FOTOGRAFÍA / Zoe Martikorena
Alex Fernández
2023/06/02

El imperialismo es, en su acepción más vaga, consustancial a la civilización humana; consustancial, dicho en términos marxistas, a la historia de la lucha de clases. La inercia hacia la expansión de la cultura propia, de su sistema de normas y creencias, sobre territorios bárbaros aún por civilizar puede retrotraerse a Babilonia, Egipto, Grecia o Roma. Es a esta última a la que debemos el arsenal mitológico que todos los imperios posteriores iban a poner a su servicio, empezando por el propio término imperium, que en su acepción latina original significó dominio y poder de mando militar. Zar o Kaiser, expresiones con las que se hacían conocer las máximas autoridades de los imperios ruso y alemán hasta una fecha tan reciente como el siglo pasado, son ambas derivaciones de la palabra latina Caesar, o sea, césar, emperador.

En la época en la que los revolucionarios socialistas comenzaron a elaborar una teoría marxista del imperialismo, las estructuras de poder establecidas se asemejaban más, al menos en su superficie, a los imperios tradicionales que a imperios «posmodernos» como el chino o el norteamericano. Además de los ya mencionados ruso y alemán, a comienzos de siglo XX se extendían sobre tierras europeas el austrohúngaro y el otomano. Las monarquías británica o belga, igual que la república francesa, eran todavía importantes imperios de ultramar, del mismo modo que lo había sido hasta entonces un imperio español que sólo recientemente había terminado de caer en desgracia. Hizo falta una guerra mundial y una ola de revoluciones proletarias –que afectó, y no por casualidad, a Rusia, Hungría y Alemania– para normalizar el modelo político y cultural de los estados-nación tal y como lo conocemos en la actualidad. Hasta ese momento, y durante toda la Edad Moderna, lo normal había sido lo contrario: un modelo de integración política basado en unidades administrativas territorialmente extensas y en constante perspectiva de expansión, en las que necesariamente convivían grupos étnico-lingüísticos muy diferentes entre sí.

A pesar de esta aparente continuidad entre los imperios europeos de comienzos de siglo y el común de los imperios precedentes, la transformación que estaban experimentando las sociedades occidentales indujo a los teóricos del socialismo a una reflexión sobre la forma específicamente capitalista que estaba comenzando a adoptar el imperialismo de su época. Al igual que, como nos recuerda Marx en su 18 de Brumario [1], los revolucionarios franceses personificaron la emergencia inadvertida de un nuevo modo de producción enmascarados bajo la romanitas de Bruto y Graco, los césares de comienzos del siglo XX parecían estar escenificando la decadencia y crisis definitiva de esta misma formación social. Se trataba de entender, por tanto, las razones económicas que subyacían a este proceso de intensificación de las contradicciones sociales. Más concretamente, lo que los teóricos del socialismo trataron de conceptualizar fue el conjunto de síntomas relativamente inéditos que fueron agrupados bajo la etiqueta de «imperialismo». Esta conceptualización, además, debía darse, no mediante su atribución a las intrigas palaciegas de los grandes hombres de la historia, sino a partir de las determinaciones internas del modo de producción capitalista. Este artículo presenta un pequeño repaso de algunos de los principales intentos que se han realizado en esta dirección, y ello con el fin de situar el sentido de la categoría de imperialismo dentro del marco estratégico y táctico del marxismo revolucionario [2].

La primera cuestión reseñable es que ni Marx ni Engels utilizaron jamás el término «imperialismo» en el sentido científico que posteriormente acabaría adquiriendo. No se puede encontrar en su obra, más allá de notas y artículos dispersos sobre Irlanda, India o China, una teoría mínimamente sistemática del imperialismo como fenómeno característico de este modo de producción. Lo más cercano a una teoría similar son las páginas que ocupan el último capítulo de El Capital, «la teoría moderna de la colonización» [3] donde Marx explica cómo ha de comportarse el capital cuando de lo que se trata es de modificar las condiciones de la producción social en las colonias, es decir, en los territorios en los que deben crearse ex nihilo relaciones de producción propiamente capitalistas. Los sucesores inmediatos de Marx y Engels, agrupados alrededor del Partido Socialdemócrata Alemán y la Internacional Socialista, tampoco iban a prestar especial atención, al menos en un sentido teórico, al problema del imperialismo. Sólo a partir de 1907 comenzó el intento de aplicar a esta cuestión el marco teórico marxista, [4] un marco teórico, como veremos, que será a su vez modificado y adaptado a la realidad de la nueva coyuntura. 

