Hablar de marxismo y cuestión nacional es hablar de una larga polémica. Lo es precisamente por la ausencia en el marxismo de una teoría general sobre la cuestión más allá de unos principios éticos básicos. Aquí es donde hace aparición Lenin, sin ningún afán contemplativo de teorizar sobre la nación en sí misma. La cuestión nacional es una cuestión eminentemente política en su obra. Y su tratamiento termina por confirmar el tópico a destacar sobre su perfil militante: estratega antes que teórico. Se trataba pues de afrontar políticamente con justeza la cuestión nacional y encontrar su lugar en la estrategia para la revolución socialista.
Ha cargado esta cuestión reiteradamente con el apelativo de burguesa. En efecto, el concepto moderno de nación –y el nacionalismo– tiene históricamente relación directa con el desarrollo del capitalismo y el ascenso de la burguesía como clase dominante. Sin embargo, la persistencia de la cuestión nacional se ha encargado de recordarnos que esta no fue exclusiva del capitalismo temprano y las revoluciones burguesas. Y es que el sistema capitalista globalizado no termina de disolver la nación, ya que, si bien transformándola, la reproduce. Y junto con ella, la cuestión nacional, que adopta significaciones parcialmente distintas en la transición del feudalismo al capitalismo, del capitalismo al socialismo o del socialismo al comunismo.
Efectivamente, la nación es un fenómeno histórico propio de la sociedad burguesa, que nació y morirá con ella. Y en tanto que la burguesía es la clase dominante, burguesa es la hegemonía sobre la nación. Sin embargo, la nación es policlasista en su composición, con sus dos grandes clases, burguesía y proletariado. E interclasista en su contenido, la comunidad nacional. Ahora bien, dicha comunidad no se da exclusivamente en un plano ideológico de mero engaño, por más relevante que resulte este. Sino que es bien real, construida sobre una base objetiva: es el hecho nacional.
Precisamente ahí reside su complejidad política. Es una cuestión que ni afecta en exclusiva a la burguesía ni al proletariado, sino a ambos. Y en la medida en que es una problemática interclasista, es necesario articular una respuesta proletaria diferenciada de la burguesa dominante, que neutralice la influencia de la misma. Respuesta especialmente necesaria cuando ya no solo hablamos de nación en general, sino de opresión nacional en particular, lo cual supondrá una preocupación especial para Lenin como gran ruso con conciencia de que un pueblo que oprime a otro no puede ser libre. A la par que su compromiso con construir la unidad estratégica y organizativa del proletariado revolucionario frente a las tendencias disolventes de la misma, en un contexto tan complejo como el del Imperio ruso.
Es una cuestión que ni afecta en exclusiva a la burguesía ni al proletariado, sino a ambos. Y en la medida en que es una problemática interclasista, es necesario articular una respuesta proletaria diferenciada de la burguesa dominante, que neutralice la influencia de la misma
Así pues, combatir la opresión nacional y el nacionalismo, y trabajar por la unión de clase del proletariado: estos serán los principios que guiarán la política leninista sobre la cuestión. La cual, lejos de situarse en la abstracción, descenderá a lo concreto, al programa. Ahí polemizará dentro del campo socialista y también bolchevique, ya sea con Kautsky, Pilsudski, Luxemburg, Bauer, los bundistas, Trotski, Bukharin o Stalin.
CUESTIÓN PROGRAMÁTICA Y ORGANIZATIVA
En el seno de la socialdemocracia internacional, se venía planteando la autodeterminación nacional como consigna mayormente retórica y abstracta, con un limitado consenso real y una menor operatividad práctica. A este estado de cosas busca darle la vuelta el II Congreso del POSDR (Partido Obrero Social Demócrata Ruso) de 1903 –célebre por la división entre bolcheviques y mencheviques– mediante la elaboración de su programa, en la cual tomará parte importante Lenin. En dicho programa se señalan los “muchos residuos del orden precapitalista”, que, entre otras cosas, “inhiben el desarrollo de la lucha de clases del proletariado”, siendo la autocracia zarista “el más importante de estos residuos”[1]. En este contexto se sitúa como objetivo inmediato el derrocamiento del zarismo y su sustitución por una república democrática, en la cual se enmarca como noveno punto programático el “derecho de autodeterminación para todas las naciones incluidas en el territorio del Estado”. Además, el octavo punto hace referencia a los derechos lingüísticos igualitarios a nivel social, educativo y administrativo. De esta manera, hace aparición el derecho de autodeterminación, como reivindicación democrática inscrita en el programa mínimo y por tanto como objetivo inmediato.
Las reacciones no se hicieron esperar. Ya en el mismo congreso, los miembros del Partido Socialista Polaco de Pilsudski lo abandonaban por no admitir el punto de la autodeterminación, desde posiciones nacionalistas de defensa incondicional de la independencia polaca. Por su parte, el Bund –la Unión General de Trabajadores Judíos– abandonaba también, en su caso por no aceptar el principio del centralismo y no ser reconocidos como la única organización representativa del proletariado judío.
