FOTOGRAFÍA / Zoe Martikorena
Pablo C. Ruiz
2023/06/03

Como la lechuza de Minerva, diosa griega de la sabiduría, que entrega su mensaje al finalizar el día, las razones económicas de la guerra se hacen inteligibles sólo cuando el horror ya se ha desatado. La economía política que se despliega sobre la sangre del proletariado revela el espíritu clasista de la guerra que, en realidad, comenzaba mucho antes del primer reclutamiento.

El pensamiento burgués escinde de forma ideológica la práctica política de los Estados del contexto económico, comprendiendo ambas esferas como autosuficientes y portadoras de razones independientes para la guerra. No es de extrañar que los comentaristas mediáticos del capital hayan fijado en los delirios de grandeza del presidente ruso Putin la razón fundamental de la invasión. El análisis revolucionario, por el contrario, comprende la guerra y sus orígenes como momentos inmanentes del desarrollo de la lucha de clases. Revela los «chispazos» desencadenantes como resultado del conflicto de clase internacional y estudia el desarrollo de la guerra como la intensificación de las contradicciones internas del modo de producción capitalista. Es por ello por lo que la guerra, como momento de la lucha de clases, constituye un espacio de intervención política para el proletariado revolucionario. La intención de este artículo es la de situar el conflicto en Ucrania en los parámetros de la crítica de la economía política, con el fin de articular un análisis preliminar del mismo que arroje luz sobre el compromiso histórico del programa comunista: su realización a escala internacional. 

El análisis revolucionario, por el contrario, comprende la guerra y sus orígenes como momentos inmanentes del desarrollo de la lucha de clases. Revela los «chispazos» desencadenantes como resultado del conflicto de clase internacional y estudia el desarrollo de la guerra como la intensificación de las contradicciones internas del modo de producción capitalista

COMPETENCIA, TERRITORIO Y VALORIZACIÓN

El poder del mercado descansa sobre el más importante principio material del modo de producción capitalista: la escisión entre los productores y los medios de producción. La reproducción material de la sociedad capitalista encuentra así en la lucha de clases su modo de existencia básico y en la economía la forma enajenada de manifestación de esta lucha. El principio económico fundamental que articula la producción capitalista es la competencia. La atomización de la producción general bajo un régimen de propiedad privada fija la competencia como la forma natural de relación entre las unidades productivas. Esta relación normativiza una serie de pautas que las empresas capitalistas han de seguir para garantizar su supervivencia. Las leyes del mercado se erigen así como la legislación invisible que determina el desempeño productivo de nuestra sociedad y el marco desde el que hace se inteligible el movimiento económico capitalista. 

Como norma general, las empresas capitalistas compiten económicamente de dos formas. En un sentido mercantil, el precio debe ser lo suficientemente alto para garantizar la ganancia, pero también ajustado para ser competitivo. En un sentido financiero, la inversión en el negocio ha de reportar un nivel suficiente de ganancia que motive al capital a movilizar recursos monetarios. Debido a esta doble relación de competencia, que constituye dos momentos internos del conflicto intraclase de la burguesía, se despliega una pulsión muda hacia la tecnificación de los procesos productivos que ha permitido, entre otras cosas, el grado de desarrollo actual de las fuerzas productivas sociales y el avance de la ciencia –también de su rama bélica–. La contraparte de esta expansión del conocimiento, que tiene por base en la lucha de clases capitalista, es la presión bajista que genera la competencia sobre el nivel general de rentabilidad [1]. Al desplazar trabajo vivo de los procesos productivos para mejorar su posición competitiva, la menor composición orgánica del capital, como ya demostrara Marx, tiende a reducir la producción de plusvalor relativo y deprime la tasa de ganancia. Se trata de una tendencia porque el capital cuenta con una serie de mecanismos de ofensiva sobre el proletariado con los que aliviar la caída de la tasa y suspender, al menos temporalmente, la agudización de las contradicciones entre el Capital y el Trabajo. De entre todos los factores contrarrestantes que Marx contempla en El Capital, los más intuitivamente vinculables con la lucha de clases son la intensificación y alargamiento de la jornada laboral [2] y el mantenimiento de un nivel determinado de superpoblación relativa [3] que permita rebajar el coste de la mano de obra. El aumento de la carga social de trabajo es inversamente proporcional a la cantidad de trabajadores que la soportan. 

