FOTOGRAFÍA / Zoe Martikorena
Jon Larrabide
2023/11/02

Existe entre estos dos fenómenos, la guerra mundial y la revolución mundial, una interrelación más profunda que no aparece a primera vista; se trata de dos vertientes de un mismo acontecimiento de envergadura cósmica que, bajo cierta óptica son correlativos uno del otro en lo que concierne a sus orígenes y la manera en que aparecieron

- Ernst Jünger, La movilización total

“Pero si tu quieres un imperio te lo hago,

Pero si tu quieres un asedio te lo hago,

Pero si tu quieres un naufragio, toma”

- Gata Cattana, Nada Funcionando

La oleada revolucionaria de 1848 saldará cuentas con un proletariado que, recién nacido, echaba a andar en la arena política, por así decirlo, sin ruedines. En los años que sobrevendrán a este episodio histórico la burguesía descansará en poder, sobre los fragmentos de este convulso ecuador de siglo, que a su vez emanaban de las bases de un largo proceso de instauración de la sociedad capitalista y sus maneras. Sobre la sangrienta cesura originaria, que pondrá su condición de posibilidad, se levantarán los bastiones de la sociedad moderna, que irán paulatinamente dibujando los contornos de un nuevo y específico paisaje, barnizado de un tupido gris del vapor y el humo de las largas chimeneas, que en su solemne estar, alababan al secular y crudo credo del Capital y sus vicisitudes. Las revoluciones industriales cimentarán el fecundo suelo sobre el que brotarán en su máximo esplendor las sociedades capitalistas que a su vez comenzarán a extender sus raíces por todo el globo, dando a su reinado una extensión y un poderío sin precedentes. De esa manera, Europa, que aún en el tramo final del siglo XIX se conformará a partir de países en los que la agricultura representará el sector económico por excelencia (tanto a nivel cualitativo como cuantitativo), será la protagonista de una transformación o desarrollo industrial que pautará las nuevas coordenadas de desarrollo a nivel mundial. Miramos a un siglo de grandes transformaciones, un siglo que se caracteriza a sí mismo a partir de la transformación. Época de la gran maquinaria e industria, de las comunicaciones y de los inventos.

De su mano, y a partir de esas pautas, la transformación capitalista del mundo, el largo ejercicio de dar un contenido unitario al mismo, irá cogiendo forma paulatinamente. La invitación capciosa y no precisamente amistosa de las potencias en edad adulta a los países de la periferia a participar en la carrera por el progreso, dotará al mundo de una unidad específica, más densa, en la que se dibujarán de manera muy clara los límites del lugar que le es reservado a cada cual. Un ensamblaje de dos piezas: el centro imperialista, centro sobre el que pivotan el resto de los actores, que, en su hacer, será causa y efecto de esa unidad, por un lado; y los otros, cuya participación estará mediada por la subordinación a aquellos países que la integrarán en la dinámica capitalista global, por otro lado. De esa manera, para la entrada del siglo en sus décadas finales, Europa no sólo será el lugar donde todo empezó (y acabará), sino el componente central de esa nueva división mundial del trabajo, el principal motor de su programa de expansión. 

El primer acto, que inaugura la obra magna llamada “el largo siglo XX”, ofrece al espectador a través de la actuación de sus protagonistas una sensación especial, atravesado por un espíritu que cargado de optimismo vaga a sus anchas con la mirada puesta en un horizonte de progreso. El establecimiento de las reglas del juego capitalistas a lo largo del planeta se escurrirá e infiltrará, a su vez, en aquellos actores que ostentaban el título de grandes potencias, otorgándoles una nueva ocasión en la que revalidar el título en el cuadrilátero de la historia (prueba de fuego que algunos no superarán esta vez), como en aquellos otros que, por obligación, no tendrán otra opción que plegarse a los deseos de un Capital que, ya con un alto grado de desarrollo, operará internacionalmente; esto es, de acuerdo a su naturaleza, y tratará de encontrar algún nicho de la división internacional del trabajo en el que acomodarse. En cualquier caso, este ideal de progreso actuará como telón de fondo a lo largo de todo el acto, sea de manera endógena, sea en forma de factor exportado desde el viejo mundo. 