La primera cuestión reseñable es que ni Marx ni Engels utilizaron jamás el término «imperialismo» en el sentido científico que posteriormente acabaría adquiriendo

Un evento crucial que media en este creciente interés por el problema fue la revolución rusa de 1905. La revuelta popular de 1905 es significativa por dos aspectos internamente vinculados. El primero es que esta revolución no habría sido posible sin el conflicto militar entre el imperio ruso y el japonés, que tuvo lugar entre 1904-1905, y que Lenin incluye entre los «principales jalones históricos de esta nueva época de la historia mundial» [5]. El segundo aspecto es que la revolución rusa de 1905, con su empleo de la huelga de masas y la creación espontánea de unidades administrativas democráticas –los famosos consejos o sóviets–, ocupó la atención de la socialdemocracia europea durante los años inmediatamente posteriores, que vio en ella un campo de experimentación en el que nacieron recursos de lucha potencialmente universalizables. Comenzaba así a perfilarse una suerte de simbiosis entre el contexto de creciente tensión imperialista y la posibilidad política de una ofensiva organizada sobre el Estado y el capital. Al menos así se empezó a interpretar desde las filas del socialismo, en el que de aquí en adelante comenzó a circular la tesis de que aquella era una época de «actualidad de la revolución». El concepto de imperialismo, por lo tanto, no aspiraba a ser solamente una herramienta para conocer las condiciones de un nuevo contexto económico. Apuntaba, ante todo, hacia la definición teórica de un concepto estratégico desde el que reformular la táctica de la revolución y las formas de organización correspondientes.

El concepto de imperialismo, por lo tanto, no aspiraba a ser solamente una herramienta para conocer las condiciones de un nuevo contexto económico. Apuntaba, ante todo, hacia la definición teórica de un concepto estratégico desde el que reformular la táctica de la revolución y las formas de organización correspondientes

Así lo expresó implícitamente Rosa Luxemburgo en Huelga de masas, partido y sindicatos (1906) [6]. Pensar en nuevas formas de intervención política inspiradas en la reciente experiencia rusa exigía incorporar una lectura de las condiciones sociales modificadas sobre las que aquellas iban a ser proyectadas. En Huelga de masas, partido y sindicatos, de hecho, «imperialismo» y «crisis» se presentan como categorías referidas a una misma realidad histórica y, por ende, como categorías intercambiables. Si bien el libro de Luxemburgo, señala que por ejemplo Gramsci, [7] establece una relación quizá demasiado directa entre las condiciones económicas –en este caso la crisis y el imperialismo– y los procesos políticos –la revolución proletaria–, su intención básica, que seguía siendo la de aportar una comprensión de la acción revolucionaria como consumación de sus propias condiciones sociales de posibilidad, apunta claramente en la dirección correcta. El imperialismo, entonces, representaba para Luxemburgo la expresión más nítida de la crisis a la que necesariamente conduce la acumulación del capital. Esta, a su vez, aparece como la base histórica y social sobre la que resultaba objetivamente posible la transformación revolucionaria de las viejas relaciones de producción. 

Ya en su famoso panfleto Reforma o revolución de 1902 –en el que, dicho sea de paso, la crisis del capital se presenta como condición sine qua non de la acción revolucionaria– identificó en la política mundial y el movimiento obrero los dos grandes temas de los Estados de su época, entendida como fase determinada del desarrollo del capitalismo internacional [8]. El militarismo, según la revolucionaria polaca, ya no era un accesorio contingente de la economía capitalista, sino un resultado necesario de su dinámica interna. Ya no era, dicho de otra forma, una premisa para la evolución del modo de producción capitalista y un acicate de su expansión inicial, sino una conclusión lógica de su desarrollo consecuente y, en esa medida, el rumor que permitía presagiar la inminencia de la barbarie. En cualquier caso, no será hasta 1913 cuando Luxemburgo presente una teoría sistemática de la crisis y el imperialismo en La acumulación del capital, una obra cuyo objetivo declarado es aportar una base científica para la lucha contra el imperialismo [9].