Sin embargo, la expansión de la producción más allá de las fronteras nacionales es otra de las formas de suspensión temporal de las contradicciones de clase capitalistas. La realización de la ganancia en territorio extranjero ha contribuido en la historia del capitalismo a que los capitales privados pudieran obtener rendimientos económicos que compensaran las dificultades fijadas por la competencia, de donde emana la naturaleza expansiva del capital. Así, el proceso de constitución del capital en «la potencia económica, que lo domina todo, de la sociedad burguesa» [4] coincide necesariamente con la formación del mercado mundial. La relación dialéctica entre centro y periferia que estructura la división internacional del trabajo revela la dimensión económica del espacio en el modo de producción capitalista como forma en la que se realiza el carácter global de la acumulación. El territorio queda constituido como espacio para la valorización del capital en pugna. La expansión mercantil permite dar salida al capital excedente que resulta de la tendencia natural a la sobreacumulación. La inserción económica por la vía de la inversión extranjera tiene como requisito el dominio político del territorio, mostrando así el interés de los Estados por ampliar su influencia política como una cuestión económica de clase. Uno de los mecanismos para hacer efectivo el despliegue transfronterizo del poder de una facción del capital global es la guerra.

La expansión de la producción más allá de las fronteras nacionales es otra de las formas de suspensión temporal de las contradicciones de clase capitalistas. La realización de la ganancia en territorio extranjero ha contribuido en la historia del capitalismo a que los capitales privados pudieran obtener rendimientos económicos que compensaran las dificultades fijadas por la competencia, de donde emana la naturaleza expansiva del capital

No obstante, ni los recursos primarios de Ucrania, ni sus sectores industriales, ni su capacidad de consumo parecen ser lo suficientemente atractivos como para desatar una guerra interimperialista de coste militar y económico tan elevado [5] –aún menos considerando el duro golpe a la acumulación capitalista global que supuso la pandemia que precedió a la invasión–. Esto dificulta la caracterización económica de la guerra y nos obliga a manejar categorías más allá del esquema clásico vinculado a las guerras comerciales. Cabe preguntarse en este sentido: ¿cuál es el vínculo entre los límites estructurales del capitalismo y la guerra en Ucrania?

LA NATURALEZA CLASISTA DE LA GUERRA

Se trata de analizar el desarrollo de la lucha de clases a cada lado de la trinchera, como momentos nacionales de una lucha articulada a escala global, para poder comprender el estado de la guerra como el resultado de un determinado tipo de conflicto social, descifrando así «el lazo inevitable que une las guerras con la lucha de clases en el interior del país»

La invasión de Ucrania del 24 de febrero de 2022 por parte de Rusia es el resultado necesario de la lucha de clases a escala internacional. Lejos de pretender explicar la guerra en Ucrania como destino indefectible del desarrollo histórico, su carácter necesario se expresa a través del marco social que la hace posible, que no es otro que el del conflicto global entre el Capital y el Trabajo. Las razones para la guerra –esto es, su naturaleza– sólo se nos muestran como tales cuando estudiamos su despliegue a través del marco categorial de la crítica marxista. Aun a riesgo de parecer una reflexión abstracta y desentendida de la realidad cruda de la guerra, este paso es ineludible para no caer en los pecados gemelos del politicismo y el economicismo. No encontraremos en el capricho imperial de Putin o en la avaricia depredadora de las transnacionales norteamericanas las razones para la guerra. Se trata, por el contrario, de analizar el desarrollo de la lucha de clases a cada lado de la trinchera, como momentos nacionales de una lucha articulada a escala global, para poder comprender el estado de la guerra como el resultado de un determinado tipo de conflicto social, descifrando así «el lazo inevitable que une las guerras con la lucha de clases en el interior del país» [6]. Por matizar esta idea y no dar lugar a equívocos: no es cuestión de afirmar de forma unilateral que las contradicciones del capitalismo global –o las tensiones entre bloques a través de las cuales se expresan– han resultado inevitablemente en la guerra de Ucrania. La reflexión ha de seguir el camino inverso y comprender lo sucedido desde las condiciones del presente, permitiendo enmarcar el conflicto en la lucha de clases, pero renunciando a su interpretación como destino prescrito. Es en el carácter contradictorio de la organización social capitalista donde reside la naturaleza de la guerra; lo que obliga a la crítica de la guerra imperialista a resolver el desarrollo del desastre bélico que padecen el proletariado ruso y ucraniano en el marco de la lucha de clases.

