FOTOGRAFÍA / Sara Berganza
2025/01/01

Uno de los escritos más famosos de Lenin, El Estado y la revolución, nunca pudo ser concluido. Hacia el final del escrito, Lenin corta abruptamente la redacción, por motivo de la crisis política que había estallado en la víspera de la Revolución de Octubre, y concluye que el final del escrito tendrá que aplazarse indefinidamente, pues “es más agradable y provechoso vivir la ‘experiencia de la revolución’ que escribir acerca de ella”.

En El Estado y la revolución, Lenin analiza la teoría marxista del poder político, empleando para ello material histórico de la experiencia de la Comuna de París y los ensayos políticos escritos por Marx a cerca de aquella gran experiencia revolucionaria del proletariado, así como el folleto sobre el Estado redactado posteriormente por Engels, entre otros.

En un primer vistazo, podría decirse que es uno de los pocos escritos de Lenin dedicados exclusivamente a la teoría, sobre todo si se lo compara con la cantidad de escritos que legó para la posteridad; un folleto imperecedero, sin aparente relación con la táctica política coyuntural desarrollada por el Partido Bolchevique. Sin embargo, en cierta manera, el final abrupto nos pone en nuestro lugar: la cuestión del poder político era una cuestión de enorme actualidad, y su clarificación, un imperativo para un Partido Comunista que aspiraba a tomar el poder mañana mismo. La prueba más fehaciente de la relación de Lenin con la teoría, como elemento subordinado a la práctica socialista y siempre a su servicio, la encontramos en el vacío que quedó al final de El Estado y la revolución, final que postergó para siempre.

La prueba más fehaciente de la relación de Lenin con la teoría, como elemento subordinado a la práctica socialista y siempre a su servicio, la encontramos en el vacío que quedó al final de "El Estado y la revolución", final que postergó para siempre

El contenido del folleto es conocido. En él, Lenin afirma que la tarea de la revolución socialista consiste en abolir el Estado capitalista, y eso significa abolir la Policía, el Ejército permanente y la burocracia, tarea que tan solo puede llevarse a cabo mediante la organización del “pueblo en armas”, cuya condición es la dictadura del proletariado. Así, el Estado capitalista se abole únicamente mediante la organización democrática de la sociedad, a conquistar por medio de la lucha organizada del proletariado y la extensión de su dictadura, con el fin de incorporar al conjunto de los individuos a una nueva forma organizativa donde la cuestión pública no sea un ámbito de la división del trabajo capitalista, ámbito especial y excluyente de la política y la dominación de clase, necesaria e inevitablemente copado por burócratas.

Sin embargo, más allá del programa político, el folleto nos presenta una situación de guerra total contra el enemigo. Valiéndose de la teoría del poder político, Lenin desarrolla su objetivo de organizar al proletariado para una lucha a muerte contra la burguesía y la sociedad capitalista. No es, desde luego, una reflexión sosegada e inofensiva, ni nada por el estilo. Mientras los socialdemócratas discuten cómo organizarán el Estado, la Policía y el ejército cuando alcancen el poder del Gobierno, los comunistas y los revolucionarios piensan, en cambio, cómo se destruyen todos y cada uno de ellos, pues es ese, y no otro, el objetivo de la revolución. De lo contrario, bastaría con una serie de reformas acumulativas, tal y como reivindican los reformistas.

Mientras los socialdemócratas discuten cómo organizarán el Estado, la Policía y el ejército cuando alcancen el poder del Gobierno, los comunistas y los revolucionarios piensan, en cambio, cómo se destruyen todos y cada uno de ellos, pues es ese, y no otro, el objetivo de la revolución

La diferente situación de unos y otros –socialdemócratas y comunistas– se corresponde con la divergencia en el pensamiento y en las tareas que se encomiendan a sí mismos. Así, mientras que los socialdemócratas piensan en qué harán con las fuerzas políticas de la burguesía una vez habiendo “triunfado”, a los comunistas no les queda sino pensar en cómo destruirlas, si quieren seguir existiendo.

Ese último pensamiento es el que se corresponde con un movimiento revolucionario, y con la realidad que se abre paso frente a todo movimiento que aspira a transformarla. ¿Cómo podrían los bolcheviques pensar en qué hacer con las estructuras de poder legadas por la autocracia y posterior gobierno burgués, si se estaba desarrollando ante ellos una guerra que sólo podía concluir destruyendo por completo al enemigo o pereciendo? ¿A alguien se le ocurre que los comunistas chinos, en plena guerra civil contra el Kuomintang, se pararían a pensar en cómo se reorganiza la fuerza pública del enemigo tras la victoria? Un Partido Comunista que, por otro lado, era en gran parte un ejército para la guerra contra el enemigo, organizado para destruirlo.

¿Cómo podrían los bolcheviques pensar en qué hacer con las estructuras de poder legadas por la autocracia y posterior gobierno burgués, si se estaba desarrollando ante ellos una guerra que sólo podía concluir destruyendo por completo al enemigo o pereciendo?

Muchas veces, los grandes revolucionarios han evitado realizar reflexiones sobre la sociedad futura, entrar en concreción sobre las formas organizativas que adquirirá, etc., alegando que ciertas cuestiones prácticas sólo pueden ser resueltas cuando el propio movimiento práctico se enfrenta a las mismas. Un ejemplo paradigmático es el del descubrimiento de la forma política que corresponde a la emancipación del trabajo, en la experiencia de la Comuna de París, décadas más tarde de haber formulado la toma del poder político como objetivo inmediato del proletariado. Podemos añadir, además, que las fantasías del futuro, las especulaciones filosóficas, son características que no corresponden a los revolucionarios, pues estos centran sus fuerzas en la revolución, en destruir la dominación del enemigo, en lo realmente existente (El Capital, según Marx, era “el misil más terrible que se ha lanzado hasta ahora a las cabezas de la burguesía”). Tales fantasías y especulaciones tan solo se las permiten quienes saben que van a sobrevivir, y no se enfrentan a los peligros que conlleva querer subvertir el orden existente por la única vía posible, la revolucionaria.

Las fantasías del futuro, las especulaciones filosóficas, son características que no corresponden a los revolucionarios, pues estos centran sus fuerzas en la revolución, en destruir la dominación del enemigo, en lo realmente existente

Por ello, contra la especulación socialdemócrata, que aspira a conquistar las estructuras de poder de la burguesía y usarlas en su propio beneficio, creemos que no hay mejor argumento que el de la cruda realidad. En el presente número analizamos diferentes experiencias revolucionarias desde el punto de vista de su contenido militar. Porque, si hay un ingrediente esencial del comunismo, ese es el de la lucha por la conquista del poder político y la destrucción de las capacidades políticas del enemigo de clase, como condición para la creación de una nueva sociedad no sostenida sobre la explotación. Toda duda, toda reflexión abierta a emplear esas capacidades políticas del enemigo de clase, es otra forma de abdicar de la revolución socialista.

Asimismo, analizamos las formas comunitarias de organización que se generan en el proceso de lucha por la conquista del poder político. Formas que pueden prefigurar una sociedad futura, pero que surgen de manera subordinada al impulso político por la toma del poder, y adecuadas a ese momento estratégico. Formas políticas que nos dicen que, si existen, lo es por el bien mayor de la revolución socialista, y al servicio de la misma.

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