia del partido revolucionario de masas se resume en lo siguiente: la batalla final contra la burguesía, la revolución, es un acto decisivo que debe contar con el respaldo mayoritario de la clase obrera, respaldo que sólo se puede conquistar mediante una labor prolongada de educación de su conciencia política a través de la agitación, la propaganda y la labor organizativa. El modelo de Partido Bolchevique capaz de cumplir con esta misión es el de una organización de militantes disciplinados en la fidelidad absoluta a los principios comunistas, cuya labor es establecer vínculos sólidos con las masas amplias del proletariado. Sólo cuando las masas están convencidas en la práctica de los principios comunistas, sólo cuando están dispuestas a tomar el poder e instaurar su dictadura, puede decirse que encarnan de hecho la independencia de clase que aquellos principios representan todavía sólo en el elemento de la teoría.

El proceso que media entre la proclamación de los principios y su materialización efectiva en la práctica es uno en el que deben emplearse los medios de lucha más diversos, todos aquellos que permitan extender el radio de influencia del comunismo revolucionario sobre las masas y arrancarlas de la influencia del oportunismo. Este es, como se ha dicho, un proceso de fusión del socialismo y el movimiento del proletariado. Pero esta fusión, expresada en la involucración activa de la masa del proletariado en la política revolucionaria, no es una premisa del proceso histórico, sino el resultado de su consumación. Es el maniobrar político del partido revolucionario el que se encarga precisamente de ampliar en cada caso el radio de influencia del comunismo, educando a las masas en sus principios y haciendo políticamente efectiva la caducidad histórica de las instituciones capitalistas.

Entre las plataformas de difusión del programa comunista se encuentra, naturalmente, el parlamento. Y la forma bolchevique de intervención en el parlamento es el parlamentarismo revolucionario [9]. El parlamentarismo revolucionario es un tipo de acción del partido comunista de masas, un medio para la extensión política de la alternativa comunista al orden capitalista y sus instituciones. Su fundamento consiste en la idea de que el parlamento puede ser utilizado como plataforma de agitación y propaganda, como un espacio en el que dar difusión al enfoque marxista de la realidad social, especialmente de las cuestiones políticas que la lucha de clases pone a la orden del día. El parlamentarismo revolucionario, al contrario que el parlamentarismo oportunista, está subordinado a la actividad del partido comunista considerado como un todo, como movimiento sostenido sobre la movilización y la lucha en el conjunto de ámbitos de la sociedad. Esta fuerza fuera del parlamento, a la que los diputados electos del partido comunista se deben en todo momento, es la garantía de la independencia política y del respeto estricto a los principios y fines últimos del comunismo. Es la fuerza del partido como movimiento organizado de masas lo que previene la formación de camarillas burocráticas de diputados que actúan en función de intereses propios, corrompiendo con ello el programa histórico de la clase trabajadora.

El parlamentarismo revolucionario, al contrario que el parlamentarismo oportunista, está subordinado a la actividad del partido comunista considerado como un todo, como movimiento sostenido sobre la movilización y la lucha en el conjunto de ámbitos de la sociedad

El parlamento es para la doctrina bolchevique un espacio importante, aunque sólo uno entre otros muchos, en los que intervenir para acumular fuerza social. La participación en el mismo viene sostenida sobre dos argumentos básicos: primero, que el objetivo último del movimiento es acabar con el estado burgués y el propio parlamentarismo [10]. Esta idea ha de prevenir el cretinismo parlamentario; segundo, que para alcanzar aquel objetivo es necesaria la máxima flexibilidad en los métodos de lucha, que debe contemplar la participación en cualquier plataforma con capacidad de influir sobre la conciencia del proletariado. Esta idea ha de prevenir la intransigencia izquierdista. El bolchevismo, dicho de otro modo, opone al doctrinarismo de izquierda y de derecha la combinación de la defensa estricta de los principios y la máxima flexibilidad en su aplicación táctica. Desde este punto de vista, el error de izquierdismo y derechismo es el ensalzamiento de una determinada táctica parlamentaria, que eleva dogmáticamente a principio incondicional descartando todas las demás. La consecuencia de semejante doctrinarismo es que ata de pies y manos al partido del proletariado, impidiéndole actuar cuando las condiciones demandan una forma de intervención que no coincida con los prejuicios dogmáticos de su doctrina.

Para el bolchevismo, en resumidas cuentas, el parlamentarismo es un medio, un órgano o instrumento al servicio de la revolución, de la batalla decisiva que el proletariado sólo podrá librar cuando haya desarrollado su capacidad de lucha lo suficiente como para destruir el aparato de gobierno del Capital e instituir su propio régimen político, en forma de dictadura del proletariado. Si bien este puede parecer un argumento minimalista que pospone el desarrollo de una política revolucionaria y la sustituye por una política de espera, en realidad se trata de todo lo contrario: el comunismo asume que debe empezarse desde ya en la educación de la conciencia política de la clase obrera, y además debe hacerse en todos los espacios en los que se tenga capacidad de hacerlo. El parlamentarismo deja de ser un medio de adocenamiento y pasa a ser un medio para educar al proletariado en la necesidad de destruir el poder del estado (su burocracia y fuerza represiva) junto a sus instituciones adyacentes, entre las que destaca el parlamento.

REFERENCIAS

[1] Marx, K. (2000). El Capital. Akal

[2] Marx, K. (2015). El dieciocho de Brumario de Luis Bonaparte. Alianza Editorial

[3] Lenin, V. (1975). El Estado y la revolución. Editorial Ayuso

[4] Marx, K. (2015). El dieciocho de Brumario de Luis Bonaparte. Alianza Editorial

[5] “Se vio que las instituciones estatales en las que se organizaba la dominación de la burguesía ofrecían nuevas posibilidades a la clase obrera para luchar contra estas mismas instituciones”. Marx, K. (2015). El dieciocho de Brumario de Luis Bonaparte. Alianza Editorial

[6] “A real parliamentary regime can be just as well an instrument for the dictatorship of the proletariat as it is an instrument for the dictatorship of the bourgeoisie”. Kautsky, K., Ed. Ben Lewis (2020) Karl Kautsky on Democracy and Republicanism. Brill

[7] “Las instituciones representativas continúan, pero desaparece el parlamentarismo como sistema especial, como división del trabajo legislativo y ejecutivo, como situación privilegiada de los diputados”. Lenin, V. (1975) El estado y la revolución. Editorial Ayuso

[8] Lenin, V. (2021). La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo. Akal

[9] Para un estudio en profundidad de la estrategia electoral marxista-bolchevique, véase Nimtz , A. (2014). Lenin´s Electoral Strategy From Marx and Engels Through the Revolution of 1905

[10] “La salida del parlamentarismo no está, naturalmente, en la abolición de las instituciones reresentativas y de la elegibilidad, sino en transformar las instituciones representativas de lugares de charlatanería en corporaciones de trabajo”. Lenin, V. (1975) El estado y la revolución. Editorial Ayuso

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