Es en el carácter contradictorio de la organización social capitalista donde reside la naturaleza de la guerra; lo que obliga a la crítica de la guerra imperialista a resolver el desarrollo del desastre bélico que padecen el proletariado ruso y ucraniano en el marco de la lucha de clases

La lucha de clases en el bloque occidental dirigido por los Estados Unidos presenta una serie de dificultades crecientes para el capital desde la década de los 70, fundamentalmente vinculadas al estancamiento secular de la acumulación. Un periodo más que caracterizado por la literatura económica marxista que no necesita de mayor explicación y que podría ser resumido bajo tres puntos generales. La incapacidad del capital occidental para aumentar las tasas de crecimiento de sus economías nacionales, el descenso de la rentabilidad de su tejido productivo y la expansión de la forma financiera de acumulación. Los Estados del bloque de poder occidental han hecho enormes esfuerzos –de efímeros resultados– para esquivar los problemas de sobreacumulación, bien a través de la adecuación de las normas laborales y fiscales a la necesidad de redistribuir salario hacia la ganancia, o bien con el diseño de política monetaria no convencional que reducía los costes financieros de la inversión y estimulaba artificialmente la acumulación de capital. No obstante –y concediendo tramposamente como «externo» el golpe económico de la pandemia– cualquier análisis honesto habría de reconocer el fracaso de estas políticas a la hora de reestructurar un orden civilizatorio realmente integrador, como lo fuera la época de posguerra [7]. 

Los cada vez más explícitos límites de la acumulación de las economías nacionales del bloque occidental y la incapacidad de los Estados para sortearlos, incluso construyendo grandes reformas y mayorías anti-proletarias, fundan el subrelato de la expansión militar de la OTAN. La integración incesante de países en el espacio de la Alianza Atlántica tiene una doble clave imperialista. Ayuda al bloque y sus potencias hegemónicas a ampliar la influencia económica de sus capitales, a través de la inserción económica de los nuevos territorios; e, igualmente, permite expandir la influencia política y militar frente a los Estados sin voluntad de cooperación. Así, a falta de la integración de Ucrania, desde la disolución de la Unión Soviética, que venía a anunciar el fin de la Alianza y el triunfo del pacifismo liberal, la OTAN ha integrado a un total de 14 países, sumando actualmente 30, entre los que se encuentran 6 de las 10 economías más grandes del mundo. El carácter de clase de la expansión es claro: construir un cordón de bases militares cada vez más fuertes que garanticen el desarrollo económico de las empresas occidentales en el mercado mundial y quede reforzado así el poder de la clase capitalista en cada territorio nacional. La domesticación interna a nivel nacional no es una consecuencia involuntaria de la expansión productiva y mercantil del capital, sino una necesidad que emerge simultáneamente con el desarrollo de las dificultades para la valorización económica. 

En este sentido, constituiría un error separar la competencia empresarial del dominio vertical de clase, de tal manera que las contradicciones intra e inter-clase se reprodujeran autónomamente. Ambas son expresión del conflicto entre el capital y el trabajo. Expandir el área de influencia económica de las transnacionales permite mantener en la nación actividades de la cadena de valor de mayor valor añadido, importar plusvalor fruto de la sobreexplotación de la mano de obra extranjera o mantener regímenes fiscales relativamente progresivos por la exención fiscal que otros territorios ofrecen; así como desarrollar económicamente la industria del control social o normalizar la cultura del Estado violento. Permite, en definitiva, huir hacia adelante, pues no es más que un movimiento que traslada espacialmente unos límites que cualquier actividad capitalista (re)produce por su naturaleza misma, independientemente del territorio.

La restauración capitalista en Rusia inauguró una lucha de poder entre distintas facciones del capital en un país devastado por el empobrecimiento general. Un marco institucional endeble, un tejido productivo anticuado y un movimiento obrero desorganizado inauguraron un terreno más que fértil para el desarrollo del poder económico capitalista. Durante las últimas décadas, el Estado ruso ha estado gobernado por un hombre que comparecía generalmente ebrio como Boris Yeltsin –imagen de la contrarrevolución y la reforma de mercado– y un exagente del KGB que de los últimos 24 años tan sólo ha abandonado la jefatura del Estado durante 4 –concretamente para ocupar el puesto de primer ministro–. Las garantías que ofrecen las distintas versiones de la Ley de Partidos de 2001 que han sido objeto de protesta y represión, la concentración sistemática del poder político en el Estado central frente al regionalismo dominante anterior a 1999, la corrupción rampante de un poder judicial muy bien remunerado y la batería de leyes represivas que contempla el código penal ruso, por las cuales las detenciones se han repartido sin pudor, marca una distancia relativa con respecto a las administraciones occidentales. Relativa en el sentido de que todos los elementos constitutivos del orden capitalista –e.g. dominio económico, represión política, autoritarismo legal, tendencia al empobrecimiento– se reproducen en Rusia con mayor intensidad. Este es el resultado de años de lucha de clases en el territorio nacional. 

