Escáneres cerebrales. Son parte de un estudio científico sobre los daños causados por el “shock explosivo”, daños característicos de la guerra.
Pablo C.
2024/05/02

En 1910, el dirigente del Partido Socialdemócrata Alemán (en adelante, SPD) y principal teórico de la Segunda Internacional, Karl Kautsky, publicó El camino del poder (en las citas, EP), donde trató de defender las posiciones del marxismo revolucionario frente al centrismo bernsteiniano que se abría paso en el partido. En este texto no sólo es rastreable la defensa férrea de la revolución como medio ineludible para la construcción del socialismo. Además, sobre todo en la parte final del libro, Kautsky describe con rigurosidad los rasgos y las causas fundamentales del imperialismo de la época, trazando de forma magistral el vínculo histórico entre capital y gastos militares.

En 1911, tres años antes de que comenzara la Primera Guerra Mundial, la revolucionaria Rosa Luxemburgo escribía para el Leipziger Volkszeitung, una de las tantas publicaciones del partido, el texto Utopías Pacifistas (en las citas, UP). Unas pocas páginas en las que advierte de forma tan precisa como preocupante sobre el delirio armamentista que se estaba instalando en Europa, así como del peligro que corría la suerte del SPD y del proletariado mundial si las tendencias revisionistas se terminaban imponiendo en los asuntos de la guerra.

A través de estos dos textos y otros de la época, trataremos de comprender qué quiere decir que el militarismo es una necesidad del Capital, corroborando esta tesis en el plano de la historia, e intentando esclarecer los elementos en común que comparten el periodo anterior a 1914 y nuestro presente de rearme generalizado.

EL PRIMER MILITARISMO CAPITALISTA

La teoría sobre el imperialismo descrita por el Kautsky de 1910 en El camino del poder es interesante, entre otras cosas, por el relato histórico sobre el que se apoya. El dirigente alemán explica cómo “hasta las proximidades de 1860 […], la burguesía era en general hostil al ejército, porque era también hostil al gobierno”. La nueva clase en ascenso, en constante pugna por el poder político del Estado, “detestaba al ejército permanente, que costaba sumas tan considerables y que era el apoyo de un gobierno al que combatía” (EP, 46). La posición parcialmente revolucionaria de la burguesía continental[1] desvinculaba la militarización del Estado de sus intereses inmediatos. En la década de los 1870, dice Kautsky, “los gobiernos se han consolidado, han ganado en fuerza y en estabilidad. Cada uno de ellos, en fin, ha sabido hacer creer a la nación que representaba sus intereses” (EP, 39). Las tornas de la historia comienzan a girar.

Más tarde, en la década de los 1880, tras la gran crisis de 1873 y el largo periodo de depresión industrial que atraviesa el continente, nos encontramos con el inicio de una época de prosperidad en Europa. Se acerca el final siglo XIX y las burguesías occidentales ya se han despojado de todo revestimiento revolucionario. La actitud del Capital hacia el proletariado adquiere una verdadera dimensión de clase, mostrando a las claras que “por enemigos que sean [los empresarios] en el mercado donde compran y venden mercancías, son los mejores amigos del mundo en ese otro mercado donde todos compran y venden la misma mercancía que se llama la fuerza de trabajo” (EP, 49). Las organizaciones patronales se extienden por todo Europa y el gran capital se asienta como la clase realmente dominante. En un sentido político, al desplazar a sus enemigos de clase del poder del Estado; en un sentido económico, al ser la clase propietaria de las unidades productivas centrales de la sociedad.

Se acerca el final siglo XIX y las burguesías occidentales ya se han despojado de todo revestimiento revolucionario. La actitud del Capital hacia el proletariado adquiere una verdadera dimensión de clase, mostrando a las claras que “por enemigos que sean [los empresarios] en el mercado donde compran y venden mercancías, son los mejores amigos del mundo en ese otro mercado donde todos compran y venden la misma mercancía que se llama la fuerza de trabajo”

Al mismo tiempo, la política socialista se erige como la única alternativa real al poder social de la burguesía y el Partido como la estructura estratégica capaz de orientar la práctica de los trabajadores hacia la revolución. Las huelgas, que son el corazón de las luchas económico-sindicales, “revisten cada vez más un carácter político”. Asimismo, en las luchas por los derechos políticos, por ejemplo, “en las luchas por el sufragio universal, vemos multiplicarse las ocasiones en el que el arma de la huelga general puede ser empleada con éxito”. A la fusión entre lucha económica y lucha política que va experimentando la práctica del proletariado, esto es, a medida que “las luchas por las reformas sociales toman el carácter de luchas políticas”, la burguesía no duda en intentar, siempre que puede, “mutilar sus derechos políticos” (EP, 54). La contienda nacional entre la burguesía y el proletariado está servida: “En Alemania, ante cada gran victoria electoral del proletariado se hace más inminente el reemplazo del sufragio universal […]. En Francia y en Suiza, el ejército carga contra los huelguistas. En Inglaterra y en Norteamérica, los tribunales restringen la libertad de acción del proletariado” (EP, 55). 

