En la tradición marxista –entendida esta como desarrollo teórico, pero también como la condensación de la experiencia histórica de la acción revolucionaria– pocas cuestiones han sido igual de relevantes que la guerra. El contexto de la Primera Guerra Mundial propició la ruptura histórica entre socialdemócratas y comunistas, es decir, entre aquellos que apoyaban a su burguesía nacional en la guerra imperialista y quienes defendieron el internacionalismo proletario. Además, en los inicios del llamado comunismo de guerra, a comienzos de 1918, se dieron los primeros pasos para desarrollar las condiciones de la economía socialista. La recién surgida URSS –como queda recogido en la Declaración de los Derechos del Pueblo Trabajador y Explotado y la Ley Fundamental de la Socialización de la Tierra– supuso el primer intento histórico de abolir la propiedad privada de los recursos naturales y señaló la misión esencial de abolir toda explotación del ser humano por el ser humano.
Pero no sólo eso, en la medida en que la comprensión de la realidad es necesaria a la hora de establecer estrategias políticas, el marxismo siempre ha tratado de hacer énfasis en la necesidad de la guerra como consecuencia de las tendencias históricas capitalistas. Así, contrariamente a la descripción que hacen en la actualidad del origen de la guerra –donde esta no sería más que la consecuencia de la voluntad de mentes perversas–, el análisis leninista del imperialismo permite comprender la guerra y sus orígenes como resultado de las contradicciones inmanentes del desarrollo de la acumulación capitalista.
EL IMPERIALISMO O LA NECESIDAD DE LA GUERRA
Lenin describió el imperialismo como la fase de desarrollo del capitalismo moderno en la que el nivel de concentración y centralización del capital conlleva tal nivel de competencia intercapitalista, que los estados, como representantes políticos del capital nacional, luchan por la repartición política y económica de los distintos territorios del planeta. El conflicto entre las distintas facciones del capital global en lucha por la hegemonía es la consecuencia inmediata de la competencia internacional del capital[1]. La competencia es un rasgo esencial de la economía capitalista global y por ello, en la medida en que exista competencia entre bloques capitalistas, existirá la necesidad de conflicto. Y cuando este no sea posible de atajarse por otros medios, estalla en su forma más cruenta: la guerra. El propio Lenin describía la Primera Guerra Mundial como “una guerra imperialista que se libra en torno a la explotación política y económica del mundo, buscando la imposición sobre mercados, fuentes de materias primas y zonas de inversión de capital”.
El conflicto entre las distintas facciones del capital global en lucha por la hegemonía es la consecuencia inmediata de la competencia internacional del capital
Las guerras siempre han surgido y siguen surgiendo de decisiones políticas. Si bien en el pasado su función brotaba de la necesidad de conservar el apoyo de la nobleza o el deseo de imponer la dominación religiosa o racial, los conflictos modernos suelen tener como objetivo –de manera más o menos explícita– la creación de condiciones favorables para la inversión de capital en otros territorios. Sin embargo, aun dejando de lado los objetivos político-económicos, en las dos guerras mundiales se observan condiciones estructurales que no se dieron en las guerras precedentes. En pocas palabras, ambas guerras mundiales fueron la máxima expresión de la economía de guerra.
LA ECONOMÍA DE GUERRA
En palabras de uno de los mayores exponentes de la economía keynesiana de las últimas décadas, James K. Galbraith, la economía de guerra es “el conjunto de contingencias llevadas a cabo por un estado para movilizar su economía con vistas a la producción bélica”[2]. De manera más específica, Le Billon la describe como “un sistema de producción, movilización y asignación de recursos para mantener la violencia”[3]. Siendo ambas definiciones correctas pero muy parciales, podríamos añadir, muy resumidamente, que la economía de guerra ocurre cuando un territorio determinado reorganiza sus industrias para garantizar que la capacidad de producción de un país se configura de forma óptima para ayudar al esfuerzo bélico. Es decir, según su caracterización histórica desde el punto de vista técnico, en la economía de guerra los estados deben garantizar que los recursos se asignan de manera lo más eficiente posible para apoyar la producción bélica.