Su teoría de la crisis –o del colapso, como en ocasiones se la ha seguido denominando– contaba con méritos notables, alguna confusión conceptual y un gran defecto teórico de fondo. Una de las virtudes que merece la pena señalar, y cuya vigencia se mantiene intacta hasta el día de hoy, consiste en su idea de que «las raíces económicas del imperialismo residen, de un modo específico, en las leyes de la acumulación del capital, debiendo ponerse en concordancia con ellas» [10]. Su obra, que marca época en la historia intelectual del marxismo, es un intento de dar cumplimiento a esta sentencia. Una confusión, aparentemente menor, es la que señala Rosdolsky en su investigación sobre los Grundrisse: Rosa Luxemburgo confunde la categoría marxiana de «capital en general» con la de «capital social total», comprometiendo con ello el conjunto de los resultados de su investigación [11]. El defecto teórico de fondo, que tiene que ver con su concepción subconsumista de la crisis, consiste en que, a pesar de haber declarado la necesidad de una crítica inmanente del capital que sitúe el imperialismo y la crisis como resultado de sus dinámicas internas, Luxemburgo desplaza este límite a una instancia externa y trascendente, a saber, hacia los países no capitalistas en los que el capital trata de realizar el plusvalor y en ausencia de los cuales su colapso resultaría inevitable.

Probablemente fueron estas ideas, a la vista de sus notas personales y un artículo crítico que finalmente no publicó, las que llevaron a Lenin a escribir en una carta a Kamenev: «He leído el nuevo libro de Rosa, La Acumulación de Capital. ¡Se equivocó atrozmente!». Su teoría del imperialismo, que ha sido la que ha merecido la atención mayoritaria de los lectores, insiste en una línea de investigación distinta, que se desarrolló en paralelo a la de Luxemburgo. Sus principales fuentes de inspiración son El imperialismo de Hobson (1902) [12], El capital financiero de Rudolf Hilferding (1910) [13] e Imperialismo y economía mundial de Bujarin (escrito en 1915 y prologado por Lenin ese mismo año, aunque sólo publicado más adelante) [14]. A pesar de reconocer su importancia –estas son, de hecho, las dos fuentes de las que bebió toda la literatura socialista sobre el tema–, Lenin declara que las obras de Hobson y Hilferding no llegan a exponer la cuestión, es decir, a desplegar científicamente el conjunto de determinaciones de su objeto, ya que se limitan a resumir sus principales características. Su libro Imperialismo: la fase superior del capitalismo (1916) [15] es, en este sentido, el resumen de un resumen, cuyo objetivo, además de popularizar la obra de los autores en los que se inspira, era intervenir políticamente sobre la coyuntura.

El concepto estratégico más importante del marxismo del siglo XX estaba en su momento álgido de popularidad, y según se puede deducir de las palabras de Lenin, desprovisto de una teoría sólida que lo respaldase. Pasado el primer asalto revolucionario del proletariado sobre el capital entre 1917 y 1923, podemos encontrar escritos como Los fundamentos del leninismo (1924) [16] de Stalin, donde el concepto de imperialismo aparece como sostén de su incipiente teoría del socialismo en un solo país y, por primera vez, desvinculado de su función al servicio de la revolución internacional en ciernes. Las aproximaciones teóricas posteriores, que aquí sólo podemos mencionar, sólo acentúan esta desvinculación respecto del papel político de la teoría, y no cumplen ya una función clara en la articulación de un poder proletario independiente en condiciones de promover una ofensiva contra el capital. En este grupo entran, entre otros, Baran, Sweezy, Arrighi, los teóricos de la dependencia, Emmanuel o Samir Amin. La bibliografía marxista sobre el tema, de hecho, se ha multiplicado con el paso de las décadas, sin que ninguna de las alternativas haya conseguido imponerse de manera evidente sobre las demás, y sin que el esclarecimiento conceptual haya servido para definir estrategia exitosa alguna. 