No obstante, a punto de entrar en el último cuarto de siglo, la aparición de ciertos elementos o señales truncará ese optimismo generalizado (que incluso alcanzará a las masas populares a través del soborno del mejoramiento de ciertas condiciones de vida) de manera decisiva, dando pie a una nueva transformación, que caminará derecho hacia el conflicto que ocupa a estas hojas, y que catalizará todas las tendencias y contradicciones que se gestarán a lo largo de toda esa época abriendo la posibilidad de hacer saltar todo por los aires. Tras una expansión y profundización sin precedentes, los cimientos económicos de este primer acto se verán sacudidos por una serie de fenómenos que pondrán en jaque la dinámica de un juego que hacía girar el mundo en torno a Gran Bretaña (su comercio, sus finanzas), y abrirá paso a una nueva época caracterizada por el repliegue de las economías a los límites de sus respectivos estados nación y el juego de ajedrez que les será propio en este segundo acto. El estimulante ejercicio de la producción seguirá dando su hipertrofia como resultado. Economías industriales como la alemana y la estadounidense se desarrollarán muchísimo, nuevos países se unirán a dicho proceso (Rusia por ejemplo), e incluso los países de la periferia advertirán cierto progreso en esa dirección. No obstante, ciertos signos oscurecerán los despejados cielos del desarrollo capitalista, que a su vez generarán descontento en ámbitos cada vez más amplios de la sociedad. No serán las reglas más profundas de funcionamiento las que estarán contra las cuerdas, sino la rentabilidad de un sistema-mundo particular en decadencia. El aumento en la productividad propiciará un descenso en los precios, que afectará negativamente a los agricultores y a los comerciantes. Asimismo la estabilización de los costes de producción frente a la bajada de los precios a corto plazo apretará la soga alrededor del cuello de diversos capitalistas a lo largo y ancho del globo.

Tras una expansión y profundización sin precedentes, los cimientos económicos de este primer acto se verán sacudidos por una serie de fenómenos que pondrán en jaque la dinámica de un juego que hacía girar el mundo en torno a Gran Bretaña (su comercio, sus finanzas), y abrirá paso a una nueva época caracterizada por el repliegue de las economías a los límites de sus respectivos estados nación y el juego de ajedrez que les será propio en este segundo acto

Esta nueva fenomenología traerá consigo un nuevo modus operandi. El mundo, cansado de girar sobre el eje británico, se agrietará, generando un mapamundi fragmentado, cuyas partes comenzarán a girar sobre sí mismas. Una oleada de viraje hacia el proteccionismo azotará el primer mundo, dando carpetazo a la ya caduca época del librecambio (con la excepción del Reino Unido, que tenía una economía muy orientada y dependiente del exterior), por lo que las economías nacionales del centro imperialista (a título individual, pero en su conjunto) adquirirán un protagonismo desconocido hasta ese entonces, dando pie a una dinámica capitalista organizada en núcleos sólidos, que descansará sobre la relación de subordinación directa e indirecta sobre los países de la periferia. Esta reorganización a nivel internacional, vendrá acompañada de ciertas nuevas tendencias a nivel de las economías nacionales. La combinación y la concentración de capitales (como tendencia), nuevas técnicas de organización del trabajo (taylorismo, fordismo), darán una nueva dimensión al Capital, cuyo dominio adquirirá una fuerza aplastante.

