En el poema titulado Tolstoi, Aresti nos decía lo siguiente con su habitual lenguaje provocador: “Soy partidario de Cristo. / Porque vino / a traer guerra, / y la paz / le hace / daño / a nuestra lengua patria”. Lo que parece una mera provocación, puede, sin embargo, contener algo de verdad. Teniendo en cuenta quién es el autor, tengo la sospecha de que tras esa afirmación se esconde una advertencia sobre la relación entre el euskera y la política: “¡Que no se os olvide que la cuestión del euskera es una cuestión política!”, o algo parecido. Por eso me parece una provocación tan sugerente, porque me pregunto si no estamos tratando al euskera de una manera ecológica, de una manera demasiado ecológica, y ya sabemos que la ecología sin lucha de clases corre el riesgo de quedarse en jardinería.
En estas próximas líneas, trataré de desgranar las reflexiones personales a las que he estado dando vueltas tirando del hilo de esa intuición. Y digo reflexiones personales, no solo porque el euskera me provoque una inquietud personal (no hace falta decir que es así), sino porque estas reflexiones no son una declaración oficial del movimiento político al que pertenezco; por tanto, toda responsabilidad de los posibles errores e ideas inapropiadas me corresponde solo a mí.
DE LA MIRADA ECOLÓGICA A LA POLÍTICA
Fue en la década de los 70 cuando comenzó a tomar forma la perspectiva ecológica sobre las lenguas. Siguiendo la senda de la ecología biológica, la ecología lingüística convirtió las lenguas en especies, y propuso estudiar la relación que mantenían con su entorno y con el resto de especies de lenguas. De esta manera, la ecología lingüística estableció el marco para el estudio de la diversidad de lenguas, su evolución y sus interacciones, así como la ecología biológica lo había hecho antes con los seres vivos. Al fin y al cabo, los organismos y las lenguas no flotan en el aire.
Al fin y al cabo, la conciencia ecologista sobre las lenguas, la posición de jardinero, implica la siguiente creencia: el valor de las lenguas no solamente es extrínseco o instrumental, sino también intrínseco y esencial; es decir, el valor de las lenguas no se limita a su carácter de herramientas de comunicación, sino que hay algo en las lenguas que es valioso per se. De alguna manera, la postura ecologista sugiere que las lenguas tienen dignidad, y, como es sabido, a lo que tiene dignidad se le debe el derecho a perdurar y desarrollarse
Vemos que, saltando del marco teórico al sociopolítico, en las últimas décadas del siglo XX, las posturas ecológicas fueron tomando fuerza, tanto en lo referente a la defensa de la diversidad de formas de vida y ecosistemas, como en la defensa de la diversidad lingüística. Al fin y al cabo, la conciencia ecologista sobre las lenguas, la posición de jardinero, implica la siguiente creencia: el valor de las lenguas no solamente es extrínseco o instrumental, sino también intrínseco y esencial; es decir, el valor de las lenguas no se limita a su carácter de herramientas de comunicación, sino que hay algo en las lenguas que es valioso per se. De alguna manera, la postura ecologista sugiere que las lenguas tienen dignidad, y, como es sabido, a lo que tiene dignidad se le debe el derecho a perdurar y desarrollarse.
Esa es una mirada honorable, pero demasiado abstracta para pensar políticamente sobre la cuestión lingüística. Si vamos a lo concreto, el problema de la dignidad de las lenguas es el problema de la dignidad de los hablantes o, más concretamente, de la dignidad de la ciudadanía, en la medida en que los y las ciudadanas también son hablantes. No obstante, los ciudadanos cuentan con otras determinaciones más allá de tener lengua: son dueños de los medios de producción o desposeídos; propietarios o inquilinos; burgueses, pequeñoburgueses, aristócratas obreros o proletarios.
Los conflictos de interés entre sujetos determinados toman la forma jurídica de conflictos de derecho entre ciudadanos, de tal manera que frecuentemente la forma jurídica de los conflictos oculta su contenido real. ¿Qué es, pues, el conflicto entre el derecho a la vivienda y el derecho a la propiedad, sino una expresión jurídica particular del conflicto entre propietarios e inquilinos? En la problemática de la vivienda, como en el resto de problemáticas, existen bandos, pero esos bandos no se reparten entre los partidarios de la igualdad y los partidarios de la libertad. Es evidente que la cuestión del euskera también toma expresiones jurídicas: muchas veces se habla de la vulneración de los derechos lingüísticos o se nos dice que los perfiles lingüísticos de los puestos de trabajo causan la vulneración del resto de derechos. Entonces, ¿cuál es el contenido concreto que ocultan esos conflictos de derecho? ¿Los enfrentamientos entre euskaldunes y castellanohablantes son enfrentamientos entre burgueses y proletarios? ¿Cómo se relacionan en nuestro entorno el eje lingüístico y el de clase? ¿La lucha contra la dominación de clase también debe ser lucha contra la opresión lingüística? Y de ser así, ¿cómo? No parece que exista una respuesta sencilla.
Simplemente declarar que el euskera es patrimonio inmaterial de la humanidad se queda, como poco, corto para dar una respuesta adecuada a esas preguntas, y se hace necesario pensar la cuestión lingüística (más concretamente la cuestión de las lenguas minorizadas y, por tanto, del euskera) políticamente. Y para pensar sobre el euskera políticamente debemos hacer un doble cambio del planteamiento: por un lado, debemos atender al contenido más allá de envolturas jurídicas e ideológicas; por otro, debemos pensar cuál es la relación de esa cuestión con nuestra estrategia política. Es decir, con la estrategia socialista.
