"La primera aparición es tan sólo su inmediatez o su concepto. Del mismo modo que no se construye un edificio cuando se ponen sus cimientos, el concepto del todo a que se llega no es el todo mismo" - Hegel
"Muy bien, viejo topo. ¡Qué rápido escarbas!" - Hamlet
Los abundantes artículos, misivas y discursos que Lenin tuvo oportunidad de escribir entre el estallido revolucionario de 1917 y su muerte prematura en 1924 insisten en una idea a la que probablemente no se le ha prestado la atención debida. “Ha comenzado una nueva época en la historia universal” [1], es lo que se repite una y otra vez. Esto no es una simple consigna. La tesis que sostiene Lenin es fundamental para una lectura materialista histórica de la revolución bolchevique, comprendida no sólo en lo que esta tiene de estallido social pasajero, sino, especialmente, comprendida como transformación irreversible del escenario de la lucha de clases. Lenin propone un marco conceptual desde el que es posible establecer un juicio histórico de todo un ciclo de desarrollo del proletariado como clase revolucionaria. El objetivo de este artículo es descifrar los supuestos e implicaciones de aquella tesis, ilustrando en qué sentido Octubre y la secuencia de acontecimientos que desencadena –a la postre, la experiencia comunista del siglo XX en su conjunto– asientan los cimientos de cualquier posible desarrollo ulterior de la revolución socialista, es decir, los cimientos de la culminación de la historia universal.
La tesis que sostiene Lenin es fundamental para una lectura materialista histórica de la revolución bolchevique, comprendida no sólo en lo que esta tiene de estallido social pasajero, sino, especialmente, comprendida como transformación irreversible del escenario de la lucha de clases
Al contrario que la inmensa mayoría de sucesos, necesariamente condenados a un olvido eterno, aquellos que configuran la historia universal gozan del privilegio de quedar instalados, por así decirlo, en el código histórico-genético de nuestra especie. Una revolución social, a diferencia de millones de fenómenos accidentales y más o menos superfluos, reconfigura el campo de posibilidades de la práctica humana en toda su extensión e intensidad. Por poner sólo un ejemplo, la denominada acumulación originaria, o sea, la separación violenta de los productores respecto de las condiciones objetivas de la producción, instaura unas condiciones sociales que afectan al conjunto de la especie humana de manera irreversible, y nadie puede sustraerse a sus consecuencias por mera fuerza de voluntad. Esto significa que la historia universal condensa un contenido al que los seres humanos no necesitan vincularse deliberada o conscientemente para que su práctica quede sujeta a las reglas que aquel impone. Algo así quería decir Marx cuando afirmó que los seres humanos hacen efectivamente su propia historia, pero siempre “bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado” [2].
Lenin tiene razón al incluir la revolución de octubre entre esos terremotos históricos que confieren un nuevo sentido al decurso posterior de los acontecimientos. Según comprende Lenin los años de revolución que él mismo protagonizó, e independientemente del que terminase siendo su resultado inmediato, el legado del octubre rojo no podía ya disolverse como un simple accidente insustancial: este marcaba un antes y un después en el desarrollo de la especie humana. Hay al menos tres rasgos que hacen de Octubre, tomado como ciclo global de la lucha de clases, el primer peldaño de una nueva fase de la historia universal. Trataré de examinar estos tres rasgos a lo largo del texto. El primero es que Octubre eleva al proletariado por primera vez a clase dominante en un sentido mínimamente sistemático. El segundo es que, por medio de la toma del poder, el proletariado se convierte en sujeto consciente de la producción social. El tercero es que la ofensiva político-económica del proletariado convirtió el comunismo en referencia cultural de un orden civilizatorio alternativo. En la medida en que el progreso en estos tres aspectos sólo pudo efectuarse de un modo limitado o parcial, será también necesario señalar qué factores condicionaron y en última instancia imposibilitaron la consumación práctica del programa comunista en su primera gran tentativa histórica.