Al levantarse el telón en la década de los 90, tercer acto, la decoración volverá a sorprender a los personajes con sus brillos y matices dorados. Se volverá a dar un acelerado proceso de industrialización, acompañado de un gran desarrollo de las actividades y producción agrícolas. Los caprichos de la producción capitalista, replegada a su forma más nacional, así como la extensión y profundización de la condición proletaria (propia de los dos primeros siglos de vida del Capital) posibilitarán el ensanchamiento de los mercados nacionales, que, junto con el desarrollo de la industria capitalista y sus métodos modernos de organización del trabajo, abrirán una nueva etapa caracterizada por la producción de mercancías en masa, base de las sociedades de consumo. Nos encontramos en la ya instaurada fase imperialista del capitalismo, la era de los imperios coloniales, que habían emprendido y culminado el proceso de colonización del mundo a gran escala y habían completado sus tareas domésticas. Una época definida a partir de la creciente injerencia de los estados en el ámbito económico, de la política económica con mayúsculas en la que la competencia entre capitales se vestirá con ropajes nacionales o medidas proteccionistas, complementada con reformas que permitirán un cierto margen de mejoras sociales (apoyadas sobre la subordinación de la periferia a las necesidades del centro y al ensanchamiento de la acumulación capitalista que camina de la mano de la insaciable demanda de mano de obra). Este contexto (imperios coloniales, mayor protagonismo del aparato estatal, desarrollo industrial y ensanchamiento del sector terciario) propiciará el desarrollo de una clase media moderna, que ya no nacerá del campo y los talleres artesanos (cuyo peso relativo habrá disminuido notablemente), sino de las nuevas dinámicas de la acumulación capitalista. 

La expansión de las reglas del juego capitalistas hasta adquirir una escala planetaria y la profundización de la dominación capitalista no fueron, sin embargo, un cuento de hadas. El carácter esencialmente contradictorio de la acumulación capitalista, que a la vez supone acumulación de riqueza y miseria, impone modos de vida y maneras de morir. Hace de este un proceso con partes, el relato y su correlato. De hecho, más que un simple proceso con partes, se trata de un proceso de partes antagónicas, lo que se expresa necesariamente en un proceso de lucha, más concretamente de lucha de clases. En ese sentido hablar de la segunda mitad del siglo XIX, y los primeros años del siglo XX, supone hablar del desarrollo capitalista que acontece a lo largo de estas décadas, pero es también hablar del desarrollo de su contraparte, el proletariado revolucionario y sus formas.

En ese sentido hablar de la segunda mitad del siglo XIX, y los primeros años del siglo XX, supone hablar del desarrollo capitalista que acontece a lo largo de estas décadas, pero es también hablar del desarrollo de su contraparte, el proletariado revolucionario y sus formas

Las revoluciones de 1848 presentarán a escena a un proletariado mucho más clarificado, más consciente, hecho que se cristalizará en el Manifiesto Comunista, que pondrá encima de la mesa un programa propio, esto es, basado en los intereses de clase del proletariado internacional. La Comuna de París, por su parte, vinculará de manera práctica el desarrollo de ese programa con la necesidad de una forma política propia, con la que poder teatralizar la letra. Este proceso de cualificación de las masas (que como tendencia se imponía a su vez como clarificación de las clases) retumbará en los oídos de la burguesía dominante, que se traducirá en un temor hacia las clases populares, en una época en la que las sociedades comenzaban a caminar hacia una cierta democratización de la política, de manera voluntaria o involuntaria (desde el punto de vista de cada una de las partes). En cualquier caso, este proceso se impondrá de manera inevitable, aunque con matices, dejando como resultado un panorama político heterogéneo, y sobre todo novedoso. La clase trabajadora, más numerosa (y concentrada) que nunca a raíz de la exponencial hipertrofia industrial del centro imperialista, con sus posicionamientos y matices, irrumpirá con fuerza en la arena política y llenará el lienzo político de colores. Los movimientos y partidos de masas harán su aparición en escena, de la mano de la propaganda de masas y los modernos medios de comunicación y su alcance. 

