Fue uno de nuestros grandes hombres, porque fue revolucionario, un revolucionario profundamente cultivado y humano, pero, aun así, enteramente revolucionario. Eso es lo que engloba íntegramente a su persona. Eso agrandecerá su fama de ahora en adelante.
-E. P. Thompson sobre William Morris
La vida es nuestro testamento.
-Gabriel Aresti
En este 2025, cuando se acaban de cumplir 50 años de su fallecimiento, la figura de Gabriel Aresti sigue siendo tan resbaladiza y conflictiva como siempre. Sigue estando vigente aquello que Joxe Azurmendi decía en 1985, que no hay manera de hablar sobre Aresti sin responder a alguien o meterse en polémicas. A menudo, parece que la contradicción es inherente a la figura de Aresti: de inflar su figura a su desfiguración y menosprecio, del mito al desconocimiento.
De hecho, hablar sobre Aresti, es, antes de nada, hablar sobre su desconocimiento. Parece paradójico: en la historia de la literatura vasca moderna, sin duda, él es uno de los autores más conocidos, aunque solo sea por su nombre. A pesar de que escribió que no le importaba permanecer al margen de “las páginas doradas de la literatura vasca”, hoy en día se ha consagrado totalmente como uno de los escritores en euskera más importantes del siglo XX. En cualquier manual básico aparece su nombre, se enseña en los institutos, se menciona en la academia, se le rinde eterno homenaje desde el ámbito de la literatura, llevan su nombre premios de literatura, asociaciones, euskaltegis, hasta una calle, aunque en un poema conocido clamara que Dios no quiera que le pusieran su nombre a una calle de Bilbao (“Jainkoak eztezala nahi Bilboko karrika bati / nire izenik eman diezaiotela”).
Así pues, al superar los poemas la propia poesía y saltar a la calle y a la memoria oral de la gente, Aresti alcanza casi el nivel más alto de escritor popular, es decir, la cultura popular anónima
Además, Aresti no es solo un autor consagrado, sino que también es un escritor popularizado. Pocas veces coinciden la fama del mundo literario y el arraigo popular, pero, en el caso de Aresti, así ha sido. Algunos de sus poemas y canciones han ido más allá de la obra literaria. Muchos de ellos han sido popularizados por el grupo Oskorri, claro, banda que comenzó su trayectoria musicalizando los textos del poeta bilbaíno: son bien conocidas canciones como Guretzat, Emazurtz, Gora ta gora beti, etcétera. Es más, algunas canciones escritas por Aresti no se suele saber que han sido escritas por él: además de esas de Oskorri, son de Aresti los textos de las canciones populares Egun da Santi Mamiña de Laboa, San Simon eta San Juda de Lete o Guk euskaraz de Urko. Más allá de las canciones, se pueden leer algunos versos aquí y allí que no tienen por qué estar asociados al propio nombre de Aresti: “la poesía es un martillo” (“poesia mailu bat da”) puede ser el título de un festival de literatura, hemos visto las frases “no me callaré nunca, de ningún modo, en ningún lugar” (“inoiz, inola, inon ez naiz isilduko”) o “defenderé la casa de mi padre” (“nire aitaren etxea defendatuko dut”) en camisetas, o pintadas en alguna pared de algún pueblo.
Así pues, al superar los poemas la propia poesía y saltar a la calle y a la memoria oral de la gente, Aresti alcanza casi el nivel más alto de escritor popular, es decir, la cultura popular anónima. Cabe pensar que precisamente eso era lo que él quería:
Me gustaría hacer una poesía para el pueblo. Es algo aburrido saber que mi poesía es un juego para algunos burgueses. Veo cómo vuelve un euskaldun burgués y nacionalista del destierro de San Juan a casa, y para descansar del trabajo diario, mientras bebe whisky, mientras escucha su música de Bach, leerá “Bizkaitar bat” de Aresti. Y esto, amigo, me repugna. (Artikuluak. Hitzaldiak. Gutunak, Susa. 1986).