El concepto estratégico más importante del marxismo del siglo XX estaba en su momento álgido de popularidad, y según se puede deducir de las palabras de Lenin, desprovisto de una teoría sólida que lo respaldase

La definición de esta estrategia, en cambio, era el objetivo principal de Lenin. Para entenderla es imprescindible comprender los argumentos teóricos implícitos en su Imperialismo, cuyos límites y pretensiones básicas pueden iluminar no sólo la conciencia científica de la época, sino el proyecto revolucionario comunista tal y como se configuró durante aquellos años decisivos. Una referencia indispensable en este sentido es la mencionada obra de Hilferding, El capital financiero (1910). Esta obra, que se propone «comprender científicamente las manifestaciones económicas de la evolución reciente del capitalismo» [17], irrumpió en el panorama intelectual marxista como un soplo de aire fresco. Karl Kautsky, la autoridad espiritual incontrovertible del marxismo –su auténtico papa–, llegó a afirmar del libro de Hilferding que «puede ser considerado la continuación de El Capital de Marx» [18]. ¿Por qué una «continuación»? Durante estos años se instaló una lectura de la teoría de Marx según la cual su obra principal tenía por objeto la descripción del desarrollo histórico del capitalismo, es decir, la descripción de su despliegue en el tiempo, partiendo de una sociedad primitiva presuntamente basada en la producción simple de mercancías que había conducido a la sociedad industrial contemporánea. Desde este punto de vista –un punto de vista que los estudios más recientes, a pesar de sus límites, consiguen desmentir con éxito [19]–, resultaba razonable suponer que El Capital necesitaba actualizarse para ajustarse a los desarrollos más recientes del capitalismo, que aquel no podía prever ni describir. 

La evolución del capitalismo, especialmente desde 1870, dejaba notar un protagonismo cada vez mayor de los mecanismos crediticios y financieros en la economía capitalista. Es este protagonismo el que Hilferding vincula directamente a la emergencia del imperialismo, un fenómeno que responde a la necesidad que empuja al capital a rentabilizar sus inversiones en el extranjero, para las que las finanzas son un instrumento privilegiado. Según Hilferding, «la exportación de capital actúa también en pro de una política imperialista» [20], de modo que la situación «tendrá que desembocar en una solución violenta» [21]. A la economía de la fase imperialista, por lo tanto, le correspondía necesariamente una política imperialista, cuyas contradicciones debían conducir a la instauración de la dictadura proletaria y a su victoria definitiva sobre el capital.

Kautsky, por su parte, aunque se muestra crítico ante la teoría del dinero de Hilferding, parece aceptar el grueso de sus argumentos, que venían a fundamentar teóricamente la postura que él mismo había definido previamente en El camino del poder (1909). La principal conclusión política de este libro, según la cual «la lucha contra el imperialismo y el militarismo, es tarea común de todo el proletariado internacional» [22], junto con la idea de que el reformismo resultaba crecientemente anacrónico en una época de recrudecimiento del autoritarismo y el militarismo del Estado, se verá notablemente modificada por Kautsky durante los años inmediatamente posteriores, concretamente en su conocida teoría del «ultraimperialismo», elaborada entre 1911 y 1914. Tal y como señala Lenin, Kautsky retrocede de una posición en la que todavía reconocía el conflicto imperialista como conclusión necesaria de la política del capital financiero –que fusiona el bancario y el industrial– hacia otra en la que pasa a discriminar entre capital industrial –de carácter nacional y pacífico– y capital bancario –expansivo y militarista–, aceptando en consecuencia la posibilidad de un gradualismo táctico cuya retórica pacifista era perfectamente asimilable a la de socio-liberalismo de autores como Hobson. 