Analicemos, entonces, cada uno de estos puntos. La emergencia de la fase de desarrollo histórico que conocemos como comunismo o modo de producción asociado se expresa, en primera instancia, en la conversión del proletariado en clase dominante. Que este dominio es temporalmente precario, sujeto a un proceso de perfeccionamiento, lo indica el hecho de que la lucha de clases sigue siendo el motor del desarrollo social incluso tras la toma del poder político por parte del proletariado [3]. La toma del poder político, cuyo contenido mínimo es la destrucción del Estado burgués y la conquista del monopolio de la violencia por parte del proletariado organizado, es en este sentido sólo la premisa de la consolidación del nuevo orden social, no su conclusión y asentamiento definitivo. No obstante, la disputa del monopolio de la violencia a la burguesía y su aparato estatal representa la apertura de un período en el que la construcción económica del socialismo aparece por primera vez como una tarea inmediata, tarea para la que sólo desde este momento existen suficientes medios –siendo el poder político concentrado en manos del proletariado revolucionario el principal de todos ellos–. De ahí que Lenin subraye la importancia de la dictadura del proletariado como condición sine qua non del comunismo, tomado como programa histórico y como estrategia política. Como programa histórico, pues la dictadura del proletariado en Rusia supone un punto de inflexión respecto de la historia precedente; como estrategia, porque esta pasó a ser también la piedra de toque de la lucha de clases de su presente político.
La disputa del monopolio de la violencia a la burguesía y su aparato estatal representa la apertura de un período en el que la construcción económica del socialismo aparece por primera vez como una tarea inmediata
La transición a un modo superior de producción social, que es el contenido histórico-universal encerrado en la primera expresión sistemática de dictadura del proletariado, es impensable o una simple declaración nominal al margen del modo en que se articula y despliega esa transición. La forma necesaria de aquel contenido es la del poder soviético, la organización centralizada del proletariado y las masas desposeídas en órganos de poder democráticos, conocidos como soviets gracias a la traducción rusa del término “consejo” [4]. En la forma de poder soviético la sociedad alcanza por primera vez su autogobierno, de tal manera que los aparatos administrativos dejan de ser órganos sobreimpuestos a la sociedad, órganos de sometimiento y represión, y se convierten en órganos subordinados a ella, en herramientas al servicio de sus intereses objetivos. La elección de delegados obligados a rendir cuentas, en una situación de permanente revocabilidad y sujetos al mandato imperativo de sus electores para todos los ámbitos de la producción social que así lo requieran –i.e., funciones que exijan cierta maestría o especialización técnica, o que hayan de ser ejecutadas necesariamente por una cantidad reducida de individuos–, convierte a los ostentadores de estos cargos de responsabilidad en simples servidores del interés general, y no en representantes arbitrarios con poderes especiales y potencialmente corruptibles –como lo son hoy jefes, capataces o directores dentro de una empresa; policías, jueces o políticos en lo que respecta a la esfera pública–. Se trata por lo tanto de una transformación en la morfología del propio poder, que es ahora un poder proletario, cualitativamente discernible de cualquier modalidad previa de poder. En este sentido, la administración de los asuntos públicos por medio de consejos implica una forma radical de democracia, una transformación de su forma burguesa y elitista en su forma plenamente socializada [5].
En la forma de poder soviético la sociedad alcanza por primera vez su autogobierno, de tal manera que los aparatos administrativos dejan de ser órganos sobreimpuestos a la sociedad, órganos de sometimiento y represión, y se convierten en órganos subordinados a ella, en herramientas al servicio de sus intereses objetivos
La coyuntura tras la primera guerra mundial engendró un escenario en el que la sola existencia de una dictadura proletaria sobre el globo desplazaba el centro de gravedad de la política de las clases dominantes y de los partidos obreros, pues también estos últimos estaban a partir de entonces forzados a posicionarse abiertamente a favor o en contra de la revolución. Fue esto lo que consumó la escisión del socialismo en dos alas, una escisión que, como se sabe, venía fraguándose desde hacía décadas. En primer lugar, porque el estallido de la guerra imperialista y la presencia de una dictadura del proletariado en Rusia hacía directamente imposible la continuidad de la vieja táctica socialdemócrata: dado el enfrentamiento abierto entre clases a lo largo y ancho del viejo continente, ya no era posible seguir acumulando fuerzas de forma gradual y pacífica. La disyuntiva entre democracia burguesa o democracia proletaria, entre poder imperialista del capital o poder revolucionario del proletariado, se imponía ineluctablemente sobre la vida política de cualquier actor social. Se hizo entonces necesario tomar partido a favor o en contra de la revolución, que no era ya un postulado o un objetivo para el futuro, sino una realidad palpable e inmediata, encarnada en el proyecto práctico de los bolcheviques. De este modo, todos los socialistas que de manera más o menos beligerante, más o menos equidistante, decidieron no apoyar la revolución internacional en marcha y subordinarse a su programa se posicionaron objetivamente con la reacción y sus aparatos de poder, en contra de la militancia revolucionaria y su programa histórico. Este desenmascaramiento definitivo del reformismo socialdemócrata no sólo tuvo un impacto político inmediato –por ejemplo, en la lucha violenta que enfrentó a mencheviques y bolcheviques–, sino que también posee un significado histórico universal: la socialdemocracia es desde ese momento un agente explícitamente alineado con el capital y su fuerza represiva estatal. Esta es una realidad que ya no debe ser probada –como todavía debía serlo en tiempos de Marx o Luxemburgo–, ya que es un hecho consumado, incuestionable e irreversible.