La forma concreta que ha adoptado el sometimiento al proletariado ruso ha sido el triunfo político de los capitales petroleros y gasísticos –­Gazprom, Lukoil, Rosneft– que encontraron en el presidente Putin el mando que Rusia necesitaba para su reubicación en el mercado mundial. Es más, sólo una empresa de las principales del país se dedica al sector financiero, el Sberbank, fundado y participado por el Banco Central de Rusia y posicionado como líder bancario en 1999, año en el que casi triplicó su cartera de inversiones en empresas energéticas y que coincide con el primer año de la presidencia de Putin. La articulación del poder burgués en Rusia ha necesitado de una adecuación «iliberal» de los principios económicos capitalistas para poder finalmente construir un régimen de acumulación estable –lo que tiene como requisito el sometimiento innegociable del proletariado nacional– y de un entrelazamiento prácticamente corrupto entre los poderes económicos y estatales. A pesar de todo ello, Rusia nunca consiguió acercarse a los estándares económicos de las principales potencias occidentales. Su posicionamiento ventajoso en los mercados energéticos fijó una gran relación entre la camarilla dirigente del Estado y los principales representantes políticos del capital occidental, véanse, Angela Merkel, José María Aznar, Tony Blair, Silvio Berlusconi, Emmanuel Macron e incluso, y con un interés menor, Bill Clinton o Barack Obama. El capital ruso se integró en la división internacional del trabajo, con estrecha colaboración europea; su Estado, construido en torno a Putin, asumió su posición de desventaja militar y se vio obligado a fijar en los países fronterizos el límite expansivo de la OTAN. La colaboración, que no integración, económica de Rusia con Occidente tuvo como correlato la incesante expansión del bloque otanista. Una situación aparentemente contradictoria pero que ilustra el carácter ingobernable de las relaciones internacionales capitalistas.

La forma concreta que ha adoptado el sometimiento al proletariado ruso ha sido el triunfo político de los capitales petroleros y gasísticos que encontraron en el presidente Putin el mando que Rusia necesitaba para su reubicación en el mercado mundial

ESTADO, GLOBALIZACIÓN Y GUERRA IMPERIALISTA

El Estado es la comisión política del poder del capital. Su naturaleza bélica sólo se revela como tal en cuanto es comprendido como estructura de clase. La guerra del Estado no es un desfase por parte de los gobernantes; es uno de los mecanismos fundamentales para reforzar el poder político y económico de la burguesía. La existencia del Estado completa el despliegue del dominio de clase capitalista, que es irreductible a su expresión económica: encuentra su unidad en la combinación de las instituciones políticas y económicas. Ambas, simultáneamente, reproducen el sometimiento del proletariado. Así, ambas han de ser entendidas como expresión necesaria de la relación de clase capitalista. El Estado capitalista aparece ahí donde la valorización económica del capital, como dominio de clase, no alcanza a llegar [8]. Cumple una serie de funciones que los circuitos de producción de plusvalor no garantizan por sí mismos. Estas funciones podrían resumirse de la siguiente manera: funciones represivas, funciones económicas y funciones bélicas. La tarea de la crítica revolucionaria es desvelar todas estas funciones del Estado como actividad del, en palabras de Engels [9], capitalista colectivo –cuyo objetivo no sería otro que el de reforzar el poder del capital–, frente a la ilusión ideológica que explicaría la represión y la guerra como excesos, o el desempeño económico del Estado como ejemplo de convivencia armónica entre el Capital y el Trabajo. 

La acumulación capitalista es global en su contenido, pero nacional en su forma [10]. De esta manera, el Estado-nación capitalista, diferente a los Estados anteriores en su fundamento, aparece en la historia no sólo como garante de la represión del proletariado nacional, sino también como herramienta para la expansión del capital. En este sentido, la idea de Clausewitz de que «la guerra es la política por otros medios» se podría reformular argumentando que la guerra es la competencia por otros medios. Es por ello por lo que la asociación entre Estados, cuando es vinculante y genera espacios comunes de intercambio comercial, política económica o intervención militar conjunta, es siempre un vínculo con fecha de caducidad. De la misma manera que el crédito aplaza artificialmente lo que la sobreproducción determina, la asociación entre Estados oculta temporalmente aquello que determina su posición en la sociedad. O, dicho de otra manera, siguiendo a Grossman: «los antagonismos imperialistas entre los estados subsisten incluso a través de sus relaciones» [11]. 

