Mikel Kaltzakorta
2024/04/03

Las elecciones de la CAV y del Parlamento Europeo llegan en una fase descendente del capitalismo. Los parlamentos estatales y nacionales empiezan a vaciarse de poder; las políticas distributivas de los sectores más progresistas tienen cada vez menos margen para la redistribución, y, junto con el declive de los Estados del Bienestar, gran parte de la sociedad está perdiendo la participación con la que contaba en la producción y la distribución. La crisis capitalista es el telón de fondo de todos los ciclos electorales y, por tanto, las políticas de izquierda y de derecha deben conseguir un nuevo pacto social adaptado a esta nueva situación. La fuerza de trabajo improductiva es cada vez mayor para las necesidades de acumulación de capital, y para los políticos es cada vez más difícil ofrecer a la clase obrera condiciones de vida satisfactorias mediante la redistribución de las ganancias. Por eso, la posibilidad de un pacto de paz entre la burguesía y el proletariado está lejos. Los programas de todos los partidos incluyen siempre propuestas insignificantes para políticas sociales no factibles, y reformas para reforzar el autoritarismo; las diferencias, por su parte, se sitúan en la proporción entre estos dos elementos.

Los programas de todos los partidos incluyen siempre propuestas insignificantes para políticas sociales no factibles, y reformas para reforzar el autoritarismo; las diferencias, por su parte, se sitúan en la proporción entre estos dos elementos

Al parecer, una vez cada cuatro años, en las elecciones, la voz del pueblo se hace escuchar y se establece una representación social en los espacios de decisión, a través de los políticos. Se dice que votar es una actividad democrática, pero eso no es más que una apariencia, pues las elecciones y la democracia liberal son profundamente antidemocráticas en su totalidad. Aunque con alteraciones, siempre han tenido este carácter que últimamente se viene evidenciando: en primer lugar, está sucediendo un proceso de centralización del poder a escala global; en segundo lugar, detrás de los partidos políticos que se presentan como defensores de la diversidad se encuentra un programa único (el de la oligarquía) y, por último, los intereses de la amplia masa de la sociedad (el proletariado) no están representados ni en las propuestas políticas, ni en los partidos, ni tampoco en los parlamentos.

CENTRALIZACIÓN DEL PODER EN FAVOR DE LA OLIGARQUÍA

Junto con las cuotas de participación de la sociedad, la división de poderes ha sido también uno de los pilares de la política de los estados democráticos modernos. Una determinada división del poder ejecutivo, el legislativo y el judicial fue diseñada como garante de la democracia, siendo fundamentalmente una propuesta para el control de los intereses particulares. Sin embargo, la división de poderes no es más que una falsedad: desde el inicio, la simbiosis entre estos poderes ha sido constante; es más, en contextos de crisis extrema, toda esa ilusión es superada y sucede la centralización total bajo el poder ejecutivo. Pudimos vivir esto en el Estado Español con la gestión de la pandemia, y eso mismo observamos en el Estado Francés, donde se está normalizando la constante aprobación de leyes vía decreto. No obstante, cuando hablamos de la centralización del poder, nos referimos a algo que va más allá, más allá de la ilusoria separación de poderes: señalamos la pérdida de poder y autonomía de los estados y de sus provincias en favor de la oligarquía financiera y las instituciones supraestatales.

