En un párrafo vertiginoso escrito en 1894, Lenin esbozó el esquema político que guiaría el resto de su vida. Dice así: “Cuando sus representantes de vanguardia asimilen las ideas del socialismo científico, la idea del papel histórico del obrero ruso, cuando estas ideas alcancen una amplia difusión y entre los obreros se creen sólidas organizaciones que trasformen la actual guerra económica esporádica de los obreros en una lucha consciente de clases, entonces el obrero ruso, colocándose a la cabeza de todos los elementos democráticos, derribará el absolutismo y conducirá al proletariado ruso (al lado del proletariado de todos los países), por el camino directo de la lucha política abierta, a la revolución comunista victoriosa”[1].
En las décadas anteriores, la intelectualidad radical rusa se había devanado los sesos en busca de una estrategia capaz de derribar la odiada autocracia zarista, que convertía a Rusia en el más despótico y brutal de los regímenes europeos. Los vientos que provenían de 1789 y 1848 soplaban con fuerza.
Aquellos primeros pasos vinieron marcados por la teoría y la práctica del populismo, una doctrina peculiar sostenida sobre tres premisas: 1) Rusia no sería aún un país capitalista, sino un país feudal sostenido sobre una producción agrícola fuertemente comunitaria. 2) Esa base de producción comunitaria podría constituir los cimientos de una nueva economía socialista que libraría a Rusia de pasar por la tortuosa experiencia del desarrollo capitalista, siempre y cuando el campesinado, la clase mayoritaria del país, rompiera sus cadenas destruyendo la autocracia zarista. 3) Los intelectuales debían guiar al ignorante campesinado en este proceso, elevando su conciencia por medio, entre otras cuestiones, de ataques terroristas contra los odiados representantes del régimen.
Lenin experimentó muy de cerca las limitaciones de la doctrina populista: su propio hermano fue ejecutado tras participar de un atentado fallido contra el zar. La adhesión al marxismo del joven Vladimir Ilich fue un medio para superar estas limitaciones, asentando la lucha por la emancipación sobre una base más firme. La narrativa de emancipación arriba esbozada era, precisamente, aquella que proveía el marxismo, cristalizado por entonces en el desarrollo de grandes partidos socialistas en todo Europa.
A la hora de fundamentar su planteamiento, Lenin fue sistemático[2]. Comenzó por una vigorosa defensa de la teoría y la política marxistas, que había estudiado con fervor, mostrando su validez para el contexto ruso[3]. El aventurerismo terrorista debía ser sustituido por una política proletaria; las minorías conspirativas, por un auténtico partido; la idealización del campesinado, por la organización del proletariado; los sueños de un socialismo rural, por la lucha revolucionaria por la democracia. Cinco años después, demostró de forma exhaustiva cómo Rusia era ya un país capitalista, lo que echaba por la borda las ilusiones utópicas del populismo[4]. En ¿Qué hacer? justificó la necesidad de un partido proletario y esbozó un plan para convertir el aún disperso Partido Obrero Social Demócrata de Rusia (POSDR) en el genuino partido revolucionario de la clase obrera. Por el camino había participado en la elaboración de una estrategia revolucionaria viable para la atrasada Rusia. Pronto el POSDR quedaría dividido entre los partidarios de esa estrategia (bolcheviques) y sus detractores (mencheviques), replicando la división internacional de la socialdemocracia entre un ala revolucionaria marxista y un ala oportunista.
Vayamos por partes. El tránsito desde el populismo al marxismo implicaba la sustitución del campesinado por el proletariado como agente central del proceso revolucionario. Pero eso no podía oscurecer una cuestión fundamental: el campesinado constituía la abrumadora mayoría de la población rusa. Una mayoría explotada y oprimida bajo la bota de una clase terrateniente que tenía en el Estado zarista el mejor garante de su dominio. Sin el campesinado, muy sencillamente, no podría haber revolución –no, al menos, en el plazo de muchas décadas–[5]. Es aquí donde el concepto de hegemonía entra en escena.