La aprobación de los créditos de guerra por parte de la socialdemocracia alemana, el colapso de la Internacional y de la unidad internacionalista del proletariado y la carnicería que ya se estaba cobrando el precio de cientos de miles de vidas proletaria, precipitó la confluencia inmediata entre lo urgente y lo necesario en el problema del imperialismo. No sólo se estaba cuestionando la viabilidad del programa socialista; este era, literalmente, un problema existencial, teniendo en cuenta que la inserción del socialismo en la maquinaria de guerra imperialista disolvía de facto su papel como actor político distintivo. Y es en este contexto en el Lenin intervino de manera decisiva. En lo que sigue trataré de señalar tres errores teóricos que atraviesan el concepto de imperialismo de Lenin. Sin embargo, y dado que la grandeza de los genios se cifra en la grandeza de sus errores, argumentaré que estos responden a preocupaciones lícitas: se trata de respuestas erróneas a problemas prácticos verdaderos, políticamente cruciales, que el revolucionario ruso supo discernir mejor que nadie. 

No sólo se estaba cuestionando la viabilidad del programa socialista; este era, literalmente, un problema existencial, teniendo en cuenta que la inserción del socialismo en la maquinaria de guerra imperialista disolvía de facto su papel como actor político distintivo. Y es en este contexto en el Lenin intervino de manera decisiva

El primer error del Imperialismo de Lenin consiste en una suerte de historización de las leyes del modo de producción capitalista. El prejuicio relativamente asentado en el marxismo de la época, según el cual El Capital de Marx describe el desarrollo histórico de las leyes del capitalismo, afecta también a la teoría del imperialismo de Lenin. Esta sugiere que las leyes del capitalismo evolucionan conforme a fases o estadios históricos sucesivos. El Capital de Marx, en cambio, no trata de explicitar las leyes que gobiernan un período determinado de la historia de la sociedad capitalista –el capitalismo liberal de libre concurrencia, por ejemplo–, sino de exponer las leyes que gobiernan cualquier sociedad en la que domine el capital, independientemente del grado de desarrollo de estas leyes [23]. La teoría de Marx apunta, por ende, a la idea ya mencionada de Rosa Luxemburgo de que «las raíces económicas del imperialismo residen, de un modo específico, en las leyes de la acumulación del capital, debiendo ponerse en concordancia con ellas». 

El segundo error, derivado del primero, consiste en que la distinción entre fases históricas del capitalismo gobernadas por leyes diferentes le lleva a escindir la lógica de la competencia y la tendencia hacia la concentración y centralización del capital, como si se tratase de fenómenos inconmensurables entre sí. Esto obliga a una separación abstracta entre una fase inferior y otra superior del capitalismo, en las que sus leyes básicas se habrían transformado en un sentido sustancial. Existiría, por ende, una primera fase ascendente del capitalismo y una fase superior, la propiamente imperialista, en la que el monopolio desplaza la lógica precedente de libre competencia. Según Marx, en cambio, la competencia y la centralización son dos caras de un mismo proceso dinámico. La centralización del capital no anula la competencia, sino que la intensifica, de la misma forma que la centralización no compromete la vigencia de la ley del valor, como parece sugerir Lenin, sino que la presupone a la vez que la realiza.

El tercer error, en el que se condensan los dos anteriores, consiste en la conceptualización deficitaria del poder que Lenin termina formulando en esta obra, y de la que depende de manera más o menos directa el planteamiento táctico que está proponiendo para el socialismo internacional. Según afirma Lenin, «entre tres y cinco de los grandes bancos de cada nación capitalista avanzada han realizado la ‘unión personal’ del capital industrial y el bancario» [24]. En este sentido, el monopolio sería la base de una asimetría de poder, ahora completamente concentrado en las manos de la oligarquía financiera, a partir de la que un pequeño grupo de magnates dispone directa y arbitrariamente de una cuota mayor de mercado, de la periferia mundial y del Estado y sus instrumentos. Es mediante este poder que la oligarquía financiera es capaz de fijar precios y extraer un superbeneficio que, a la postre, servirá para corromper a la capa del proletariado formada por sus dirigentes políticos y sindicales. El problema de este punto de vista es que el poder de la oligarquía deja de explicarse en función de las leyes del modo de producción capitalista, que es precisamente a lo que Luxemburgo, a pesar de sus errores, aspiraba en su obra principal. La acción de los oligarcas –tanto la fijación de los precios, como su capacidad para rentabilizar la inversión, para utilizar a su antojo los instrumentos del Estado o para corromper a los líderes del proletariado– sólo responde ya a la voluntad abstracta de un grupo de individuos, una voluntad que no parece estar sometida a leyes –las de la acumulación capitalista–, y que por lo tanto censura la posibilidad de proyectar y consolidar un poder social antagonista sobre la base de procesos sociales objetivos. 