En la actualidad, elevadas cuotas de competencias para decidir de los estados miembro de la Unión Europea (UE) y la OTAN se encuentran en marcos supraestatales en Europa, y en algunos casos, en los EEUU. A Europa le interesa actuar de forma unitaria en el mercado mundial, y para ello, cuenta con la autoridad para intervenir directamente sobre las políticas monetarias de los estados que forman parte de la UE. En este momento en el que nos encontramos a las puertas de las elecciones europeas, podríamos pensar que esas elecciones son nuestra oportunidad de participación cualitativa, pero no es así. La Comisión Europea acapara toda la iniciativa legislativa y ejecutiva. En ella se encuentran las competencias para la proposición de leyes, la aplicación de decisiones ejecutivas y la dirección general de la administración de la Unión Europea. La Comisión funciona de forma independiente respecto de los gobiernos que representa, y su función es defender los intereses de la UE. Pero ¿cuáles son los intereses de la Unión Europea? Los de la oligarquía financiera, claro está. Ese centro que decide sobre las cuestiones estratégicas de Europa no dispone de ningún mecanismo democrático mínimo. Pongamos un solo ejemplo para ilustrar el carácter antidemocrático de estas instancias de poder: Ursula Von der Leyen, una de las dirigentes que está decidiendo llevar a toda Europa a la guerra, fue nombrada presidenta de la Comisión Europea por la propia Angela Merkel; sin duda, el Parlamento Europeo representó su toma de posesión a través de una elección. Ahora, esa mujer de ultraderecha será el brazo ejecutor de la oligarquía en Europa, y volverán a elegirla de nuevo, casi sin oposición, para liderar la Comisión Europea. Si bien es verdad que otros espacios de toma de decisiones, como el Consejo de la UE, tienen capacidad de supervisión sobre la Comisión, la Comisión tiene el derecho a vetar cualquier decisión del Consejo. En las elecciones europeas se elige el Parlamento Europeo, es decir, un órgano sin poder legislativo ni ejecutivo. Por lo tanto, la mayoría de la población no tiene capacidad de decisión en esas elecciones.

Más allá de eso, los parlamentos estatales se están vaciando de poder, mientras este se centraliza en Europa, y lo digo por dos razones principales. Por un lado, la Comisión Europea a la que nos hemos referido tiene poder coercitivo sobre los estados miembro, especialmente en lo que se refiere a cuestiones relativas a presupuestos nacionales o gestión de deudas. Y en segundo lugar, la falta de competencia de los mercados nacionales obliga a los países a adoptar políticas monetarias, económicas y de seguridad comunes para actuar como potencias competitivas a nivel mundial (tanto a nivel interno de cada país como a nivel externo). Partiendo de esto, y teniendo en cuenta que las políticas de los partidos de la burguesía, desde la socialdemocracia hasta las más liberales, se basan en políticas económicas, es evidente quién tiene la competencia para decidir: aquel que tiene la fuente de financiación. Así, el poder se está centralizando en las oligarquías financieras como fuente privada de financiación de las políticas. Esto no sólo aumenta el poder económico de las élites, sino también su poder político. Si observamos este contexto de época de austeridad y contexto bélico creciente, veremos que la UE y las élites financieras centralizan aún más su capacidad de decisión. Las políticas supraestatales de austeridad que diseñan los que financian las políticas para adaptarse a los tiempos de crisis suponen un límite estructural para el desarrollo de la política nacional y estatal, que deja un margen de maniobra muy limitado a los partidos para hacer políticas económicas. Aun así, la izquierda sitúa sus políticas lejos de los márgenes que ofrece ese espacio acotado y hace aún menos de lo que se podría hacer. El electorado, en general, se ha desplazado a la derecha y así lo han hecho todos los partidos, ya que estos representan a ciertos sectores de la sociedad de masas. De esta manera, sin un contexto económico y cultural propicio para su desarrollo, los programas de reforma a favor de la redistribución de los antiguos partidos de izquierdas han quedado totalmente obsoletos.

UNA CAMPAÑA ELECTORAL CONSTANTE

Lo que se pretende explicar con todo esto es lo siguiente: las campañas electorales, lejos de ser un exponente de la democracia, no son más que campañas propagandísticas. Se trata de dinámicas de interpelación y movilización de la masa electoral; en definitiva, son mecanismos de legitimación del orden capitalista. Detrás de esas propuestas programáticas que en las campañas nos presentan como opuestas, encontramos discrepancias hacia las diferentes formas de distribución, el reparto de cuotas de poder y las modalidades de explotación. La hostilidad entre ellas es un mero choque de partidos. No hay oposición real entre programas. Dicho de otro modo, los partidos son estructuras empresariales complejas que compiten por la gestión del estado, estando ya decididos los objetivos y la orientación del estado que pueden gestionar.