La política socialista se erige como la única alternativa real al poder social de la burguesía y el Partido como la estructura estratégica capaz de orientar la práctica de los trabajadores hacia la revolución. Las huelgas, que son el corazón de las luchas económico-sindicales, “revisten cada vez más un carácter político”

¿Cómo va a desarrollarse el poder militar de la burguesía tras su constitución como clase dominante durante este periodo? Al finalizar la segunda guerra de independencia italiana, en 1859, el Reino de Prusia llevó a cabo una reorganización del ejército que le permitiera estar a la altura del estándar militar europeo. Esta reorganización, cuenta Engels, “mantenía bajo las armas a los treinta y dos regimientos de infantería del Landwehr, completando paulatinamente sus filas con el incremento del número de reclutas; por último, los reorganizaba en regimientos de línea, cuyo número crecía de 40 a 72. Conforme con ello aumentaba la artillería, y también la caballería. […] Ese crecimiento del ejército era aproximadamente proporcional al incremento de la población de Prusia, que de 1815 a 1860 había aumentado de 10,5 millones de personas a 18,5 millones” (1975, 225, cursiva propia). El despliegue militar de la burguesía aún no tiene un sentido histórico. 

En la década de los 60, la burguesía comienza, aún de forma desconfiada, a mostrar simpatía por el ejército. Empieza a ser consciente de la necesidad de contar con una fuerza armada profesional, regular y moderna “para aplastar al enemigo, tanto interior como exterior” (EP, 46). Esto es, la fortificación del aparato burocrático-militar del Estado va cogiendo fuerza como mecanismo para ir blindando sus cada vez más extendidos intereses económicos y políticos, frente a los que el proletariado comienza a aparecer como su principal opositor. Va tomando cuerpo su conciencia de clase.

En la década de los 1870, la guerra franco-prusiana (1870-1871), que concluiría con la fundación del Imperio Alemán (Segundo Reich), el levantamiento y aplastamiento de la Comuna de París y el nacimiento de la Tercera República francesa, cambiaría por completo las dinámicas militares en Occidente. Así lo explica Engels en 1878:

“La guerra franco-prusiana representa un punto de viraje de significado absolutamente distinto […]. Esta guerra obligó a todas las grandes potencias del continente a implantar el reforzado sistema prusiano del Landwehr, echándose con ello encima una carga militar que los llevará a la ruina en pocos años. Los ejércitos se han convertido en la finalidad principal de los Estados, en un fin en sí; los pueblos ya sólo existen para suministrar soldados y mantenerlos. El militarismo devora a Europa. Pero este militarismo alberga ya en su seno el germen de su propia ruina. La rivalidad desatada entre los Estados los obliga, por una parte, a invertir cada año más dinero en ejércitos, en barcos de guerra, en cañones, etc., acelerando con ello cada vez más seriamente el servicio militar obligatorio, con lo cual no hace más que familiarizar a todo el pueblo con el empleo de armas, es decir, capacitarlo para que en determinado momento pueda imponer su voluntad”.

¿Qué se desprende de lo que aquí nos explica Engels? Que el paulatino asentamiento del poder político de la burguesía en Europa, a rebufo de su dominio en el terreno de la producción, acelera los procesos de competencia política internacional. Hasta tal punto que varios Estados europeos van a implantar el servicio militar obligatorio, sembrando la semilla revolucionaria que el militarismo siempre introduce en las masas desposeídas. En la década de los 80, cuando la burguesía, recordemos, se consolida definitivamente en el mando del Estado y la gran empresa capitalista es el principal vector de la economía, los gastos militares comienzan a adquirir una dimensión cuantitativa superior. Ha de tenerse en cuenta, por ejemplo, que el primer trust de la historia, la Standard Oil Trust, nace en 1882.

Kautsky, refiriéndose al periodo entre 1891 y 1908, señala que “mientras que la población del Imperio [alemán] […] aumentaba un cuarto, los gastos del ejército de tierra aumentaban el doble, los de los fondos de retiro e intereses de la deuda pública casi el triple, y los de la marina el cuádruple” (EP, 61). Es más, atendiendo a los gastos anuales que presenta, vemos cómo en aquel 1873, año de la primera gran crisis económica del capitalismo, el Estado alemán gastaba 404 millones de marcos. En 1891, estos gastos crecieron un 177%, alcanzando los 1.118 millones de marcos. Pero es que, en 1908, apenas seis años antes de la guerra, el gasto militar vuelve a aumentar en un 150%, hasta los 2.785 millones de marcos. La intersección entre asentamiento de la producción capitalista, dirección política del Estado de la burguesía y aumento de los gastos militares es muy clara. 

Durante los 1860 y 1870, tras las revoluciones democrático-burguesas de 1848, el fenómeno militar capitalista va a ir adquiriendo dimensiones cada vez más importantes  a medida que el Estado se va adecuando a las nuevas necesidades de la producción social capitalista. Esto es, al poder económico del capital. Desde las décadas de los 1880 y 1890, se inicia en Europa un proceso de intensa militarización, en el que el crecimiento de los gastos militares desborda el crecimiento demográfico, y que coincide con el desarrollo pleno del capitalismo en las principales economías del continente. Es lo que podemos llamar una “transformación presupuestaria”, que cambia por completo el paradigma fiscal, de acuerdo con las exigencias que la hacienda pública ha de asumir para garantizar las nuevas condiciones socioeconómicas.

En este sentido, es crucial comprender que esta “transformación presupuestaria” es la culminación del largo y lento desarrollo de las tendencias más generales del Capital, y no un cambio repentino en la política pública. El brutal crecimiento de los gastos militares es el resultado de la consolidación del capitalismo como modo de producción en Europa. La expansión y elevación constantes del conflicto económico y político entre el Capital y el trabajo y el recrudecimiento de las relaciones de competencia empresariales van dando forma a la nueva sociedad burguesa. El poder militar del Capital se va abriendo paso a medida que la producción capitalista se extiende como la forma general de la producción y la burguesía se erige como la clase directora de la política nacional.