El marco político de la Nueva Estrategia Socialista (NES) es internacional; como mínimo, europeo. Esto quiere decir que no propone una hoja de ruta para el socialismo vasco, sino una hoja de ruta general hacia el socialismo que también sirve para Euskal Herria. Esa es la diferencia: socialismo vasco o socialismo en Euskal Herria.
En ese marco estratégico general, a la fase histórica en la que nos encontramos le corresponde el objetivo estratégico de recomponer el comunismo política y culturalmente. Dentro de ese objetivo, podemos discernir dos tareas principales: por un lado, unificar organizativamente a los sectores avanzados del proletariado en organizaciones socialistas de masas; por otro, reformular la cultura política general del proletariado tomando como eje el sistema de referencia ideológico del socialismo. En resumidas cuentas, dentro del plano general de nuestra estrategia, el objetivo estratégico que corresponde a esta fase es conseguir la unificación política y cultural de la clase trabajadora en torno al programa comunista y la conciencia socialista.
Para pensar sobre el euskera políticamente debemos hacer un doble cambio del planteamiento: por un lado, debemos atender al contenido más allá de envolturas jurídicas e ideológicas; por otro, debemos pensar cuál es la relación de esa cuestión con nuestra estrategia política. Es decir, con la estrategia socialista
Al mismo tiempo, las líneas tácticas que propone la NES para la unión política y cultural del proletariado también son generales: unificación y hegemonización. Son generales precisamente porque en todas las sociedades europeas existen retos referentes a la coyuntura histórica que a grandes rasgos son compartidos por todas las formaciones sociales y, por lo tanto, porque la salida a esos retos generales no puede ser resuelta desde el punto de vista de las idiosincrasias locales particulares; por tanto, las líneas de trabajo deben ser generales. Sea como fuere, el marxismo no es, no puede ser, una biblia de fórmulas abstractas, precisamente porque la realidad social no es ni simple ni homogénea; más allá de características generales y estructurales, las formaciones sociales particulares conforman sistemas complejos de elementos históricos, políticos y culturales. Por ello, la aplicación de la estrategia y las líneas tácticas generales debe adaptarse a la situación y a las tendencias particulares de cada lugar. Ahí yace la importancia de aquello que Lenin consideraba el alma del marxismo, la importancia del “análisis concreto de la situación concreta”, ya que los retos políticos también son locales, y no hay forma más rápida para alcanzar el fracaso y la irrelevancia política que ignorarlos.
Aterrizar la hoja de ruta general de la estrategia socialista en Euskal Herria comporta diversos retos intelectuales y políticos de lo más concretos, uno de los cuales es el referente al euskera
De esta manera, aterrizar la hoja de ruta general de la estrategia socialista en Euskal Herria comporta diversos retos intelectuales y políticos de lo más concretos, uno de los cuales es el referente al euskera. ¿Sobre qué terreno social concreto queremos unificar política y culturalmente al sujeto de clase renovado en Euskal Herria? Es bien sabido que la clase trabajadora de Euskal Herria es un grupo social heterogéneo dividido lingüísticamente, entre otras cosas. Sea como sea, eso no es una singularidad de Euskal Herria, ya que existen en Europa (y qué decir en el mundo) más territorios con cuestiones lingüísticas particulares. Por lo tanto, debemos reparar en cuál es el carácter específico de la cuestión lingüística en Euskal Herria, ya que simplemente indicar que la clase trabajadora está formada por varias comunidades lingüísticas no es especialmente esclarecedor.
En Euskal Herria tenemos una lengua local minorizada, de geometría variable, con una oficialidad diferente dependiendo del territorio, con un nivel de arraigo variable dependiendo del sector sociodemográfico y en situación de diglosia –es decir, relegada a unas funciones sociales concretas–. Por otro lado, esa lengua minorizada es un elemento central en los procesos de identificación socioculturales e incluso políticos de un sector social muy significativo. Es decir, no es simplemente una herramienta de comunicación, sino que también es un ingrediente relevante de las identidades culturales y políticas colectivas. Finalmente, es una constatación histórico-empírica que los sectores obreros de esa comunidad lingüística han sido el actor político y social más dinámico dentro de ella, y que lo siguen siendo, a pesar de estar en declive.
Si ignoráramos todas esas particularidades, y siendo el objetivo estratégico la unidad de clase, se nos podría ocurrir el siguiente silogismo simple y abstracto.
p1: La unidad de clase implica unidad cultural.
p2: En Euskal Herria, el euskera obstaculiza la unidad cultural; sin embargo, el castellano y el francés la facilitan.
C: La estrategia socialista, ya que tiene por objetivo la unidad de clase, debe priorizar el castellano y el francés como herramientas de comunicación, dejando de lado el euskera.
No existe una hoja de ruta más infértil para la consecución de la unidad de clase que ese pseudouniversalismo que ignora la particularidad, pues tiene como consecuencia el aumento de las tensiones lingüísticas y nacionales de dentro de la clase, y no un acercamiento hacia esa unidad. Además, esa lógica abstracta, en lo esencial, no es nada abstracta: esconde una perspectiva nacional española tras una apariencia universalista
Parece, sin embargo, que esa lógica abstracta falla a la hora de responder a cuestiones políticas de manera concreta. Muestra evidente de ello es que la mayoría de grupúsculos comunistas de España no tienen apenas influencia en Euskal Herria, ya que no existe una hoja de ruta más infértil para la consecución de la unidad de clase que ese pseudouniversalismo que ignora la particularidad, pues tiene como consecuencia el aumento de las tensiones lingüísticas y nacionales de dentro de la clase, y no un acercamiento hacia esa unidad. Además, esa lógica abstracta, en lo esencial, no es nada abstracta: esconde una perspectiva nacional española tras una apariencia universalista.