Los partidos son estructuras empresariales complejas que compiten por la gestión del estado, estando ya decididos los objetivos y la orientación del estado que pueden gestionar

Acercándonos al caso de la CAV, por ejemplo, como en varios otros lugares, la lucha por la hegemonía se da entre dos grandes partidos. A diferencia de las elecciones del estado español, en las elecciones de la CAV no hay una amenaza real de auge de la ultraderecha, y, por lo tanto, los elementos que pueden entrar en choque son las propuestas económicas y políticas que tiene cada partido. Hoy por hoy, la pugna electoral entre EH Bildu y el PNV está más igualada que nunca. Tras gobernar el PNV durante largas décadas, a algunos les genera ilusión la victoria de EH Bildu. Pero ¿tienen realmente una nueva propuesta? Si tenemos en cuenta las propuestas políticas desarrolladas últimamente, las decisiones tomadas y las posiciones, podemos decir que no. Muchas de las diferencias han sido propiamente interpretadas para la campaña electoral, como podemos observar; por ejemplo, EH Bildu no ha tenido ningún problema con actuar en la línea del PNV tanto en el gobierno de coalición de Navarra como en la aprobación de leyes fundamentales en el Gobierno Vasco (como la Ley de Transición Energética). En el caso de otras leyes, como la Ley de Educación, queda claro que es una propuesta hecha a la medida de los principales partidos de la CAV, pese a que en el último momento EH Bildu no la haya apoyado en el parlamento por intereses electorales. Junto con eso, como los dos son partidos totalmente integrados en el estado español, juegan un papel similar en aquel parlamento también: el del lobby autonomista y el bloque de gobierno que sirve de apoyo al PSOE. De hecho, realizan constantes intentos para transferir cuotas de poder autonómicas a cambio de asegurar la viabilidad del Gobierno de España y de admitir presupuestos de austeridad y de guerra. ¿Qué cambio ha habido en las vidas de los proletarios que viven en los municipios gobernados durante una década por EH Bildu? Hemos dicho que el margen de maniobra que tienen las instituciones es pequeño; sin embargo, este ni siquiera ha tomado las medidas que era posible tomar dentro de este marco.

La participación en el parlamento tiene una gran influencia sobre los partidos políticos, más incluso cuando vienen de ser movimientos de masas. Por un lado, porque convertirse en una fuerza institucional supone moderar el discurso y las formas, y eso en muchas ocasiones viene de la mano de la neutralización del movimiento de masas. Pueden ser paradigmáticos el caso de EH Bildu con el Movimiento de Liberación Nacional Vasco (MLNV) o el caso de Podemos con el movimiento 15-M. Por otro lado, la gestión de las instituciones capitalistas exige actuar en el terreno de juego de la burguesía, con sus normas y deberes, y eso genera a estos partidos un notable desgaste, así como una acentuación de sus contradicciones. EH Bildu asume esas contradicciones con naturalidad y se esfuerza por neutralizarlas, contraponiendo constantemente dos discursos opuestos. Ha desarrollado una división de funciones entre sus organizaciones para hacerse con la hegemonía de la clase media nacional en su diversidad. Por ejemplo, mientras sus cargos institucionales van a los homenajes de la Policía autonómica, pone en marcha una campaña contra ella a través de su organización juvenil; o mientras acepta los presupuestos de guerra y a favor de la militarización, impulsa cierta movilización contra la guerra. Así, responde a las inquietudes de la juventud y de una base social que viene del MLNV, y, a su vez, establece las condiciones para seguir nutriéndose de la base social del PNV. Para EH Bildu, cada vez es más estratégico llegar a esa segunda masa y apropiársela; por esa razón, cada vez se esfuerza más por mostrarse como un buen gestor de las instituciones, y realiza cada vez menos concesiones a los sectores de izquierdas.

De izquierda a derecha, los fundamentos de las propuestas políticas son idénticos. Todos admiten la forma de organización de la burguesía: su aceptación del aparato estatal es total, así como la defensa de la propiedad privada y un modelo de sociedad basado en la explotación. Por si esto fuera poco, diseñan sus políticas sobre la base de una pequeña parte de las ganancias capitalista, sin cuestionar la propia ganancia capitalista. Esto trae consigo la deslegitimación de la organización política independiente y la eternización de la existencia de toda una clase desposeída, pues al fin y al cabo todos defienden la sociedad de clases. Los partidos con opiniones y puntos de vista diferentes pueden reflejar diversidad, pero siempre bajo el mismo pensamiento. Es esa su democracia, su diversidad de alternativas.