Las principales razones por las que Aresti es tan desconocido son ideológicas. Al fin y al cabo, detrás de la incapacidad de conocer a Aresti se esconde la incapacidad de entenderlo
Esa anonimidad corresponde al conocimiento popular: la literatura de Aresti no es únicamente propiedad del mundo de la literatura, sino que pervive en la cultura popular. Aun así, paradójicamente, debemos entender esa popularización vinculada con su desconocimiento. Aquello que decía Azurmendi en 1985, “que se menciona a Aresti más que a nadie, pero que se le estudia menos que a nadie”, de alguna manera todavía sigue siendo cierto. Más que el propio escritor bilbaíno, lo que se conoce es una imagen limitada de éste, una imagen construida entorno a un par de cosas relacionadas con el euskera estándar y la modernización de la literatura y otros tres o cuatro prejuicios sin fundamento. Pero, a partir de ahí, casi no se conoce a Aresti. No tenemos una imagen completa ni veraz sobre su vida, ni tampoco sobre su pensamiento. Pienso que una de las razones es bibliográfica. Si no se conoce a Aresti es debido al escaso conocimiento de su obra completa, y el problema está relacionado, en primer lugar, con el acceso a su obra. Aparte de la reedición que la editorial Susa hizo en el 2000 de Harri eta Herri, las obras y los libros que Aresti publicó en vida no están reeditados y, por lo tanto, llegar a ellos no es fácil. Los poemarios Euskal Harria o Harrizko herri hau, que tanto se leyeron y tanto influyeron en la época de su publicación, como mucho se podrán encontrar, con suerte, en los depósitos de unas pocas bibliotecas, o en las estanterías de algún familiar mayor, o en alguna tienda de segunda mano. El resto de publicaciones corresponden a antologías y similares, y tampoco es que sean muy numerosas.
Ha habido dos intentos de recopilar toda la obra del escritor bilbaíno: el de la editorial Kriselu, en 1976, y el de Susa, en 1986. El primero está descatalogado desde hace tiempo y el segundo –a pesar de que continúa siendo una referencia imprescindible para el conocimiento de Aresti, una publicación seria y adecuada, sacada adelante gracias a la voluntad firme de algunas personas jóvenes– se ha quedado en la edición de entonces y tampoco es del todo completa. Por otra parte, disponemos de una única biografía, publicada por Angel Zelaieta en 1977, otro libro de referencia fruto de un inmenso trabajo documental, pero, asimismo, sin carácter profesional. La inaccesibilidad, la nula tendencia a la reedición, el carácter militante e informal de las publicaciones, todas son características del sector editorial vasco, y también se le aplican a la obra del escritor bilbaíno.
Sin embargo, las principales razones por las que Aresti es tan desconocido son ideológicas. Al fin y al cabo, detrás de la incapacidad de conocer a Aresti se esconde la incapacidad de entenderlo. Se han propuesto todo tipo de explicaciones, la mayoría dudosas y parciales, pero “la obra de Aresti, básicamente, les es insoportable a especuladores de todos los hilos”, como escribió Koldo Izagirre en el prólogo de la edición de 2000 de Harri eta Herri. De hecho, el pensamiento, la posición y la obra de Aresti tienen como base y envoltura la ideología socialista, y toda lectura que no tome esto en cuenta, por lo tanto, siempre será parcial y deformada. Así lo dijo el mismo Aresti:
Si el sentimiento del poeta no es del gusto de la gente y si el poeta quiere perdurar en su sentimiento y poesía superior, si no niega sus sentimientos, entonces será odiado, despreciado, aborrecido y detestado. (Artikuluak. Hitzaldiak. Gutunak, Susa, 1986).