En rigor, no puede responsabilizare directamente a Lenin de estos errores, que él se limitó a reproducir tal y como aparecían en la obra de sus autores originales. A cada uno de estos tres errores, sin embargo, le subyace una intuición, una visión confusa, de las necesidades reales del movimiento histórico, cuyo avance es siempre más o menos ciego y cargado de improvisación. Y esta capacidad de leer el presente desde el punto de vista de la revolución sí puede reconocérsele con todo derecho a Lenin. 

La primera intuición virtuosa de Lenin consiste en su conciencia de que era imprescindible, en un sentido teórico, atacar el dualismo kautskiano entre capitalismo ideal y capitalismo real. Lenin supo ver que esta separación abstracta de las leyes ideales del modo de producción capitalista y su devenir histórico efectivo apuntaba hacia la disolución ideológica de sus contradicciones, y favorecía en esa medida una política de conciliación con el capital y sus expresiones más violentas y agresivas, obstaculizando en última instancia la configuración del proletariado en actor independiente. Desde la lectura de Kautsky, piensa Lenin, la acción revolucionaria debía postergarse ad infinitum. Esta era una lectura que se posicionaba objetivamente en contra de la actualidad de la revolución.

La necesidad de concebir el modo de producción capitalista como un conjunto de leyes históricamente situadas, cuyas tendencias encierran una dinámica de conflicto y antagonismo social, nace de la preocupación legítima por entender la configuración concreta de las relaciones de clase dentro de un ciclo de acumulación determinado. Esta es su segunda intuición virtuosa. Si la lucha de clases no existe en el vacío ni brota de la voluntad abstracta de los individuos, es la coyuntura social la que impone las reglas de la contienda política. Es en este sentido que la definición de los desarrollos más recientes del modo de producción capitalista resulta relevante, que en la época de Lenin incluían la intensificación del rol del Estado en un sentido represivo, la creciente financiarización de la economía, el surgimiento de los monopolios y la función determinante de las colonias y territorios extranjeros aptos para la valorización. En la superficie de este movimiento económico estaba, como parte del mismo, el movimiento obrero y socialdemócrata, y la lógica de su movimiento debía comprenderse a partir de la misma lógica que gobernaba el presente ciclo de acumulación.

La tercera intuición, que es la que fundamenta las dos anteriores, radica en la necesidad de ofrecer una explicación de la traición de la socialdemocracia y la escisión en dos alas del socialismo. Para Lenin se trataba de evaluar un escenario en el que estaban dadas por primera vez las condiciones de posibilidad de una ofensiva organizada sobre el capital. La crisis del capital internacional, del que la guerra imperialista es el síntoma más explícito, tuvo como correlato una crisis del socialismo, una crisis de su táctica y de sus formas de organización, que ponía en jaque el modelo de acumulación de fuerzas vigente hasta ese momento. El poder social acumulado por el proletariado durante décadas podía ponerse en este contexto de fragmentación y colapso efectivo de la estabilidad capitalista al servicio de la construcción de una alternativa civilizatoria. No obstante, una fracción de la socialdemocracia, amparada en los puestos de mando de los que gozaba dentro de sus partidos y sindicatos, estaba obstaculizando esta posibilidad mediante su repliegue bajo el Estado en guerra al que deliberadamente se había subordinado. La persistencia de los principios del internacionalismo y su aplicación práctica exigían la crítica despiadada de esta aristocracia obrera, en la que Lenin veía el sostén social del oportunismo socialchovinista. 

