FOTOGRAFÍA / Maialen Oroz
June Eguino
2025/04/07

Se suele utilizar la expresión “¡Eureka!” para celebrar haber encontrado o logrado algo que se buscaba con ansia. Y parece que los principales ideólogos de la reacción conservadora renovada han encontrado un concepto como para clamar “eureka”, un concepto que parece ser la clave para poner solución a todo problema que tenemos entre manos: “la mujer de alto valor”. Con una simple búsqueda en Internet encontraremos infinidad de recomendaciones. Sin embargo, parece que, más que como recomendación, convertirnos en “mujeres de alto valor” se nos presenta como un imperativo.

Esos ideólogos reaccionarios que se nos presentan como pensadores críticos miran al pasado en busca de inspiración. En el caso que nos atañe, el Estado español, nos hablan de reconstruir España como una nación fuerte ante la decadencia de lo “woke”, para lo que es imprescindible recuperar los valores tradicionales. Y para reforzar esa posición toman como argumento “aquello que España fue una vez”. Sin embargo, eso no es más que la nostalgia de un régimen recogido por la historiografía y el imaginario nacional desarrollado en su seno. Porque, concretamente, España fue “una grande y libre” durante el régimen franquista. Según los ideólogos reaccionarios, si con la pérdida de grandeza de España también se perdieron los fundamentos que la hicieron “grande”, es fundamental quitar el polvo a los modelos ideales de familia, de mujer y de hombre que articularon la nación, para que dichos ideales vuelvan a estar en primera línea.

Observemos, pues, la imagen de mujer ideal que estuvo vigente durante el régimen franquista y que quieren recuperar ahora. La dictadura franquista impuso una política de género represora, la cual negaba el carácter de individuo independiente a la mujer. Esa política convertía a la mujer en el eje educacional de la sociedad, pero sin otorgarle ningún tipo de agencia propia. A pesar de que las mujeres estaban limitadas a la posición de “ángeles del hogar”, al mismo tiempo tenían un gran “valor” y eran adoradas como el principal medio para la reproducción de esa nueva sociedad. La responsabilidad de reproducir y perpetuar esa Nueva España correspondía a las mujeres. Las cuidaban y querían por sus virtudes físicas y características morales, a pesar de que eran tratadas como objetos.

Esa retórica ensalzaba el valor de las mujeres como medio para la reproducción (del régimen). No obstante, ese reconocimiento social de la mujer estaba totalmente supeditado a su cosificación y dominación. Así, en junio de 1934 se creó la Sección Femenina de la Falange, responsable de la educación y movilización de las mujeres. Fue una pieza clave para mantener el orden social en el régimen franquista, ya que las mujeres eran una gran herramienta para la construcción y transmisión de la nueva identidad nacional. Esa visión de la mujer y la feminidad (ser madre y esposa) estuvo presente en todo el discurso “educador” de la Sección Femenina mientras duró el régimen franquista.

La revolución sexual, ¿el camino a la emancipación?

El salto a la Transición, por su parte, creó un escenario inmejorable, en aquel contexto de agitación política y social, para la materialización (por lo menos aparente) de una ruptura radical con el Régimen y todo lo que este simbolizaba. Además, en las décadas de los 70 y los 80, en un momento en que el Estado español estaba en pleno punto de inflexión, la revolución cultural se contagiaba por todo Occidente. A través de dicha revolución se quería poner fin al imaginario que hasta entonces se había asociado a las mujeres, es decir, a la idea de que las mujeres debían ser la condición y el motor para la reproducción social. La Iglesia Católica y el Régimen debían superar, si tenían una ínfima esperanza de que la sociedad avanzara, algunas de las ideas más arraigadas en la sociedad, tales como la feminidad centrada en la pureza, la represión sexual y la imagen de madre y esposa de la mujer.

La revolución cultural trajo consigo la normalización de algunas prácticas marginadas y prohibidas, y en aquello que se consideró como una época de libertad –sexual–, varios movimientos sociales tomaron fuerza. Así, la sexualidad tomó una gran centralidad de la mano de ese cambio en los valores y reglas morales relativas a la sexualidad. En las décadas que vendrían, se desarrolló la teoría que cristalizaría esa tendencia: la teoría queer. Sin embargo, la teoría queer se centra en la identidad individual, y ese es precisamente su foco: un sujeto que ha caído en crisis.

