«Si la I Internacional previó el futuro desarrollo y preparó el camino, si la II Internacional reunió y organizó a millones de proletarios, la III Internacional será la Internacional de la acción de las masas, la Internacional de las realizaciones revolucionarias» - Manifiesto de la Internacional Comunista a los proletarios de todo el mundo
La importancia estratégica de las tesis y resoluciones enmarcadas dentro de los cuatro primeros congresos de la Tercera Internacional Comunista, aquellos celebrados en vida de Lenin (1919-1922), hace que, como señala el historiador E. H. Carr, todo lo que viene detrás no sea más que un largo epílogo[1]. Los primeros intentos para la refundación de la Internacional Socialista fueron, pese a todo, arduos. Habría que esperar hasta 1919 para que el movimiento socialista revolucionario, al calor de la Revolución de Octubre, fundase la Tercera Internacional con el objetivo de propiciar la revolución socialista mundial.
En los albores del siglo XIX, el horizonte era realmente esperanzador. El espectacular crecimiento de las organizaciones obreras se vio frenado con el estallido de la I Guerra Mundial, que socavó definitivamente el desarrollo de una estrategia socialista internacionalista, imposibilitada por el apoyo de los partidos socialdemócratas integrados en la Segunda Internacional a los intereses militares de sus respectivas burguesías nacionales. Las desastrosas consecuencias de la guerra, que ahogaron en sangre al proletariado europeo, y especialmente la toma del poder bolchevique en Rusia, transformaron por completo el contexto político agudizando las tensiones entre reformistas y revolucionarios. La escisión del movimiento obrero socialdemócrata dio lugar a tres tendencias diferenciadas: por un lado la tendencia mayoritaria, encabezada por la socialdemocracia alemana que se había adherido a la Unión Sagrada[2] y que mantuvo su fidelidad a la Segunda Internacional, por otro, los denominados centristas, quienes con Kautsky como cabeza visible abogaban por la reconstrucción de la Segunda Internacional, y por último, su ala izquierda, que incluía a la minoría internacionalista integrada por los bolcheviques rusos así como por quienes habían mantenido una posición marxista acerca de las tareas del proletariado revolucionario antes de la guerra[3]. Estos últimos reclamaban la ruptura con la Segunda Internacional y la creación de una nueva, auspiciada bajo la defensa de una estrategia internacionalista. Para los bolcheviques, el colapso de la Segunda Internacional era simplemente la conclusión lógica del camino hacia el reformismo iniciado por una gran parte de la socialdemocracia:
“Desde hace tiempo, los oportunistas venían preparando el terreno para este colapso al renegar de la revolución socialista y al sustituirla por el reformismo burgués bajo la careta del patriotismo y la defensa de la patria (…) al convertir en fetiche la necesidad de la utilización del parlamentarismo burgués y de la legalidad burguesa[4].”
Lenin reconocía que la II Internacional había realizado una labor necesaria en la organización de los trabajadores, pero denunciaba el chovinismo y oportunismo de sus dirigentes, reclamando la necesidad de renunciar a la legalidad burguesa y transformar la contienda imperialista en lucha revolucionaria. Entre mayo y junio de 1915, Lenin publicaba La bancarrota de la II Internacional, texto en el que arremetía con dureza contra el viraje de los partidos socialistas que habían votado los créditos de guerra: “El tránsito hacia la organización revolucionaria es una necesidad, lo exige el cambio de la situación histórica[5].”
El debate entre centristas o pacifistas y revolucionarios vuelve a estar presente en las conferencias de Zimmerwald y de Kienthal, que contaron con la presencia de una delegación bolchevique y en las que, si bien el ala revolucionaria de la socialdemocracia apostó firmemente por la constitución de una nueva Internacional, no se lograron más que avances parciales por la actitud vacilante de algunos elementos centristas[6]. En la conferencia de Kienthal, celebrada en abril de 1916, las tesis del ala revolucionaria siguieron sin ser mayoritarias, aunque se alcanzó una mayor radicalidad tanto en el tono como en las acusaciones a los responsables de la matanza, entre los que se incluía a los sectores oportunistas[7].