La expansión y elevación constantes del conflicto económico y político entre el Capital y el trabajo y el recrudecimiento de las relaciones de competencia empresariales van dando forma a la nueva sociedad burguesa

¿Por qué el poder del Capital exige reforzar y fortalecer enormemente las capacidades militares del Estado? ¿Acaso el colonialismo es un fenómeno exclusivamente capitalista? ¿No es el militarismo una práctica tan antigua como la lucha de clases? Veamos cuál es la relación entre la racionalidad económica del capitalismo y los gastos militares. Las empresas, en el medio plazo y consideradas como conjunto, comienzan a afrontar, necesariamente, problemas de rentabilidad. Es lo que llamamos una contradicción interna del Capital. El régimen de propiedad privada que estructura la producción capitalista es el fundamento de la apropiación privada del trabajo social, es decir, aquello que hace posible a la burguesía acaparar lo producido por los obreros desposeídos. Pero, al mismo tiempo, la propiedad privada de los medios de producción es la base de las relaciones de competencia que dan forma a la actividad económica de las empresas. La competencia obliga a las empresas a optimizar constantemente el empleo de sus recursos productivos para poder sobrevivir a sus competidores. Cuánto producen, cómo lo producen, a qué precio lo venden o cuánto margen obtienen: todo está mediado por la competencia. Esta situación empuja a las empresas a innovar, a hacer más productivos sus procesos de producción, lo que implica impulsar el ahorro de trabajo humano socialmente necesario. Esa es la razón por la que producir un vehículo o una prenda exige hoy muchísimo menos tiempo que hace cien años. Es la revolución tecnológica del capitalismo.

Sin embargo, al ser el trabajo humano la fuente de la ganancia del capitalista, este ahorro constante termina deprimiendo la tasa de beneficio en el largo plazo. El descenso de la rentabilidad media del capital social genera un estado de sobreacumulación general. Existen distintas formas de contrarrestar la presión bajista de la rentabilidad, o lo que la economía política clásica llamaba los rendimientos decrecientes de la inversión. Por ejemplo, aumentando el nivel de explotación sobre los obreros o aprovechando los efectos positivos que tiene la innovación tecnológica en la reducción de costes de las empresas. Otra de estas formas es el imperialismo, que permite que los capitales amplíen su área de influencia, para poder así dar salida a ese capital ocioso que no encuentra un espacio para la valorización tan rentable como en el ciclo de inversión anterior.

Existen distintas formas de contrarrestar la presión bajista de la rentabilidad, o lo que la economía política clásica llamaba los rendimientos decrecientes de la inversión. Por ejemplo, aumentando el nivel de explotación sobre los obreros o aprovechando los efectos positivos que tiene la innovación tecnológica en la reducción de costes de las empresas. Otra de estas formas es el imperialismo, que permite que los capitales amplíen su área de influencia, para poder así dar salida a ese capital ocioso que no encuentra un espacio para la valorización tan rentable como en el ciclo de inversión anterior

La lógica resultante de este automovimiento del Capital es muy evidente. Allí donde la forma política elemental del capitalismo, el Estado, consiga ampliar su soberanía político-militar, el capital nacional de ese estado encontrará un espacio para intercambiar en mejores condiciones sus mercancías, mejorar su posición financiera y adquirir de forma ventajosa los productos locales, cuando no directamente expropiarlos, como ha sucedido históricamente con los recursos naturales del llamado Sur Global. Se trata, en última instancia, de la reacción militar del Estado a los problemas de rentabilidad media que afrontan las empresas.

El elemento históricamente novedoso de la forma capitalista del imperialismo es la expansión sistemática de los medios de producción. En otras palabras, “se inauguró una nueva era de la política conquistadora en los países de ultramar, […] se vio a los países industriales exportar a los países bárbaros no únicamente productos sino, además, los medios de producción y de transporte de la industria moderna”

No obstante, como señala Lenin en el Imperialismo (en adelante, I), “la política colonial y el imperialismo ya existían antes de la fase contemporánea del capitalismo e incluso antes del capitalismo” (I, 50). El elemento históricamente novedoso de la forma capitalista del imperialismo es la expansión sistemática de los medios de producción. En otras palabras, “se inauguró una nueva era de la política conquistadora en los países de ultramar, […] se vio a los países industriales exportar a los países bárbaros no únicamente productos sino, además, los medios de producción y de transporte de la industria moderna” (EP, 64). Esto es lo que también Lenin llamará exportación de capital. Lo que hoy podríamos llamar inversión extranjera directa fue el mecanismo económico mediante el cual, durante el periodo comprendido entre finales del siglo XIX y principios del XX, las principales potencias de Europa se repartieron el globo, dividiendo el mundo entre colonizadores y colonizados:

“Después de 1876, las posesiones coloniales se expandieron enormemente, más del 50%, de 40 a 65 millones de kilómetros cuadrados, para las seis potencias más grandes; la expansión territorial alcanzó los 25 millones de kilómetros cuadrados, un 50% más que la superficie de las metrópolis (16,5 millones). En 1876, tres de esas potencias no poseían colonias y la cuarta, Francia, casi no las tenía. En 1914, esas cuatro potencias se habían hecho con una superficie de 14,1 millones de kilómetros cuadrados, es decir, aproximadamente un 50% más que la superficie de Europa, y una población de casi 100 millones de habitantes” (I, 50).

La primera consecuencia económica de la exportación masiva de capital fue la mundialización del modo de producción capitalista. La “exportación de los medios de producción […] introducía el modo de producción capitalista en los países extraños a la civilización europea y destruía en ellos rápidamente el estado de cosas tradicional en el orden económico” (EP, 64). La expansión imperialista exportó una forma de producir atravesada por la competencia, la explotación, el desarrollo tecnológico, el ahorro de trabajo vivo y el corolario de todas ellas, la crisis. Pero, además, en la medida en que revolucionó, a sangre y fuego, las sociedades precapitalistas, que aún ocupaban la mayor parte del planeta, introdujo en ellas las condiciones materiales para su emancipación. La superioridad técnico-material de Europa dejó de estar circunscrita a las fronteras continentales. El imperialismo de tipo capitalista dotó a las naciones atrasadas de la herramienta más poderosa para acabar con las relaciones de sometimiento internacional que arrastraban desde siglos atrás, a saber, el proletariado revolucionario. 