En la medida en que las premisas que recoge esa teoría fueron cogiendo fuerza, se da un ensalzamiento de la individualidad, bajo la creencia de que es una herramienta fundamental para la emancipación. De acuerdo con la teoría queer, recae en la persona individual la responsabilidad de transformar su realidad, sin atender a la realidad material que la condena a dicha realidad y, lo que es más, sin ninguna intención de superarla. De esa manera, se posiciona al individuo y sus deseos por encima de la sociedad. A finales de la década de los 70, a falta de una lucha masiva que tuviera la potencialidad de unir a toda la clase trabajadora, el movimiento por la libertad sexual, así como el feminismo, se desviaron hacia políticas identitaristas, y su activismo se limitó al intercambio de experiencias y la administración de las conquistas conseguidas. La institucionalización del movimiento de mujeres en el Estado –dentro de partidos reformistas, en la academia…– conllevó reforzar ideas burguesas dentro de ese movimiento. En ese sentido, ese movimiento social que venía a “cambiarlo todo”, que tenía fuerza a nivel de calle, fue asimilado y convertido en máquina para que el capitalismo multiplique ganancias.

Según los ideólogos reaccionarios, si con la pérdida de grandeza de España también se perdieron los fundamentos que la hicieron “grande”, es fundamental quitar el polvo a los modelos ideales de familia, de mujer y de hombre que articularon la nación, para que dichos ideales vuelvan a estar en primera línea

Sexualización y reacción conservadora: dos caras de la misma moneda

Se ha puesto al individuo en el centro como sujeto revolucionario, construido sobre dos principios falsos. Por un lado, tenemos el mito de la libertad individual: cada cual puede tomar sus decisiones de manera libre e individual, por medio de la mera voluntad de ser libre. Por otro lado, y partiendo de la premisa anterior, se presenta la sexualización personal y su performatividad como un mecanismo emancipador (como si fuese una cuestión de voluntad no alimentar los mecanismos que son rentables para el capitalismo y lo perpetúan, tales como la sexualización). No obstante, ese fenómeno no hace más que profundizar la violencia contra las mujeres, y justifica la apertura de nuevos mercados sexuales en el nombre de la emancipación de la mujer. La opresión se presenta como empoderamiento, bajo la creencia de que cambiar la bandera del barco que avanza a expensas de nuestro cuerpo hará cambiar su rumbo.

Como se ha mencionado anteriormente, esa propuesta política fracasa en el análisis de la realidad material en la que pretende intervenir, y no hace más que promover algunas prácticas que impulsan nichos particulares, rechazando el principio de unidad de clase. Así, se borra el horizonte revolucionario, se apaga la lucha.

Por otro lado, una nueva reacción está llamando a nuestra puerta, una reacción causada por el desencanto social resultado de la crisis capitalista y la incapacidad de la socialdemocracia de cumplir sus promesas, que ha desencadenado una ofensiva contra los colectivos más vulnerables (por ejemplo, las mujeres trabajadoras). Una vez más, con la esperanza de detener la degeneración económica, política y moral que nos golpea, se confunden víctimas y borreros. Una vez más, se quiere hacer desaparecer la miseria que se aproxima sin tener en cuenta su origen.

De acuerdo con la teoría queer, recae en la persona individual la responsabilidad de transformar su realidad, sin atender a la realidad material que la condena a dicha realidad y, lo que es más, sin ninguna intención de superarla

Por lo tanto, debemos entender la sexualización (por mucho que se presente como ejercicio de emancipación) y la reacción conservadora como las dos caras de la misma moneda. Ambas profundizan en la cosificación de las mujeres trabajadoras, y la perpetúan como sujeto devaluado, cuya función se limita a la reproducción y la satisfacción de los deseos sexuales ajenos, porque ninguna ha sido capaz ni ha aspirado a colocarse fuera del marco de pensamiento burgués y transformar la realidad material que nos condena a la miseria.

La reacción conservadora como arma arrojadiza contra la emancipación de las mujeres trabajadoras

Son dos las principales razones detrás del auge de la reacción; la primera de ellas es el proceso de proletarización de las clases medias. En plena crisis capitalista y en un proceso de desmantelamiento del estado de bienestar, ciertos estratos de las clases medias han perdido su nivel de vida (privilegios), lo que los ha llevado a defender planteamientos excluyentes y reaccionarios. La idea que se extiende es la siguiente: si se aumenta la explotación sobre la clase trabajadora y sus colectivos más oprimidos, si se les deja fuera del reparto de la riqueza, se podría recuperar la época dorada del capitalismo. La segunda es el fracaso y la incapacidad de la socialdemocracia occidental, lo que alimenta la tendencia descrita. En plena crisis, se ha estrechado la ventana de oportunidad para realizar políticas reformistas y queda en evidencia que la socialdemocracia no tiene ninguna respuesta ante la crisis que vivimos.