Desde este punto de vista se comprende mejor la insistencia de Lenin en la idea de que
Marxista sólo es el que hace extensivo el reconocimiento de la lucha de clases al reconocimiento de la dictadura del proletariado. En esto es en lo que estriba la más profunda diferencia entre un marxista y un pequeño (o un gran) burgués adocenado. En esta piedra de toque es en la que hay que contrastar la comprensión y el reconocimiento real del marxismo. Y no tiene nada de sorprendente que cuando la historia de Europa ha colocado prácticamente a la clase obrera ante tal cuestión, no sólo todos los oportunistas y reformistas, sino todos los “kautkskianos” […] hayan resultado ser miserables filisteos y demócratas pequeñoburgueses, que niegan la dictadura del proletariado [6].
La instauración de la primera dictadura proletaria y la reconfiguración del tablero de la lucha de clases alrededor de esta cuestión, junto con la ruptura de la unidad del campo socialista, puso a la orden del día la necesidad de actualizar la tecnología organizativa del proletariado, que desde este momento adopta en la figura de la Internacional Comunista su forma más elevada, entendida como Partido Comunista internacional de ofensiva, esto es, como plataforma y medio de expansión de la dictadura del proletariado, y no como simple medio de acumulación pacífica de fuerzas –posición respaldada hasta ese momento por la Segunda Internacional– [7].
En cualquier caso, desde el punto de vista del asentamiento de un nuevo modo de producción, la toma del poder político resulta a todas luces insuficiente, y ni la dictadura del proletariado, ni, por supuesto, la creación de la Internacional Comunista, representan por sí solas la consumación de su programa histórico. El poder político del proletariado sólo tiene razón de ser en la medida en que sirve de medio activo en lo que Marx una vez denominó “reconstrucción económica de la sociedad” [8]. El segundo rasgo que hace de la revolución rusa y el comunismo del siglo XX un avance en el transcurso de la historia universal es, precisamente, que plantea por primera vez la tarea básica de esta fase de la lucha de clases: la construcción económica del socialismo, esto es, el desarrollo de las fuerzas productivas del trabajo social de acuerdo con unas nuevas relaciones de producción, que expresan una nueva forma de organizar ese trabajo entre los distintos miembros de la sociedad.
El segundo rasgo que hace de la revolución rusa y el comunismo del siglo XX un avance en el transcurso de la historia universal es, precisamente, que plantea por primera vez la tarea básica de esta fase de la lucha de clases: la construcción económica del socialismo
Así lo entendía también el propio Lenin: “La base económica de esta violencia revolucionaria [sobre los explotadores], la garantía de su vitalidad y éxito, está en que el proletariado representa y pone en práctica un tipo más elevado de organización social del trabajo que el capitalismo” [9]. Teniendo esto en consideración, el autogobierno de la sociedad mediante el poder soviético se comprende a la vez como un fin en sí mismo y como medio para la construcción económica del socialismo. Es un fin porque sólo de manera democrática puede el metabolismo social regularse de una manera consciente y racional. Es un medio, en cambio, en la medida en que, sin poner sus fuerzas al servicio de la transformación de las relaciones de producción, cualquier aparato que centralice el ejercicio de la violencia reproducirá unas condiciones económicas que terminarán por disolver su articulación como poder soviético, imposibilitando así el autogobierno de la sociedad y, en consecuencia, la propia transformación de las relaciones económicas. La forma política del poder y su contenido económico son, en esta medida, dos caras de la misma moneda, y tanto sus avances como sus retrocesos se dan necesariamente de la mano.