La segunda consecuencia económica fue la articulación del mercado global capitalista. “Los nuevos países entraban en competencia con los antiguos. […] El despertar del espíritu europeo en los países orientales no los hizo amigos de Europa, sino enemigos y enemigos de igual fuerza” (EP, 65). El poder de las estructuras coloniales resistió hasta después de la Segunda Guerra Mundial, pero es innegable que el despliegue planetario de la lógica capitalista permitió que emergieran nuevos polos de acumulación que, rápidamente, comenzaron a competir con el capital europeo.

La tercera consecuencia económica fue la inauguración de “una nueva etapa de prosperidad” (EP, 64) en Occidente, que, lejos de resolver los problemas económicos del mercado interior, desplazaba geográficamente las contradicciones del capitalismo europeo. Esta es la idea del imperialismo como contratendencia del capital.

La cuarta consecuencia económica fue la intensificación total del militarismo que hemos descrito durante todo el apartado y que hizo posible la reproducción expansionista del capitalismo.

En resumen, lo que parece indicar la historia, y el estudio de dos de los textos marxistas más importantes sobre el imperialismo que jamás se hayan escrito como lo son el de Kautsky y el de Lenin, es que el asentamiento del modo de producción capitalista en Europa y el auge del militarismo son dos caras de la misma moneda.

“Gran Bretaña fue el primer país que se convirtió en capitalista, y a mediados del siglo XIX, al adoptar el libre mercado, se presentó como el ‘taller del mundo’, el proveedor de bienes manufacturados para todos los países, los cuales, a cambio, debían surtirlo de materias primas. Pero en el último cuarto del siglo XIX ese monopolio de Gran Bretaña se vio quebrado; otros países, protegiéndose a sí mismos mediante aranceles ‘proteccionistas’, se transformaron en Estados capitalistas independientes” (I, 38).

La cronología arriba planteada por Lenin coincide con el esquema temporal de militarización planteado por Kautsky. La experiencia histórica corrobora que no es posible desplegar una economía de tipo capitalista sin dedicar una ingente cantidad de los recursos productivos de la sociedad a los gastos militares. La propia estructura productiva capitalista, su reproducción natural a través de la competencia y su organización política en Estados-nación (u hoy, supraestados) requieren de un aparato militar imponente que garantice el poder de la clase capitalista dentro y fuera de sus fronteras nacionales. 

Además, la constante intensificación de las relaciones de competencia capitalista, fruto del despliegue de las contradicciones internas de la economía, obliga a los estados a ir actualizando los gastos militares, ajustándolos al grado de desarrollo de la lucha de clases. En definitiva, la guerra aparece en el capitalismo como la forma política más desarrollada de la competencia entre empresas y el gasto militar como presupuesto material del poder de clase de la burguesía.

SUENAN TAMBORES DE GUERRA: SE PREPARA LA OFENSIVA MILITAR DE LA BURGUESÍA

Exploremos ahora al texto de Rosa Luxemburgo “Utopías Pacifistas”. Estamos en 1911 y las principales potencias europeas, en las que el capitalismo es la forma económica dominante, afrontan distintos desafíos. Ya hemos mencionado que la consolidación mundial del modo de producción capitalista va reforzando la posición de nuevos competidores como Japón o Estados Unidos. Ambas potencias despegan como focos de producción industrial con capacidades crecientes para competir con las economías europeas. Además, las principales potencias coloniales, que llevan ya más de dos décadas destinando enormes cantidades del tesoro público a los gastos militares, redoblan sus esfuerzos en la carrera armamentística internacional, principalmente protagonizada por el Imperio alemán y el Reino Unido. Competencia empresarial y colonialismo se entrelazan en los años anteriores a la guerra, cuando el militarismo europeo se encuentra en su momento de máximo apogeo. Así lo explica Hobsbawm:

“Esta carrera de armamentos comenzó de forma modesta a finales del decenio de 1880 y se aceleró con el comienzo del nuevo siglo, particularmente en los últimos años anteriores a la guerra. Los gastos militares británicos permanecieron estables en las décadas de 1870 y 1880, tanto en cuanto al porcentaje del presupuesto total como en el gasto per cápita. Sin embargo, pasaron de 32 millones de libras en 1887 a 44,1 millones de libras en 1898-1899, y a más de 77 millones de libras en 1913-1914. (…) Mientras tanto, el coste de la armada alemana se elevó de forma más espectacular aún: pasó de 90 millones de marcos anuales a mediados del decenio de 1890 hasta casi 400 millones“[2]. 

Mientras tanto, el marxismo revolucionario se extiende por Europa. Fundada en 1889, la Segunda Internacional, en palabras de Liebknecht “un parlamento obrero mundial, el primero que el mundo presencia”[3], cuenta con organizaciones adscritas por todo el continente. Las protestas obreras, como hemos explicado, van adquiriendo un nivel de consciencia cada vez más elevado y los obreros revolucionarios se agrupan en organizaciones hegemonistas de masas.

Este es el contexto en el que Luxemburgo decide saldar cuentas con el pacifismo burgués y aclarar cuál es la tarea central de los socialistas revolucionarios frente al militarismo creciente que asola Europa. 