“Hegemonía” es básicamente capacidad de liderazgo político y moral. La clase de liderazgo que interesa a Lenin es un liderazgo de clase. Es, en otras palabras, la capacidad del proletariado para guiar al campesinado en una lucha victoriosa contra la autocracia.
Lenin había aprendido del marxismo a ver en el proletariado una clase de vanguardia, dotado de unas capacidades históricamente insólitas para la organización política y social. Antagonista objetivo de la dominación de clase, al estar privado de toda propiedad, el proletariado era la única clase capaz de liderar la lucha por su superación. Si los comunistas lograran hacer que este tomara consciencia de su tarea histórica, su fuerza sería imparable, abriendo un proceso que arrastraría al campesinado a la destrucción del zarismo para abrir la puerta a la destrucción final de la sociedad de clases.
De estas premisas, Lenin destilará un esquema básico: el partido guía al proletariado, que guía a todo el pueblo en la lucha contra el zarismo, cuya destrucción sienta las bases para elevar la lucha del proletariado a un nuevo estadio[6]. El papel del proletariado, encabezado por su partido, es unir a todos los oprimidos y explotados bajo su liderazgo inspirador y derrocar al zarismo como paso intermedio hacia la construcción de una sociedad socialista.
El partido guía al proletariado, que guía a todo el pueblo en la lucha contra el zarismo, cuya destrucción sienta las bases para elevar la lucha del proletariado a un nuevo estadio
La polémica con los economicistas es una diatriba contra aquellos que pretenden privar al proletariado de esta gran misión liberadora para reducirlo a un papel subordinado y estrecho. A juicio de Lenin, la “perspectiva de clase” del proletariado no puede identificarse con una visión mezquina y cortoplacista sobre los intereses económicos inmediatos de un grupo u otro de trabajadores[7]. Es, por el contrario, la posibilidad de observar el plano de la sociedad en su conjunto la lucha e interrelación entre todas las clases, desde una perspectiva consciente de la coincidencia entre la emancipación del proletariado y la emancipación de la humanidad. En el contexto ruso, lo que dicta la perspectiva de clase del proletariado no es la lucha por intereses sectoriales aislados, sino el combate general contra la tiranía zarista, ubicándose a la cabeza de todos los oprimidos para guiarlos hacia la victoria.
A juicio de Lenin, la “perspectiva de clase” del proletariado no puede identificarse con una visión mezquina y cortoplacista sobre los intereses económicos inmediatos de un grupo u otro de trabajadores. Es, por el contrario, la posibilidad de observar el plano de la sociedad en su conjunto la lucha e interrelación entre todas las clases, desde una perspectiva consciente de la coincidencia entre la emancipación del proletariado y la emancipación de la humanidad
Este es, en su sentido más elemental, lo que Lars Lih ha denominado “el escenario de la hegemonía”[8]. El primer drama que se desarrollará dentro de este escenario es la revolución democrática que acabará con la autocracia. Esta, a su vez, abrirá directamente las puertas a la lucha por el socialismo.
Las diferencias entre bolcheviques y mencheviques orbitan en torno a algunos de los puntos ahora esbozados. Todo se dirime en una cuestión de liderazgo, o sea, de hegemonía; todo se mueve en torno a la pregunta: ¿quién dirigirá la revolución democrática? Bajo este interrogante se esconde un profundo dilema estratégico, que afecta a la comprensión del proceso revolucionario socialista en su totalidad. En lo más inmediato, de quién dirija la revolución democrática se deriva quién ostentará el poder cuando esta se haya consumado, y lo anterior determina el tipo de régimen al cual la revolución habría de dar lugar.
La disyuntiva puede plantearse con sencillez: los mencheviques asignaban el papel dirigente a la burguesía; los bolcheviques, al proletariado. El debate remitía directamente a los antagonismos internos que dividían a la socialdemocracia internacional.