Es en este último punto donde se ve el sentido estratégico y la relevancia histórica del debate sobre el imperialismo. Este es, dice Lenin, «el más importante en la esfera de la ciencia económica que estudia el cambio de las formas del capitalismo en los tiempos modernos» [25]. Pero esta no es una preocupación académica, ni su objeto es la esfera reificada de la economía: «¿Existe alguna relación entre el imperialismo y la monstruosa y repugnante victoria que el oportunismo (en forma de socialchovinismo) ha obtenido sobre el movimiento obrero en Europa? Este es el problema fundamental del socialismo contemporáneo» [26]. La respuesta de Lenin, como queda dicho, es un sí rotundo. De ahí que fuese vehemente con la idea de que «la victoria de la socialdemocracia revolucionaria en escala mundial es absolutamente ineludible, pero marcha y marchará, avanza y avanzará sólo contra ustedes, será una victoria sobre ustedes» [27], los oportunistas de centro y de derecha. Lo curioso, si es que cabe denominarlo así, es la insistencia en la figura de Kautsky, que, dentro de lo que cabe, no representaba lo peor de la reacción socialdemócrata –pensemos simplemente en el papel sangriento desempeñado por Ebert y Noske–. Si Lenin moviliza el conocimiento científico en su grado más elevado de desarrollo –la teoría de Hobson, Hilferding y Bujarin– contra el centro de la socialdemocracia encarnado por Kautsky, es porque era el centro el que en ese momento trataba de impedir la ruptura clara y decidida con el ala oportunista de derecha. Quebrar la función mediadora del centro y la autoridad de Kautsky, en ese momento indiscutible e incomparablemente mayor que la de Lenin, era la única forma de conquistar las condiciones políticas necesarias para la recomposición de las fuerzas organizadas del proletariado internacional. 

En un sentido materialista mínimo, una recomposición en condiciones de asestar un golpe definitivo al enemigo sólo podía darse sobre la base de la descomposición y decadencia del capital, aquella que hizo merecer a esta etapa imperialista el sobrenombre de «capitalismo agonizante». Del mismo modo, la agonía del capitalismo era entonces indisociable de la potencia organizada del movimiento revolucionario, comprendida como una de las causas de su decadencia histórica objetiva. Así lo expresa, con la lucidez característica de sus escritos marxistas, Giacomo Marramao:

«La categoría leninista de imperialismo es legible, en su totalidad, en esta óptica: tiene como presupuesto una interpretación precisa de las tendencias sociales de desarrollo por las cuales las relaciones de fuerza entre proletariado y burguesía se dislocarían rápidamente, en la nueva fase, en favor del primero. Su “teoría” del imperialismo (que a menudo ha sido objeto de críticas ciertamente legítimas, pero sin embargo abstractas, por ser conducidas en terreno puramente científico-económico) deriva y depende inmediatamente de esta valoración de conjunto de las relaciones de fuerza a nivel mundial, y viene por lo tanto a insertarse en un modelo táctico-organizativo ya preparado anteriormente: el modelo bolchevique» [28].

Además de la coyuntura presente y el futuro inmediato de la revolución, el concepto de imperialismo de Lenin juega un papel central en la interpretación retroactiva del desarrollo intelectual y político del socialismo, es decir, en la interpretación de las razones que habían llevado a su colapso sin que apenas nadie pudiese haberlo previsto. La mencionada relación interna entre imperialismo, aristocracia obrera y oportunismo le permitió retrotraer la explicación del colapso de la Internacional al viejo debate entre ortodoxia y revisionismo, siendo Eduard Bernstein el primer síntoma de un proceso que había ido madurando de manera subterránea en el interior de la socialdemocracia, y que ahora irrumpía abiertamente en su superficie en forma de socialchovinismo y exaltación explícita de la política de guerra. 

Hoy, más de cien años después, seguimos sin contar con un concepto científico de imperialismo coherentemente insertado en una estrategia de la revolución. Seguimos sin contar, en general, con una narración científica que dé razón del pasado, presente y futuro del socialismo. Sin embargo, la guerra mundial, cuyas consecuencias serían ahora incomparablemente más desastrosas de lo que lo fueron entonces, aparece cada vez con más fuerza en el horizonte de la vida política contemporánea. El imperativo de rearticular el sujeto capaz de evitar ese escenario, o, en su defecto, de intervenir en él con visos de victoria, se impone como una necesidad incontestable. El de la transformación de la guerra imperialista en guerra revolucionaria sigue siendo, a pesar de todo, el único escenario del que las fuerzas de la emancipación han salido temporalmente triunfantes. En ese sentido, los debates que rodearon aquella atmósfera de decadencia y descomposición capitalista durante el período de la Gran Guerra pueden quizá iluminar nuestro presente, empeñado en repetir como una trágica farsa la historia de barbarie que nos precede y acompaña. Este artículo se limita a presentar esos debates: corresponde al lector detenerse a investigarlos.