“¿Cuál es nuestra tarea en la cuestión de la paz? No consiste en demostrar en todo momento el amor a la paz que profesan los socialdemócratas; nuestra tarea primera y principal es clarificar ante las masas populares la naturaleza del militarismo y señalar con toda claridad las diferencias principistas entre la posición de los socialdemócratas y la de los pacifistas burgueses. ¿En qué consiste esta diferencia? (…) Nuestros respectivos puntos de partida se oponen diametralmente: los amigos burgueses de la paz creen que la paz mundial y el desarme pueden realizarse en el marco del orden social imperante, mientras que nosotros, que nos basamos en la concepción materialista de la historia y en el socialismo científico, estamos convencidos de que el militarismo desaparecerá del mundo únicamente con la destrucción del Estado de clase capitalista.” (UP, 1, cursivas propias)

Estado capitalista y militarismo constituyen una unidad. La estrategia política que se infiere del análisis de Luxemburgo es clara: la toma del poder político por parte del proletariado organizado es la única vía para detener el proceso de guerra siempre latente en el capitalismo

Como explica Luxemburgo, y en sintonía con Lenin y el Kautsky de preguerra, Estado capitalista y militarismo constituyen una unidad. La estrategia política que se infiere del análisis de Luxemburgo es clara: la toma del poder político por parte del proletariado organizado es la única vía para detener el proceso de guerra siempre latente en el capitalismo. El Estado capitalista no es más que la forma política que adoptan las relaciones sociales capitalistas, esto es, el conflicto entre empresarios y trabajadores. La antes citada “transformación presupuestaria”, mediante la cual los gastos militares se multiplican en el capitalismo, es una de las tantas expresiones históricas del afianzamiento de la burguesía en el Estado –que lo transforma en un Estado capitalista–. En otras palabras: el fin del militarismo burgués es exactamente la abolición del Estado y no la instalación de pacifistas en sus órganos de gobierno. Asimismo, Luxemburgo da cuenta de la lógica económica del imperialismo:

“El militarismo está estrechamente ligado a la política colonial, a la política tarifaria y a la política internacional, y que si las naciones existentes realmente quisieran poner coto, seria y honestamente, a la carrera armamentista, tendrían que comenzar con el desarme en el terreno comercial, abandonar sus rapaces campañas colonialistas y su política internacional de conquista de esferas de influencia en todas partes del mundo: en una palabra, su política interna y exterior debería ser lo opuesto de lo que exige la política actual de un estado capitalista moderno.” (UP, 1, cursivas propias)

Luxemburgo insiste en la idea de que el imperialismo es la competencia empresarial desplegada en el plano internacional. Así, la revolucionaria polaca constata que militarismo y producción capitalista son dos caras de la misma moneda, destacando la necesidad de la intervención política del Estado para hacer posible la acumulación de capital a escala global, esto es, la necesidad del desarrollo del armamentismo como precondición para la expansión de los negocios. O, de acuerdo con el marco teórico antes expuesto, el militarismo del Estado es la condición de supervivencia de las empresas en el mercado mundial. 

Por todo ello, para Luxemburgo, la toma y destrucción del Estado burgués, y la superación de la producción capitalista constituyen las únicas vías realistas para garantizar el fin de la sociedad militarizada. Así, lejos de denunciar la barbarie militarista desde el moralismo cómplice, fija desde el análisis científico su relación de unidad con el capitalismo, y concluye que sólo con la conformación de un Partido Revolucionario podrá construirse un orden social verdaderamente pacífico como es el socialismo.

“Y así se explicaría lo que constituye el meollo de la concepción socialdemócrata, que el militarismo en todas sus formas –sea guerra o paz armada– es un hijo legítimo, un resultado lógico del capitalismo, de ahí que quien realmente quiera la paz y la liberación de la tremenda carga de los armamentos debe desear también el socialismo. Sólo así puede realizarse el esclarecimiento socialdemócrata y el reclutamiento para el partido en relación con el debate sobre el armamento.

Continua, justo después, realizando un aviso casi premonitorio sobre el peligro que corría el partido si no ponía en marcha una estrategia política independiente frente al militarismo rampante.

“Este trabajo, empero, se volverá un tanto dificultoso y la posición de los socialdemócratas se hará oscura y vacilante si, por algún extraño cambio de papeles, nuestro partido trata de hacer lo contrario: convencer al Estado burgués de que bien puede limitar el armamentismo y lograr la paz desde su posición de Estado capitalista.” (UP, 2)

La historia que sigue a las advertencias de Luxemburgo es por todos conocida. Los diputados socialistas del SPD sucumbieron a las demandas bélicas del capital alemán. Décadas de rearme, como consecuencia directa del desarrollo del capitalismo en las principales potencias europeas, concluyeron en la Primera Guerra Mundial, en un tumultuoso periodo de entreguerras protagonizado por el auge del monstruo fascista, y, finalmente, en una Segunda Guerra Mundial. Decenas de millones de vidas proletarias fueron sacrificadas para consolidar el poder global de la burguesía. En todo momento durante estos 30 años de masacre generalizada, el proletariado actuó como dique de contención frente al desarrollo del imperialismo, el colonialismo y la guerra, en ocasiones también como ejército de ofensiva, dejando patente aquella idea tan extendida entre los revolucionarios de la época de que la revolución socialista era la única forma de acabar con el armamentismo y las guerras. El fin de las guerras, del fascismo y del colonialismo fue obra de la clase trabajadora, quien pago con su vida el desastre y el terror del poder del dinero.

¿EN QUÉ MOMENTO NOS ENCONTRAMOS?