La asociación estatal alimenta la ficción pacifista burguesa por la cual la guerra sería un mal evitable, un resultado nefasto del pasado del que habríamos aprendido. Pero en ningún caso supera, porque no puede, los fundamentos clasistas de las relaciones interestatales. La tesis de la paz como voluntad política es perfectamente útil al dominio burgués: permite naturalizar el estado actual de las cosas y explicar la guerra como exceso, anulando así cualquier posibilidad de crítica. El correlato de la paz conquistada y del hermanamiento fraternal entre las naciones del mundo y sus Estados fue la globalización. Un proceso social de internacionalización de los circuitos comerciales y financieros con Estados Unidos a la cabeza que amplió las posibilidades de valorización del capital, la ofensiva económica y política sobre el proletariado y la construcción de enormes espacios institucionales en la esfera occidental, como pueden ser la OTAN, la Unión Europea, los tratados de libre comercio, el Banco Central Europeo, el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional. Todo un entramado de estructuras y legislaciones que ha permitido al capital occidental mejorar su posición en los mercados internacionales, expandiendo la influencia político-militar de sus Estados y reforzando su poder en los territorios nacionales. 

El conjunto de asociaciones estatales –principalmente en Europa– no se explican únicamente, como muchos chovinistas europeos reivindican, por un secuestro norteamericano de la soberanía nacional. El papel de las capacidades competitivas de las economías europeas es central. La asociación política entre los capitales europeos ha sido primordial durante las décadas recientes para poder acoplar las economías de la Unión Europea en el mercado mundial. De ahí la conclusión de que a efectos prácticos la Unión Europea funciona como un país, en tanto que fija de forma directa y anti-democrática la política monetaria de los Estados Miembro desde el Banco Central, dicta a modo de recomendación vinculante la política fiscal e incluso empieza a desarrollar herramientas de endeudamiento público conjunto [12].

La globalización, sin embargo, aceleró el proceso de consolidación y desarrollo de las relaciones de producción capitalistas en lo que hoy se ha convertido en uno de los principales polos de valorización del mundo: China [13]. La construcción del poder capitalista chino a escala internacional ha participado del proceso de expansión de los capitales occidentales y sus aliados. Por paradójico que parezca, el desarrollo capitalista de China ha jugado un papel crucial en la expansión del poder de la oligarquía financiera occidental [14]. La enorme cantidad de plusvalor producido en China ha permitido que los Estados Unidos pudieran financiar su deuda durante décadas. Su reconversión en la fábrica del mundo ha estimulado el comercio de occidente con la región, así como ha generado las condiciones para la especialización industrial de alto valor añadido en países como Estados Unidos, Francia, Alemania o Japón, entre otros. Se despliega aquí aquello que decía Marx de que «la moderna sociedad burguesa […] se asemeja al mago que ya no es capaz de dominar las potencias subterráneas que él mismo ha conjurado» [15], mostrando la necesidad de comprender el mercado mundial como una estructuración de las relaciones de producción capitalistas a nivel internacional y no como la suma de capitalismos nacionales independientes. 

«Las potencias subterráneas» ya están desplegadas a escala global. Sus contradicciones son las que rigen la sociedad entera. Constituyen un vínculo alienado entre todos los oprimidos cuyas consecuencias interpelan a todos por igual. La desconexión aparente entre lo que pasa en la República del Congo, El Salvador o Ucrania es fruto de la expresión nacional de la acumulación global y de la organización política del capital en Estados (o macroestados) que compiten entre sí. El marco político necesario para la emancipación está obligado a ver más allá y descubrir aquello que las anteojeras del nacionalismo intentan ocultar, que no son sino las relaciones de producción capitalistas como fundamento de nuestra actividad social.

El agotamiento del modelo de crecimiento internacional basado en la globalización y la ampliación constante del mercado han intensificado las contradicciones inherentes a las relaciones internacionales capitalistas, fagocitando no sólo la paz comercial entre bloques, sino incluso la cohesión interna de la Alianza Atlántica. El idealismo rooseveltiano que intentara fijar un gobierno mundial en la posguerra fue barrido por el realismo de Truman [16]. Hoy, el proyecto de hegemonía norteamericana, que tuvo por base el anticomunismo, empieza a resquebrajarse. El café para todos que pareció permitir la división del trabajo internacional durante unas décadas se está agotando. Los Estados Unidos y la Unión Europea están empezando a aprobar grandes programas de inversión pública para reindustrializar sus economías, China padece desde hace tiempo los principales problemas económicos de cualquier economía capitalista (sobreacumulación, burbujas especulativas, desempleo, desigualdad, etc.) y Rusia, económicamente débil desde tiempo atrás, está perdiendo a su principal socio energético (aunque parece que lo compensará con la reorientación a otros mercados). 

