FOTOGRAFÍA / Maia Berastegi
2025/04/02

Según la teoría liberal, la sociedad es un conjunto abstracto formado de individualidades particulares. Para los liberales, lo primario e inquebrantable es el individuo. Toda referencia colectiva, ya sea el Estado o el Derecho, surge en los límites de la individualidad, representados por los márgenes más allá de los cuales la libertad de un individuo entra en conflicto con la libertad de otro. Así, lo colectivo surge como accidente, es contingente y subordinado al interés individual que, por otra parte, no tiene otro límite sino la propia individualidad.

Sin embargo, la individualidad, en tanto que se define formalmente en el conflicto entre los individuos de una determinada sociedad, está ya abstractamente delimitada, como una conducta tipo a la que han de reducirse todos los individuos. La individualidad es, en resumidas cuentas, la zona sin conflicto, una abstracción en un mundo que, por otro lado, es un conflicto incesante. El producto genuino de ese proceso de abstracción, de la génesis de lo individual, es la idealización de unas relaciones sociales determinadas, en las que el individuo actúa como sujeto privado que surge como expresión jurídica de unas relaciones sociales de producción. En ellas, el burgués posee la propiedad privada de los medios de producción y de valorización del capital, mientras que el proletariado es propietario de su fuerza de trabajo.

Los liberales dicen prescindir del Estado, pues los intereses individuales se equilibran de forma natural: son intereses iguales, de propietarios iguales. Sin embargo, incluso si diéramos por válida esa abstracción, el Estado seguiría surgiendo como necesidad y fundamento de unas relaciones sociales basadas en la individualidad, en individuos privados y con intereses contrapuestos. Y es que, una sociedad de esas características, donde el interés de uno se delimita por el interés de otro, la colectividad adquiere una forma social enajenada (el Capital) que extirpa la condición de sujeto al individuo para entregárselo a una estructura de poder política, en la que reside el arma fundamental de la dominación de clase. El Estado resuelve así el conflicto fundamental de la constitución en sujeto, en una sociedad en la que reconoce formalmente a todos los individuos ese derecho.

Los liberales dicen prescindir del Estado, pues los intereses individuales se equilibran de forma natural: son intereses iguales, de propietarios iguales. Sin embargo, incluso si diéramos por válida esa abstracción, el Estado seguiría surgiendo como necesidad y fundamento de unas relaciones sociales basadas en la individualidad, en individuos privados y con intereses contrapuestos

La individualidad que reivindica la teoría liberal es el fundamento ideológico de la subordinación de clase. Y es que, bajo la apariencia de igualdad jurídica entre dos sujetos propietarios, se oculta la subordinación a una forma colectiva enajenada en el Capital y sus estructuras de poder y dominación, basada en la explotación de clase del proletariado. La individualidad está determinada, y significa explotación y miseria para el proletariado.

La libertad individual así entendida ya no puede ser fundamento de cambio alguno; lo personal es político, pero en un sentido diferente. Lo es en la medida en que lo personal es una tarea colectiva, una tarea política. Toda individualidad que no tiene como fundamento consciente un punto de partida colectivo reproduce necesariamente la realidad social que la constituye como individualidad operante; esto es, se halla subordinada a la forma social de colectividad imperante.

Así, posiciones individuales, fundamentadas en una libertad individual que supuestamente hace frente a una situación opresiva generada por un sujeto despótico, pueden reproducir ese despotismo bajo la apariencia de hacerle frente. La cuestión de la sexualización de las mujeres es ejemplo evidente de ello. Mientras que sectores liberales con el disfraz de revolucionarios dicen estar transformando la realidad reivindicando la libertad (sexual) de las mujeres, en realidad están coadyuvando a crear un clima de autoritarismo mayor cuando con sus acciones supuestamente empoderadoras crean una mujer sexualizada, un deseado objeto de posesión. La libertad sexual consiste, para esos sectores, en aprender a surfear en una realidad opresiva; la opresión no es, por lo tanto, estructural, sino que depende de la actitud del individuo frente a la misma.