La socialdemocracia, como partido del proletariado, se plantea la tarea positiva y fundamental de cooperar a la autodeterminación del proletariado de cada nación, y no a la de pueblos y naciones como tales
Lenin responderá a los polacos en los siguientes términos, que se repetirán insistentemente en el futuro, sobre la condicionalidad de la autodeterminación nacional y su relación con la unión y la autodeterminación del proletariado: “El reconocimiento incondicional de la lucha por la libre determinación en modo alguno nos obliga a apoyar cualquier demanda de autodeterminación nacional. La socialdemocracia, como partido del proletariado, se plantea la tarea positiva y fundamental de cooperar a la autodeterminación del proletariado de cada nación, y no a la de pueblos y naciones como tales. Nosotros debemos tender, siempre y de un modo incondicional, a lograr la unión más estrecha entre los proletarios de todas las naciones, y tan solo en casos aislados y a título de excepción podemos presentar y apoyar con energía reivindicaciones tendentes a constituir un nuevo Estado”[2]. A su vez, afeará su separatismo a los bundistas y la desunión que acarrearía una federación de partidos, frente a los cuales defenderá “la necesidad del centralismo organizativo para asegurar el éxito de la lucha de los proletarios de cualquier pueblo oprimido por la autocracia contra esa misma autocracia y contra la burguesía internacional, cada vez más unida”. Así las cosas, ya en 1903, la postura es clara: derecho de las naciones a la autodeterminación, que no apoyo incondicional a la separación. Y a su vez, unidad del proletariado de la nación opresora y oprimida bajo el principio del centralismo.
Ya en 1903, la postura es clara: derecho de las naciones a la autodeterminación, que no apoyo incondicional a la separación. Y a su vez, unidad del proletariado de la nación opresora y oprimida bajo el principio del centralismo
DEMOCRACIA COMO MEDIO Y FIN
En los años venideros, aparecerán nuevas aportaciones al debate que, junto con el curso de los acontecimientos históricos hacia la guerra imperialista, abrirán una nueva fase del mismo. De nuevo a través de las polémicas traslucirán las posiciones leninistas.
Frente a austromarxistas y bundistas, Lenin será muy crítico con su noción de la “cultura nacional”, que representa como no puede ser de otra forma la cultura de la clase dominante. Frente a ello opondrá la consigna de la “cultura internacional de la democracia y del movimiento obrero mundial”, en la que se toman de cada cultura nacional “solo sus elementos democráticos y socialistas (…) en oposición a la cultura burguesa y al nacionalismo burgués de cada nación”[3]. Marxismo y nacionalismo serán pues, irreconciliables.
En el otro extremo se situará Rosa Luxemburg y sus partidarios, en posiciones internacionalistas pero contrarias al derecho de autodeterminación. Lenin demostrará cómo la realidad cambiante de las fronteras europeas desmiente su acusación de utopismo. Y denunciará la complicidad con la opresión nacional de su planteamiento, por negar la independencia política a las naciones alegando que es imposible su independencia económica en el capitalismo, confundiendo erróneamente ambas[4].
Respecto a la irrealizabilidad de la autodeterminación junto con el resto de reivindicaciones políticas democráticas –y al menos en abstracto, burguesas-, Lenin asume con naturalidad que estas solo son realizables inmediatamente de forma incompleta. Ahí reside precisamente su interés, en la necesidad de “formular y poner en práctica estas demandas, no a la manera reformista, sino al modo revolucionario”[5]. Así, la reivindicación de la autodeterminación cumple por un lado una función pedagógica para unir solidariamente al proletariado –que se traduce en la defensa de la libre separación en la nación opresora y la libre unión en la nación oprimida–. Pero sobre todo, cumplirá una función revolucionaria para dirigir la defensa de las demandas democráticas contra los propios cimientos del poder burgués. Esta inteligencia revolucionaria será precisamente una de las mejores aportaciones diferenciales de Lenin, con su capacidad característica para vincular las contradicciones que nos van apareciendo con el objetivo final. En ese sentido sentenciará lacónicamente que “quien espere la revolución social pura, no la verá jamás”[6].
CONSTRUCCIÓN Y EXPANSIÓN DEL SOCIALISMO
Ya en el contexto de los bolcheviques en el poder, entre tantos retos y dificultades a los que se enfrentan, estará también la cuestión nacional. Así, el derecho de las naciones a la autodeterminación, además de punto programático, constituirá una de las bases del nuevo poder soviético[7], el cual pronto se pondrá en práctica. Sin detenernos en toda la compleja problemática práctica que se abre en este periodo, nos quedaremos con dos puntos que generaron de nuevo debate. Ambos los afrontará Lenin desde las necesidades estratégicas de la revolución proletaria mundial, por la cual el joven poder soviético se situaba aún en plena perspectiva de expansión inmediata.