China padece desde hace tiempo los principales problemas económicos de cualquier economía capitalista (sobreacumulación, burbujas especulativas, desempleo, desigualdad, etc.) y Rusia, económicamente débil desde tiempo atrás, está perdiendo a su principal socio energético

Las guerras comerciales son hoy una realidad normalizada y el proteccionismo se ha instalado como política nacional donde el cuestionamiento del libre mercado se trataba de blasfemia. El monetarismo y el neoliberalismo dejan paso a un neokeynesianismo que lejos de confirmar las tesis del sí se puede, muestran a las claras el papel de la intervención pública como garante del poder del capital. No es casual que a las tensiones mercantiles les siga un avance de la financiación pública, pues no son más que la expresión fenoménica de las dificultades de valorización. La estrechez del mercado mundial, que no está marcada por la dimensión geográfica del espacio de intercambio, sino por los mismos fundamentos clasistas del mercado [17] –como recordara Lenin a Luxemburgo–, es decir, por la inherente tendencia a la sobreproducción de capital [18], obliga a los capitales y sus Estados a probar por otras vías lo que los «métodos normales» [19], que, diría Meszáros, no consiguen. Así, la guerra imperialista, el avance simultáneo del Estado sobre el proletariado nacional y extranjero, se muestra como remedio final, de coste elevado pero socialmente necesario, para reordenar lo que las dinámicas mercantiles, «normales», ya no son capaces de organizar por la vía del precio y la competencia. 

Así, la guerra imperialista, el avance simultáneo del Estado sobre el proletariado nacional y extranjero, se muestra como remedio final, de coste elevado pero socialmente necesario, para reordenar lo que las dinámicas mercantiles, «normales», ya no son capaces de organizar por la vía del precio y la competencia

UNA GUERRA PROXY

En el año 2012 el gobierno ucraniano comenzó una serie de negociaciones con la Unión Europea para su asociación progresiva –a cambio de una concesión crediticia, a gestionar por el FMI– que ayudaría al tejido industrial ucraniano a mejorar su posición competitiva en el mercado internacional y cambiaría a aliviar la más que precaria situación económica del país. Un año más tarde, el día anterior a la firma, el gobierno de Ucrania suspendió el acuerdo alegando que la cifra ofrecida (600 millones de euros) era «humillante» [20]. Al día siguiente, comenzaban en la Plaza de la Independencia de Kiev una serie de protestas (Euromaidan) coordinadas por las organizaciones fascistas Sector Derecho y Svodoba que terminarían con la fuga del presidente del gobierno y la toma del poder en 2014 por parte de las fuerzas más reaccionarias del país. Mismo año en que daría comienzo, por un lado, la Guerra del Donbás entre el gobierno de Kiev y los ejércitos regionales del este ucraniano, apoyados por Rusia, y la anexión de Crimea al Estado ruso, por el otro. Se iniciaba lo que se conoce como guerra por delegación o proxy, en la que las oligarquías financieras occidental y rusa se disputaban el control del territorio ucraniano financiando distintos ejércitos. Un largo conflicto que ha acabado con la vida de miles de personas, golpeando especialmente a los territorios de Lugansk y Donetsk. La guerra terminó el mismo día de la invasión rusa de territorio ucraniano, dando comienzo a la actual guerra abierta entre una Ucrania apoyada por la OTAN y el ejército ruso.

Bajo la excusa de la liberación de las «Repúblicas Populares» del este de Ucrania, el ejército ruso ha bloqueado mediante la invasión cualquier posibilidad de asentamiento de bases militares otanistas cerca de su frontera. El capital ruso dominante, a lomos de Putin y su discurso fascistizante de la nación y la familia, considera, con razón, la expansión militar de la Alianza Atlántica una amenaza para su posición económica y su poder. Para una OTAN liderada por los Estados Unidos, la constante expansión de China en mercados de menor volumen, pero con capacidad de ampliación de su influencia a nivel mundial, constituye también una amenaza. La diferencia entre el grado de amenaza es lo que marca la primera acción bélica. Los burócratas norteamericanos son conscientes de que a día de hoy China no es capaz de competir con los Estados Unidos en materia comercial, monetaria o militar; tampoco en influencia política ni cultural –y Rusia aún menos–. Pero saben que los últimos años marcan una tendencia de crecimiento del poder chino contraria a sus intereses. Es significativo que la recientemente aprobada Estrategia de Seguridad Nacional de la Administración Biden concluya que los Estados Unidos han «entrado en un nuevo y significativo período de la política exterior que exigirá de EEUU en el Indo-Pacífico más de lo que se nos ha pedido desde la Segunda Guerra Mundial». Ni la invasión de Ucrania aleja el foco de atención de China, a la que los EEUU consideran «una amenaza sistémica, al ser el único Estado que tiene la capacidad de cambiar el sistema internacional», fijando así una estrategia que «dará prioridad a mantener una ventaja competitiva duradera sobre la RPC, al tiempo que limitará a una Rusia todavía profundamente peligrosa» [21].