En épocas de estabilidad capitalista, el Estado ha sido capaz de integrar al proletariado de manera masiva y “por consenso”. Por ejemplo, en las décadas que prosiguieron a la II Guerra Mundial, una gran parte de la clase trabajadora del centro imperialista tenía garantizados algunos derechos sociales y políticos (eso sí, a costa del proletariado de la periferia). Por lo tanto, la legitimidad del poder de la burguesía se erige encima de las buenas condiciones de vida de una amplia clase media: la paz social se compra.

Pero la crisis de acumulación capitalista se traduce en crisis también en el resto de ámbitos sociales. En la actualidad, ya no es posible mantener ese bienestar económico y esos derechos políticos para amplias capas de la clase trabajadora. Y el capitalismo va perdiendo aceptación social de la mano de ese proceso. La esperanza por un futuro próspero se vertebra sobre la nostalgia de “aquello que fue”, aunque ese pasado estaba lejos de ser una realidad en la que el bienestar universal estuviera garantizado. Se vende la idea de ese paraíso precrisis, y se defiende que su razón de ser –aquello que al parecer se tendría que recuperar– son los valores de la familia tradicional y la nación fuerte. Según estos, el problema actual serían los fenómenos que ponen en duda los valores mencionados: todo movimiento caracterizado como woke o las personas migradas que pondrían en peligro la cultura y el modo de vida de su patria.

Según los pensadores reaccionarios, lo que nos ha llevado a este contexto de “inseguridad”, sin ninguna duda, es “la dictadura woke”. Hoy por hoy, se denomina woke cualquier movimiento a favor de los derechos políticos y sociales, se mete en el mismo saco todo aquel y todo aquello que no tiene cabida en el imaginario que tienen sobre la sociedad, y lo criminalizan y eliminan. Hay que abrir los ojos. Al igual que en la película Matrix, hay que elegir la pastilla roja. Y no es una mera analogía, sino una premisa en la boca de los ideólogos reaccionarios. Un ejemplo perfecto sería el podcast Red Pill, que dice lo siguiente en la biografía de su canal de Youtube:

“La Matrix es una metáfora utilizada en la filosofía Red Pill para describir el condicionamiento social y cultural que nos limita a pensar, actuar y vivir de cierta manera. La Matrix nos mantiene en un sueño colectivo en el que aceptamos como verdades las ilusiones que nos presentan, sin cuestionarlas. El objetivo es despertar a las personas de ese sueño colectivo, para que puedan ver la realidad y tomar el control de sus vidas.”

Según ellos, la sociedad está dormida, bajo una dictadura “woke” que se ha aceptado sin ninguna oposición, en la que se quiere mantener a los hombres victimizados y dominados. Los racistas, machistas y clasistas que difunden esos mensajes se autodenominan como unos mesías que dicen verdades que nadie más ve o se atreve a decir. Mientras el machismo se va extendiendo en el sentido común, muchos lo consideran rompedor y revolucionario, como si fuese contra la norma. Pero es lo contrario, están siendo intermediarios en un ejercicio masivo de ideologización.

Los discursos y las prácticas reaccionarias se están expandiendo tanto en la calle como en las instituciones o en las redes. Precisamente es en las redes donde encontramos un nicho enorme de esos ideólogos reaccionarios, que dirigen discursos y acciones contra los colectivos más vulnerables, difundiendo su argumentario para justificarlo y, en el caso de las personas jóvenes, esa difusión se da sobre todo por medio de las redes sociales. Esas mismas plataformas digitales que hacen de escaparate de las nuevas caras de la violencia machista funcionan como mecanismo de difusión para la negación de la violencia machista y para la normalización y legitimación de la cultura machista y la impunidad de los agresores.