No han sido pocas las figuras socialistas rechazadas y deformadas. Sucede, por ejemplo, con William Morris en Inglaterra, Alfonso Sastre en España, Verlaine y Rimbaud en Francia; son muchas las figuras que se han deformado y cuyo carácter político ha sido escondido para integrarlas en la cultura nacional correspondiente. En la base se encuentran las dinámicas de exclusión e integración de la cultura nacional: la comunidad nacional, por debajo de la ficción de la unión entre diferentes, siempre se completa de una manera determinada, como cultura particular bajo el control de la clase media y las burguesías nacionales. Las posiciones socialistas, en tanto que participan en la cultura nacional correspondiente en la misma medida en que cargan contra la burguesía nacional, rompen con esa ficción de la unión. Por ello, suele haber dos opciones, aparentemente contradictorias, pero las cuales impulsan la misma dinámica: excluir las posiciones socialistas de la cultura nacional, o integrarlas escondiendo y despolitizando esa posición (este tema se trabajó en el número 43 de Arteka, en el artículo “Rupturas en la unión: sobre cultura nacional y lucha de clases”).
El caso de Aresti es claro ejemplo de esas dinámicas. Aquel que tuvo que soportar exclusión y rechazo constante en la época que vivió es el mismo que nos aparece hoy vacío de contenido político. Por lo tanto, se deben entender el desconocimiento y la falta de comprensión mencionados hasta ahora en estrecha relación con la deformación y la despolitización de su figura.
Las posiciones socialistas, en tanto que participan en la cultura nacional correspondiente en la misma medida en que cargan contra la burguesía nacional, rompen con esa ficción de la unión. Por ello, suele haber dos opciones: excluir las posiciones socialistas de la cultura nacional, o integrarlas escondiendo y despolitizando esa posición
Las lecturas parciales han sido diversas. Se ha pretendido entender como humanista su máxima de “siempre me posicionaré a favor de la persona”, sin entender que Aresti hace referencia a “una persona concreta”, al trabajador oprimido, que vive bajo la “alienación y la opresión, sumergido en lo inhumano”, en palabras de Koldo Izagirre. Su fijación por la verdad se ha tomado por moralismo, sin entender que esa verdad está asociada a la ideología socialista, que la verdad de Aresti es la verdad de toda la clase obrera, y que se enfrenta a la verdad del enemigo: “Nik ere / badut / nire egia, / eta bankero jaunarenak / bezainbat / edo baino gehiago / balio du” (“yo también tengo mi verdad / y vale tanto y/o más / que la del señor banquero”; en Harri eta Herri). Y el uso de la primera persona por parte del bilbaíno también se ha tomado por individualismo, como si su yo poético permanente solamente se asociase con su perspectiva personal, y con nada más. Una de esas lecturas más importantes al respecto puede ser la que Azurmendi dio en 1985:
“Aquellos quienes han querido clasificar a Gabriel en base a ‘ismos’ e ideologías, vuelvo a decir, tendrán un montón de citas, pero seguramente a ningún Gabriel. Superficialmente, en el instrumentario ideológico de Gabriel, se pensará haber encontrado grandes cambios en apariencia, desde el cristianismo hasta Trotski, pasando por Nietzsche y Marx. […] Los ‘ismos’ nunca significaron gran cosa para Aresti. Gabriel es la constante; todos los demás son cambiantes, y siempre determinados por las experiencias totalmente personales de Gabriel.” (Aresti: sentsibilitate konkretu bat, Jakin 36, 1985).
El texto refleja la actitud “contraria al reduccionismo” habitual de Azurmendi –de todas maneras, es, como poco, sospechoso que Azurmendi se haya enfrentado al “reduccionismo” sobre todo cuando el marxismo ha estado presente–. Según esa lectura, Aresti cultivó los temas desde una “sensibilidad concreta”, desde una perspectiva totalmente personal, la cual no se puede doblegar ante ideologías globalizadoras: la “persona” de Aresti estaría conformada por personas del entorno, con nombre y apellidos; la verdad sería totalmente suya; los argumentos expuestos, opiniones cotidianas; las citas, caprichos cambiantes. Sin embargo, basta con echar un vistazo a los textos para darse cuenta de que la coherencia es visible entre los argumentos, las actitudes y las citas, y que esa lectura personalista sobre Aresti no es suficiente para entender su figura.