El objetivo de este artículo era comprender la relación interna entre militarismo y Capital. Nos interesaba aclarar, a través del estudio de la historia, que “el armamentismo y las guerras, los conflictos internacionales y las políticas coloniales han acompañado la historia de capital desde su cuna”[4]. Cuando decimos que el militarismo es una necesidad del Capital nos referimos al mismo hecho de que el orden social capitalista sólo es sostenible en el tiempo dedicando una importante cantidad de recursos sociales al desarrollo de la tecnología militar, y que esta es la base material sobre la que se extienden las guerras a lo largo y ancho del planeta en esta etapa de la historia. Concluimos, de esta manera, que la única forma de acabar con el asesinato masivo de proletarios por parte de los ejércitos de la burguesía es la revolución socialista internacional, como paso anterior a la construcción de un mundo sin capitalistas, sin sus Estados y sin sus fronteras nacionales. 

No obstante, esta no es una consigna extendida entre la población trabajadora occidental. La diferencia política elemental entre las décadas anteriores al comienzo de la Primera Guerra Mundial y nuestro presente es la ausencia de partidos revolucionarios de masas. Sin grandes estructuras hegemonistas, la capacidad para socializar las ideas del marxismo revolucionario entre los trabajadores es muy limitada. Además, la clase obrera occidental comienza a despertar del falso letargo de paz tras años en los que los Estados occidentales desplazaron la guerra más allá de sus fronteras. Los Estados occidentales han entrado en un intenso proceso de rearme. La combinación entre escalada bélica e inexistencia de organizaciones de masas independientes, capaces no sólo de organizar a los trabajadores potencialmente reclutables, en una eventual movilización generalizada de civiles, sino también de dotar de consciencia revolucionaria a la reacción espontánea contra la guerra, dibuja un panorama realmente trágico. Es por ello por lo que conviene detectar los rasgos comunes y dispares entre el militarismo de preguerra y el presente: para comprender la urgencia de avanzar en el proceso de construcción del Partido Comunista.

Los análisis económicos de los principales centros de pensamiento estratégicos del Capital coinciden en que las últimas décadas del capitalismo global están marcadas por el estancamiento económico y la intensificación de la competencia global. No es un elemento novedoso aportado por la literatura marxista el hecho de que la acumulación de capital en Occidente afronta graves problemas, así como que las potencias orientales están reforzando su posición de poder en las cadenas globales de valor. Antes de 1914, Occidente atravesaba una etapa de semi-prosperidad, fundamentada en el colonialismo, la industrialización masiva, el crecimiento del comercio, el aumento demográfico y el despliegue de las finanzas. No obstante, como detectaron los grandes pensadores marxistas de la época, empezaban a expresar ya en la segunda mitad del siglo XIX las contradicciones internas propias de cualquier economía capitalista. Las recesiones, los pánicos bancarios, la sobreacumulación o los rendimientos decrecientes de la inversión capitalista estaban a la orden del día. Pero, en términos generales, no podemos hablar de un largo periodo de estancamiento secular. Esta es la primera y única diferencia entre el militarismo de preguerra y el actual: si bien la situación económica en términos macroeconómicos es simplemente distinta, en términos de acumulación de capital, la actual es mucho peor.

En los albores del capitalismo avanzado la competencia estuvo mediada por la necesidad de trasladar las contradicciones económicas del capital nacional a los territorios de ultramar, en una carrera por la apropiación del mundo. Los problemas de la acumulación nacional se suspendían temporalmente a través del dominio político trasnacional. En el capitalismo del siglo XXI, está práctica plantea más dificultades. La extensión actual del capitalismo es total, y el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas es infinitamente más elevado. La participación del trabajo vivo en los procesos productivos se ha ido reduciendo en los últimos 100 años, y la capacidad para acumular, principalmente desde los 70, cada vez se ve más menguada. La producción de plusvalor, su cuantía, no hace posible generar una ganancia suficiente como para acumular capital de forma creciente. Como hemos explicado, la situación económica no es la misma, a pesar de que ambos contextos tengan las contradicciones internas del capital como fundamento. Sin embargo, ambos periodos sí coinciden en que las principales potencias del mundo, las de mayor desarrollo industrial y económico, no encuentran espacios de inserción en el mercado mundial que no genere fricciones. 

En nuestro presente, esto es muy evidente. El conflicto entre bloques se expresa de manera cada vez más nítida a medida que uno de los bloques va ganando posiciones hegemónicas en detrimento del otro. Los conflictos militares en los que participa Occidente, de forma directa o indirecta, dejan de tener un carácter “aislado”. Ahora, a los conflictos militares siempre les subyace la racionalidad de los bloques, esto es, rápidamente se manifiesta en qué medida el movimiento de un bloque debilita al otro, generando una tensión mayor entre los grandes actores de la contienda internacional: China y la OTAN. 

La dimensión de bloque que adoptan los conflictos militares internacionales es consecuencia directa de la tensión competitiva que genera el desarrollo de las tendencias económicas capitalistas en el mercado mundial. Así, el aumento de los gastos militares en Occidente es, principalmente, una respuesta de los Estados a los potenciales frentes militares que pudieran abrirse mientras la lógica de la competencia empresarial capitalista va paulatinamente agotando todas sus posibilidades pacíficas. La aplicación de políticas tarifarias entre bloques e incluso de amenazas políticas cruzadas no son más que reacciones a las tensiones competitivas en el ámbito empresarial. Este es el primer elemento común entre el militarismo de preguerra y el actual: la competencia económica es total y comienzan las tensiones políticas.