La economía de guerra ocurre cuando un territorio determinado reorganiza sus industrias para garantizar que la capacidad de producción de un país se configura de forma óptima para ayudar al esfuerzo bélico
Dado que la economía de guerra exigía el mayor aprovechamiento posible del potencial productivo –esto es, la utilización de todos los recursos económicos y mano de obra disponible–, la reorganización de la economía hacia las necesidades de la guerra conllevó la movilización masiva de los trabajadores a través de la coerción política[4]. Durante la Primera Guerra Mundial y en las economías de guerra posteriores no sólo se reclutaron a los hombres en edad militar para que formaran parte del ejército, sino que el resto de hombres y mujeres en disposición de trabajar también estuvieron obligados a hacer ciertas determinadas tareas con el objetivo de alimentar la máquina bélica. De esta forma, ya fuera en el ejército, en las necesidades logísticas e infraestructurales o en la producción masiva de armas y armamento, todo trabajador en activo se vio obligado a contribuir de una u otra manera a la guerra. Para ello, la propaganda de guerra y el convencimiento ideológico de estar contribuyendo a la derrota del enemigo común fueron factores culturales de cohesión indispensables.
KEYNESIANISMO Y POLÍTICA ECONÓMICA
Una vez finalizado el esfuerzo bélico tras la Primera Guerra Mundial y dejada atrás la necesidad de la gran producción para la guerra, la tendencia capitalista a la sobreacumulación y el engrosamiento del ejército industrial de reserva volvieron a ser la norma. Al acabar la economía de guerra, la imposibilidad de dar empleo a todos los trabajadores y trabajadoras que tras la guerra se incorporaron al mercado de trabajo y la incapacidad de volver a usar todas las plantas, fábricas e industrias disponibles en el momento conllevó una infrautilización de los recursos económicos existentes. Esto implicaba que la economía capitalista, aun disponiendo de fuerza de trabajo y medios de producción que potencialmente se podían utilizar como capital, no los estaba utilizando puesto que el ritmo de acumulación no era capaz de incorporarlos. El economista británico John Maynard Keynes, creador de la macroeconomía capitalista, fue el primero en dar cuenta de la situación y formular una respuesta. Es que, desde comienzos de los años 20, casi una década antes que la gran depresión de los 30, Keynes ya proponía el gasto público a gran escala como medio para sacar a Europa del desempleo generalizado[5].
La década de los 30 arrastró y generalizó por Europa los problemas estructurales derivados de las condiciones de guerra. Dado que el gasto durante la guerra excedió con creces sus capacidades presupuestarias, los estados financiaron sus déficits pidiendo dinero por medio de la emisión masiva de bonos de deuda. La gran cantidad de deuda contraída por los estados para financiar la producción bélica fue muy problemática para el periodo de postguerra en Europa. La situación económica de pleno empleo y la fuerte actividad económica vivida antes y durante la guerra habían desaparecido. Además, la necesidad de hacer frente a la deuda llevó a una situación generalizada en la que la inflación convivía con una alta presión impositiva. Tres años después del crack del 29, que también ayudó a ahondar en esta situación de estancamiento económico, las principales economías europeas vieron decrecer su PIB en cifras de dos dígitos.
Es en este contexto cuando Keynes lleva a cabo su Teoría General. Si bien aceptaba que los mecanismos de mercado no eran capaces de mantener el equilibrio en la economía capitalista, también defendía que ello podría ser solucionado por medio de la intervención del estado como agente económico. Para Keynes, la solución para dejar atrás el desempleo y la infrautilización de los medios de producción disponibles era aumentar la demanda agregada de la economía por medio del consumo público. De esta forma, la economía de mercado, junto con la ayuda de la planificación gubernamental por medio de la aplicación de políticas fiscales y monetarias apropiadas, podría ser capaz de solventar las crisis y, en principio, de mantener un crecimiento continuo de la producción capitalista[6].