Más allá de su valor simbólico, puesto que supuso la primera reunión marxista a escala internacional en repulsa de la guerra, la trascendencia de ambas conferencias se debe a que sentaron las bases en las que más tarde se fundaría la Tercera Internacional, cuya misión sería, como más adelante plasmaría el propio Lenin, llevar a la práctica los preceptos del marxismo no filtrado por Kautsky y convertir en realidad, a escala internacional, la dictadura del proletariado:
“La importancia histórica universal de la III Internacional, la Internacional Comunista, reside en que ha comenzado a llevar a la práctica la consigna más importante de Marx, la consigna que resume el desarrollo secular del socialismo y del movimiento obrero, la consigna expresada en este concepto: dictadura del proletariado[8].”
El triunfo en Rusia de la revolución socialista liderada por el partido bolchevique inauguró un nuevo escenario en el que la conquista del poder político generó las condiciones adecuadas para la fundación de una nueva organización internacional y reactivó un nuevo capítulo de luchas políticas que extendió la insurrección más allá de las fronteras rusas. Devastada por la guerra y el hambre, Europa se vio barrida por una oleada de huelgas, deserciones, motines y protestas. Buena muestra de ello fue el levantamiento espartaquista alemán que comenzó a gestarse a finales de 1918 y terminó con el brutal asesinato de sus líderes Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht a manos de agentes contrarrevolucionarios a las órdenes del gobierno socialdemócrata. A la extensión de insurrecciones por toda Europa le siguió un goteo de escisiones que afectó a los principales países socialdemócratas. La toma del poder bolchevique situó a los partidos socialdemócratas frente a una elección en la que no cabían medias tintas. De un lado quedaron los viejos partidos socialdemócratas, “limpios” de elementos revolucionarios, y del otro la denominada “izquierda de Zimmerwald”, que agrupaba a los bolcheviques, los espartaquistas alemanes, los tribunistas holandeses y otros grupos minoritarios.
La toma del poder bolchevique situó a los partidos socialdemócratas frente a una elección en la que no cabían medias tintas
El 24 de enero de 1919, el Comité Central del Partido Comunista de Rusia llamó a la celebración de una conferencia internacional con el objetivo de dar los primeros pasos hacia la fundación de la Internacional. Eberlein, delegado de la representación de la delegación espartaquista alemana, que ya había tomado el nombre de Partido Comunista de Alemania (KPD), acudió con un mandato de su partido acordado antes del asesinato de Rosa Luxemburgo, de defender que la conferencia cumpliese una labor preparatoria pero no constitutiva. Los bolcheviques se mostraron flexibles y trataron de convencerlo para no aprobar la fundación de la Internacional Comunista con su voto en contra. La llegada de Steinhardt un día después, que presentó una imagen optimista de inminente triunfo revolucionario en Viena, dio un giro a la situación. Pese a la abstención de Eberlein, la conferencia se constituyó en congreso haciendo efectiva la fundación de la Tercera Internacional, también conocida como Internacional Comunista (IC) o, por su nombre en ruso, Komintern, que celebró siete congresos internacionales durante el periodo en el que permaneció vigente, hasta 1943. Aunque se partía de la denominación de Tercera Internacional, recogiendo la estela de las anteriores, se propuso constituir una Internacional verdaderamente comunista, frente a la desprestigiada “Internacional Socialdemócrata”, y los partidos constituyentes de la misma pasarían a convertirse en secciones de la misma.
Fue durante los cuatro primeros congresos, celebrados en vida de Lenin, cuando se asentaron los principios fundamentales del programa comunista y tuvieron lugar los principales debates en torno a las tareas organizativas, la definición de la “dictadura del proletariado”, la táctica del frente único y la estrategia de lucha antiimperialista. Los primeros cuatro congresos fueron asambleas de tamaño e importancia crecientes: si el Primer congreso celebrado en 1919 contó con 51 delegados procedentes de 33 países, el Cuarto, que tuvo lugar en 1922, congregó a 408 delegados procedentes de 61 países. Es importante recalcar que la III Internacional no era simplemente un agrupamiento de partidos y organizaciones obreras nacionales, sino que actuaba como el Partido Comunista del proletariado internacional. Su intención era forjar un movimiento político mundial controlado desde el centro y orientado hacia un plan de acción global basado en un análisis interconectado de la lucha de clases.