El aumento de los gastos militares en Occidente es, principalmente, una respuesta de los Estados a los potenciales frentes militares que pudieran abrirse mientras la lógica de la competencia empresarial capitalista va paulatinamente agotando todas sus posibilidades pacíficas. La aplicación de políticas tarifarias entre bloques e incluso de amenazas políticas cruzadas no son más que reacciones a las tensiones competitivas en el ámbito empresarial

Desde la Segunda Guerra Mundial, Occidente ha sido generalmente capaz de desplazar la guerra más allá de sus fronteras. Como señalara Luxemburgo, la idea de “paz ininterrumpida (…) considera solamente los acontecimientos del continente europeo, no toma en consideración que la razón fundamental por la que no hubo guerra en Europa durante décadas es que los antagonismos internacionales han aumentado infinitamente más allá de las fronteras del continente europeo” (UP, 6). La situación durante las últimas décadas en Occidente ha sido similar. La guerra no ha cesado en ningún momento y el aparato militar ha seguido operando y tecnificándose. Adecuándose, en definitiva, a las necesidades que marcaba el mercado en cada momento. 

Los gastos militares, empero, no han evolucionado linealmente desde 1949. Hasta el fin de la Guerra Fría, en 1991, «los gastos militares se mantuvieron en un proceso de crecimiento asociado especialmente al incremento de las nuevas armas nucleares y al desarrollo de alianzas militares como la OTAN y el Pacto de Varsovia. Adicionalmente, estas erogaciones aumentaron puntualmente con la guerra de Corea (1950-53) y con la guerra de Vietnam (1965-75)»[5]. Al finalizar la Guerra Fría, los Estados occidentales redujeron en términos relativos los gastos militares. La ausencia de un hegemón competidor, por utilizar la terminología de Arrighi, y la apertura de una etapa de semi-prosperidad que finalizaría con la crisis del 2008, permitieron que el capitalismo occidental pudiera replegarse en lo referido a los esfuerzos dedicados al armamentismo y la guerra. Exceptuando los episodios bélicos vinculados a la “lucha contra el terrorismo”, que a estas alturas del artículo no merece la pena ni comentar, los recursos dedicados a los presupuestos en defensa fueron retrocediendo en la mayoría de los casos.

En el año 2014, durante la celebración de la Cumbre de Gales, la OTAN instó a todos sus miembros a invertir el 2% del PIB nacional gastos militares, meta a alcanzar durante los siguientes diez años. El fascismo organizado al calor del Euromaidán descabezó el gobierno regionalista ucraniano a comienzos de ese mismo año, lo que desató un conflicto militar entre Kiev y las regiones del Dombás. Comenzaba a gestarse el conflicto ruso-ucraniano y la OTAN, consciente de su papel, y de las consecuencias militares que podían acarrear las tensiones imperialistas con Moscú, decidió fijar esta nueva regla de gasto. La realidad es que desde entonces ha existido un pacto no oficial entre los Estados Unidos y el resto de estados miembros de la OTAN. El desmedido gasto de los EEUU, alrededor del 37,5% del gasto mundial, y más elevado que el gasto conjunto de China, Rusia, India, Reino Unido y Alemania[6], permitió a los estados europeos vivir bajo el “paraguas de la OTAN”. Hasta ahora.

Según el SIPRI[7], la importación europea de armas durante el periodo 2019-2023 ha aumentado un 94% respecto al lustro anterior. El Secretario General de la OTAN, John Stoltenberg, ha anunciado que en 2024 al menos 18 aliados alcanzarán el compromiso del 2%, que desde la Cumbre de Vilna del pasado año ha dejado de ser un objetivo final para pasar a ser un mínimo[8]. En concreto, el Estado español ha aumentado, desde que Sánchez entrara al gobierno en junio de 2018, un 62,4% el gasto militar[9]. Teniendo en cuenta que, según las previsiones, España cerrará el 2024 en el 1,3% sobre el PIB, es de esperar que durante la legislatura se vayan anunciando mayores subidas de los presupuestos de guerra. Este es el segundo elemento común entre el militarismo de preguerra y el actual: los Estados occidentales están inmersos en un intenso proceso de rearme.

Se dice que en 1939 el lugarteniente de Hitler, Hermann Göring, de notable sobrepeso, trató de explicar al pueblo alemán que «los cañones nos harán fuertes; la mantequilla sólo nos hará más gordos». El régimen fascista de Benito Mussolini colocó carteles por toda Italia con el lema Burro o cannoni? (“¿mantequilla o cañones?”). El origen histórico de la expresión es incierto. Algunos se lo atribuyen al Secretario de Estado de los EEUU, Jeninngs Bryan; otros, al economista austriaco Von Wieser. Hoy, la situación es muy similar a la que comenzaba a gestarse a principios del siglo XX, cuando la disyuntiva ente cañones y mantequilla empezaba a expresarse por primera vez en la historia del capitalismo. Kautsky señalaba por aquel entonces que el aumento de los presupuestos militares ponía en peligro “las obras civilizadoras más urgentes (…); el mejoramiento de las escuelas, de las vías de comunicación, caminos y canales, etcétera” (EP, 56). 

Desde hace aproximadamente un año, los estados occidentales comienzan a afrontar serios problemas de sostenibilidad fiscal. Muchos de ellos, como Francia, Alemania o Reino Unido, ya han anunciado varios paquetes de recortes. Esto se debe, en parte, al enorme esfuerzo fiscal que supuso la pandemia, pero también al regadío sistemático de dinero público que han desplegado los estados para hacer más competitivas a las empresas nacionales, dadas las grandes tensiones mercantiles que caracterizan nuestro presente. Desde este punto de vista, el rearme aparece no sólo como una potencial ofensiva contra el proletariado extranjero, quien acabará pagando los platos rotos de la burguesía con su vida, como sucede siempre en la guerra capitalista. También como forma particular de ofensiva capitalista contra el proletariado nacional, «ya que éste paga los gastos de la lucha entre los competidores» (EP, 63). Este es el tercer elemento común entre el militarismo de preguerra y el actual: el proceso de rearme se va a financiar con el empobrecimiento de la clase trabajadora.