Tal y como afirmaba Marx cuando dijo que “ninguna formación social desaparece antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas que caben dentro de ella” [10], Lenin sostuvo que “la productividad del trabajo es, en última instancia, lo más importante, lo decisivo para el triunfo del nuevo régimen social” [11]. Sin el desarrollo de las fuerzas productivas es imposible desprenderse de la forma capitalista de la riqueza, que se perpetúa como la forma más adecuada y eficiente dado cierto grado de productividad del trabajo. Sólo una alta productividad del trabajo puede eliminar los incentivos para la extracción de plustrabajo, la explotación y la dominación de clase como motor de la producción y el desarrollo social. Es por eso que la reducción al mínimo del tiempo de trabajo necesario coincide con la creciente superfluidad del capital como forma de reproducción social, de modo que la distribución equitativa –de acuerdo con las capacidades y necesidades de cada cual [12]– tanto del trabajo como de su producto aparece como la forma más eficiente y racional de organizar al conjunto de los miembros de la comunidad humana.
Sólo una alta productividad del trabajo puede eliminar los incentivos para la extracción de plustrabajo, la explotación y la dominación de clase como motor de la producción y el desarrollo social. Es por eso que la reducción al mínimo del tiempo de trabajo necesario coincide con la creciente superfluidad del capital como forma de reproducción social
El desarrollo de las fuerzas productivas convierte la extracción de plustrabajo en innecesaria, y no simplemente en injusta o indeseable. Lo que, dicho en otras palabras, quiere decir que se convierte en injusta, no sólo desde un punto de vista moral, sino desde un punto de vista histórico, que es el punto de vista determinante y decisivo en última instancia. Allí donde la aplicación tecnológica de la ciencia y un sistema de maquinaria conscientemente regulado pueden producir de manera más y mejor que el ser humano, la función de este como factor vivo del proceso de trabajo comienza a ser prescindible e incluso contraproducente, y con él su explotación económica como instrumento de la producción. El comunismo simplemente consuma y materializa una tendencia que bajo el modo de producción capitalista opera ya de forma implícita mediante la proletarización de la sociedad, el aumento de la superpoblación relativa y del ejército industrial de reserva.
Junto a la organización de los desposeídos en clase dominante, el mérito de la joven república soviética reside, no en haber conseguido elevar la productividad del trabajo en un plazo inaudito, sino en haber planteado colectiva y conscientemente dicha tarea, es decir, en la forma en la que se plantea y ejecuta la tarea. Si el capitalismo sólo es capaz de ejecutarla de manera inconsciente e indirecta por medio de la competencia entre propietarios privados, la república de los soviets lo hizo mediante la cooperación planificada de su ejército de proletarios conscientes. La organización centralizada de los instrumentos de producción al alcance del poder proletario, además de encarnar una nueva forma de relacionar los órganos del trabajo social, supone también un incremento de la fuerza productiva del trabajo, pues su sola combinación organizada, el trabajo plenamente socializado y la cooperación consciente, implica un ahorro y una economización respecto del empleo desorganizado de esas mismas capacidades: el “[…] modo de cooperación […] es […] una ‘fuerza productiva’" [13], y eso mismo pasó a ser en suelo ruso el obrero colectivo en tanto que instrumento unificado bajo la dirección centralizada del poder soviético. Tanto en lo que respecta a la organización del proceso inmediato de trabajo, como en lo que se refiere a la aceleración del proceso histórico, el bolchevismo demostró la verdad de la sentencia de Marx según la cual “la clase revolucionaria es la mayor fuerza productiva” [14].
El poder soviético y su intento de construcción económica del socialismo hicieron del programa histórico del comunismo un modelo o referencia tangible para los proletarios de todo el mundo. La realidad efectiva del modelo social implantado mediante la revolución es el indicio de la irreversibilidad del estadio histórico cuyo inicio representa. Es, además, la expresión del agotamiento del margen de racionalidad histórica del capitalismo, cuya caducidad no puede solamente declararse, sino que ha de demostrarse por la vía práctica. Esto introduce el tercero de los rasgos que caracterizan la relevancia histórico-universal del comunismo del siglo pasado: el hecho de que sus conquistas políticas y económicas inmediatas redimen derrotas pasadas, proyectan conquistas futuras y amplían así el margen de posibilidades del presente. Que el comunismo adquiera fuerza objetiva como referente cultural de una alternativa civilizatoria supone que este demuestra en la práctica que posee capacidad para imponer y normalizar las reglas que le son características, de tal manera que se acepte con espontaneidad, sin imposición externa de ningún tipo, la legitimidad del nuevo sistema de instituciones sociales. Es en este sentido que puede decirse que Octubre supuso la normalización del comunismo –incluso su naturalización– como alternativa civilizatoria, y, en ese sentido, forzó su inclusión como una nueva etapa en el progreso de aquello que Hegel entendía por Geist o “espíritu”. La idea más que extendida entonces de que el comunismo era de algún modo inevitable puede explicarse desde el punto de vista de esta ofensiva en el plano cultural. Se trata sencillamente de que el campo de lo imaginable, el sistema de reglas que ordenan el conjunto de lo posible y de lo imposible, pasó a estar definido por el horizonte de la transformación radical de la sociedad, de tal manera que la representación de la realidad, fuera esta puramente intuitiva o teóricamente sofisticada, ideológica o científica, quedaba sometida a un marco definido por la presencia de la revolución como poder histórico real.