El conflicto en Ucrania es a todas luces la expresión bélica de las dificultades que enfrentan dos bloques inmersos en las dinámicas naturales de expansión capitalista. La intención de China es erigirse como pacificadora, anulando la expansión de la OTAN y reforzando el vínculo comercial con los países de la Unión Europea, donde parece estar empezando a cobrar fuerza las posiciones críticas con los Estados Unidos –como demuestran las recientes visitas de Sánchez, Macron, Scholz o Von der Leyen a Xi, o la nueva popularidad de la idea de Autonomía Estratégica entre los burócratas europeos–. El recorrido del conflicto lo marcará el desarrollo de la lucha de clases, lo que deslegitima cualquier lectura catastrofista basada en el despliegue ineludible de la economía capitalista y su guerra, así como la interpretación reformista-liberal que abstrae al capitalismo de su responsabilidad y se pliega a la victoria de occidente como única vía para la salvación civilizatoria. 

CONTRA LA GUERRA

La crítica de la guerra es el estudio de su naturaleza y la consecuente adopción de una estrategia internacionalista que la combata. Los gobiernos burgueses alimentan a través de la ideología nacionalista las pasiones más bajas de nuestra clase «con el fin de eternizar la lucha entre las naciones, que impide toda alianza seria y sincera entre los obreros […] y, por consiguiente, impide su emancipación común.» [22]. La guerra constituye la más trágica expresión de esta división artificial y muestra de forma bruta y terrible la necesidad del internacionalismo como vía para la emancipación. La obligación de la clase de combatir el bloque del que forma parte, de denunciar y confrontar con las instituciones y el capital que le someten no es una licencia chovinista que entendería la emancipación como suma de luchas de clases separadas a resolver. Es la realización internacional(ista) del programa comunista, de acuerdo con las posibilidades reales que fija la organización política en Estados de la burguesía global. Los esfuerzos de la militancia europea, tal y como está desarrollada en la actualidad, han de estar centrados en la lucha contra la oligarquía financiera occidental y las estructuras de poder desplegadas en el territorio: su OTAN, su Banco Central, su Unión Europea, sus Estados Miembro, que son las instituciones que encarnan el sometimiento del Capital en Europa y que alimentan la masacre imperialista en territorio ucraniano. No hay cabida para el alineamiento con ninguna de las potencias. Como en 1914, «basta considerar la guerra actual como una prolongación de la política de las "grandes" potencias y de las clases fundamentales de las mismas para ver de inmediato el carácter antihistórico, la falsedad y la hipocresía de la opinión según la cual puede apoyarse, en la guerra actual, la idea de la "defensa de la patria"» [23]. No existe justificación para la defensa de ningún imperialismo. Sólo hay espacio para la solidaridad fraternal e internacionalista con el proletariado ruso y ucraniano que, lejos de tratarse de un compañerismo abstracto, es el espíritu que guía y motiva la elaboración de una estrategia socialista a escala internacional capaz de «transformar la guerra entre gobiernos en guerra revolucionaria» [24].

No existe justificación para la defensa de ningún imperialismo. Sólo hay espacio para la solidaridad fraternal e internacionalista con el proletariado ruso y ucraniano que, lejos de tratarse de un compañerismo abstracto, es el espíritu que guía y motiva la elaboración de una estrategia socialista a escala internacional capaz de «transformar la guerra entre gobiernos en guerra revolucionaria»

REFERENCIAS Y NOTAS

[1] Las obras de Andrew Kliman, Michel Roberts o Guglielmo Carchedi son una buena introducción al asunto. Kliman, A. (2010): The failure of capitalist production. Underlying causes of the Great Recession. PlutoPress; Roberts, M. (2009): The Great Recession. LuluPress; Carchedi, G. (2011): Behind the crisis: Marx's Dialetics of Value and Knowledge. BRILL.

[2] Según la OCDE y el Eurostat, el Estado español está junto a Polonia, Italia, República Checa o Grecia, entre otros, por encima de la media de horas anuales trabajadas, en las que no se contemplan las horas extras. Información disponible en: https://ec.europa.eu/eurostat/statistics-explained/index.php?title=Hours_of_work_-_annual_statistics

[3] Cuadrado, P (2023): «Un análisis de la evolución de las horas trabajadas por ocupado en España: desarrollos tendenciales y evolución reciente». Banco de España.