En la teoría del empoderamiento, como en toda teoría liberal, la realidad social se reduce a relaciones interindividuales abstractas y, por ello, las contradicciones sociales se consideran situaciones asimétricas que han de ser superadas en el plano de la relación entre dos sujetos abstractamente iguales. El empoderamiento no consiste en transformar la realidad, sino en reconsiderar la posición de uno mismo en ella. Así, la opresión no tiene un carácter social ni relación alguna con las estructuras de la dominación de clase, sino que la responsabilidad es individual, y el empoderamiento corresponde a cada cual.

El peligro más evidente de estas posiciones reside en que, para hacer frente a un sujeto autoritario, reivindican la libertad de un individuo que, como el sujeto autoritario, es producto de unas condiciones sociales determinadas que, en ambos casos, son las mismas. Esas condiciones son la base sobre las que se articulan el sujeto autoritario y su complemento: el sujeto individual libre que dice hacer frente a la opresión. Así, contra los tradicionalistas, reaccionarios, misóginos y machistas que dicen que las mujeres son objetos sexuales que han de estar al servicio del hombre, los sujetos libres hacen de la sexualización, esto es, de una situación opresiva, un icono de la liberación y el empoderamiento. Empoderamiento que significa aceptar de manera consciente una situación de opresión, y sacar rédito de ello. De tal modo que superar la opresión significa reconsiderar los conceptos que la categorizan, a lo que le llaman apropiación y resignificación. La opresión es simple percepción.

Mientras que sectores liberales con el disfraz de revolucionarios dicen estar transformando la realidad reivindicando la libertad (sexual) de las mujeres, en realidad están coadyuvando a crear un clima de autoritarismo mayor cuando con sus acciones supuestamente empoderadoras crean una mujer sexualizada, un deseado objeto de posesión

Si consideramos la sociología específica a la que pertenecen los defensores de la libertad individual, nada de esto es sorprendente. Desde burgueses progresistas hasta rentistas del cuerpo, pasando por intelectuales pequeñoburgueses; todos ellos sujetos que se benefician en un sentido individual de la opresión de las mujeres y que con sus acciones refuerzan las condiciones que hacen posible esa opresión. Sujetos que hacen negocio del empoderamiento, que acumulan capital social y dinero, que hacen de la opresión un negocio lucrativo, pues ofrecen programas de autoayuda que permiten afrontar la opresión en un plano individual, se lucran en redes sociales, se constituyen en referentes ideológicos de la liberación, del esfuerzo que supone liberarse; sujetos pequeñoburgueses que hacen de la opresión una sensación individual, y de su superación simple voluntarismo, basado en el esfuerzo meritocrático, que es el ADN de la sociedad capitalista tal cual la ansía y desea la pequeña burguesía.

El empoderamiento no consiste en transformar la realidad, sino en reconsiderar la posición de uno mismo en ella. Así, la opresión no tiene un carácter social ni relación alguna con las estructuras de la dominación de clase, sino que la responsabilidad es individual, y el empoderamiento corresponde a cada cual

Tras la apariencia de la liberación y la falacia de la libertad, se encuentra todo un entramado ideológico que permite reconceptualizar la opresión para hacerla perdurar, pues los sujetos encargados de su superación son sujetos que se autoperpetúan, en la medida en que su constitución y su ser sujeto se hallan estrechamente ligados a la perpetuidad de la opresión, no a su superación. Así, soluciones individualistas, que no dejan de ser posturas ideológicas, son soluciones que aceptan la forma colectiva imperante, la del sujeto Capital, como medio de afirmarse como soluciones, pues son soluciones que han de renovarse constantemente, por tratarse de imposturas individuales. Y es que, si la vía de escape es el individuo, tal y como la sociedad capitalista lo ha constituido, y lo es por el hecho de negarse a adoptar una postura colectiva por la revolución socialista, entonces esa vía de escape requiere de la constante renovación del individuo en el seno de las relaciones sociales en las que es constituido. Lo que significa promocionar salidas individuales a una opresión que se perpetúa; y por ello, promocionar salidas falsas, que no hacen sino estrechar más firmemente las cadenas de la opresión, haciéndola más fácilmente asimilable. En cambio, la vía alternativa es reconocer en el individuo libre, en las acciones libres del individuo, un individuo determinado, ya inserto en unas relaciones sociales y, por ello, simple expresión individual de esas relaciones. Lo que implica que, para subvertir la realidad, es necesario reconocerse en el colectivo, y organizarse para transformarlo.