Más allá de en un argumentario abstracto no puede decirse que el euskera sea obstáculo para la unidad de clase: si de verdad fuese un obstáculo, dejarlo de lado facilitaría que en Euskal Herria se consiguiera la unidad de clase. Por suerte (por desgracia, para algunos), eso no es más que el sueño húmedo de Unamuno.
El principal obstáculo para la unidad de clase es la propia situación diglósica del euskera, lo que crea una contradicción tan fructífera como limitante entre la subalternidad funcional del euskera y su centralidad identitaria. Por un lado, las lenguas dominantes que cuentan con todas las funciones sociales, el castellano y el francés, no consiguen provocar tracción política entre los hablantes del euskera, ya que los euskaldunes perciben la política comunicativa realizada en los idiomas dominantes como expresión de la dominación lingüística, aun cuando el mensaje presentado sea potencialmente revolucionario. Por lo tanto, no es posible llevar a cabo propaganda política ni tácticas de unificación entre los sectores más politizados de la clase trabajadora sin contar con el euskera. Por otro lado, no obstante, la situación diglósica del euskera tampoco permite una política de masas exclusivamente en euskera, ya que la hegemonización y la agitación política buscan sacudir las emociones de las personas receptoras: no se puede alcanzar la sensibilidad de la mayoría en la lengua de la minoría.
Por lo tanto, no es el euskera lo que riza el rizo, sino la situación diglósica del euskera. En consecuencia, y de manera provisional, doy por correcta la siguiente hipótesis: la situación diglósica del euskera es obstáculo para conseguir la unidad de la clase trabajadora en Euskal Herria. Así, continuando con el objetivo estratégico previamente establecido, es decir, con la unificación de la clase trabajadora entorno a una cultura política renovada, esta es la hipótesis política adecuada: a fin de tejer la unidad política y cultural del sujeto de clase en Euskal Herria, hacer frente a la situación diglósica del euskera es una mediación imprescindible.
De todas maneras, la afirmación de que se debe hacer frente a la situación diglósica del euskera es demasiado general, y trae otros problemas secundarios bajo el brazo.
APUNTES SUELTOS PARA UNA HISTORIA MATERIALISTA DEL EUSKERA
¿Cómo es, exactamente, la situación diglósica del euskera? La tipología clásica de la diglosia hace referencia a la distribución funcional que existe entre dos lenguas dentro de una comunidad humana, donde una de esas dos lenguas cumple las funciones sociales superiores (ciencia, administración, alta cultura…), mientras que la otra queda recluida al ámbito de la oralidad y contextos informales. Esa distribución funcional comporta, asimismo, una distribución de clase concreta de las lenguas: el conocimiento y uso de la lengua dominante suele ser símbolo lingüístico de la clase dominante. Sin embargo, la situación actual del euskera no se corresponde totalmente a esa tipología, o por lo menos no en todo el territorio del euskera. Por lo tanto, urge comprender la modalidad concreta de diglosia del euskera, así como identificar las relaciones entre los ejes de clase y lengua que corresponden a dicha modalidad. Para acometer esa tarea, es imprescindible dirigir una mirada histórica a la evolución del euskera.
La cita más conocida y utilizada de Koldo Mitxelena será seguramente que el misterio del euskera no yace en su origen, sino en su supervivencia. Es un punto de partida adecuado, no cabe duda. Y es que es mucho más efectivo estudiar las razones históricas que el origen histórico, al menos si el objetivo es analizar las causas del proceso de declive del euskera y las condiciones de posibilidad para su revitalización.
Por esa misma senda, una nueva generación de historiadores debería seguir el camino que iniciaron los autores Francisco Letamendia “Ortzi” y Emilio López Adan “Beltza” en el ámbito de la investigación del nacionalismo vasco: necesitamos una historia materialista de Euskal Herria. A ese respecto, son inspiradoras las obras El nacionalismo vasco. 1876-1936, Del carlismo al nacionalismo burgués y Nacionalismo vasco y clases sociales de Beltza, e Historia de Euskadi: el nacionalismo vasco y ETA de Ortzi.
Deberíamos analizar qué relaciones de condicionamiento han existido desde 1876 hasta la actualidad entre los ciclos de acumulación de capital, los ciclos políticos, los ciclos culturales y los ciclos lingüísticos en Euskal Herria, y qué modalidades de diglosia han creado esos ciclos en cada momento
En lo que respecta al euskera, nos urge una historia materialista que recoja los últimos ciento cincuenta años de historia; concretamente, el periodo entre 1876 y la actualidad. Como punto de partida, podrían sernos de utilidad las obras de Xabier Erize y Juan Madariaga Orbea. Desde un punto de vista científico más desinteresado que el trabajo de Beltza y Ortzi, Xabier Erize y Juan Madariaga Orbea han tratado la historia del euskera de una manera expresamente materialista (Nafarroako euskararen historia soziolinguistikoa (1863-1936): Soziolinguistika historikoa eta hizkuntza gutxituen bizitza, X. Erize, y Sociedad y lengua vasca en los siglos XVII y XVIII, J. Madariaga Orbea).
Deberíamos analizar qué relaciones de condicionamiento han existido desde 1876 hasta la actualidad entre los ciclos de acumulación de capital, los ciclos políticos, los ciclos culturales y los ciclos lingüísticos en Euskal Herria, y qué modalidades de diglosia han creado esos ciclos en cada momento. Al fin y al cabo, necesitamos una historiografía que ponga en orden y haga comprensibles los hechos estructurales, políticos, culturales y lingüísticos.
Iñaki Iurrebaso realizó una periodización de los ciclos lingüísticos que podría ser un punto de partida útil en esa tarea. Relacionó los periodos de sustitución, revitalización y estancamiento del euskera; sin embargo, ¿qué relaciones de condicionamiento existen entre esos ciclos lingüísticos y los ciclos políticos y de acumulación? A falta de investigaciones más profundas, he aquí algunas hipótesis provisionales de trabajo.
