FOTOGRAFÍA / Manubeltz
Gerizeti Zubiaurre
2024/06/05

La campaña electoral es el momento álgido que utiliza la socialdemocracia para comunicarse con la ciudadanía.

Ya sabemos cómo funcionan las campañas electorales. ¿Cómo no saberlo? Desde el pasado mes de julio se han celebrado tres elecciones en la Comunidad Autónoma Vasca: las del Gobierno Español, las de la Comunidad Autónoma Vasca y las de la Unión Europea. Sí, no nos dan otra opción que saber. Hemos sido bombardeadas una y otra vez con sus mítines, spots electorales y cartas. Llevamos un año inmersos en la campaña propagandística de la socialdemocracia, obligados a ser espectadores de un circo electoral constante. Empezando por el triste intento del PNV de ganar el voto joven con el Minecraft y acabando con la vida académica de Irene Montero, los partidos institucionales de izquierda y derecha han luchado, durante los últimos meses, contra una abstención que cada vez se nota más en el proletariado, y, una vez más, se ha demostrado que ni siquiera han sido capaces de lograrlo. En las elecciones europeas, solo once países han superado el 50% de la participación electoral.

Además de esto, sería interesante analizar cómo cambian los discursos de los partidos institucionales en función de las elecciones que toquen en cada momento. No hace falta indagar demasiado; de abril a junio hemos pasado de spots electorales ridículos a tambores de guerra, en un contexto de una crisis capitalista cada vez más clara: mientras el estado genocida de Israel masacra a la población palestina y entre los ruidos de guerra que se notan cada vez más cerca del centro imperialista, al hilo de las elecciones en el Gobierno Europeo, los diferentes países de la Unión Europea han recurrido, sin ningún pudor, a la propaganda bélica, preparando así a las masas amplias del proletariado para un conflicto masivo cada vez más posible. Los partidos de izquierdas españoles, de cara a Europa, han izado al cielo la bandera del antifascismo más triste, dejando claro una vez más que esto no tiene ninguna efectividad real a la hora de conseguir el voto o de enfrentarse realmente al fascismo. Están llamando a la puerta de una clase media cada vez más pequeña, conscientes de que no tienen capacidad real para transformar las condiciones de vida del proletariado. Por si fuera poco, los partidos que dicen ser más izquierdistas también han descafeinado mucho su discurso. Sólo hay que ver la propuesta a lehendakari que llevó EH Bildu a las elecciones en la Comunidad Autónoma Vasca, el tecnócrata Peio Otxandiano, o cómo Yolanda Díaz utiliza palabras vanas de amor y felicidad en sus mítines, vaciándolas todo el significado que podían tener, tratando de vender sonrisas ante la miseria de miles de trabajadores. Mientras cientos de estudiantes organizan acampadas en distintas universidades del Estado español, el gobierno español reconoce el Estado Palestino en teoría, pero sin ninguna intención de cortar sus relaciones con Israel. Las variantes del discurso, tanto hacia la base social del partido como en función de sus necesidades para las diferentes elecciones, revelan cuál es el papel de la socialdemocracia, cómo son capaces de vender sus ideales en la defensa más acérrima de los intereses del capitalismo. Podría pensarse que, en un país con el gobierno más progresista del mundo, las desigualdades económicas y sociales iban a disminuir, pero no ha habido ningún cambio en las vidas de nuestro entorno.

Las campañas realizadas tanto para el gobierno estatal como para la CAV no han tenido la seriedad que ha tenido la campaña de las elecciones europeas. El partido Sumar, por ejemplo, ha buscado, de manera vergonzosa, acercarse a los jóvenes mediante Tik-Tok, como haría cualquier empresa, utilizando el lenguaje que utilizamos los jóvenes para vender su partido, ya que no hacen más que eso: intentar sacar a relucir que su producto es mejor que el de Podemos, PSOE o cualquier otro. La imposibilidad de llevar a cabo transformaciones reales no les deja otra alternativa y las redes sociales deben hacer valer ahora su papel en la política institucional. No es la primera vez que hacen algo así: hace no tanto, buscaban en el congreso el vídeo que fuese a hacerse viral. Desde Pablo Iglesias, pasando por Gabriel Rufián y Aitor Esteban, y llegando hasta Oskar Matute, cada uno con su estilo, tenían como objetivo viralizar su intervención en Twitter. Ahora, cambiando con los tiempos, han saltado al Tik-Tok, perdiendo la poca seriedad que tenían a lo largo del camino. No estoy diciendo que no haya que usar las redes sociales. Está claro que es la vía más fácil para llegar a miles de personas, y para ello tenemos que entender las redes sociales como una herramienta, como una vía más de agitación política. El problema no es ese.

Nosotros, sin embargo, debemos ser siempre claros, sabiendo cuál es la apariencia que queremos dar y actuando en base a ella, manteniéndonos firmes en nuestro discurso y haciendo comprender, al menos en la medida de lo posible, cuáles son nuestras ideas y, sobre todo, cuál es nuestra dirección. Hay mil maneras de sacarlo a la luz, mil artículos e hilos de Twitter, pero una de las mejores maneras de que todo quede claro (sin restarle la importancia que tiene a la comunicación, por supuesto) está en nuestros actos. Al final, nos prometen año tras año que van a parar el fascismo, que van a meter mano en los precios de los alquileres y sacarnos de la miseria, que harán desaparecer los desahucios con magia y un largo etcétera que no va a ninguna parte. Yo, sin embargo, los que veo expulsar a los fascistas de Soraluze, los que veo poner el cuerpo delante de los desahucios, los que veo posicionarse sin miedo a favor de la resistencia palestina, siempre son comunistas. Aquí queda patente que lo que somos, que tenemos capacidad y compromiso para hacer lo que hay que hacer, que nuestra propia vida es nuestra infinita campaña electoral, siguiendo adelante firmes en nuestras convicciones, porque nuestra actuación política siempre va más allá de una urna, porque nunca tendremos suficiente con el parlamento, porque lo queremos todo.

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