Como consecuencia de la naturaleza del parlamentarismo, pero también porque se han ido manifestando los límites estructurales generados por el contexto de crisis, la capacidad de los partidos para representar diferentes sectores de la sociedad ha ido disminuyendo. Por un lado, porque, como se ha mencionado, el proletariado no tiene el carácter de masa electoral, a causa de la creciente falta de adhesión hacia las instituciones; y, por otro, porque en época de crisis, la financiación para los beneficios que recibía en el Estado de Bienestar se ha reducido. La mayoría de los partidos no buscan la representación institucional del proletariado, pues ya no es posible la integración pacífica y beneficiosa de este sector en el pacto social, y porque el único camino posible es su exclusión y el autoritarismo. Fuera de esto, cada partido tiene bien definido su potencial receptor. El destinatario que pueden alcanzar en tiempos de prosperidad es más amplio, ya que el margen para hacer política también es más ancho. Sin embargo, el proletariado nunca ha sido un potencial receptor electoral para el partido de la burguesía. Sus mejoras se han debido a políticas diseñadas para la clase media, o como resultado de la capacidad de presión de un movimiento proletario fuerte, externo a las instituciones. En otras ocasiones, también han sido concesiones puntuales hechas a cambio de la asimilación e integración de movimientos fuertes.

La mayoría de los partidos no buscan la representación institucional del proletariado, pues ya no es posible la integración pacífica y beneficiosa de este sector en el pacto social, y porque el único camino posible es su exclusión y el autoritarismo

Tomando como objeto de análisis el caso del estado español, el “gobierno progresista” de los últimos años ha tomado medidas para proteger una clase media cada vez más reducida. El peaje por pagar en esta ocasión ha sido la sumisión de la clase trabajadora; principalmente, el apagamiento del ciclo de lucha que imperó en Euskal Herria y la asimilación de movimientos como el 15-M. En el caso del Gobierno de España, más que la aprobación o el efecto de las medidas sociales, lo que más eco ha tenido ha sido la propaganda en torno a estas. Nos venden mejoras “históricas” al mismo tiempo que las condiciones de vida empeoran de forma notable. Aunque parezca paradójico, mientras el gobierno que se presenta como alternativa al fascismo está en el poder, las ideologías fascistas se extienden como la pólvora. Y es que, ciertamente, este gobierno ha aprobado la reforma laboral y la reforma del código penal, ambas reaccionarias, así como otras leyes que tienen más carácter propagandístico que impacto real, como la moratoria de los desahucios o la reforma laboral. Además, ha dejado el camino libre a los grupos mercenarios fascistas como los desocupas, para que persigan, intimiden y ataquen al proletariado más vulnerable. El abismo entre lo que dicen y la realidad es enorme. El gobierno del PSOE y Podemos, más que un estado social para la clase trabajadora, lo que ha garantizado es una óptima acumulación de capital. Indicio de ello son las tasas de ganancia históricas que están obteniendo las grandes empresas, y, mientras tanto, la capacidad que ha tenido el gobierno para gestionar la miseria y asegurar la paz social.

SOBRE LA NECESIDAD DE CONSTRUIR EL PODER PROLETARIO

La burguesía ha presentado su cara más democrática en tiempos de prosperidad económica, en épocas en las que ha podido generar políticas sociales más amplias, Estados de Bienestar o Estados de Derecho. En esos momentos la burguesía ha conseguido incorporar en sus instituciones partidos obreros y sindicatos a cambio de ciertas concesiones políticas y sociales, y eso, a la larga, supone la democratización y el lavado de cara de la burguesía. Pero las concesiones económicas y políticas realizadas no son resultado de la voluntad de la burguesía, ni tampoco consecuencia de subordinar los intereses de los trabajadores a los de la burguesía y de integrarse en el sistema, sino de la dura lucha de partidos obreros y organizaciones revolucionarias que obligaron a la burguesía a ello. Todas las mejoras en las condiciones de vida de la clase trabajadora se han conseguido así, y debemos entenderlas de esta manera, es decir, como victorias del proletariado revolucionario, y no como resultado del pragmatismo del reformismo parlamentario. En cambio, a medida que el movimiento obrero independiente ha ido desapareciendo, la burguesía ha ido mostrando su cara más autoritaria, y, así, ha pasado de ser símbolo de representación de la sociedad directamente a dejar de ocultar que es un mecanismo para la dominación de clase.