La opresión se presenta como empoderamiento, bajo la creencia de que cambiar la bandera del barco que avanza a expensas de nuestro cuerpo hará cambiar su rumbo

Y es que las redes sociales cada vez tienen mayor importancia en el día a día, y no solo para la socialización, ya que se han convertido en un espacio pedagógico para las personas jóvenes, quienes pasan cada vez más tiempo en estas plataformas. Así, la educación que recibimos ha sido reemplazada, en gran medida, por las redes sociales y sus referentes.

En lo que se refiere a las redes, merece una mención especial el fenómeno de los podcast, a través del cual ideólogos reaccionarios tratan de dar una apariencia científica y honesta a los bulos y a las mentiras que difunden. Esto lo hacen planteando los temas por medio de debates, juntando en el programa invitados “progres” y conservadores. No obstante, cuando se invita a personas no conservadoras en esos podcast, estas suelen ser minoría, y el único objetivo es humillarlas: se las insulta, no les dejan hablar, destruyen su opinión sin ningún fundamento… Aunque se presente como un debate sincero, no es más que una plataforma para la imposición del discurso conservador renovado, que se basa en declaraciones de verdades universales sin ninguna base. Para ello, mencionan investigaciones y publicaciones de prestigio (si demostrar su veracidad), invitan a personas “expertas” en el tema (para utilizarlas como argumento de autoridad); es decir, legitiman sus ideas reaccionarias por medio de discursos pseudocientíficos basados en falacias y debates banales.

El discurso machista que se difunde en esos podcast recoge tres ideas principales:

1) El machismo y la violencia machista no existen. Es decir, la violencia no tiene género y señalar esta forma de violencia específica que sufrimos las mujeres trabajadoras sirve para victimizar a los hombres, ya que les pone en peligro porque es posible presentar una denuncia contra ellos en cualquier lugar, lo que podría destruir su vida. Es un invento ideológico.

2) Las mujeres no son más que objetos para la reproducción y la satisfacción del deseo sexual. Es lo que tendrán que ser las que llaman “mujeres de alto valor”, como explicaremos en profundidad más adelante. Afirman que no es necesario que la mujer trabaje fuera de casa, que se tiene que quedar en casa cuidando de su marido e hijos… Pero al tiempo que se desarrolla esa imagen de la mujer pura, también observamos una sexualización extrema de las mujeres. Las mujeres son socializadas como objetos sexuales que cumplirán todo deseo sexual y que son objetos de consumo.

3) Los responsables de la violencia que sufren las mujeres son las personas migrantes y las mujeres; ahí está la raíz del problema. Cuando se reconoce la existencia de la violencia de las mujeres, se achaca dicha violencia a la falta de seguridad, cuyos culpables son las personas inmigrantes . La delincuencia y las agresiones contra las mujeres se relacionan directamente con los inmigrantes; es decir, enarbolan la bandera de la defensa de las mujeres para poder alimentar sus discursos racistas, aunque son ellos mismos los primeros en actuar en contra de los intereses de las mujeres. Además, en numerosas ocasiones ponen el foco en las mismas mujeres ya que, según ellos, nosotras somos las responsables de las agresiones que sufrimos (por lo menos en parte), por estar en un lugar peligroso, por llevar una vestimenta inadecuada, por volver a casa solas….

Mientras el machismo se va extendiendo en el sentido común, muchos lo consideran rompedor y revolucionario, como si fuese contra la norma

Partiendo de esa premisa ideológica, se concluye que ha sido la degeneración del imaginario masculino y femenino y de la familia nuclear lo que nos ha puesto cuesta abajo y sin frenos (de la mano del feminismo y la política woke), y que la única salida es recuperar los valores tradicionales. Ese viraje hacia posturas conservadoras se ve representada en dos conceptos centrales: “las mujeres de alto valor” y su vuelta de hoja, “los hombres de alto valor”.

Según los discursos reaccionarios, la mujer nace con un valor más alto que el hombre, y es su responsabilidad conservarlo. Ese valor se lo otorga la maternidad, es decir, la capacidad y la función de reproducción