Iñaki Aldekoa comparte esa misma opinión en su libro Munduaren neurria (1998), ya que considera que la lectura de Azurmendi es insuficiente. Toma por imprescindible analizar la influencia de la época concreta correspondiente a la poesía social, reivindicando que Aresti escribía para responder a la época más que a sí mismo. Esto amplía la explicación: la concreción de Aresti, las menciones a nombres y sucesos concretos, la poética que emana tono de opinión, todas son técnicas de intervención para responder a la época y, por lo tanto, contienen un sentido político, más que personal. Aldekoa sabe que, en el contexto de la poesía social de los 50 y 60, “ese yo [de Aresti] tiene vocación de nosotros”, que es una voz colectiva, y, partiendo de ese punto, menciona también la necesidad de observar el marxismo. Sin embargo, comprende ese marxismo “como fenómeno que supera y trasciende las categorías ideológicas”, subrayando la influencia del cristianismo. De todas maneras, reivindica demasiado esa influencia, ya que a pesar de que la tradición bíblica es material retórico y poético recurrente en su obra, la figura completa de Aresti no se puede entender desde la perspectiva del cristianismo.
De hecho, la figura y la obra de Aresti son profundamente políticas, ideológicas en sentido político. Por esa parte, también han sido varios los intentos de comprensión que se han hecho desde el nacionalismo, los cuales solamente han querido ver nacionalismo en su actitud a favor del euskera y de la liberación de Euskal Herria. Pero esa perspectiva tampoco puede entender a Aresti en su totalidad. Veamos lo que decía Koldo Izagirre en el prólogo de Harri eta Herri (Susa, 2000):
“Pienso que ‘aitaren etxea’ es tan nacional porque se le ha quitado la marca de clase; difícilmente encontraremos un texto más manipulado en la literatura, un espíritu más traicionado. ¡Cuántos políticos, sobre todo los nacionalistas vascos, habrán usado lo de la casa del padre con una interpretación parcial y desalada! Nunca nos dicen en contra de quién o de qué defenderán la casa del padre. De hecho, Aresti expresa de forma clara y cruda que se alzará ‘en contra de la sequía, en contra de la usura, en contra de la justicia’. Y nos han ocultado eso, casi se nos olvida, ya que a menudo son los representantes de los usureros y la pseudo-justicia los que nombran la casa del padre.”
Es la ideología socialista lo que da coherencia a su obra, su pensamiento y su postura. Solamente se puede observar esa coherencia mirándolo desde esa ideología socialista y, por consiguiente, llegar a entenderlo
Ni las lecturas particularistas, ni las religiosas ni las nacionalistas pueden explicar a Aresti, porque no comparten la propia perspectiva de Aresti. Son incapaces desde el mismo punto de partida. Aresti, a no ser que tomemos en cuenta el socialismo que tiene de base, se convierte en lo siguiente: un individuo contradictorio, un outsider difícil de entender, un predicador caprichoso, un hombre asociado firmemente a su época, sí, pero que una vez pasado ese momento, ha quedado trasnochado. Es la ideología socialista lo que da coherencia a su obra, su pensamiento y su postura. Solamente se puede observar esa coherencia mirándolo desde esa ideología socialista y, por consiguiente, llegar a entenderlo.
Esa coherencia, además, corresponde a toda la trayectoria de Aresti. Que el escritor bilbaíno tuvo un desarrollo ideológico, que no era igual cuando empezó a escribir y en el momento de su fallecimiento, es evidente. En cambio, pienso que la periodización que hoy en día está totalmente afincada en la academia, la cual establece que Aresti tuvo una primera fase “simbolista” y una segunda “social”, es errónea o, por lo menos, totalmente insuficiente para explicar ese desarrollo ideológico, ya que esa periodización enseñaría que las intenciones políticas y, por lo tanto, su posición socialista, solo corresponderían a la segunda fase. Por el contrario, manifiesta desde el principio preocupaciones e intuiciones que van en ese sentido. Ejemplo de ello es el coloquio de 1960 en Donostia:
“Las personas sufren, porque las personas quieren atar a un solo animal. Es entonces el momento lastimero y vergonzoso, en el cual la persona ata a la persona. […] El de abajo empieza su lucha contra el de arriba. Y cuando está arriba, entonces el que estaba arriba está abajo, se forman nuevas clases sociales y la lucha continúa.” (Poesia eta euskal poesia, Artikuluak. Hitzaldiak. Gutunak, Susa, 1986).
