Los años 70 y la llamada "revolución cultural" trajeron consigo una crítica radical a las normas sexuales tradicionales: se cuestionó la doble moral, se separó sexualidad de la reproducción, se reivindicó el derecho al placer y al aborto, y se visibilizó la relación entre sexualidad y violencia. Estas transformaciones, plasmadas en consignas como “lo personal es político”, ampliaron los límites de lo aceptable y promovieron una actitud más abierta hacia la sexualidad, especialmente para mujeres y homosexuales. Sin embargo, la ansiada libertad sexual no se tradujo en una mayor autonomía sobre nuestros cuerpos. El mercado absorbió esas demandas y convirtió la sexualidad en un producto más, explotando y objetivizando el cuerpo de la mujer: de la “mujer madre” se pasó a la “mujer objeto sexual”.
La ansiada libertad sexual no se tradujo en una mayor autonomía sobre nuestros cuerpos. El mercado absorbió esas demandas y convirtió la sexualidad en un producto más, explotando y objetivizando el cuerpo de la mujer: de la “mujer madre” se pasó a la “mujer objeto sexual”
Hobsbawm señaló que esta revolución cultural representó el triunfo del individuo sobre la sociedad, donde el rechazo a los valores tradicionales no buscó nuevas formas de organización social, sino la autonomía ilimitada del deseo individual. Esto ha llevado a ideas como “si lo eliges, no hay problema” o “si lo haces por dinero, empodera”, mientras la sexualización y comercialización de las mujeres siguen siendo pilares de la desigualdad de género, incluso en la era de la igualdad formal.
Frente a esto, el puritanismo reaccionario de la ultraderecha intenta imponer normas conservadoras, como el fenómeno de las tradwife. Ambas posturas, aunque opuestas, deshumanizan a la mujer y la perpetúan como sujeto de segunda.
El derecho a decidir sobre el propio cuerpo y a vivir la sexualidad con libertad exige terminar con un orden social basado en la rentabilidad económica, que mercantiliza los cuerpos y la sexualidad. Esto nos obliga a luchar por la autonomía sobre nuestros cuerpos –defendiendo el aborto, combatiendo las agresiones sexuales– mientras cuestionamos la individualidad burguesa y la vinculamos a un proyecto político de transformación social y emancipación.
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