La realidad efectiva del modelo social implantado mediante la revolución es el indicio de la irreversibilidad del estadio histórico cuyo inicio representa. Es, además, la expresión del agotamiento del margen de racionalidad histórica del capitalismo, cuya caducidad no puede solamente declararse, sino que ha de demostrarse por la vía práctica
Sólo esta atmósfera explica afirmaciones tales como que “el triunfo del poder soviético en todo el mundo está asegurado. Sólo es cuestión de tiempo” [15]. Si “horizonte” hace referencia al campo de lo visible, la instauración del comunismo como horizonte histórico implica que la cadena de acontecimientos potenciales o “a la vista” sólo son pensables como pasos intermedios entre el comienzo y la instauración definitiva de un modelo superior de sociedad. Una vez la revolución bolchevique ha tenido lugar, la historia sólo tiene sentido como aquello que media entre su comienzo victorioso en Rusia y la futurible República Soviética mundial. Todo lo demás es accesorio. Y esta condición de toda una época resulta, en cierto modo, irreversible: “La dura y ardua lucha contra el capital ha comenzado victoriosamente en Rusia. […] Y esta lucha terminará con el triunfo de la República Soviética mundial” [16].
Este camino ha sido iniciado, pero es evidente, a la luz de los hechos históricos, que no ha sido culminado. Sin embargo, ni el éxito ni el fracaso de la experiencia comunista puede evaluarse de forma unilateral. Si su éxito hubiese sido absoluto, la tarea de repensar el comunismo y su puesta en práctica sería superflua, pues el programa de la revolución habría sido realizado hace ya mucho. Si, en cambio, lo absoluto hubiese sido su fracaso, la experiencia revolucionaria del proletariado habría caído en saco roto, sin dejar un legado objetivo en forma de herramientas organizativas, políticas y culturales de muy distinto tipo, herramientas a partir de las cuales puede actualizarse en la coyuntura del presente el programa de acción del proletariado. Esta actitud ponderada hacia la historia de la revolución es la única que posibilita un juicio que no se desvíe hacia el moralismo subjetivista ni hacia el materialismo más vulgar: el primero cae en la crítica vacía y abstracta, mientras que el segundo rechaza de antemano la posibilidad de cualquier crítica. El juicio materialista histórico de la experiencia revolucionaria no establece –como sí hace el moralismo– una separación total entre el programa comunista en su media ideal y el comunismo realmente existente a lo largo del siglo XX, ni, por el contrario, tampoco identifica estos dos completamente, confundiendo la realidad o existencia de algo con su justificación –como dogmáticamente hace el materialismo vulgar–. Es esa “unidad en la diferencia” lo que posibilita comprender la primera tentativa de revolución proletaria como expresión objetiva del programa histórico del comunismo, como primera materialización racional de sus fines últimos, y, a la vez, evaluar esta expresión objetiva a la luz de todos sus límites y deficiencias internas, es decir, en su contraste con el programa histórico que no consiguió terminar de materializar.