La III Internacional no era simplemente un agrupamiento de partidos y organizaciones obreras nacionales, sino que actuaba como el Partido Comunista del proletariado internacional
En el Primer congreso de la Tercera Internacional, de carácter fundacional, Lenin defendió la necesidad de combatir la democracia burguesa y llevar a cabo la dictadura del proletariado, dotando a los partidos comunistas de las pautas para conquistar el poder político:
“La importancia histórica universal de la Tercera Internacional, de la Internacional Comunista, reside en que ha comenzado a poner en práctica la consigna más importante de Marx, la consigna que resume el desarrollo del socialismo y del movimiento obrero a lo largo de un siglo, la consigna expresada en este concepto: dictadura del proletariado[9].”
Lenin defendió la necesidad de combatir la democracia burguesa y llevar a cabo la dictadura del proletariado, dotando a los partidos comunistas de las pautas para conquistar el poder político
Entre la primavera de 1919 y el verano de 1920, se sucedieron en Europa y las colonias huelgas y estallidos revolucionarios de carácter socialista y antiimperialista, que favorecieron un clima de expectativa revolucionaria en el que el socialismo aparecía como único futuro concebible. Sin embargo, los partidos socialdemócratas de los países que habían luchado en la guerra, que se esforzaban por reactivar de nuevo el cadáver de la Segunda Internacional (Congreso de Berna en 1919, Congreso de Ginebra en 1920), reforzaron el nuevo orden europeo consagrado por el Congreso de Versalles y asumieron un papel contrarrevolucionario desactivando huelgas y luchas obreras.
El Segundo Congreso, se celebró entre julio y agosto de 1920, en un escenario muy diferente surgido tras la proclamación y derrota de las Repúblicas de los Consejos de Baviera y Hungría, la victoria de los obreros alemanes sobre el «putsch» de Kapp, seguida por los levantamientos obreros en la región del Ruhr, que trataron de organizar una república de consejos, y el avance del ejército rojo, que, tras detener a las tropas polacas, había pasado a la ofensiva[10]. En este Segundo Congreso se produjo una avalancha de participación masiva que sumó a buena parte de los partidos de masas del occidente de Europa. Este éxito de convocatoria llevó a Lenin, Zinoviev y Trotsky a añadir a la agenda del congreso un documento de 21 puntos en el que se presentaba a los países una serie de condiciones que debían aceptar para formar parte de la Internacional, de la que pasarían a ser secciones nacionales. Los puntos programáticos, que debían cumplir los partidos integrantes como condición previa a su admisión, consistían en la obligatoriedad de acatar los acuerdos de la Internacional, la ruptura con el oportunismo, la creación de un aparato clandestino subordinado al Comité Central del Partido y la puesta en marcha de tareas de agitación y propaganda sistemáticas, así como el reconocimiento del derecho a la autodeterminación y la lucha por la liberación de las colonias. Frente al Tratado de Versalles suscrito por las potencias europeas, que puso fin a la I Guerra Mundial con la legalización de un nuevo reparto territorial, la Komintern recalcó la necesidad de la unión de las masas proletarias y campesinas de los países capitalistas con los trabajadores de las colonias.
Frente al Tratado de Versalles suscrito por las potencias europeas, que puso fin a la I Guerra Mundial con la legalización de un nuevo reparto territorial, la Komintern recalcó la necesidad de la unión de las masas proletarias y campesinas de los países capitalistas con los trabajadores de las colonias
El Tercer congreso de la Internacional Comunista se celebró en 1921, en un contexto de repliegue tras la derrota de la insurrección alemana conocida como “Acción de Marzo”, un capítulo trágico en el desarrollo de la revolución alemana que terminó en desastre. Este hecho abrió un profundo debate en el seno de la Internacional que marcará las resoluciones del Tercer y Cuarto Congreso. Si los dos congresos anteriores se habían celebrado en un clima dominado por el optimismo en el que el triunfo de la revolución proletaria parecía inminente en los países capitalistas maduros, los documentos de junio de 1921 arrojan una mayor cautela. Mientras que la aprobación de las famosas 21 condiciones para formar parte de la Tercera Internacional pretendía establecer un control sobre los elementos reformistas y oportunistas de los viejos partidos que solicitaron su entrada, en el Tercer y el Cuarto congreso, en un periodo de estabilización del capitalismo y cierre de la oleada revolucionaria, se hizo frente al desarrollo de tendencias ultraizquierdistas que tuvieron como respuesta la publicación del conocido texto de Lenin: La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo. Este debate que enfrentó a Lenin con el izquierdismo internacional, dirimía una cuestión fundamental: ¿Respondía el bolchevismo a un modelo revolucionario específicamente ruso o aportaba una lección fundamental para los países de Europa occidental? Los izquierdistas planteaban una visión reduccionista del fenómeno bolchevique que venía acompañada por una renuncia a los principios clásicos del marxismo.
