«Todos lo vemos: el euskera se ha perdido» FOTOGRAFÍA / Zoe Martikorena
Aitor Bizkarra
@ElurBisutsa
2020/12/29

Este es un artículo de opinión y no, en absoluto, un artículo científico; eso, para empezar. Las concepciones marxistas sobre la realidad, el conocimiento probablemente limitado de las vicisitudes históricas de Euskal Herria, unas pocas referencias textuales y el amor al euskera -un mézclum de todo ello-, me ha llevado (o mas concretamente: nos ha llevado) a plantear la siguientes intuiciones e hipótesis de trabajo. Algunas ideas importantes no se mencionan, y otras son evidentes.

El euskera ha tenido dos muertes, como ya sabemos todos. Nuestra lengua se encuentra en el grupo de formas de ser que no mueren por completo al morir y que tienen una capacidad milagrosa de morir más de una vez. La primera muerte fue por persecución y prohibición. La segunda, reciente, en cambio, ha sido fruto de la derrota ideológica. Según nos ha enseñado Pako Aristi,la segunda muerte se produce «cuando la imaginación colectiva de la sociedad diseña un futuro sin esa lengua». Bueno, pues mi intención es, precisamente, poner en cuestión ese relato, no porque considere que no ha habido persecución, prohibición, o derrota ideológica –Incluso diría que son hechos objetivos-, sino porque me parece que son epifenómenos de otros acontecimientos de fondo, y que no se puede analizar seriamente la evolución histórica y la situación actual del euskera si no es a partir de esos hechos básicos. Por tanto, sin extenderme demasiado, los puntos que voy a defender son los siguientes: 1) La primera muerte del euskera se basa en la introducción del modo capitalista de producción en Euskal Herria y, en consecuencia, en el declive y la pérdida de centralidad del campesinado como clase social. 2) En la base de la segunda muerte del euskera, están el agotamiento del ciclo posfordista de acumulación de capital y el declive de las clases medias.

Los seres humanos son históricamente reconocibles en la producción de sus medios de vida, en la reproducción de su vida material. Asimismo, esto ocurre necesariamente bajo relaciones sociales concretas, es decir, las fuerzas productivas aparecen articuladas en formas sociales específicas, en su grado de desarrollo variable, a lo largo de la historia. Ahora bien, la noción misma de relación social implica, de un modo inseparable, una producción de otro nivel, que no es simple producto derivado de la producción material: la producción de signos lingüísticos y de significados. En otras palabras: la producción de recursos vitales y la producción semiótico-lingüística se entrecruzan de forma inseparable. Así, pues, en general, es inherente al ser humano la producción de su vida material bajo alguna forma de asociación, y, del mismo modo, le es esencial lenguaje, pero no le es propia esta o aquella forma social que adopta su actividad o el hablar tal o cual lenguaje: éste es el resultado concreto de las vicisitudes del desarrollo histórico. Es decir: el ser humano no es esencialmente capitalista y esencialmente hablante chino, sino esencialmente productor y esencialmente parlante.

El campesinado vasco nunca ha sido portador esencial del euskera. Y es que el euskera no tiene ningún portador esencial. Pero si dijéramos que ha sido portador efectivo del euskera durante mucho tiempo, no estaríamos diciendo grandes barbaridades. Sin entrar demasiado en precisiones, antes de la simbólica fecha de 1876, un alto porcentaje de la población de Euskal Herria era campesina, organizada en precarias pero autónomas unidades económicas ganaderas y agrarias, aislada por la escasez de medios de transporte y de comunicaciones y diferenciada lingüística y culturalmente. También podíamos citar, naturalmente, a los pescadores, a los pequeños comerciantes de las villas, etc. El euskera, en todo caso, estaba enraizado en ese entorno, sus principales portadores unas clases sociales tradicionales concretas y, como lengua, era un medio de comunicación útil en la adaptación a un modo concreto de producción; en ello residía, precisamente, su riqueza y su carácter espontáneo.

La Restauración Borbónica de Alfonso XII (y Cánovas) fue una especie de síntesis de la revolución burguesa (fracasada) y de las fuerzas sociales precapitalistas: por un lado, la protección y defensa de los intereses de los grandes terratenientes, de la iglesia y de la aristocracia; por otro, la homogeneización jurídica, administrativa y económica necesaria para la efectiva incorporación del modo capitalista de producción en España. No hay necesidad de decir que la creación del mercado nacional español, incluyendo su reflejo jurídico-administrativo, fue un primer paso muy importante para atacar la base de las condiciones de vida y los modelos de vida precapitalistas y establecer la forma de producción capitalista. Asimismo, uno de los aspectos derivados de este proceso fue el agresivo intento de construcción de la identidad nacional española. Sin embargo, España era en aquella época una heterogénea suma de comunidades humanas dislocadas, y la unión nacional debía ser necesariamente precaria: no hay más que ver el auge de los nacionalismos a finales del siglo XIX.

Sin embargo, el proceso no tenía vuelta atrás, y al ser el castellano, al menos en Hego Euskal Herria, la lengua vehicular del nuevo modo de producción, la tendencia general del euskera fue fortificarse en el campesinado. Además, el sujeto político del patriotismo histórico del PNV no eran en realidad las clases bajas precapitalistas —que eran un objeto folclórico legitimador—, sino la burguesía urbana no monopolista de Bilbao. En palabras de Kirikiño, a principios del siglo XX «Todo el euskera o la mayor parte del que se escucha en las calles de Bilbao, lo hablan labradores, campesinos, niñeras, nodrizas, vendedores de pescado y parecidos; entre los que huelen a Señor, poco o nada». El propio Kirikiño, retóricamente, preguntó sobre la relación entre el lenguaje y la clase: «¿Llevará hablar en euskera necesariamente consigo el ser necesitado o no pudiente o pobre?». En aquella época, aunque el número de vascoparlantes era todavía elevado, el euskera estaba fortificado en boca de una clase social regresiva sin deberes históricos, fuera del mercado nacional español y del progreso histórico. El discurso extendido que consideraba al euskera esencialmente incapaz para la Edad Moderna, entre otros el de Unamuno, también debemos entenderlo sobre esa base material real.