La restauración borbónica de 1874-1876 fue seguida por una profunda reforma de las estructuras estatales españolas. Esa reforma trajo la centralización de las estructuras estatales y por medio de la educación y el ejército, entre otros, aumentó la influencia del Estado sobre la población civil. Por otro lado, el proceso de reforma abrió la puerta a la creación del mercado interno de España, en cuya construcción participó muy activamente la alta burguesía financiera de Neguri. Todos esos cambios permitieron la primera incursión del modo de producción capitalista en Hego Euskal Herria. Y esa incursión del modo de producción capitalista trajo consigo un desplazamiento progresivo del sistema etnocrático en el que estaba arraigado el euskera [1]. Si interpretamos el periodo de sustitución en relación con la crisis del sistema etnocrático y con la primera industrialización, podremos detectar cómo a medida que el modo de producción tradicional fue reemplazado por el modo de producción capitalista, el castellano fue reemplazando progresivamente el euskera. Sea como sea, ese desplazamiento provocó en el ámbito político el salto del etnocentrismo al nacionalismo moderno; es decir, del carlismo a las ideas nacionalistas del Partido Nacionalista Vasco, y de la mano de ese salto se inició un ciclo de actividad cultural vasca que mostró indicios de revitalización hasta ser frenado por el levantamiento de 1936.
En ese ciclo económico y político, se creó una modalidad concreta de diglosia. Por un lado, a pesar de que el euskera dio sus primeros pasos hacia la modernización (como decía el poeta Lizardi, “baina nik, hizkuntza larrekoa, nahi haunat ere noranahikoa”, es decir, “pero yo quiero que esta lengua del campo esté también en todas partes”), continuó sin ser la lengua de la administración y sin cumplir otras funciones de rango alto; por otro lado, en el ámbito económico y social, el euskera estaba atrincherado en las clases sociales precapitalistas y se convirtió en la lengua dominante de un modo de producción que estaba dejando de ser dominante, es decir, se convirtió en lengua subalterna.
Por otro lado, el nacionalismo vasco moderno tuvo una relación ambivalente con el desarrollo industrial y urbano. No en vano, a pesar de que la industrialización amenazara el sistema etnocrático de relaciones y las características etnolingüísticas arraigadas en él, también permitió el nacimiento de los sujetos sociales y políticos que liderarían los dos exponentes principales del nacionalismo vasco moderno
Bajo la dictadura franquista, el régimen de sanciones y prohibiciones contra el euskera se endureció considerablemente; así, además de ser una lengua no arraigada en el nuevo sistema socioeconómico, también perdió la esfera pública dentro de las relaciones etnocráticas. En los años más duros de la posguerra, tuvo que parapetarse en el ámbito privado, bajo la forma de criptoeuskaldunidad. En esa situación, el proceso de sustitución lingüística, que ya había establecido sus bases estructurales, se aceleró. No obstante, debemos mencionar que el franquismo no fue solamente una dictadura militar. Tras el periodo autocrático, la fase desarrollista del franquismo trajo la modernización fordista y liberal de la economía española, de la mano del Plan de Estabilización de 1959. Así, uno de los focos industriales más importantes de ese proceso de modernización se ubicó, una vez más, en Hego Euskal Herria. Esa segunda ola industrializadora llevó a término el proceso histórico que la primera ola no había sino iniciado: quedando el modo de producción tradicional totalmente arrinconado, la crisis del euskera fue el correlato lingüístico de la crisis del caserío. Sin embargo, es posible que esa fotografía sea demasiado simple, ya que si solo hubiese ocurrido eso, el euskera hubiese desaparecido mecánicamente junto con la sustitución del modo de producción.
En este punto, me parecen subrayables dos aspectos del proceso. Por un lado, la introducción del modo de producción capitalista no hizo desaparecer de golpe el sistema etnocrático y las clases sociales tradicionales; eso ocurrió en el siglo que pasó entre 1876 y 1976, de manera progresiva, con dos momentos de aceleración. Así las cosas, la convivencia entre las relaciones etnocráticas y capitalistas dio pie a una formación social compleja, en la que, aunque el modo de producción capitalista fuese dominante, las relaciones sociales tradicionales también determinaron la morfología moderna de la sociedad.
Por otro lado, el nacionalismo vasco moderno tuvo una relación ambivalente con el desarrollo industrial y urbano. No en vano, a pesar de que la industrialización amenazara el sistema etnocrático de relaciones y las características etnolingüísticas arraigadas en él, también permitió el nacimiento de los sujetos sociales y políticos que liderarían los dos exponentes principales del nacionalismo vasco moderno. El euskera no podría haber sobrevivido en el mundo moderno sin un proceso de modernización de la propia lengua; y ese proceso, por su parte, no hubiese podido ocurrir en el marco del proyecto político etnocentrista y los sectores sociales que lo lideraron. Por lo tanto, aunque el proceso de industrialización dejara la estructura social tradicional del euskera al borde de la muerte, fue ese mismo proceso el que creó las condiciones para que el euskera pudiera sobrevivir en el mundo moderno. Si los focos de industrialización se hubiesen establecido en Andalucía y Extremadura, por ejemplo, es posible que el proceso de sustitución hubiese sido más lento, pero también mucho más letal. Muestra de ello es lo ocurrido en Occitania, Bretaña o, si se observa de manera diferenciada, Ipar Euskal Herria. Al quedar esos territorios fuera de los focos de desarrollo industrial de Francia, los tejidos económicos de esas sociedades se desarrollaron dentro del comercio interior estatal, pero en condiciones de total dependencia. En consecuencia, sus composiciones sociales se transformaron de manera mucho más lenta en el sentido moderno: perduraron las clases sociales tradicionales, pero cada vez más asfixiadas por las dinámicas económicas capitalistas y, por lo tanto, no crearon movimientos nacionalistas modernos fuertes.