1923 resultó un año decisivo para la Internacional Comunista. Ante una situación revolucionaria excepcional, el Partido Comunista de Alemania fracasa con la represión del levantamiento insurreccional de Hamburgo como corolario. Parecía claro que el modelo de revolución que había triunfado en Rusia, eslabón más débil de las potencias europeas, se había topado con grandes dificultades en los países capitalistas maduros, en los que el potencial revolucionario debió hacer frente al aparato de poder estatal y a la presencia de organizaciones socialdemócratas que contaban con una amplia tradición e implantación entre los trabajadores. El nuevo giro de perspectiva aparece plasmado en los escritos de Lenin de 1920, en los que observa cómo las masas permanecían apáticas:
“La velocidad, el ritmo de desarrollo de la revolución en los países capitalistas es mucho más lento que el nuestro. Era evidente que cuando los pueblos lograran la paz, inevitablemente disminuiría el movimiento revolucionario. No podemos saber, y nadie puede saberlo de antemano, cuán pronto estallará allí la verdadera revolución proletaria, y qué causa inmediata servirá más para despertarla, encenderla e impulsar a la lucha a amplias masas que actualmente están dormidas. De ahí que sea nuestro deber llevar a cabo nuestro trabajo preparatorio[11].”
El modelo de revolución que había triunfado en Rusia, eslabón más débil de las potencias europeas, se había topado con grandes dificultades en los países capitalistas maduros, en los que el potencial revolucionario debió hacer frente al aparato de poder estatal y a la presencia de organizaciones socialdemócratas que contaban con una amplia tradición e implantación entre los trabajadores
REFERENCIAS
[1] Carr, E. H., Historia de la Rusia Soviética. La Revolución Bolchevique (1917-1923). 3 la Rusia Soviética y el mundo, Alianza, Madrid, 1985.
[2] La Unión Sagrada implicaba una tregua entre los diferentes partidos políticos que la apoyaban, que se comprometían a no oponerse al gobierno ni iniciar huelgas durante el desarrollo de la I Guerra Mundial.
[3] Resolución del Congreso de Stuttgart sobre el militarismo. Séptimo Congreso de la Segunda Internacional celebrado en Stuttgart del 1 al 24 de agosto de 1907.
[4] LENIN, V.I, Obras Completas, Tomo XXI, Akal.
[5] LENIN, V.I., La bancarrota de la II Internacional, Barcelona, Anagrama, 1975.
[6] Véase GARCÍA, Miguel, “El movimiento revolucionario durante la primera mitad del siglo XX”.
[7] HUMBERT-DROZ, Jules, L’origine de l’Internationale communiste. De Zimmerwald a Moscou, Neuchatel, Éditions de la Baconnière, 1968, pp. 168-214.
[8] LENIN, V.I., Obras escogidas en doce tomos, Ediciones Progreso, Moscú, 1977, t. IX, p. 405.
[9] Se conoce como putsch de Kapp al golpe de estado dirigido por el político de extrema derecha Wolfgang Kapp el 17 de marzo de 1920, a comienzos de la República de Weimar. Fracasó por la fuerte resistencia obrera desatada tras la convocatoria de huelga general y la llamada del KPD a la lucha armada.
[10] RIDDELL, J. (ed), Workers of the world and oppressed peoples, unite! Proceedings and documents of the 2nd Congress, 1920, Atlanta, 1991, p. 27.
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