Para Keynes, la solución para dejar atrás el desempleo y la infrautilización de los medios de producción disponibles era aumentar la demanda agregada de la economía por medio del consumo público
El keynesianismo estaba así a punto de imponerse como la doctrina económica dominante. De hecho, desde el punto de vista práctico, el “programa de rearme masivo” de Hitler en 1933 ya había demostrado que el gasto público –como cierta forma de planificación gubernamental de la economía– podía ser extremadamente exitoso: en un año, Alemania pasó del desempleo masivo desde la Primera Guerra Mundial al pleno empleo de la economía de guerra [7]. La década de los 40 fue el momento de experimentación generalizada de las políticas keynesianas. Dado que los gobiernos a uno y otro lado del Atlántico –especialmente el británico y el estadounidense– temían las consecuencias políticas de unos niveles de desempleo permanentemente altos en un contexto de incertidumbre política y bélica, se apresuraron de nuevo en marcha la máquina estatal de guerra. En los Estados Unidos, el enorme aumento del gasto militar durante la economía de guerra planificada por el gobierno, junto al inmenso aumento del tamaño de sus fuerzas armadas –que pasó de 300.000 soldados en 1939 a 12,2 millones, un 8,7% de la población, en 1945– fue la manera de lograr un bajo nivel de desempleo.
De esta forma, el gasto público planificado –cuya máxima expresión es la economía de guerra– fue el mecanismo a través del cual se pretendió provocar un aumento masivo en la demanda. El gasto masivo en armamento, combinado con el reclutamiento de las fuerzas armadas consiguió emplear a toda la fuerza de trabajo. Además, dado que el capital privado logra acrecentar su producción gracias al gasto público, la producción inducida por el estado resultaba beneficiosa para la acumulación[8]. Así, la producción dirigida por el estado tenía como objetivo reactivar la producción social. Sin embargo, la economía de guerra no es simplemente economía inducida por el estado con fines bélicos, también es, como bien describió Kalecki[9], la alternativa a la crisis como medio para absorber la sobreacumulación de capital. La economía de guerra se muestra, por tanto, como un medio con el cual apaciguar momentáneamente las contradicciones del capitalismo.
Pero la economía de guerra solo es posible bajo determinadas condiciones y a expensas de dos factores. Por una parte, dado que la economía se dirige hacia la producción bélica, la economía de guerra se produce a expensas del consumo. Es decir, la economía de guerra es posible cuando se reduce el consumo y cuando se reducen las nuevas inversiones de capital en los sectores no relacionados con la producción bélica. Esta situación se hace posible a través de la coerción o a través del convencimiento de que la reducción de las condiciones de vida de la sociedad es un medio necesario para derrotar al enemigo, por lo que solo es sostenible en el tiempo a través de un estado de guerra generalizado. Por otra parte, la economía de guerra puede llevarse a cabo por medio del endeudamiento, es decir, a expensas de los recursos futuros que habrán de ser entregados como pago de la deuda.
Dado que la economía se dirige hacia la producción bélica, la economía de guerra se produce a expensas del consumo
Sin embargo, el papel de la industria militar y de la economía de guerra no ha hecho sino crecer en la actualidad en comparación con la situación vivida en las dos guerras anteriores. La economía de guerra, aunque de una forma mucho menos explícita, ha vuelto a estar cada vez más presente en Europa y en otros lugares del globo de manera semipermanente. Las palabras escritas por Mattick en 1969 refiriéndose a la economía de guerra continúan estando vigentes: lo que durante la depresión apareció al principio como una posible solución para los problemas económicos del sistema de mercado, ahora se muestra como una causa adicional del imperialismo capitalista.
Lo que durante la depresión apareció como una posible solución para los problemas económicos del sistema de mercado, ahora se muestra como una causa adicional del imperialismo capitalista
REFERENCIAS
[1] Foster, J. B. (2015). El nuevo imperialismo. El viejo topo.
[2] Galbraith, J, K. 2001. “The Meaning of a War Economy” Challenge 44 (6):5–12.
[3] Le Billon, P. 2004. “The Geopolitical Economy of Resource wars” Geopolitics 9 (1):1–28.
[4] Gerstenberger, H. (2022). Market and Violence: The Functioning of Capitalism in History. Brill.
[5] Shaikh, A. (2016). Capitalism: Competition, conflict, crises. Capítulo 12. Oxford University Press.
[6] Mattick, P. (1978). Marxismo: ayer hoy mañana. En Mattick, P. (2023), Colapso y Revolución. Traficantes de sueños
[7] Wapshott, N. (2016). Keynes vs Hayek: el choque que definió la economía moderna. Deusto.
[8] Mattick, P. (1984). “La crisis mundial y el movimiento obrero”. Etcetera 2: 61-68
[9] Kalecki, M. (1972). The Last Phase in the Transformation of Capitalism. Monthly Press
PUBLICADO AQUÍ