En Hego Euskal Herria, por su parte, fue exactamente en ese periodo de desarrollismo franquista cuando se creó el ciclo político que se extendería hasta principios del siglo XXI, concretamente: el ciclo del nacionalismo moderno de izquierdas. Así, de la mano del nacionalismo de izquierdas, se completó totalmente el salto del etnocentrismo al nacionalismo moderno, al tiempo que se dio un acercamiento a las tesis socialistas. De esta manera, este ciclo político, junto con el ciclo cultural que lo acompañó, hicieron posible un periodo de revitalización del euskera: estandarización de la lengua, alfabetización de niños y adultos, resurgimiento de la literatura y producción de canciones, florecimiento de medios de comunicación… Todo eso fue posible solo en el seno del proyecto de construcción nacional moderno que trascendía las características etnocéntricas.
Si entendemos la Transición como un proceso de integración y de desmantelamiento de los ejes de conflicto, la consecuencia lógica sería afirmar que en Hego Euskal Herria el proceso de transición no culminó hasta completarse la integración total del MLNV. A pesar de que la estandarización social de la clase media, en la mayoría de los aspectos, fue tan o más profunda que en el resto de los territorios, el proceso de integración política en Hego Euskal Herria fue muy conflictivo y prolongado, lo que afectó al movimiento a favor del euskera
En lo que se refiere al periodo de estancamiento, la clave para su esclarecimiento podría ser la estandarización social de la clase media. La forma concreta de ese proceso de estandarización fue la Transición española en Hego Euskal Herria, entendiendo dicha transición en su sentido más amplio, es decir, como proceso de integración estatal y desmantelamiento de antagonismos sociales y nacionales. Leí una curiosidad muy esclarecedora a Emanuel Rodríguez en su obra El efecto clase media: al parecer, en 1971, el general estadounidense Vernon Walters viajó a Madrid, enviado por Nixon, para preguntar a Franco qué iba a ocurrir en España en los próximos años, a lo que Franco respondió: “Lo que le interesa realmente a su presidente es lo que acontecerá en España después de mi muerte, ¿no? Yo he creado ciertas instituciones, nadie piensa que funcionarán. Están equivocados. El Príncipe será rey, porque no hay alternativa. España irá lejos en el camino que desean ustedes, los ingleses y los franceses: democracia, pornografía, droga, qué se yo. Habrá grandes locuras pero ninguna de ellas será fatal para España. Yo voy a dejar algo que no encontré al asumir el gobierno de este país hace cuarenta años. La clase media española. Diga a su presidente que confíe en el buen sentido del pueblo español, no habrá otra guerra civil”. Para Rodríguez, el tardofranquismo estableció las bases socioeconómicas de la clase media en España, mientras que la Transición le dio la forma política y cultural: es decir, convirtió a los partidos políticos y sindicatos en aparatos de estado y, de esa manera, integró a la clase trabajadora y su lucha en el Estado; el modelo territorial de las autonomías diluyó el eje de conflicto nacional; los modelos de consumo, la liberalización de las costumbres y los mecanismos de bienestar crearon un sentimiento de pertenencia a una clase media que no era ni burguesa ni proletaria y su modo de vida correspondiente. En resumen, la Transición culminó el proyecto de una sociedad estandarizada de clase media, proyecto en realidad franquista.
Sin embargo, si entendemos la Transición como un proceso de integración y de desmantelamiento de los ejes de conflicto, la consecuencia lógica sería afirmar que en Hego Euskal Herria el proceso de transición no culminó hasta completarse la integración total del MLNV. A pesar de que la estandarización social de la clase media, en la mayoría de los aspectos, fue tan o más profunda que en el resto de los territorios, el proceso de integración política en Hego Euskal Herria fue muy conflictivo y prolongado, lo que afectó al movimiento a favor del euskera.
El caldo de cultivo del movimiento social a favor del euskera y del periodo de revitalización de la lengua fueron los fenómenos económicos, políticos y culturales del tardofranquismo; por su parte, el proceso de transición trajo el abono para el movimiento institucionalizado a favor del euskera: aparecieron desdobles institucionalizados y profesionalizados de las organizaciones populares a favor del euskera en ámbitos como la educación (la creación del modelo D, modelo de inmersión lingüística en el sistema educativo público), los medios de comunicación (el canal de televisión EITB) y la alfabetización (HABE: Instituto de Alfabetización y Reeuskaldunización de Adultos). De todas formas, al igual que el proceso de integración del conflicto político, la integración del movimiento a favor del euskera tampoco estuvo exento de enfrentamientos, lo que abrió camino a la relación de reciprocidad tensionada entre el movimiento social y el movimiento institucional a favor del euskera, que sigue existiendo a día de hoy. No obstante, a medida que avanzó la integración política, paulatinamente el movimiento institucional prevaleció por encima del movimiento social.
En mi opinión, la estandarización social de la clase media, el proceso de integración política y la prevalencia del movimiento institucional por encima del movimiento social en el ámbito de la defensa del euskera se podrían considerar aspectos interrelacionados de un mismo proceso y podrían ser útiles para el esclarecimiento de las causas que provocaron el periodo de estancamiento. Ese proceso se ha dado de forma especialmente pura en la Comunidad Autónoma Vasca, donde ha invertido relativamente la modalidad de diglosia del euskera: por un lado, el euskera se ha hecho con las funciones superiores, de manera relativa, dentro del marco del régimen autonómico, y se ha atrincherado entre los sectores sociales de clase media que ejecutan esas funciones; por otro lado, el debilitamiento del movimiento social a favor del euskera y la dinámica glotófaga del capitalismo han dejado al euskera fuera de las funciones sociales informales.