Imaginario renovado de la mujer y el hombre

Según los discursos reaccionarios, la mujer nace con un valor más alto que el hombre, y es su responsabilidad conservarlo. Ese valor se lo otorga la maternidad, es decir, la capacidad y la función de reproducción. Para conservar dicho valor, la mujer tiene que cumplir algunos requisitos vertebrados en la idea de la pureza. La mujer tiene que ser honrada y humilde, tanto en sus acciones como en su forma de vestir (debe cubrir su cuerpo). La mujer tiene que cuidar su aspecto, debe ser femenina, pero solo para el placer de su pareja o marido. Será madre y esposa, una reina de la casa que no tiene que trabajar fuera de ella, que será mantenida económicamente y protegida físicamente por su marido; de lo contrario, la masculinidad y la función proveedora de su marido podría quedar en entredicho. El valor de la mujer yace en su capacidad para la reproducción, y esa es la base de su éxito, junto con el cuidado de sus hijos e hijas, marido y hogar. Las mujeres deben impulsar el éxito de sus hombres, pero nunca superarlo (sobre todo en el ámbito económico); los hombres no desean mujeres masculinas, ya que estas son una amenaza para el orden tradicional. Una mujer tradicional busca un hombre tradicional y, para ello, la mujer debe aceptar ser dócil. Es incoherente querer todos los privilegios que ofrece un hombre tradicional (protección económica, física, social…) y que a cambio la mujer no ofrezca nada.

Si reunimos todas las piezas de la imagen de mujer ideal, tendremos como resultado eso que se denomina tradwife, concepto exportado de los Estados Unidos y que ha suscitado grandes polémicas en el Estado español (véase la influencer Roro). Ese término es una abreviatura –tradicional wife, es decir, esposa tradicional– que recoge muy bien esa imagen del ama de casa que debería ser un pilar de la sociedad. La tradwife prepara todas las comidas desde cero, tiene como objetivo satisfacer todos los deseos de su marido y está de acuerdo con la vida que le garantiza su marido.

Como se ha dicho, la mujer tradicional necesita del hombre tradicional, quien posee algunas virtudes de las que carece la mujer. El hombre, a diferencia de la mujer, debe crear valor durante su vida; es decir, tiene que validarse. Para ello, tiene que tener éxito en la esfera social y en la económica, y dicho éxito está completamente determinado por las acciones del individuo (la meritocracia como premisa). El hombre es fuerte e inteligente, destaca tanto física como psicológicamente y, por lo tanto, es su deber trabajar y proveer para su familia. No deja que las emociones o las hormonas le debiliten, y es fundamental ofrecer esa apariencia de fortaleza. El hombre debe cuidar de la mujer, garantizar su bienestar, para demostrar que sus virtudes físicas son invencibles. Eso es lo que garantizará su deseabilidad. Para poder cumplir esas exigencias, para llegar a la cima del desarrollo personal, el hombre debe realizar un ingente trabajo personal: una gran inversión de fuerza en el trabajo (deben respetarle en el ámbito profesional) y en su imagen personal (ensalzamiento de la cultura del gimnasio).

Así las cosas, se nos presentan dos imágenes contrapuestas que “se retroalimentan”. Por un lado, la mujer sometida: un objeto pasivo cuya función es la reproducción y la satisfacción del deseo sexual, sin ningún tipo de autonomía. Por otro lado, el hombre que se impone: un sujeto activo con plena agencia y que puede hacer lo que quiera con la mujer, a la que considera un objeto. Tiene en su mano el poder económico, social y político completo, así como la responsabilidad de mantener y proteger a su familia.

Consecuencias del imaginario que se quiere “recuperar”

Ese nuevo imaginario de la mujer se presenta como un cambio radical, como la cima del desarrollo personal. Sin embargo, la mujer continúa siendo un objeto de consumo, y su mayor aspiración es convertirse en propiedad privada de su marido. Al fin y al cabo, ese imaginario trae consigo un apuntalamiento y perpetuación de los roles de género que mantienen a la mujer en una posición de sometimiento. En ambos casos, es decir, tanto cuando se disfraza de respeto hacia la mujer como cuando se la cosifica explícitamente, estas posiciones socializan a la mujer como un objeto pasivo, como un objeto dispuesto a ser consumido y acatar órdenes. Todo esto profundiza en la violencia contra las mujeres, dando a entender que es lícito eliminar nuestra agencia y quitarnos la voz para exigirnos o tomar de nosotras lo que sea. Lo que se plantea es un retroceso en los derechos civiles y políticos, que pone a las mujeres trabajadoras en una posición aún más vulnerable, multiplicando las opciones de sufrir violencia de todo tipo y reduciendo sus opciones para hacer frente a dicha violencia.