En lo tocante al movimiento revolucionario de la época, este adoptará forma organizativa en la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT), que iniciará su andadura en torno a 1864, a partir de la voluntad de crear un foro internacional donde poder discutir acerca de temas trascendentes para la clase trabajadora. Hija de su tiempo, más que una organización o partido en su sentido más moderno o actual (homogéneo, sólido, multitudinario), estará más cerca de ser la cristalización de una voluntad más o menos abstracta, un paraguas bajo el que se agruparán expresiones políticas diversas (un espectro que abarcará desde el sindicalismo inglés, preocupado principalmente por cuestiones económicas, hasta los comunistas, pasando por los mutualistas y demás facciones de carácter más, por así decirlo, democrático). Esto hará que el periodo de vida de la AIT esté atravesada por la lucha entre facciones, hasta su disolución en 1872, en un contexto de luces (gran crecimiento de la Asociación) y sombras (oleada represiva que siguió al aplastamiento de la Comuna y un antagonismo irreductible entre las diversas facciones), aunque tampoco sea tan aventurado afirmar que fue el cambio de paradigma mundial al que se ha hecho referencia previamente el que de alguna manera volvió obsoleta la forma misma de la AIT (una organización ecléctica frente a un mundo cada vez más definido y polarizado, y una organización supranacional en un contexto en el que los estados nación cada vez obtendrán un mayor protagonismo). 

Tras dos décadas de idas y venidas, la Internacional dividida, y ciertos intentos de unificación del movimiento revolucionario, este irá adoptando la forma de partidos nacionales de masas a lo largo de Europa. El decenio de 1890 supondrá en ese sentido un punto de inflexión importante, una década en la que el socialismo se consolidará como movimiento de masas, tras la inauguración de la Segunda Internacional en 1889. No obstante, los caprichos de la historia se encargarán de desactivar el movimiento socialista internacional. La teoría de los dos mundos (y su entramado de organizaciones propias en todos los ámbitos de la vida) se desmoronará ladrillo a ladrillo para fundirse en un único contexto histórico en plena transformación. El poderío del Capital, en plena época dorada, se encargará de neutralizar el potencial revolucionario de dicha apuesta, a fuerza de engatusar, amedrentar y marear al proletariado internacional. La capacidad del Capital de hacer frente a los diversos obstáculos que irá encontrando en su camino al progreso, el vínculo mecánico entre desarrollo de fuerzas productivas y relaciones de producción, la eliminación (en cierta medida forzada) del horizonte insurreccional, la sangrienta comodidad sobre la que descansará cierta parte de la clase trabajadora en el centro imperialista, el carácter bifacético de la ampliación del sufragio y la creciente fuerza electoral de las organizaciones que conformaban el movimiento socialista de la época, producirán un fatal espejismo que envenenará paulatinamente el planteamiento estratégico que derivará en la más fatal de las conclusiones: perder de vista el horizonte revolucionario. El tupido velo que cubrirá la profundización de las contradicciones de esta nueva época provocará el marasmo de la II. Internacional, advirtiendo de facto lo que se patentará con su bancarrota o asimilación definitiva, al estallar la Primera Guerra Mundial. 

Pero antes de poner nuestra mirada sobre tan explosivo suceso, demos un pequeño rodeo por los fríos lares de Rusia, la Roma al que todos los caminos se dirigen a lo largo de estas líneas. La expansión del capitalismo también alcanzará a la monumental Rusia de mediados de siglo, aunque puede que sea más preciso decir sorprenderá. El atraso estructural de la Rusia zarista se dará de bruces con el progreso. La guerra de Crimea se saldará con una derrota rusa, que pondrá de relieve el hecho de que Rusia no había conseguido aún subirse al tren del progreso capitalista. Atrasada económicamente y políticamente, la espada de Damocles colgaba amenazante sobre su condición de potencia (en gran medida basada en sus gigantescas dimensiones), lo que hará urgentemente necesaria una transformación modernizadora a pasos agigantados. A pesar de los diferentes intentos de conseguirlo (abolición de la servidumbre en 1861, un proceso de industrialización dirigido por el Estado), Rusia se insertará en el nuevo paradigma del capitalismo mundial a trompicones y en una clara situación de desventaja e incluso dependencia respecto al centro imperialista. Asimismo, estos intentos no conseguirán borrar las taras de la Rusia zarista, y su pueblo seguirá padeciendo hambre, pobreza, desposesión y una agobiante presión fiscal. A medida que crecerá el descontento social, este encontrará un nuevo sustrato en el que arraigarse, que se sumará al ya fecundo suelo del campo ruso. El fuerte impulso industrializador de esta época generará una creciente masa de proletarios, unidos por la gran concentración industrial, que poco a poco irán adquiriendo conciencia de su misión histórica (que irá adquiriendo forma en las diferentes expresiones políticas que nacerán a lo largo de estos años). A partir de 1900 el impulso latente de la inquietud social se hará cada vez más evidente, las revueltas campesinas y las huelgas generales comenzarán a minar al coloso del este. Su derrota en la guerra ruso-japonesa será la guinda del pastel. 