Sea como sea, el marco administrativo en el que se ha conseguido el nivel más alto de normalización del euskera es la CAV y, pragmáticamente, se podría pensar que lo mejor sería mantener y defender esa trinchera en vez de estar sacándole la punta. Sin embargo, el hecho de que sea el ejemplo más perfeccionado del modelo de normalización actual es exactamente la razón por la que conviene criticarlo sin piedad, ya que eso nos permite detectar el alcance y los límites del modelo. No se puede pensar estratégicamente en el avance del euskera si no es de esta manera. Sea como sea, queda en evidencia que en Nafarroa e Ipar Euskal Herria la situación del euskera tiene unas características particulares, por lo que habrá que adaptar las líneas de trabajo y reivindicaciones a sus situaciones, y no al modelo puro deducido de la CAV.
UN PAR DE APUNTES SOBRE COYUNTURA Y NORMALIZACIÓN
No es necesario decir que los apuntes que he realizado sobre la perspectiva estratégica y la configuración histórica y material del euskera se quedan cortos y que el tratamiento estratégico y materialista del euskera requiere de una investigación más profunda y de una exposición de los conceptos más sistemática. No obstante, en el breve espacio que tengo, no puedo más que utilizar conceptos provisionales para tratar de interpretar la coyuntura del euskera, tales como la ofensiva contra el euskera, el potencial auge reaccionario en el movimiento a favor del euskera, y la cuestión de la oficialidad dentro y fuera de la CAV.
Seguramente, la fe de bautismo más conocida de la Revolución francesa será la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, documento que reivindicó lo siguiente con gran ostentación: “Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos”. Sin embargo, los estados español y francés han relegado a las personas que hablan euskera a una posición de ciudadanía de segunda, lingüísticamente hablando. Y lo seguimos estando, sobre todo en la zona “mixta” o “no euskaldun” de Nafarroa y en todo Ipar Euskal Herria. Especialmente Francia tiene en el imaginario de muchos euskaldunes el estigma del monumento más nauseabundo en honor a la hipocresía. Y es que es sabido que el modelo social de la burguesía no ha cumplido los sueños formales de ciudadanía de sus antecesores, y que, además, debido a razones estructurales, tampoco podría hacerlo.
Según parece, los tribunales están ejecutando una estrategia esencialmente política para oprimir el euskera administrativamente y perpetuar esa situación jurídicamente. Como es normal, eso ha encendido todas las alarmas en el movimiento a favor del euskera. Sin embargo, la centralidad de la campaña contra la ofensiva no ha hecho más que poner de relieve las carencias de ese movimiento
Al tomar conciencia de esos hechos, muchos comunistas comprendieron las tareas democráticas de la revolución socialista en los siglos XIX y XX, entre ellos los bolcheviques. En esa senda, Lenin tuvo muy claro desde el principio que suprimir los privilegios y opresiones nacionales y lingüísticas era un punto incontestable del programa. Además, lo consideró requisito sine qua non para poder superar las tensiones étnicas internas causadas por el imperio ruso y conseguir la unidad de la clase trabajadora de todas las naciones.
También los comunistas actuales deberíamos atender esta cuestión particular desde la perspectiva de las tareas democráticas del socialismo, o por lo menos así lo creo: el euskera necesita una oficialidad completa. De todas formas, esa oficialidad no puede ser más que una línea de trabajo particular contra la situación diglósica del euskera, ya que por mucho que la oficialidad sea necesaria y de justicia, el partido estratégico del euskera no se juega en ese terreno de juego, sino en el modelo de normalización; dicho con otras palabras: en la estrategia para posibiltar que el euskera cumpla todas las funciones sociales sin obstáculos estructurales.
Relacionado con ese último punto, me parece significativo el tratamiento de un tema sobre la coyuntura del euskera que últimamente está a la orden del día: la ofensiva contra el euskera. Según parece, los tribunales están ejecutando una estrategia esencialmente política para oprimir el euskera administrativamente y perpetuar esa situación jurídicamente. Como es normal, eso ha encendido todas las alarmas en el movimiento a favor del euskera. Sin embargo, la centralidad de la campaña contra la ofensiva no ha hecho más que poner de relieve las carencias estratégicas. Y es que esa centralidad conlleva trabarse en la defensa del actual modelo de normalización (es decir, la defensa del modelo de estancamiento) que lleva veinte años mostrando signos de agotamiento, el cual es un planteamiento condenado, a largo plazo, al fracaso estratégico. Pensemos honestamente: ¿a qué sectores sociales interpela la defensa del perfil del euskera en las funciones administrativas? El análisis de la modalidad de diglosia invertida, de ser correcta, nos debería llevar a pensar en una estrategia de supervivencia del euskera socialmente expansiva, y no al culto a la defensa de unas estructuras estatales que tienen dificultades para integrar a sectores cada vez más amplios de la clase trabajadora. Aun consiguiendo un bilingüismo total en las altas funciones, la crisis de los mecanismos de integración deja a cada vez más personas sin acceso a esas esferas, lo que se traduce en un progresivo debilitamiento del margen de influencia del movimiento institucional a favor del euskera. El bilingüismo total en la administración reforzaría la ciudadanía formal de los euskaldunes, pero no tendría capacidad de hacer frente a la situación de diglosia, ya que la característica principal de la modalidad de diglosia actual del euskera es ser una lengua administrativa relegada de las funciones económicas y de las funciones sociales informales. En consecuencia, la línea de trabajo contra la ofensiva solo tendría sentido dentro de una estrategia más amplia contra la situación de diglosia, mientras que convertir esa línea de trabajo en estratégica no sería más que un retroceso estratégico. Mantener las posiciones suele ser una victoria táctica importante; sin embargo, limitarse a mantener las posiciones significa, a veces, un retroceso, sobre todo cuando la misma posición deja de ser estratégica.