A pesar de que sean políticamente inmaduras, las intuiciones del joven Aresti demuestran la preocupación y el compromiso por la lucha de clases incluso desde la fase “simbolista” del principio, en la época del libro Maldan behera (1959). De hecho, la división por fases podría indicar que el joven Aresti no mostraba preocupación política hasta que llegó a la corriente de la poesía social. Es más, según esa división, se podría pensar que el marxismo de Aresti es una moda estilística, un imperativo de la poesía social. En cambio, en el propio libro Maldan behera, hay bastantes referencias a luchas y figuras revolucionarias internacionales, y también a sus posiciones políticas: “Nire grazia Aresti da ta orain ez nago ikara / (…) Hamaika neke sufritu nuen hau da bizitza pikara / Bi etsai ditut Hitler da bata bestea Amerika da”(“mi gracia es Aresti y ahora no tengo miedo / (…) He sufrido mil penurias y esta vida es pícara / Tengo dos enemigos, Hitler y América”; en Lehen poesiak).
Aunque haya un desarrollo ideológico a medida que pasan los años, desde el principio se perciben las bases de la ideología socialista en Aresti, hasta que, a partir de la década de 1960 —y qué decir en sus últimos años— alcanza una madurez política y consolida toda una posición comunista. Es por ello que debemos entender a Aresti como un “comunista sin partido”. A pesar de que esa denominación se la he leído más tarde también a Hedoi Etxarte, Jon Juaristi la formuló primero en 2014, en una mesa redonda sobre Harri eta Herri con Karmelo Landa. A más de uno le sorprenderá el nombre de Juaristi, teniendo en cuenta sus posiciones reaccionarias, pero él fue uno de los sucesores de la obra de Aresti tras su muerte y es uno de los principales expertos.
La denominación “comunista sin partido” recoge adecuadamente la politicidad de Aresti
Creo que la denominación “comunista sin partido” recoge adecuadamente la politicidad de Aresti. Por un lado, sirve para esclarecer el carácter y los límites de su labor política, ya que Aresti no tuvo una actividad política orgánica, no tuvo “oportunidad de hacer una reflexión operativa”, justamente porque transcurrió su vida sin partido, y “para tener periódico de partido, es necesario tener un partido”, como se dice en el prólogo del libro que recoge poemas escogidos de Aresti y Brecht (Poema hautatuak, Euskalema). Esto aclara que la politicidad de Aresti, más que práctica, fue polémica. A falta de un partido comunista a su medida que dirigiera su actividad, Aresti encaminó su labor política al ámbito cultural y al debate ideológico, a debatir con unos y otros partiendo de unas bases comunistas.
Por otro lado, el carácter “sin partido” expresa eso mismo: que no encontró en su vida una propuesta política de su nivel. Xabier Kintana, amigo y camarada de Aresti, afirmó lo siguiente poco después de su muerte:
“En apariencia, Gabriel era un hombre con grandes contradicciones, el cual andaba queriendo juntar los caminos del de Tréveris y la cualidad de ser euskaldun. Por ello, durante su vida, al no tener partido que saciara sus dos objetivos, no estaba con nadie, sino en una independencia rabiosa. Ya que a los euskaldunes les echaba en cara su derechismo y a los izquierdistas les mostraba su falta de vasquidad con dureza.”