La guerra mundial, cuyas consecuencias serían ahora incomparablemente más desastrosas, aparece cada vez con más fuerza en el horizonte de la vida política contemporánea. El imperativo de rearticular el sujeto capaz de evitar ese escenario, o, en su defecto, de intervenir en él con visos de victoria, se impone como una necesidad incontestable

REFERENCIAS

[1] C. Marx eta F. Engels, (1981) Obras escogidas en tres tomos, Editorial Progreso, I tomo, Mosku, páginas 404-498. (https://www.marxists.org/espanol/m-e/1850s/brumaire/brum1.htm).

[2] Para un repaso de las principales teorías marxistas del imperialismo, véase Brewer, A., (1980), Marxist Theories of Imperialism. A critical survey, Routledge, Londres.

[3] Marx, K. (2000), El Capital, Madrid, Akal.

[4] Schorske, C., (1955), German Social Democracy. 1905-1917. The Development of the Great Schism, 68. or.

[5] Lenin, V., El imperialismo y la escisión del socialismo (https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/1910s/10-1916.htm).

[6] Luxemburgo, R., (2003), Huelga de masas, partido y sindicatos, Federico Engels Fundazioa, Madrid.

[7] Gramsci, A., (1977), Antología, Siglo XXI Editores, Madrid, página 419.

[8] Luxemburgo, R., (2003), Reforma o revolución, Fundación Federico Engels, Madrid.

[9] Luxemburgo, R., (1967), La acumulación del capital, Grijalbo, S.A., Ciudad de México.

[10] Luxemburgo, R., (2014), La acumulación del capital o en qué han convertido los epígonos la teoría de Marx. Crítica de las Críticas, Biblioteca virtual Omegalfa.

[11] Rosdolsky, R., (2023), Sobre la génesis de ‘El capital’ de Marx, Ediciones Dos Cuadrados, Madril.

[12] Hobson, J., (2020), El estudio del imperialismo, Titivillus.

[13] Hilferding, R., (1963), El capital financiero, Editorial Tecnos, Madrid.

[14] Bujarin, N., (1971), El imperialismo y la economía mundial, Ediciones Pasado y Presente, Buenos Aires. 

[15] Lenin, V., (2012), Imperialismo: fase superior del capitalismo, Santillana Ediciones Generales, Madrid.

[16] Stalin, J., (2002), Los fundamentos del leninismo, (https://www.marxists.org/espanol/stalin/1920s/fundam/index.htm).

[17] Hilferding, R., (1963), El capital financiero, Editorial Tecnos, Madrid, página 9.

[18] En Defensa del Marxismo (Buenos Aires), 37, páginas 51-82, Partido Obrero (https://www.prensaobrera.com/publicaciones/verNotaRevistaTeorica/37/capital-financiero-y-crisis).

[19] Sanjuán, C., (2019), Historia y sistema en Marx. Hacia una teoría crítica del capitalismo, Siglo XXI, Madrid.

[20] Hilferding, R., (1963), El capital financiero, Editorial Tecnos, Madrid, página 362.

[21] Ibid., p. 375.

[22] Kautsky, K., (2018), El camino del poder, Alejandría Proletaria, Valencia.

[23] Marx, K. (2000), El Capital, Madrid, Akal, p. 17.

[24] Lenin, V., (2012), Imperialismo: fase superior del capitalismo, Santillana Ediciones Generales, Madrid, p. 169.

[25] Bujarin, N., (1971), El imperialismo y la economía mundial, Ediciones Pasado y Presente, Buenos Aires.

[26] Lenin, V. El imperialismo y la escisión del socialismo (https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/1910s/10-1916.htm).

[27] Ibid.

[28] Marramao, G., (1981), Teoría del derrumbe y capitalismo organizado en las discusiones del “extremismo histórico”, 261. or., in Telò M. (Ed), La crisis del capitalismo en los años 20, (257-300).

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