La unión de la socialdemocracia en torno al programa político de la burguesía, que tanto criticaba Kautsky en 1910[10] pero que luego la burocracia centrista del SPD asumió cuando hubo de votar los presupuestos de guerra, es a día de hoy la realidad imperante en los Estados occidentales. Los elementos más progresistas del parlamento burgués, en el gobierno o en la oposición, aprueban cada uno de los programas de rearme, dan luz verde a las misiones específicas de apoyo a Ucrania y venden abiertamente armas a Israel. Desde luego que la suya es una política de parte, concretamente la del imperialismo occidental. 

A día de hoy, no existe ningún partido capaz de oponerse a la política imperialista del Estado. Todos y cada uno de ellos niegan la necesidad de una política independiente para el proletariado. Ninguno, sin excepción, se opone al marco político de la burguesía y a la explotación económica que tiene por base. Así, todo el arco parlamentario disipa sus diferencias internas cuando se trata de hacer la guerra contra el proletariado. El desastre militar al que nos empujan los imperialistas ya arrasó con la vida de decenas de millones de proletarios en el siglo anterior. El único organismo capaz de organizar masivamente a la mayoría –cuyos intereses no pasan, en ningún caso, por masacrase en el campo de batalla en defensa de un trapo nacional– es el Partido Comunista. La crítica al militarismo sólo consigue un efecto realmente pacificador cuando contribuye a la organización de este partido. Sin el Partido, no somos más que brazos disponibles para el reclutamiento militar. Por todo ello, el problema de los gastos militares se revela una vez más en la historia como un problema de la lucha de clases capitalista.

El único organismo capaz de organizar masivamente a la mayoría –cuyos intereses no pasan, en ningún caso, por masacrase en el campo de batalla en defensa de un trapo nacional– es el Partido Comunista. La crítica al militarismo sólo consigue un efecto realmente pacificador cuando contribuye a la organización de este partido

NOTAS

[1] La mayor parte de los análisis expuestos en este artículo toman de referencia la situación del capitalismo en Alemania. Algunas posiciones sobre el carácter revolucionario de la burguesía, el cambio en los gastos militares o cualquier elemento revestido de novedad histórica encuentran su primera expresión, realmente, en Gran Bretaña.

[2] Hobsbawm, Eric (2009). La era del imperio. Planeta. Buenos Aires. pp. 315-316.

[3] Karl-Ludwig Gunsche and Klaus Lantermann (2005). Historia de la Internacional Socialista. Editorial Nueva Imagen. p. 18.

[4] Luxemburgo, Rosa (1913). La idea del día del trabajo. Leipziger Volkszeitung. Disponible en: https://www.marxists.org/espanol/luxem/1913/4/a.htm#:~:text=La%20brillante%20idea%20principal%20de,a%20d%C3%ADa%2C%20que%20en%20su

[5] Rodríguez García, José Luís (2014). El impacto del gasto militar en el mundo: 1950-2013. Revista de Estudios Estratégicos. No. 1. pp. 117-125.

[6] Datos disponibles en: https://es.statista.com/estadisticas/635107/paises-con-el-gasto-militar-mas-alto/

[7] Stockholm International Peace Research Institute: “Steep rise in European arms imports”. Disponible en:  https://www.sipri.org/visualizations/2024/steep-rise-european-arms-imports

[8] El Mundo. Internacional: “18 de los 31 miembros de la OTAN llegarán al 2% de gasto en Defensa este año”. 14 de febrero de 2024. Disponible en: https://www.elmundo.es/internacional/2024/02/14/65cc9b50e85ece886e8b4589.html 

[9] El Economista: “El gasto militar aumenta en España un 62,4% desde la llegada de Sánchez”. 29 de abril de 2024. Disponible en: https://www.eleconomista.es/economia/noticias/12782086/04/24/el-gasto-militar-aumenta-en-espana-un-624-desde-la-llegada-de-sanchez.html

[10] “Por el momento el Partido Socialista no puede participar en el poder sino vendiendo su fuerza política a un gobierno burgués. El proletariado, como clase, nada podría ganar con ello; sólo los parlamentarios que concluyesen la venta podrían ganar alguna cosa. (…) Cualquiera que vea en el Partido Socialista un arma de emancipación del proletariado debe oponerse con toda energía a que participe en la corrupción de las clases dirigentes. Si hay un medio de hacernos perder la confianza de todos los elementos sinceros de la masa, de traernos el desprecio de todas las capas combativas del proletariado, de obstaculizar nuestra marcha hacia adelante, ese medio es la participación del Partido Socialista en un bloque burgués. Los únicos elementos que sacarían provecho serían esos para quienes nuestro partido sólo es un trampolín que les permite elevarse, los arribistas y los sinecuristas.” (EP, 66)

REFERENCIAS

Engels, Friedrich (1975). Temas militares, Akal Madrid.

Kautsky, Karl (1909). El camino del poder. Disponible en: https://www.marxists.org/espanol/kautsky/1909/1909-caminopoder-kautsky.pdf 

Lenin, Vladimir (1920). El Imperialismo, fase superior del capitalismo. Disponible en: https://www.fundacionfedericoengels.net/images/PDF/lenin_imperialismo.pdf 

Luxemburgo, Rosa (1911). Utopías Pacifistas. Leipziger Volkszeitung. Disponible en: http://www.archivochile.com/Ideas_Autores/luxembr/d/luxemburgorde0008.pdf

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