Lo más probable es que, si se colara el discurso reaccionario, se colara bajo el disfraz de una “preocupación sincera” sobre la migración, calificando la ola migratoria actual y posibles olas futuras como amenaza para la cultura nacional
Soy consciente de que esa lectura de la situación, según y cómo se interprete, puede acarrear el riesgo de caer en el izquierdismo. No voy a negar que seguí con interés la pequeña polémica encendida entre Hedoi Etxarte y Santi Leoné a raíz de las declaraciones de Anton Arriola, cuando este último afirmó que el euskera era una traba para atraer talento a Euskal Herria. Etxarte calificó las palabras de Arriola retóricamente como una declaración a favor del euskera: “A mi parecer, esas afirmaciones son una declaración a favor del euskera. Del euskera de quienes queremos que esa lengua esté en el eje de la emancipación, claro. Dentro de mi universo del euskera no caben ni banqueros, ni jueces ni policías”. Leoné, por su parte, recriminó a Etxarte, en la emisora Euskalerria Irratia, convertir el euskera “en una propiedad privada” y declaró que detrás de esa postura se escondía el deseo de perpetuar la diglosia. En mi opinión, ambos tienen algo de razón, pero ambos están errados. Leoné tiene razón cuando subraya la importancia de la normalización y generalización del euskera, ya que es innegable que reivindicar como estrategia a favor del euskera un modelo de diglosia politizado se queda corto o, incluso, es contradictorio. De todas formas, no responde a una preocupación implícita muy importante de Etxarte: la preocupación por el modelo de normalización. Además, su perspectiva también acarrea el peligro de menospreciar los factores sociopolíticos del anterior periodo de revitalización del euskera y de aquello que pudiera estar por venir; es decir, menospreciar la importancia de articular la lucha a favor del euskera de una manera, si se quiere, acumulativa con otros ejes de lucha. Por su parte, Etxarte lleva razón al problematizar el modelo de normalización, pero, en vez de contraponer un modelo de normalización alternativo, contrapone un modelo de diglosia alternativo, al menos a simple vista. Así, sin una estrategia contra la diglosia y por la normalización, reivindicar la subalternidad y la articulación emancipadora del euskera podría traer que el euskera se convirtiera en símbolo identitario de la revolución, lo cual es izquierdista, aunque parta de una intuición adecuada.
Aparte de ese elemento, hay otro que está en el centro de la coyuntura política general y que, a pesar de que todavía no se ha plasmado en el movimiento a favor del euskera, cada vez está más presente en el ambiente: el auge reaccionario. Día tras día, las tasas de crecimiento y la influencia imperial de las grandes potencias occidentales van menguando, y aumenta la polarización social de la riqueza, mientras el poder adquisitivo de la clase trabajadora se desgasta y se recortan servicios públicos. Los ricos, cada vez más ricos; los pobres, cada vez más pobres. Cualquiera se da cuenta de ello. Pero de la mano de la ofensiva económica, en Occidente también existe una ofensiva para recortar derechos políticos y sociales. En ese contexto, las posturas ideológicas de las clases medias nacionales se están radicalizando hacia el nacionalismo identitario y el clasismo. En Euskal Herria también podemos ver indicios, tanto en el clima político general como en ciertos agentes políticos particulares que han aparecido en los últimos tiempos. Diría que el movimiento a favor del euskera no se posiciona de ninguna manera en esos códigos, pero tampoco está a salvo. Moviéndose a la deriva por culpa de la crisis estratégica que atraviesa, no es una hipótesis improbable que el clima cultural reaccionario que está cogiendo fuerza afecte al movimiento a favor del euskera y que lo haga caer en el repliegue identitario.
Lo más probable es que, si se colara el discurso reaccionario, se colara bajo el disfraz de una “preocupación sincera” sobre la migración, calificando la ola migratoria actual y posibles olas futuras como amenaza para la cultura nacional. No obstante, las personas migradas, en tanto que sujetos devaluados e inintegrables, son un efecto, y no una causa: quedan fuera de los mecanismos de integración económicos y administrativos y, en consecuencia, no caben en la ficción cultural de la clase media. La falta de inmersión lingüística en el euskera no es más que otro ejemplo de ello, en gran medida. Esto es evidente en las escuelas de modelo D, donde la inmersión lingüística es tan bochornosa, donde sus recursos son tan limitados, que devalúa dos veces a los niños y las niñas migrantes: lingüísticamente y cognitivamente. No son las personas migrantes quienes posan un peligro para el euskera, sino la dinámica social que las produce como sujetos devaluados. Disfrazado de crítica contra el modelo migratorio neoliberal, el discurso reaccionario contra las personas migrantes no sirve más que para reproducir ese sujeto devaluado. Así, la idea identitaria y clasista de la comunidad nacional, que se supone que no quiere otra cosa que proteger el euskera, acaba reforzando una modalidad específica de diglosia del euskera.