Si observamos las tendencias de un sistema capitalista en crisis, sin embargo, podemos afirmar que la sociedad se encuentra frente a uno de los retos más grandes que ha tenido en las últimas décadas: la amenaza de una guerra global es cada vez más real, la clase trabajadora se empobrece sin parar, la destrucción de los recursos naturales parece estar llegando al extremo, y el estado burgués tiene cada vez más represión y menos servicios que ofrecer al proletariado. En esta coyuntura histórica, además, como hemos expuesto hasta ahora, todos los partidos de la burguesía ofrecen una sola receta al proletariado: la subordinación política y la miseria.

Este contexto nos plantea una posibilidad histórica para reorganizar un Movimiento Socialista fuerte para articular, frente a todas las cuestiones clave aquí descritas, contra el programa único de la oligarquía internacional, una propuesta comunista fuerte que servirá de alternativa real. Esto es, construir una alternativa socialista fuerte, que nos permita ganar la referencialidad política en todos los frentes.

Si este proceso tiene éxito será porque el comunismo habrá superado los límites del imaginario político hegemónico. En lugar de limitarnos a escoger entre los futuros distópicos que nos ofrece la burguesía, debemos construir un porvenir que tenga como bases la libertad y la justicia. Para ello, es fundamental romper con el sentido común que relaciona la política con la gestión directa de las instituciones burguesas, en tanto que esto implica acotar todas las opciones políticas posibles a la redistribución de las ganancias, y, por lo tanto, limita el fundamento de toda política a la eternización del Capital. En lugar de esto, sólo si ponemos la expropiación de toda la ganancia capitalista en el punto de mira, es decir, sólo si nuestro objetivo es asegurar el control democrático sobre la riqueza que crea la propia clase trabajadora se nos presentarán como opciones los servicios gratuitos, universales y de calidad. Asimismo, además de las ganancias, si situamos el control de la producción y de los medios de producción en el horizonte y contraponemos un sistema de producción vinculado a las necesidades de la sociedad frente al modelo organizado alrededor de las necesidades del mercado, sólo entonces empezará a ser posible detener la destrucción del planeta. Trayendo a primera línea las necesidades universales e internacionales del proletariado, entonces seremos capaces de parar la escalada bélica que puede mandar el mundo a paseo. Existe una premisa clara para ello: hay que organizar la revolución socialista.

En lugar de limitarnos a escoger entre los futuros distópicos que nos ofrece la burguesía, debemos construir un porvenir que tenga como bases la libertad y la justicia

Como primer paso en esa dirección, nos es necesario crear una red internacional fuerte de militantes comunistas y formar un programa comunista actualizado que responda a los principales retos del proletariado hoy en día. Esto sólo será posible a través del debate disciplinado y racional entre los comunistas de todas partes. Hemos de reparar en la historia de dos siglos de la clase trabajadora, observar los errores cometidos y actualizar los aciertos. Al mismo tiempo, debemos comenzar a construir y hegemonizar todo un sistema de pensamiento capaz de entender los fenómenos políticos, económicos y sociales a nivel internacional y de dar respuesta a esas problemáticas.

Con ese objetivo, resulta imprescindible un nuevo hilo rojo de voluntades múltiples capaz de contraponerse a la plantilla de burócratas que hoy representan los partidos. En lugar de arribismos movidos por los sueldos y las famas, necesitamos a toda una masa militante basada en la disciplina y el compromiso. Si los partidos institucionales de la burguesía buscan apoyo en una masa electoral sin compromiso ni responsabilidad, los partidos comunistas son la articulación del proletariado organizado y revolucionario. En definitiva, la articulación de estructuras militantes basadas en la participación activa y el empoderamiento político.

Una de las mayores victorias de la burguesía en las últimas décadas ha sido limitar nuestra ambición, mutilar nuestra proyección de libertad. Las elecciones juegan un rol fundamental en todo ello, pues sólo nos dan la opción de escoger entre las que no son más que alternativas diferentes únicamente en apariencia. Gane quien gane, ganarán los de siempre. Debemos contraponer las que serán la democracia y la libertad reales del proletariado a la democracia y la libertad liberales que se han extendido durante varias décadas. Tenemos mucho que ganar.

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