1905 irrumpirá en escena a toda máquina. La revolución de 1905 desestabilizará a la Rusia zarista una primera vez, a través de la confluencia de las grandes movilizaciones de obreros, revueltas campesinas y el derrumbamiento de las fuerzas armadas. No obstante, la ausencia de una burguesía preparada para desarmar el antiguo régimen en Rusia, junto a la inocencia juvenil del proletariado ruso, derivará en una calma prerevolucionaria que aún se prolongará durante algunos años. Un interregno en el que nuestro Fausto será a su vez potencia industrial y un país predominantemente agrario, potencia imperial y semicolonia, vanguardia cultural (y política) y un país profundamente atrasado culturalmente. Unidad genuina de las partes, ejemplo más claro del carácter contradictorio de la sociedad capitalista y su época, expresión y síntesis de todas las contradicciones de la fase imperialista. Todo a la espera de que alguien activara el detonador.

Unidad genuina de las partes, ejemplo más claro del carácter contradictorio de la sociedad capitalista y su época, expresión y síntesis de todas las contradicciones de la fase imperialista

Aunque la sombra de la guerra oscureciera el escenario mundial a lo largo de los diversos actos de esta obra, el potencial destructivo de una contienda bélica a estas alturas de la película disuadía a los protagonistas de tal fatídico desenlace. En cualquier caso, los gobiernos de la época ebrios de poder y estatus se lanzarán a la carrera armamentística desenfrenada. Asimismo, el funcionamiento regido por los estados nacionales evolucionará hacia una dinámica de bloques, que partirá Europa a través de distintas alianzas a lo largo de estos años. Las diferentes revoluciones que acaecerán en los primeros años del siglo XX tendrán un decisivo efecto desestabilizador del equilibrio en el centro imperialista, motivando una serie de movimientos en el tablero de la política internacional, que acabarán por precipitar el conflicto a gran escala que a posteriori vendrá a conocerse como Primera Guerra Mundial. Las contradicciones generadas a partir de la realización de la naturaleza del Capital, que no conoce por principio otros límites que los propios, agudizadas exponencialmente a lo largo de algo más de medio siglo, al fin explotarán, dando pie a la contienda que repartirá muerte y destrucción a escala mundial a lo largo de cuatro interminables años que marcarán a sangre y fuego la conciencia colectiva de toda una generación.

El terremoto de la guerra derrumbará el delicado equilibrio del castillo de naipes del capitalismo mundial, y se llevará consigo a la II. Internacional, que firmará su testamento con el posicionamiento casi general de los partidos nacionales que la componen a favor de los créditos de guerra. No obstante, la sacudida sísmica abrirá nuevas grietas en el panorama político, por las que brotará una nueva apuesta revolucionaria, una apuesta a favor de convertir la guerra mundial, imperialista, en guerra civil entre clases. La Revolución de Octubre dará el pistoletazo de salida.

No obstante, la sacudida sísmica abrirá nuevas grietas en el panorama político, por las que brotará una nueva apuesta revolucionaria, una apuesta a favor de convertir la guerra mundial, imperialista, en guerra civil entre clases
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