Ni el éxito ni el fracaso de la experiencia comunista puede evaluarse de forma unilateral. Si su éxito hubiese sido absoluto, la tarea de repensar el comunismo y su puesta en práctica sería superflua, pues el programa de la revolución habría sido realizado hace ya mucho. Si, en cambio, lo absoluto hubiese sido su fracaso, la experiencia revolucionaria del proletariado habría caído en saco roto, sin dejar un legado objetivo en forma de herramientas organizativas, políticas y culturales de muy distinto tipo
Se han examinado al menos tres aspectos del avance histórico que representó el comunismo del pasado siglo: la dictadura del proletariado en forma de poder soviético, la construcción consciente de la economía socialista y la referencia cultural de la revolución como horizonte civilizatorio de toda una época. Hay que plantear, para terminar, en qué sentido puede decirse que la plasmación efectiva del programa comunista durante el siglo XX resultó limitada, o por qué se tuvo que enfrentar a ciertos límites que condicionaron y lastraron su desarrollo. Esto es, elaborar una crítica en sentido materialista: iluminar los límites de un fenómeno o proceso desde el punto de vista de sus propios fines internos. En este caso, evaluar el proceso del comunismo realmente existente a la luz del programa histórico del comunismo, programa o fin que el primero fue incapaz de culminar. Recuperemos para ello la afirmación de Lenin citada más arriba: “la productividad del trabajo es, en última instancia, lo más importante, lo decisivo para el triunfo del nuevo régimen social” [17]. Es sabido que, si de algo carecía Rusia a comienzos de siglo, y aquello que hacía su revolución completamente dependiente de la revolución alemana, era precisamente el escaso desarrollo de la productividad del trabajo. El trágico fracaso de la revolución alemana puso a los revolucionarios rusos en una tesitura donde sólo la más absoluta heroicidad permitiría su supervivencia en el poder. En aquella coyuntura, todas sus fuerzas debían concentrarse en mantener con vida una economía que, en aquel entonces –arrasada por la guerra mundial, la guerra civil, las revueltas internas y los interminables sabotajes– apenas podía considerarse una economía de mera subsistencia, casi incapaz de reproducir con vida a su población.
Esta delicada situación exigió medidas excepcionales. En primer lugar, la concentración inexcusable del poder en pocas manos, pues sólo un poder centralizado cuya autoridad no fuese cuestionada u obstaculizada podía en ese momento evitar una descomposición social completa y asegurar las condiciones mínimas para la reproducción económica. Como consecuencia, el poder soviético comenzó a quedar cada vez más subordinado a las instancias del Partido y su reducida cúpula, mientras que las masas, que tampoco habían sido plenamente incorporadas al ejercicio del poder [18], contaban con el paso del tiempo con menos incentivos para ello, expulsadas como estaban de la gestión directa de las instituciones públicas y productivas. Que el poder pasase a aplicarse de manera más vertical y autoritaria, en muchos casos en contra de la voluntad de los miembros de la clase que nominalmente ejercía el poder, supuso el deterioro y final aniquilación de la forma racional de la dictadura proletaria, el poder soviético, que se vio sustituido por formas de poder no sujetas a control, revocabilidad, ni mandato imperativo –los elementos definitorios de la república comunal–.
De ello se sigue un segundo obstáculo. Como se ha dicho más arriba, la regulación sistemática y racional del metabolismo con la naturaleza, la socialización plena del trabajo, sólo es posible si este se organiza democráticamente desde abajo, o sea, de tal manera que los productores aparezcan como órganos conscientes de la planificación económica y de su ejecución en el proceso de trabajo. En el instante en el que los mecanismos democráticos característicos del Estado-Comuna se convierten en mecanismos verticales de control y disciplinamiento, la propia construcción económica del socialismo queda seriamente comprometida, hasta el punto de resultar estrictamente imposible. Si no es bajo la forma de un poder soviético, los productores obedecerán comandos que no entienden, participarán en un proceso de trabajo con el que no se identifican y satisfarán necesidades que no son las suyas, sino las de un proceso de acumulación cuyos medios y fines difícilmente pueden armonizarse con los que se le presuponen al modo de producción comunista. Todo esto conlleva, como es natural, un refuerzo paulatino de todas las dinámicas características de la economía capitalista, que termina reconstruyéndose conforme a su modelo habitual, donde es la producción la que domina a los productores y no a la inversa.
En el instante en el que los mecanismos democráticos característicos del Estado-Comuna se convierten en mecanismos verticales de control y disciplinamiento, la propia construcción económica del socialismo queda seriamente comprometida, hasta el punto de resultar estrictamente imposible
Por último, la asimilación del modelo económico-político revolucionario al viejo modelo capitalista impone un marco de lucha en el que la competencia entre bloques civilizatorios resulta desfavorable para el primero, condenado de antemano a la derrota frente a un enemigo que es necesariamente más fuerte cuando es el modelo capitalista de acumulación el que impone las reglas del juego. La referencialidad cultural del comunismo y sus características distintivas como alternativa civilizatoria al modo de producción capitalista se oscurecen progresivamente y terminan de agotar su potencial como acicate de transformación histórica, de tal manera que su modelo social acaba presentándose como reverso igualmente indeseable para las amplias masas de trabajadores –pensemos solamente en las revueltas obreras de Alemania oriental, Hungría o Checoslovaquia–. La posibilidad de una transformación radical en las condiciones del presente histórico se va apagando, y su capacidad para moralizar e infundir en las masas el espíritu de un mundo nuevo en gestación termina solapándose por el sometimiento de los proletarios a programas asimilados por completo a los del Partido del Orden y su facción socialdemócrata.