[4] Marx, K (1971): Grundrisse. Elementos fundamentales para la crítica de la economía política. Vol. I. Siglo XXI.

[5] En este artículo, Pablo del Amo resume los problemas de la OTAN para seguir suministrando munición en el corto plazo: «El eterno retorno de la política industrial» (marzo, 2023). Disponible en: https://www.descifrandolaguerra.es/el-eterno-retorno-de-la-guerra-industrial/

[6] Lenin, V.I. (1915): El socialismo y la guerra.

[7] El desempleo estructural, especialmente entre la juventud, y la mala calidad del trabajo asalariado son los principales indicadores del retroceso del capital en sus capacidades integradoras.

[8] Para una profundización en la naturaleza clasista del Estado: State, Class Struggle, and the Reproduction of Capital, de Simon Clarke, recogido en el libro «The State Debate» (1991).

[9] Extraído de Engels, F. (1880): Del socialismo utópico al socialismo científico. Disponible en marxists.org

[10] Para un desarrollo histórico-crítico de la forma nacional del Estado capitalista se recomienda la lectura del capítulo 7 Overaccumulation and the Limits of the Nation State del libro Keynesianism, Monetarism and the Crisis of the State, de Simon Clarke (1988).

[11] Grossman, H. (1929): Ley de la acumulación y del derrumbe del sistema capitalista: una teoría de la crisis. Siglo XXI

[12] En 2021, la UE emitió 20.000 millones de su primer eurobono para financiar los fondos NextGeneration, un ejemplo sin precedentes en territorio europeo y ejemplo perfecto de lo que hemos definido como función económica del Estado –aquella que sirve para estimular la rentabilidad allí donde la inversión privada no llega. Fuente: cincodias.elpais.com/cincodias/2021/06/15/mercados/1623748256_188119.html

[13] El número 38 de la revista Arteka trata algunos de los asuntos centrales del desarrollo de la lucha de clases en China.

[14] En 2019, la entonces alta representante para la Política Exterior de Seguridad de la Unión Europea, Federica Mogherini, en el documento publicado EU-China – A Strategic Outlook calificó a China como «socio, competidor y rival sistémico». Disponible en: https://commission.europa.eu/system/files/2019-03/communication-eu-china-a-strategic-outlook.pdf 

[15] Marx, K. (2017): Escritos sobre materialismo histórico. Alianza.

[16] El capítulo IX El Estado mundial que nunca existió en el libro Adam Smith en Pekín, de Arrighi (2007), es una buena aproximación del intento imposible de los Estados Unidos por gobernar el mundo.

[17] «Los capitalistas no se reparten el mundo llevados por una particular perversidad, sino porque el grado de concentración a que se ha llegado les obliga a seguir este camino para obtener beneficios; y se lo reparten ‘según el capital’, ‘según la fuerza’; otro procedimiento de reparto es imposible en el sistema de la producción mercantil y el capitalismo (...). Por primera vez, el mundo se encuentra ya repartido, de modo que lo que en adelante puede efectuarse son únicamente nuevos repartos, es decir, el paso de territorios de un ‘propietario’ a otro.» Lenin, V.I. (2012): Imperialismo: la fase superior del capitalismo. Taurus, Madrid.

[18] «La sobreproducción de capital, no de las mercancías individuales, –aunque la sobreproducción de capital siempre incluye la sobreproducción de materias primas–, es, por lo tanto, simplemente una sobreacumulación de capital». Karl Marx citado en Grossman (1929)

[19] Mészáros, I. (2009): La crisis estructural del capital. Sin editorial.

[20] «Presidente de Ucrania bloquea intento UE por salvar acuerdo de asociación» (2013). Disponible en: https://www.reuters.com/article/internacional-ucrania-ue-yaukovich-idLTASIE9AS05020131130

[21] «National Security Strategy» (2022). Gobierno de los Estados Unidos. Disponible en: https://www.whitehouse.gov/wp-content/uploads/2022/10/Biden-Harris-Administrations-National-Security-Strategy-10.2022.pdf 

[22] Marx, K. (1870): Extracto de una comunicación confidencial. Disponible en: Recogido en “Extracto de una comunicación confidencial”, Karl Marx (1870). Disponible en https://www.marxists.org/espanol/m-e/1870s/educ70s.htm#fn0 

[23] V. I. Lenin (1915)

[24] Idem.

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