Tras el impulso de octubre, el PCE nacía ya en pleno reflujo revolucionario, tanto a nivel ruso como internacional. En el caso español además, en la clandestinidad forzada por la persecución primorriverista. Su propia fundación hubo de ser decretada desde la IC mediante la fusión de los dos grupos comunistas preexistentes, lo cual sería reflejo de la gran debilidad teórica y práctica que marcaría su desarrollo. Por ello, la posterior fase de construcción real del Partido será lenta y tortuosa, marcada por la ausencia de línea clara, las crisis internas, el sectarismo y su escasa influencia frente a las potentes tradiciones socialista y cenetista.
Las masas crecientemente radicalizadas demostraron entonces un grado de fuerza, iniciativa y espontaneidad revolucionarias que, en todo caso, contrastará con la ausencia de un partido que se pusiera al frente. He ahí el drama de la revolución española
La II República traerá una época de oportunidades y agudización de la lucha de clases. Sin embargo, no habrá un partido a la altura capaz de explotar la contradicción entre las aspiraciones de las masas y su insatisfacción. Ejemplo de ello será su escasa relevancia en hitos de la lucha de masas como la insurrección proletaria de octubre de 1934, la liberación de sus presos en febrero del 36 o la neutralización del golpe militar en julio. De fondo, una encrucijada teórica y estratégica constante que condicionará toda su práctica: la caracterización de la fase de desarrollo del capitalismo español y de la consiguiente revolución pendiente. La falta de un desarrollo teórico propio del marxismo impedirá afrontar correctamente estas cuestiones clave. Así, finalmente se responderá que la revolución pendiente será estrictamente democrática y no socialista. El porqué oficial, el secular atraso económico y social español, la debilidad del proletariado y la situación internacional. Si la primera razón es harto matizable y la tercera achacable a los intereses de la política exterior soviética, la segunda será especialmente injustificable. Las masas crecientemente radicalizadas demostraron entonces un grado de fuerza, iniciativa y espontaneidad revolucionarias que, en todo caso, contrastará con la ausencia de un partido que se pusiera al frente. He ahí el drama de la revolución española.
Como foco de militancia, también lo será de disidencia dentro y fuera del mismo, hasta hoy
Es de hecho a partir del giro frentepopulista cuando el PCE empieza a adquirir una relevancia que no se convertirá en fuerza real hasta entrada la guerra civil. Según el esquematismo etapista e interclasista, asumirá un programa y un rol burgués, unas veces subordinado a los republicanos y otras sustituyéndolos de facto. En plena crisis revolucionaria, con una República atrapada entre fascismo y revolución, pasará de ausente a revelarse como agente activo y consciente del orden en uno de los momentos más decisivos de la historia local de la lucha de clases. A través de la falsa disyuntiva entre guerra y revolución, ejercerá un importante liderazgo militar pero no bajo la disciplina de un partido revolucionario, sino como sostén del poder burgués cuando por momentos este se desmoronaba. Una vez perdida la guerra, su militancia protagonizará una resistencia guerrillera heroica con triste final. Y es que la liquidación de la lucha armada será también progresivamente ideológica. Del Frente Popular pasando por la Unión Nacional hasta la Reconciliación Nacional, como renuncia definitiva a la revolución socialista.
Pero al mismo tiempo, al calor de las nuevas condiciones económicas, sociales y políticas, se consolidará como no el único pero sí el mayor y mejor organizado antifranquismo. Y como foco de militancia, también lo será de disidencia dentro y fuera del mismo, hasta hoy. En la Transición, una vez logrado su objetivo de disciplinar al movimiento obrero, acabará autodestruyéndose en medio de todas las renuncias posibles, con una larga agonía en la nueva democracia. Hoy, se cierra un ciclo y se abre otro en el comunismo español con lo que queda del PCE tomando parte en el gobierno de la guerra imperialista, y una nueva generación de jóvenes que camina ya con paso firme por su propio camino.
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