El ala oportunista de la socialdemocracia seguía concediendo a la burguesía credenciales democráticas: era, en su opinión, una clase objetivamente enfrentada a los gobiernos autocráticos, y tenía la misión de construir regímenes que conferirían el poder al pueblo. Ello habilitaría, tras unos largos años de desarrollo, la victoria pacífica del proletariado. El razonamiento es tan simple como falaz: si la burguesía construye democracias, y las democracias son regímenes donde gobierna el pueblo, el proletariado podrá conquistar el poder en su seno cuando el desarrollo capitalista lo convierta en la mayoría del pueblo. De modo que el proletariado tendría en la burguesía un aliado estratégico: por el momento habría de subordinarse a esta, apoyando sus impulsos democráticos y legándole el liderazgo del proceso que destruiría la autocracia. Una vez consumado el proceso, podría comenzar un largo periodo de gobierno burgués, donde el proletariado estaría o bien en la oposición o bien en el papel de socio menor de la burguesía gobernante con el fin de ampliar derechos y defender el orden liberal-burgués frente a sus enemigos reaccionarios. Seguro que al lector le suena esta melodía: los oportunistas llevan con ella más de 100 años.
El ala revolucionaria negaba la mayor. A su juicio, si la burguesía había llegado a tener credenciales democráticas, hacía tiempo que las había perdido. En cuanto el proletariado emergió en la historia como clase independiente, orientada hacia la subversión de la propiedad, la burguesía abandonó cualquier veleidad revolucionaria para lanzarse en brazos de los gobiernos existentes. Desde ese momento, el proletariado constituía la única clase consistentemente democrática y revolucionaria[9]. Solo desde la estricta independencia política, desde la vieja táctica de lucha de clases contra el Estado y el resto de partidos burgueses, podría este cumplir sus objetivos. El más importante, por supuesto, y al que debía dirigirse decididamente, era la conquista del poder político, la lucha suprema contra la burguesía por el dominio sobre la sociedad.
Los bolcheviques, encabezados por Lenin, no solo supieron adecuar este último marco al contexto ruso, donde la destrucción de la autocracia aún estaba pendiente, sino que fueron en general sus mejores y más fieles defensores. Los mencheviques querían entregar el liderazgo de la revolución democrática a la cobarde y débil burguesía rusa, que vivía con la menor de las incomodidades bajo el ala protectora del zarismo, ese garante feroz de la propiedad y el orden. En consecuencia, el escenario que proyectaban tras la revolución era la construcción de una república burguesa, donde el proletariado habría de ocupar, por definición, un rol subordinado, y el poder político quedaría en manos de la clase capitalista. Este es el célebre etapismo menchevique, que posterga la revolución socialista a un futuro remoto y entrega en el presente el poder a la burguesía.
El escenario bolchevique era diferente. El liderazgo de la revolución democrática solo podía corresponder al proletariado, y el régimen resultante no sería un orden estatal burgués al estilo del que existía en Francia, Inglaterra o Alemania[10], sino la república democrática, donde el poder político quedaría en manos de la alianza entre proletarios y campesinos[11]. Lenin se referiría a este escenario como la “dictadura democrática del proletariado y el campesinado” y constituye un elemento esencial del esquema de la hegemonía. A su vez, esto queda inserto dentro de una perspectiva profundamente internacionalista. Pues Lenin era consciente de que la revolución no podría traer inmediatamente el socialismo a una atrasada Rusia: el Gobierno proletario-campesino habría de asentarse sobre bases económicas burguesas. Sin embargo, si el ejemplo ruso inspirara al proletariado de los países europeos, ampliamente desarrollados, a llevar a cabo la revolución socialista, el proletariado ruso podría utilizar su poder político para impulsar a la propia Rusia hacia el socialismo[12].
Aunque Lenin subrayaba con especial entusiasmo las potencias revolucionarias del campesinado, era consciente de que su esquema adolecía de una debilidad. El campesinado es una clase propietaria; el proletariado, una clase desposeída, y por ello objetivamente enfrentada a la propiedad. No se puede construir el socialismo sobre la base de la pequeña producción campesina. Lenin, por lo tanto, no era ajeno a la fragilidad inherente a la “dictadura democrática del campesinado y el proletariado”. Todo dependía, en última instancia, de que la revolución se extendiera por la Europa desarrollada. De lo contrario, el atraso económico de Rusia acabaría devorando cualquier forma de poder proletario para devolver el poder bien a la burguesía o alguna forma de gobierno autocrático.