Curiosamente, el fenómeno de las lenguas minorizadas es el reverso inevitable de ese mismo proceso: el propio proceso de construcción de la Europa de las naciones fue el que otorgó un carácter hegemónico y moderno a algunas lenguas y un carácter subalterno a otras. Por lo tanto, si la existencia de los Estados nación modernos implica la existencia de lenguas minorizadas, el modelo general de normalización de las lenguas minorizadas no puede ser el modelo de los Estados nación
Además, la idea de que las olas migratorias causan mecánicamente la pérdida del euskera no es una idea científica. Cuantitativamente, cuando una masa de gente que no habla euskera llega a Euskal Herria, ese hecho, al principio, modifica la media de hablantes de euskera, de nada sirve negarlo. Pero los procesos históricos y sociales no son meros procesos cuantitativos. La inmigración y la sustitución del euskera pueden ser correlativos bajo unas condiciones concretas, pero eso no nos puede llevar a concluir que existe una relación total de causa-efecto entre una cosa y la otra. El periodo de revitalización arriba mencionado es el ejemplo más claro, ya que ocurrió tras la mayor ola migratoria que jamás ha recibido Euskal Herria. Además, no es casualidad, ya que esa ola migratoria fue un aspecto imprescindible del proceso que posibilitó el periodo de revitalización del euskera. En realidad, uno de los factores que convierte en correlativos la inmigración y la sustitución lingüística es, entre otros, el discurso reaccionario, ya que refuerza la segregación social, política y cultural entre la clase trabajadora euskaldun y migrada. Así, quienes consideramos la lucha contra la situación diglósica del euskera como línea de trabajo en la estrategia general de la unidad de clase tendremos que estar atentos y deberemos responder con firmeza ante las posturas clasistas y nacionalistas identitarias que caracterizan la reacción, ya sea dentro del movimiento a favor del euskera como fuera de él.
En lo que respecta a la aportación positiva de la política (y el arte) socialista, un apunte general: anteriormente, he ubicado la función contra la situación diglósica del euskera en las tareas de mediación de la estrategia socialista. El reverso de esa moneda es el siguiente: la política (y el arte) socialista también puede ser la mediación de la lucha contra la situación diglósica del euskera. Si el análisis de la dimensión de clase de la situación diglósica del euskera es acertado, es decir, si tenemos una situación de diglosia específica que dificulta el enraizamiento del euskera en ciertos sectores del proletariado y lo atrinchera en la clase media, esa situación determina unos retos sociodemográficos concretos para el euskera. Y en la medida en que el objetivo general que atraviesa todas las líneas de trabajo tácticas de la política socialista es la consecución de la unidad de clase política y cultural, uno de los aspectos de esas líneas de trabajo será erigirse como conector político y cultural entre el proletariado que sabe euskera y el que no. De esta manera, la tarea de las organizaciones socialistas de Euskal Herria goza de una posición privilegiada, objetivamente, para hacer su aportación en la superación de esos retos a los que se enfrenta el euskera.
Para terminar, una pregunta. Más allá de las particularidades locales, ¿cuál debe ser el modelo de normalización de las lenguas minorizadas? El euskera no es la única lengua minorizada de Europa, por lo que es probable que, a medida en que se vaya internacionalizando, el movimiento socialista, en muchos lugares, deba pensar políticamente en la cuestión de las lenguas minorizadas. Es evidente que luchar contra la diglosia conlleva luchar a favor de la normalización, por lo menos si consideramos normalización aquella situación en la que una lengua no tenga obstáculos estructurales para cumplir todas las funciones sociales. Sin embargo, la cuestión del modelo de normalización es espinosa, ya que la normalización de las lenguas vernáculas es un fenómeno histórico específico de la modernidad y está históricamente y estrechamente relacionado con el proceso de construcción de los Estados nación y la hegemonización del modo de producción capitalista. Curiosamente, el fenómeno de las lenguas minorizadas es el reverso inevitable de ese mismo proceso: el propio proceso de construcción de la Europa de las naciones fue el que otorgó un carácter hegemónico y moderno a algunas lenguas y un carácter subalterno a otras. Por lo tanto, si la existencia de los Estados nación modernos implica la existencia de lenguas minorizadas, el modelo general de normalización de las lenguas minorizadas no puede ser el modelo de los Estados nación (a pesar de que es posible, aunque dudoso, que este modelo pudiera tener éxito en algún caso). Además, para las y los comunistas, la táctica contra la diglosia no puede implicar el impulso acrítico de estrategias para la formación de nuevas estructuras burguesas. Al contrario, es el aterrizaje de la estrategia socialista en Euskal Herria lo que nos ha llevado a reivindicar la necesidad de hacer frente a la situación diglósica del euskera. Por tanto, desde el punto de vista de la estrategia socialista, hablar de la normalización de las lenguas minorizadas trae consigo la reivindicación del derecho de autodeterminación y la necesidad de reflexionar sobre el modelo de normalización vinculado a la construcción del Estado socialista, como no podía ser de otra manera.
Quiero dejar claro que no tengo pretensión alguna de encontrar una fórmula para salvar el euskera, ni tampoco de despreciar el trabajo de nadie. Como a Aresti, a mí también “me entran ganas de subir al Gorbea” de vez en cuando, “para desde allí organizar la salvación del euskera; pero me quedo aquí, en estas calles, esperando un milagro”. Yo no tengo soluciones, lo que tengo son algunas ideas sueltas que querría traer a debate público, intuiciones y, sobre todo, preguntas que pueblan mi mente. Gabriel Aresti juró que sería euskaldun y marxista hasta la muerte. Que en nuestras lápidas también escriban: “Fue euskaldun y marxista”..
NOTAS
[1] En referencia al marco teórico de la ecología / el ecologismo lingüístico y la relación de esa corriente con la ecología / el ecologismo biológico, ver los siguientes textos de Albert Bastardas Boada: Ecología y sostenibilidad lingüísticas desde la perspectiva compléxica eta Ecología lingüística y lenguas minorizadas: algunas notas sobre el desarrollo del campo.
PUBLICADO AQUÍ