Además, la premisa y el pilar para la consecución de ese ideal de mujer o de hombre, como ya se ha mencionado, es la responsabilidad individual. Es tarea de cada cual abrir los ojos y, atendiendo a las consignas presentadas, identificar los retos a superar, así como encontrar las vías para esa superación. Nadie va a ayudarnos, estamos solos y solas en esta vida, cada una es el mejor aliado de una misma. Así, de esa premisa se deriva la ilusión de que efectivamente existe la libertad de elección o el juicio o chantaje moral que se dirige a cada persona (como nuestra vida es determinada por nuestras elecciones individuales, somos nosotras las responsables de nuestro sufrimiento).

Libérate de tus cadenas. En este caso, las políticas identitaristas entienden que es posible realizar un trabajo de deconstrucción o liberación dentro del sistema capitalista (por lo que no ponen en duda dicho sistema) y ponen el foco en el trabajo personal que debe hacer cada individuo. Defienden que acabar con la miseria está en manos de cada uno y cada una de nosotras y, si decidimos no tomar ese camino, todo lo que nos ocurra será nuestra culpa. Sin embargo, la libertad colectiva y su ejecución necesitan de la construcción de una sociedad sin dominación y, por ende, una sociedad sin clases. Reivindicar la libertad colectiva toma en cuenta que la aparente libertad de elección que podría tener el proletariado está totalmente determinada por sus condiciones materiales. La libertad de elección no es real para la clase trabajadora en tanto que vivimos una situación de explotación.

Los llamamientos a una praxis transformadora que se niegan a analizar las determinaciones materiales no pueden crear más que reivindicaciones vacías, como mucho disfrazadas por un velo de radicalidad

Todo eso es consecuencia de no contar con un marco estratégico y organizativo revolucionario, ya que ese marco es condición sine qua non en el camino de la emancipación de la mujer trabajadora y para su desarrollo personal y para el libre desarrollo de su sexualidad. Se cometen errores graves bajo la forma de propuestas “emancipadoras”, tanto en el contenido como en el objetivo. Se presenta como una reacción espontánea y a la deriva, que pone el foco en la individualidad y el mito de la libre elección. Se hace un análisis y, por lo tanto, un señalamiento erróneo de la realidad en la que se quiere intervenir. Esa retórica que se desarrolla bajo la reivindicación de la defensa de las mujeres no tiene ni capacidad ni intención de hacer efectiva esa defensa.

Defienden la necesidad de abrir los ojos, de escapar del pensamiento hegemónico, pero han demostrado que son incapaces de ello y que, en realidad, no hacen más que reforzarlo. Los llamamientos a una praxis transformadora que se niegan a analizar las determinaciones materiales no pueden crear más que reivindicaciones vacías, como mucho disfrazadas por un velo de radicalidad. En el peor de los casos, abren la vía a la criminalización de los colectivos más vulnerables en nombre de un interés común excluyente.

No es una cuestión de voluntad. La opresión que nos golpea a las mujeres trabajadoras no es un fenómeno derivado de las elecciones personales. Por lo tanto, es indispensable efectuar un análisis concienzudo de la realidad material y adherirnos a la alternativa que es realmente capaz de llevar la tarea de la emancipación universal hasta su último término, porque solo así será posible la emancipación de la mujer trabajadora.

Ante el lobo vestido con piel de cordero, ya sea disfrazado bajo la caballerosidad o bajo la forma de un machismo reformulado como herramienta de liberación, un análisis concreto de la realidad material es imprescindible para identificar la raíz de las formas que toma el sistema que nos oprime, ya que esas formas continuarán reproduciéndose mientras le brinden rédito político y económico al Capital.

En este momento en el que se puede entender que la única manera de superar la opresión de cada persona es mediante la vulneración de los intereses del resto de colectivos de la clase trabajadora, nos es fundamental intervenir de manera acertada para volver a articular la oportunidad y la necesidad total de emancipación universal, ya que nuestro objetivo no es sustituir un sistema de opresión por otro, o un borrero por otro –o, en el mejor de los casos, convertirnos en borreros–. Porque mi libertad no comienza donde acaba la tuya; mi libertad comienza junto con la tuya..

BIBLIOGRAFíA

Rodríguez, D (2017). La Sección Femenina de Falange como guía adoctrinadora de la mujer durante el Franquismo en Mujeres y saberes. En los límites de lo permitido, 30, 133-147. Asparkia.

Kipcak, Y (2020). El Marxismo frente a la Teoría Queer.