Ciertos mitos sugieren que Lenin habría tenido una epifanía en 1917, abandonando todos sus planteamientos anteriores en pos de un credo novedoso y mágicamente revelado. Esta narrativa es falsa e interesada: existe una continuidad esencial en la perspectiva de Lenin, con diferencias atribuibles a variaciones de coyuntura.
La diferencia fundamental es que 1) en 1917 las condiciones objetivas hacían inmediatamente posible lo que en 1905 era una apuesta a medio plazo: la expansión de la revolución proletaria a todo Europa, y por lo tanto, unidas al mayor grado de desarrollo industrial alcanzado por Rusia, ponían la cuestión de la transición al socialismo encima de la mesa. 2) La generalización de los soviets, que había generado una situación de doble poder, dotaba de una base potencial a un nuevo Estado proletario, dando así una solución concreta y tangible a la espinosa cuestión de sus formas políticas.
En cualquier caso, en 1917 Lenin fue ortodoxo: lo que surgió de la revolución de febrero era un Gobierno burgués, y ante él el partido proletario había de adoptar una actitud de oposición orientada hacia su superación revolucionaria. En los meses vertiginosos que sucedieron a febrero, los bolcheviques llevaron a cabo una frenética actividad orientada a extender este mensaje entre los soviets hasta que al fin lograron ganarse una mayoría en su seno. Bajo la consigna de “todo el poder para los sóviets” habitaba un programa para la dictadura del proletariado y el campesinado: de ahí la entrega de la tierra a los campesinos. Esta no es una medida socialista, pero sí una medida necesaria para asegurar el triunfo del “escenario de la hegemonía”.
Bajo la consigna de “todo el poder para los sóviets” habitaba un programa para la dictadura del proletariado y el campesinado
La conquista del poder en el Octubre Rojo se dio en nombre de esta alianza obrero-campesina bajo la hegemonía proletaria. Fue esencialmente una apuesta táctica sostenida sobre la fe en la expansión de la revolución a Europa.
Como es natural, el fracaso de la revolución europea trastocó decisivamente el escenario. Con el tratado de Brest-Litovsk, el Gobierno soviético había perdido su mayoría: los socialrevolucionarios –representantes de los campesinos que habían formado parte del primer Gobierno encabezado por Lenin— devinieron en enemigos del Estado soviético. Pronto, una guerra civil apoyada por las principales potencias imperialistas asolaría Rusia. Obligados a una lucha agónica por la supervivencia, donde la derrota hubiera implicado un exterminio masivo –en algunas zonas de Finlandia las tropas “blancas” habían asesinado a uno de cada tres trabajadores–, los bolcheviques hubieron de reconstruir un aparato estatal burocrático, erigido sobre la mayoría obrera y campesina y gestionado a menudo por antiguos oficiales zaristas. El Partido acabó fundiéndose con ese aparato estatal que ahora debía tratar de controlar. La burocratización se aceleró exponencialmente. El Partido se militarizó y bunkerizó. Se impuso una severa economía de guerra, y los campesinos hubieron de ser dominados con mano de hierro.
Finalmente, tras prodigiosas hazañas e inmensos sufrimientos el bando rojo logró la victoria en la guerra civil. Fue una gesta casi inverosímil: pocas en la historia pueden igualársele. Sin embargo, en la forma de Estado que surgió de esta el partido funcionaba como un dictador colectivo, sostenido en un aparato burocrático que se erigía sobre un proletariado menguado y una inmensa masa campesina, en mitad de un país diezmado por el hambre y la muerte. La revolución europea, por su parte, pronto dejó de estar en la agenda inmediata. Comenzaba un largo trayecto hacia lo desconocido.
Todas las anteriores medidas fueron impuestas por la estricta necesidad, y no formaban en ningún caso parte del plan original de los bolcheviques. Sus efectos a largo plazo, sin embargo, determinaron el destino del comunismo del siglo XX.