La cita expresa perfectamente el carácter de la posición política de Aresti: fue un euskaldun marxista —cuando dice “de Tréveris”, se refiere a Marx, claro—, mientras vivió y hasta su muerte, como juró en una conferencia dada en 1972 en Bayona, con el pretexto de una anécdota de su infancia. Las fuentes del pensamiento de Aresti son esas dos: su cualidad de euskaldun y el marxismo. En cambio, en la Euskal Herria de las décadas de los 50 y 60, esas dos fuentes estaban materializadas de un modo muy concreto, de una forma que a Aresti no le parecía hecha a su medida. Por eso, en la medida en que fueron sus fuentes, luchó con unos y con otros: con los intelectuales españoles del PCE, por una parte, y con el nacionalismo vasco antifranquista burgués, por otra.
Defendió el euskera estándar, la literatura y las áreas culturales modernas contra las posiciones reaccionarias de algunos euskaldunes
Al parecer, Aresti recibió el acceso al marxismo de la mano de poetas de la poesía social y los intelectuales. Blas de Otero, Gabriel Celaya, Ángela Figueroa, todos ellos eran del PCE y hablaban castellano, y se reunían en la cafetería Concordia de Bilbao. Esos debates intelectuales y literarios tuvieron una gran influencia en Aresti, debido a que además de acercarlo a la corriente poética de la poesía social, por primera vez le pusieron en contacto con la literatura política marxista. Aresti, a diferencia del resto de participantes en esos debates, era bilingüe y se preocupaba por la cuestión nacional de Euskal Herria, pero, a partir de ahí, “no pensaba que fuera del marxismo hubiese solución posible a la cuestión vasca”, como recoge Ángel Zelaieta en la biografía de Gabriel Aresti mencionando a Vidal de Nicolás. A pesar de que la influencia fue notoria, no se consideraba parte del grupo, seguramente por el menosprecio de dicha cuestión vasca. Explica esa diferencia en un poema dedicado a Otero, dándole la vuelta al poema famoso Pido la paz y la palabra:
“Hemen hitza
euskal hitza
duzu,
eta galtzarpean dudalarik,
diotsut:
Gerra!
Gordetzen dizut hitza
eta ematen dizut
gerra.
Ene poema guztietarako
lege
bakarra.”
(“He aquí la palabra / la palabra vasca / y mientras la sujeto bajo el brazo / te digo: / ¡Guerra! / Te tomo la palabra / y te doy / la guerra. / Para todos mis poemas / la única / ley”; en Harrizko herri hau).
Con ello no deberíamos, sin embargo, como a menudo han hecho algunos, tomar a Aresti por mero euskaltzale o nacionalista. Aresti estuvo fuertemente vinculado con el antifranquismo abertzale, y en la década de los 50 también se movió en el entorno de EGI, pero nunca se unió de manera permanente. Asimismo, se metió de lleno en el movimiento a favor del euskera e hizo aportaciones significativas: en el área lingüística —él es uno de los mayores promotores y precursores del proyecto del euskera estándar—, y en el área de la literatura, fue uno de los principales escritores que modernizó la literatura en euskera, trayéndola a la ciudad y a los problemas de la época. En esa labor, trabajó incesantemente junto con otras personas que pensaban distinto a él. No cabe duda de que Aresti era euskaltzale, que le preocupaba el progreso del euskera, pero no entendía esa labor fuera de su posición comunista. Defendió el euskera estándar, la literatura y las áreas culturales modernas contra las posiciones reaccionarias de algunos euskaldunes. Ya que era necesario dejar a un lado el tradicionalismo y el tufo clerical de las anteriores generaciones para reunir “los caminos del de Tréveris y la defensa del euskera”.