¿Significa todo esto que no existían las condiciones necesarias para una revolución comunista? ¿Significa que quizá fuera un error el intento de instaurar el socialismo y de lanzar semejante ofensiva sobre el capital? La reacción socialdemócrata-menchevique, con Kautsky y una gran parte de los jefes e ideólogos del reformismo europeo, insistieron tozudamente en la idea de que Rusia no reunía las condiciones económico-culturales para una revolución comunista. Desde su punto de vista, cualquier intento en esta dirección sería vano e irremediablemente fracasado, y el modelo de ofensiva sobre el capital que representaban los bolcheviques se concebía desde esta perspectiva como un modelo de ataque prematuro, voluntarista y contrario a las tendencias objetivas de la historia. La postura de Lenin y los bolcheviques, en cambio, consistió en asumir la responsabilidad de quien es sujeto de la historia y no su contemplador externo, una responsabilidad que llevó a la decisión de lanzarse a transformar la sociedad sin conocer de antemano las posibles consecuencias de esta acción. Lenin no sólo reconoció abiertamente que Rusia no reunía las condiciones para una revolución exitosa, sino que se mofó con el mayor de los desprecios de quienes insistían en ello con pretensión de estar descubriendo la pólvora. Es justamente asumiendo las riendas del desarrollo histórico como podrán crearse unas condiciones que nunca se presentan completamente “dadas”, de manera previa e independiente de la acción colectiva organizada. Para un marxista no tendría sentido quedarse esperando a que dichas condiciones emerjan mágicamente o por generación espontánea. Así lo refleja Lenin, con su elocuencia característica: “Recuerdo que Napoleón escribió: ‘On s’engage et puis... on voit’, lo que traducido libremente quiere decir: ‘Primero hay que entablar combate serio y después ya veremos lo que pasa’. Pues bien, nosotros, en octubre de 1917 entablamos primero el combate serio y después ya hemos visto los detalles del desarrollo” [19].
El proletariado revolucionario comenzó la titánica tarea de construir el socialismo en un contexto en el que las condiciones para culminarla tan sólo comenzaban a engendrarse. Su éxito, por parcial e imperfecto que resultase, es él mismo un eslabón más en la cadena de condiciones que posibilitan aquí y ahora insistir en un camino abierto en el pasado [20]. Si Octubre asienta las bases del progreso ulterior de la historia universal es porque esta ya sólo tendrá sentido en la medida en que elabore y desarrolle los elementos esenciales de la experiencia comunista del siglo XX, experiencia que sirvió para esculpir y dar forma a una posibilidad que de otro modo habría permanecido inexplorada: la elevación del proletariado a clase dominante por medio del poder soviético, organizado en consejos; la construcción del socialismo mediante la transformación consciente de las relaciones de producción; la edificación de un orden civilizatorio que aspire a implantarse en la práctica espontánea de los individuos. Como hermosamente nos recuerda Rosa Luxemburgo, “suyo es el inmortal galardón histórico de haber encabezado al proletariado internacional en la conquista del poder político y la ubicación práctica del problema de la realización del socialismo, de haber dado un gran paso adelante en la pugna mundial entre el capital y el trabajo. En Rusia solamente podía plantearse el problema. No podía resolverse. Y en este sentido, el futuro en todas partes pertenece al ‘bolchevismo’”[21]. Estas palabras no sólo han conseguido mantener su validez: el paso del tiempo corrobora la intensificación de su verdad.
Si Octubre asienta las bases del progreso ulterior de la historia universal es porque esta ya sólo tendrá sentido en la medida en que elabore y desarrolle los elementos esenciales de la experiencia comunista del siglo XX, experiencia que sirvió para esculpir y dar forma a una posibilidad que de otro modo habría permanecido inexplorada
REFERENCIAS
[1] Lenin, V., (2000), La Tercera Internacional y su lugar en la historia [https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/1910s/iv-19.htm]
[2] Marx, K., (2000), El dieciocho de brumario de Luis Bonaparte, [https://www.marxists.org/espanol/m-e/1850s/brumaire/brum1.htm#i]
[3] “La dictadura del proletariado es también un período de lucha de clases, la cual es inevitable mientras las clases no hayan sido suprimidas”. Lenin, V, (1971), La cultura y la revolución cultural, Editorial Progreso, Moscú, p. 91.