En sus últimos años, por primera vez en su vida Lenin acabó viéndose en un terreno que la teoría marxista no había previsto: un partido proletario que había conquistado el poder, y lo ejercía en solitario, habiéndose transformado brutalmente por el camino, en medio de un país atrasado y aislado tanto económica como políticamente, con un proletariado diezmado y un aparato estatal burocrático recién reconstruido. Un “Estado proletario” que en poco coincidía con lo que él mismo esbozara en El Estado y la revolución. La necesidad de avanzar hacia el socialismo en un país aislado, pobre y agrícola, desde la conciencia de que la tarea era necesariamente internacional.
Tras la guerra, la NEP trató de crear una nueva base para la vieja alianza entre obreros y campesinos, abandonando la crudeza del comunismo de guerra, las confiscaciones forzosas de grano, etc. La idea de la expropiación violenta del campesinado era, a sus ojos y a los de todos los marxistas clásicos, un delirio político. Confiaba en preservar el poder soviético a esperas de la futura revolución mundial, sellar la alianza con el campesinado y que el propio desarrollo económico sobre la base de la gran industria expropiada fuera eliminando las bases de la pequeña propiedad a la vez que demostraba a los campesinos la superioridad de la producción cooperativa.
Los textos tardíos de Lenin combinan su vigor característico con algo hasta entonces insólito: una cierta conciencia de haber desatado fuerzas que escapaban a su control. Retrospectivamente, podemos ver una dimensión trágica en sus últimos intentos de combatir la burocratización. Tras su muerte, la revolución se dirigió con creciente firmeza hacia derroteros muy diferentes a los que los bolcheviques tenían en mente cuando alcanzaran el poder en 1917.
La Tercera Internacional, por su parte, no tardaría en sustituir el escenario de la hegemonía bolchevique, que en un principio tratara de impulsar, por una política de alianzas con los sectores “progresistas” de la burguesía. Tardía venganza del menchevismo, que retornaba bajo los ropajes de su opuesto[13].
CODA
En los Estados capitalistas avanzados, el “campesinado” en el sentido en que lo conocía Lenin es hoy una clase prácticamente extinta. El primer sector tiende a emplear hoy a menos del 5% de la población, y ya no consiste en pequeños productores mayormente orientados a una producción de subsistencia. También en esto el tiempo ha dado la razón al marxismo: el desarrollo económico impulsaría la desaparición del pequeño productor agrícola. La historia del vínculo entre el campesinado y el destino del socialismo en el siglo XX aún está por escribir.
Desde una perspectiva revolucionaria toda alianza de clase es solo permisible bajo el liderazgo del proletariado, la única clase de progreso. En segundo lugar, subraya la necesidad de que el proletariado, organizado en partido, empuje tras de sí a toda la gran masa de los oprimidos, ganando una mayoría para la revolución victoriosa. En tercer lugar, nos recuerda algo hace tiempo olvidado: la formidable capacidad de liderazgo del proletariado constituido en sujeto político independiente
Sin embargo, la lección más general contenida en el concepto bolchevique de hegemonía preserva su validez. En primer lugar, demuestra que desde una perspectiva revolucionaria toda alianza de clase es solo permisible bajo el liderazgo del proletariado, la única clase de progreso. En segundo lugar, subraya la necesidad de que el proletariado, organizado en partido, empuje tras de sí a toda la gran masa de los oprimidos, ganando una mayoría para la revolución victoriosa. En tercer lugar, nos recuerda algo hace tiempo olvidado: la formidable capacidad de liderazgo del proletariado constituido en sujeto político independiente. Pocos lo expresaron con más fuerza que Zinoviev, el viejo camarada de Lenin. Respondiendo a los economicistas que preguntaban sardónicamente si el proletariado era en su opinión un mesías, Zinoviev respondió con calma:
“Mesías y mesianismo no son nuestro lenguaje y no nos gustan esas palabras, pero aceptamos el concepto contenido en ellas. Sí, el proletariado es en cierto sentido un mesías y su papel es un papel mesiánico, ya que es la clase que liberará al mundo entero. Los trabajadores no tienen nada que perder salvo sus cadenas; venden su fuerza de trabajo, y constituyen la única clase que tiene interés en reconstruir este mundo sobre nuevas bases y es capaz de liderar al campesinado contra la burguesía. Evitamos términos semi-místicos como mesías y mesianismo y preferimos el término científico: el proletariado hegemónico”[14].