De todas maneras, las aportaciones y los trabajos colectivos realizados dentro de la cultura nacional no acallaron nunca la posición comunista de Aresti. Sabía perfectamente que, si no había cambios después de la muerte de Franco, Euskal Herria continuaría igual y que entonces el enemigo estaría en casa, que en ese instante aparecerían “los perros y las hienas vascos, y seguiremos en la misma situación de siempre”. Es por ello que se acometió continuamente en contra del nacionalismo vasco burgués, entendiendo “que los vascos burgueses y los vascos proletarios no tienen las mismas metas”, contra aquellos que en vez de buscar la liberación de todos los vascos, buscaban “un simple y mero cambio de dueño”. Esa posición, como es habitual por nuestros lares, trajo consigo la exclusión por parte del nacionalismo vasco. Llegó a declarar que “pusieron en duda su cualidad de euskaldun”, “los propios Lete y Txillardegi”, y tuvo que defenderse continuamente contra la exclusión, para lo que utilizó agudos argumentos:
“Al parecer soy españolista y eso al parecer es pecado en Euskal Herria. Pues así andan todos los burros de Euskal Herria rebuznando: ‘¡Aresti, hijo de puta, españolista, maricón, marxista, falso!’ ¡Me han puesto una bonita etiqueta! ¡Nos la han puesto! Así, nos quieren separar de los lectores vascos. […] Esos, en su forma de hablar, usan ‘españolista’ y ‘marxista’ como sinónimos, y ¿para qué, y cómo (sobre todo cómo) explicar que para los españolistas los españolistas no son marxistas, y que para los marxistas los españolistas no son marxistas?”
Aresti propuso una modernidad alternativa para el mundo vasco y para Euskal Herria, la de la sociedad sin clases, y la defendió hasta su muerte
No obstante, no se calló. A pesar de que escribió que en más de una ocasión estuvo a punto de darse por vencido, mantuvo sin cesar su posición socialista. En eso le ayudó la aparición de nuevas generaciones: casi se podría decir que encontró su generación en los jóvenes euskaldunes de finales de la década de los 60, más que en sus coetáneos. Eran jóvenes escolarizados, vinculados al marxismo ideológicamente y a la lucha política del fin del franquismo. Invirtió el poco dinero que le quedaba en esos jóvenes para que publicasen literatura marxista en las nuevas editoriales. En 1971, a petición de aquellos jóvenes, tradujo al euskera el himno socialista La Internacional. De la mano de estos jóvenes, actuó de plaza en plaza en diferentes obras de teatro, recitales y conciertos.
Por lo tanto, esa relación con los jóvenes tenía un sentido profundamente político. Aresti falleció en 1975, y aunque no perteneció a ningún partido durante su vida, no es posible saber si habría encontrado algún proyecto político a su medida en la extensa labor política de finales del franquismo o después. De lo que no cabe duda es que los jóvenes vascos marxistas encendieron su esperanza. Por ello, en los últimos años trabajó junto a aquellos jóvenes para constituir una tradición marxista vasca. Haciendo lo que hizo durante toda su vida, “soñando con una sociedad vasca sin clases sociales”, pero con la esperanza de una fuerza nueva que pudiera llevar hasta el final ese sueño.
Si en Euskal Herria no ocurre una socialización de los medios de producción verdadera y eficaz, si permanecemos locamente en la propiedad privada, o si buscamos sustitutos falsos, como lo son el cooperativismo o la cogestión, el pueblo se sentirá engañado; entenderá a la perfección que con su lucha tan solo ha conseguido un cambio de dueño. […] El trabajo asalariado agotador, el trabajador sabe lo que es el plusvalor. Marx se lo explicó hace cien años. Y si este plusvalor se queda en manos del que no trabaja, al trabajador le arderán las entrañas. ¿No creéis, mis compañeros vascos, que, si no ocurriese algo así en Euskadi, los vascos seríamos más felices?
Encontramos en Aresti a un euskaldun marxista y, por consiguiente, un euskaldun que no obedeció al proyecto nacional de la burguesía. Esa posición engloba toda su figura y obra, y desde esa posición debemos mirarlas, entenderlas y recuperarlas, para encontrar en ellas algo útil para hoy y mañana. Aresti propuso una modernidad alternativa para el mundo vasco y para Euskal Herria, la de la sociedad sin clases, y la defendió hasta su muerte. Quiso crear una tradición, la cual no pudo acabar, pero que dejó como material vivo para el futuro, con la esperanza de una nueva fuerza que le fuera útil. Ahora, después de cincuenta años, Aresti nos sirve ante todo para el futuro. Ya que su “arrebol”, su “felicidad”, su “libertad”, su “rojo futuro” señalan siempre en la misma dirección: la dirección del comunismo.
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