[4] “¿Qué es el Poder soviético? ¿En qué consiste la esencia de este nuevo poder, que no quieren o no pueden comprender aún en la mayoría de los países? Su esencia, que atrae cada día más a los obreros de todas las naciones, consiste en que el Estado era gobernado antes, de uno u otro modo, por los ricos o los capitalistas, mientras que ahora lo gobiernan por primera vez (y, además, en masa) precisamente las clases que estaban oprimidas por el capitalismo”. Lenin, V., (1981), ¿Qué es el poder soviético?, Obras Completas, tomo 38, Editorial Progreso, Moscú, pp. 238-239.
[5] “El régimen soviético es el máximo de democracia para los obreros y los campesinos y, a la vez, significa la ruptura con la democracia burguesa y el surgimiento de un nuevo tipo de democracia, de alcance histórico-universal: la democracia proletaria o dictadura del proletariado”. Lenin, V., (1971), La cultura y la revolución cultural, Editorial Progreso, Moscú, p. 161.
[6] Lenin, V., (1975) El estado y la revolución, Editorial Ayuso, Madrid, p. 41.
[7] “La importancia histórica universal de la III Internacional, la Internacional Comunista, reside en que ha comenzado a llevar a la práctica la consigna más importante de Marx, la consigna que resume el desarrollo secular del socialismo y del movimiento obrero, la consigna expresada en este concepto: dictadura del proletariado.”. Lenin, V., (2000), La Tercera Internacional y su lugar en la historia, [https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/1910s/iv-19.htm]
[8] Marx, K., Salario, precio y ganancia. [https://www.marxists.org/espanol/m-e/1860s/65-salar.htm]
[9] Lenin, V., (1971), La cultura y la revolución cultural, Editorial Progreso, Moscú, p. 89.
[10] Marx, K., (2001), Prólogo a la Contribución a la Crítica de la Economía Política, [https://www.marxists.org/espanol/m-e/1850s/criteconpol.htm]
[11] Lenin, V., (1971), La cultura y la revolución cultural, Editorial Progreso, Moscú, p. 100.
[12] Marx, K., (1979), Glosas marginales al programa del Partido Obrero alemán, Ediciones en Lenguas Extranjeras, Pekín (Beijing), República Popular China.
[13] K. Marx & F. Engels, (1959), La ideología alemana, Montevideo: Pueblos Unidos, Trad. al castellano de Wenceslao Roces.
[14] Marx, K., Miseria de la filosofía, Ediciones en Lenguas Extranjeras, Moscú
[15] Lenin, V., (1981), Dos años de poder soviético, Obras Completas, tomo 39, Editorial Progreso, Moscú, pp. 289-291.
[16] Lenin, V., (1981), Dos años de poder soviético, Obras Completas, tomo 39, Editorial Progreso, Moscú, pp. 289-291.
[17] Lenin, V., (1971), La cultura y la revolución cultural, Editorial Progreso, Moscú, p. 100.
[18] “De palabra, el aparato soviético es accesible a todos los trabajadores, pero en la práctica, como todos sabemos, dista mucho de serlo. […] Es preciso una ingente labor educativa, cultural y de organización”. Lenin, V., (1971), La cultura y la revolución cultural, Editorial Progreso, Moscú, p. 65.
[19] Lenin, V., (1971), La cultura y la revolución cultural, Editorial Progreso, Moscú, p. 204.
[20] Esta es una idea que Rosa Luxemburgo supo ver con su brillantez habitual, contra el revisionista Bernstein, incluso antes de la primera revolución rusa de 1905: “Será imposible evitar la conquista ‘prematura’ del poder estatal por el proletariado, precisamente porque estos ataques ‘prematuros’ del proletariado constituyen un factor, y, en verdad, un factor de gran importancia, que crea las condiciones políticas para la victoria final. […] Esos ataques ‘prematuros’ del proletariado contra el poder del Estado son en sí factores históricos importantes que ayudan a producir y determinar el momento de la victoria definitiva. Vista desde este punto de vista, la idea de una conquista ‘prematura’ del poder político por la clase trabajadora parece un absurdo político derivado de una concepción mecánica del proceso social, que le otorga a la victoria de la lucha de clases un momento fijado de forma externa e independiente de la lucha de clases”. Luxemburgo, R., (2009), Reforma o revolución, Biblioteca Pensamiento Crítico, Madrid, p. 98.
[21] Luxemburgo, R., La revolución rusa, Akal, Madrid, 2019, p.71.
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