NOTAS Y REFERENCIAS
[1] Lenin, Vladimir. Quiénes son los ‘amigos del pueblo’ y cómo luchan contra los socialdemócratas, Ediciones en Lenguas Extranjeras, Pekín, 1978, p. 229. Las mayúsculas son suyas.
[2] Ver Harding, Neil. Lenin´s Political Thought: Theory and Practice in the Democratic and Socialist Revolutions, Harmarket Books, Chicago, 2009.
[3] Lenin, Vladimir. Quiénes son…
[4] Lenin, Vladimir, El desarrollo del capitalismo en Rusia, Marxist.org, 1899, una obra maestra del análisis económico marxista, injustamente olvidada. La obsesión con los escritos fragmentarios de Marx sobre Rusia y el desprecio por esta obra de Lenin, que además de ser infinitamente más rica demuestra cómo las posibilidades con las que Marx especulaba en relación a Rusia pronto quedaron históricamente obsoletas, es una muestra más de la frivolidad y la estupidez abrasadora de la Academia contemporánea.
[5] El problema del campesinado era un tema de importancia creciente en el marxismo revolucionario. Ver Engels, Friedrich "El problema campesino en Francia y Alemania”, Marxist.org, 1894; Kautksy, Karl. La cuestión agraria, Marxist.org., 1903.
[6] Ver Lih, Lars. Lenin, Reaktion Books, 2011.
[7] Ver Lenin, Vladimir. “Political Agitation and the ‘Class Point of view’·, Marxist.org, 1902; Schaeffer, Gil, “Lenin and the Class Point of View”, Cosmonaut, 2020.
[8] Lih, Lars. Ibíd.
[9] Ver Kautksy, Karl, La doctrina socialista, Marxist.org, 1899; Luxemburgo, Rosa ¿Reforma o Revolución? Fundación Federico Engels, Madrid, 2006.
[10] El más grave error del en general riguroso Lenin Redescubierto: El Qué hacer en Contexto, de Lars Lih (Ediciones Extáticas, 2024), consiste en su tendencia a no diferenciar el tipo de régimen que Lenin aspiraba a erigir en Rusia tras la revolución democrática con el Estado burocrático y autoritario coloreado de ciertas libertades que existía en Alemania, el país de referencia de Lenin. Lo cierto es que por más que admirara las mínimas libertades de las que gozaban sus camaradas alemanes, impensables en Rusia, y lo mucho que habían logrado con ellas, su concepto de república democrática va mucho más allá que esto: es un régimen que destruye el viejo aparato burocrático-militar del Estado zarista para entregar el poder al pueblo (la alianza proletario-campesina).
[11] Destacados dirigentes socialistas como Kautsky dieron su apoyo a la estrategia bolchevique en aquel periodo. Ver Kautsky, Karl. “Fuerzas motrices y perspectivas de la revolución rusa”, Izquierdas, 1906. Lenin escribió un jubiloso prefacio a la traducción rusa del artículo, también contenido en la versión digital de la revista Izquierdas.
[12] Ver Lenin, Vladimir. Dos tácticas de la socialdemocracia en la era de la revolución democrática, Marxist.org, 1905. Jack Conrad hace una exposición excelente de las diferencias táctico-estratégicas entre bolcheviques y mencheviques en Conrad, Jack. In the Enemy Camp. Using Parliament for Revolution, November Publications, Londres, 1993, pp. 21-34.
[13] Ver Martens Rodrigues, Francisco. Anti-Dimitrov: medio siglo de derrotas de la revolución, Dos Cuadrados, Madrid, 2024.
[14] Zinoviev, Gregori, History of the Bolshevik Party, Marxist.org, 1924.
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