En primer lugar, volvió a ponerse en cuestión si el derecho de autodeterminación debía referirse a las naciones –incluida la burguesía- o solo a los trabajadores. Lenin ironizará frente a Bukharin que reconocer el derecho de la clase trabajadora a la autodeterminación significaría “reconocer lo que en realidad no se ha alcanzado en ningún país salvo en Rusia”[8]. Esto es, que no tenía sentido alguno allá donde los trabajadores aún no habían tomado el poder. Y que precisamente por ello seguía teniendo sentido reivindicar la autodeterminación nacional, para neutralizar el nacionalismo y facilitar la diferenciación y polarización entre la burguesía y el proletariado de cada nación. Es decir, que reivindicar el derecho de autodeterminación de las naciones era un paso previo y necesario para la autodeterminación de los trabajadores, la cual es un proceso complejo que presenta niveles muy distintos de desarrollo en cada país y que no se puede decretar como tal. De lo contrario, “más que un programa resultará una proclama”, cuando la función y utilidad del programa para Lenin es precisamente “reflejar la realidad con precisión absoluta”.
En la perspectiva de que el asalto rápido al poder en occidente parecía cerrarse por largo tiempo, la mirada para la expansión revolucionaria se dirigía ahora a oriente. En ese contexto salta la segunda polémica que resaltamos entre bolcheviques, esta vez ante la negativa del Partido Comunista de Georgia de disolverse en una sola RSFS de Transcaucasia. Como podemos ver en su última correspondencia[9] antes de caer enfermo, Lenin se enfrentó a Dzerzhinski y Stalin, destacando la importancia de combatir la opresión nacional que peligrosamente se seguía reproduciendo en el proceso de construcción socialista. Y alertando de que el internacionalismo desde la nación opresora no podía limitarse a escudarse en una igualdad formal que quedara en papel mojado, sino que debía reparar activamente la desigualdad real existente, tratando con extrema delicadeza a las naciones oprimidas para restaurar la confianza entre proletarios. Esto lo hacía además desde la salvaguarda del prestigio del Partido y de una recién creada URSS aún abierta a la unión de nuevas repúblicas, que como patria del proletariado no podía permitirse verse manchada por actitudes opresivas. Todo ello pensado en clave internacional, con el foco de la Internacional Comunista puesto en ganar la lucha de los pueblos de oriente contra el imperialismo para la revolución mundial.
El internacionalismo desde la nación opresora no podía limitarse a escudarse en una igualdad formal que quedara en papel mojado, sino que debía reparar activamente la desigualdad real existente, tratando con extrema delicadeza a las naciones oprimidas para restaurar la confianza entre proletarios
CLAVES POLÍTICAS
A través de su obra teórica y práctica, Lenin nos dejó varias claves en su concepción de la cuestión nacional. Ideológicamente, una preocupación especial por mantenerse firme en combatir la opresión nacional, y su contraparte, la defensa de la independencia política del proletariado frente a todo nacionalismo. Estratégicamente, poner la igualdad entre las naciones y la confianza entre sus trabajadores como premisa para unir al proletariado como clase internacional; unidad del proletariado traducida organizativamente en el principio del centralismo. Y tácticamente, frente al nihilismo nacional que niega su relevancia o la ve como un mero distractor, neutralizar al nacionalismo y asumir la cuestión nacional como factor objetivo de ahondamiento en la crisis política del sistema, debidamente aprovechado por el proletariado para decantar la revolución socialista.
Frente al nihilismo nacional que niega su relevancia o la ve como un mero distractor, neutralizar al nacionalismo y asumir la cuestión nacional como factor objetivo de ahondamiento en la crisis política del sistema, debidamente aprovechado por el proletariado para decantar la revolución socialista
Todo ello condensado en la célebre reivindicación leninista del derecho de las naciones a la autodeterminación, que precisamente toma sentido en la línea de lo expuesto como 1) reivindicación democrática vinculada subordinadamente al programa comunista; 2) reivindicación negativa que reconoce incondicionalmente el derecho a la separación, pero que condiciona apoyar su ejercicio supeditadamente a las necesidades generales de la lucha de clases; y 3) factor necesario para la igualdad entre naciones que coadyuve a la unión positiva del proletariado sobre bases internacionalistas, con la vista puesta en la fusión de las naciones en una unidad superior realizada por la sociedad comunista.
BIBLIOGRAFÍA
[1] (1903) Programa del POSDR (adoptado por el II Congreso del Partido).
[2] Lenin, V.I. (1903). El problema nacional en nuestro programa. Obras escogidas, Tomo II (1902-1905). Pág. 117-120.
[3] Lenin, V.I. (1913). Notas críticas sobre la cuestión nacional. Págs. 21-53.
[4] Lenin, V. I. (1914). El derecho de las naciones a la autodeterminación.
[5] Lenin, V.I. (1916). La revolución socialista y el derecho de las naciones a la autodeterminación. Págs. 131-146
[6] Lenin, V.I. (1916). Balance de la discusión sobre la autodeterminación. Obras escogidas, Tomo VI (1916-1917). Págs. 10-27.
[7] (1917) Declaración de Derechos de los Pueblos de Rusia.
[8] (1919) VIII Congreso del Partido Comunista de Rusia (bolchevique). Págs. 22-26.
[9] Lenin, V.I. (1922). Contribución al problema de las naciones o sobre la autonomización. Obras escogidas, tomo XII (1912-1923). Pág. 153-155.
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