Fruto de las prohibiciones y de la persecución, en el siglo que va de 1876 a 1976 (aunque comenzó antes y aún no ha terminado), el sufrimiento del euskera y de sus hablantes ha sido severo. Prácticas como la pena del anillo vienen de tiempo atrás, y sólo hay que abrir ahotsak.eus para descubrir si los que sólo sabían euskera tuvieron que sufrir algo en el inicio del franquismo. Sin embargo, en mi opinión, el énfasis únicamente en el régimen sancionador que es obvio provoca con frecuencia que se ignoren los puntos débiles estructurales del euskera, tanto entonces como ahora.

El pensamiento de los bertsolaris nacidos en el campo en los años 20 del siglo XX está atravesado por la intuición, por ejemplo, de que el declive del campesinado y el del euskera eran directamente proporcionales. «Euskara ez duk nehoiz galduko / baserritarrak dauzkano» («El euskera no se perderá nunca/ mientras tenga campesinos»), decía Xanpun; «O, baserritxo, (...), orain bakarrik uzten zaituzte / ondotik danak aldegin» («Oh, caserío, (...), ahora te dejan solo / se van van todos de tu lado», «Gaur baserri hau ikusten det nik / gure euskera bezela» («Hoy veo este caserío / como nuestro euskera») o, en cambio, Lazkao Txiki «Danok ikusten degu: / euskera galdu da» («todos lo vemos: / el euskera se ha perdido»); o Xalbador «Noizbait hilobi huntan / norbait balabila / zure izaitearen / errestoen bila» («si alguna vez en esta tumba / alguien anduviera / en busca de los restos / de tu ser»).

Sin embargo, la escoba de la historia, aunque ha hecho desaparecer aquella forma precapitalista de producción, no ha podido meter el euskera en el saco de las lenguas muertas o las lenguas de los muertos. El euskera ha salido ileso de su primera muerte, o al menos ha salido, aunque no del todo bien; y, eso es una prueba más de que las lenguas no tienen ni portador, ni entorno, ni forma de producción esencial.

Para hablar de la segunda muerte hay que destacar un matiz: la diferencia entre los procesos de construcción nacional en Francia y España. Y es que, tal y como afirman Zabalza e Igartua en su obra Euskararen historia laburra (breve historia del euskera), «Francia es la obra de una revolución exitosa. Durante décadas, progresista y francés fueron sinónimos». Esto contrasta con el carácter anti-modernista, «Alpargatado», «Clerical» y el tono regresivo de la identidad vasca en Iparralde. El caso español ha sido diferente. No se puede dejar sin mencionar que el franquismo fue la fase más decisiva, la más importante, para la construcción nacional española y la modernización capitalista, pero «la Guerra Civil y la posterior dictadura» abrieron la posibilidad de «romper esa maldición y presentar la identidad vasca como un agente de resistencia antifranquista»: «A diferencia de Iparralde, en Hego Euskal Herria progresista y euskaldun fueron sinónimos a partir de los años sesenta».

A finales del siglo XIX hubo una ola de industrialización en Hego Euskal Herria; además, las dos primeras décadas del siglo XX fueron años de crecimiento de la oligarquía industrial y financiera vasca. Sin embargo, la sociedad vasca del sur se convirtió no se convirtió verdadera sociedad capitalista hasta los años 60; a partir de la aprobación en 1959 del Plan Nacional de Estabilidad Económica por el Estado franquista, fruto de una tensa década de transformación de los 50. Creo que en ese contexto, en el segundo proceso de industrialización-proletarización de la sociedad vasca de la parte sur, se sitúa el principal motivo por el que el euskera no murió en su primera muerte. Este proceso provocó, como es sabido, dos ejes de movilización de la mercancía fuerza de trabajo: uno la migración desde el exterior, y el otro la migración interna del campo a la ciudad. Aunque la intuición parece decir lo contrario, esta transformación estructural creó la oportunidad de dar la vuelta al proceso de decadencia que venía de finales del siglo XIX, ya que el marco de comprensión que generó el nuevo nacionalismo de izquierdas de ETA permitió por primera vez en la historia proyectar la supervivencia del euskera en una clase social históricamente progresiva, la clase trabajadora. Además, a diferencia del nacionalismo anterior, en el que el euskera iba detrás del cristianismo y la raza como rasgos distintivos de la identidad vasca, la lengua adquirió centralidad y simbolismo. Todo ello reorientó el euskera hacia la línea de la historia y lo convirtió en un elemento de oposición progresista, tanto política como culturalmente. Además, la estandarización del euskera y el movimiento de las Ikastolas, los euskaltegis y las escuelas nocturnas tuvieron un papel fundamental en la alfabetización y en la difusión del conocimiento.

Sin embargo, el brutal desarrollo de las fuerzas productivas especialmente en aquella última década y media y los conflictos internos del régimen que se dieron en el seno del franquismo por un lado, y por otro la presión de las diversas oposiciones políticas, obligaron a la oligarquía franquista a transformar aquella forma monolítica de Estado en la dirección de la democracia burguesa a través de la famosa Transición. Como decíamos, hacia el fin del franquismo, la rígida forma de Estado fascista no era compatible con las transformaciones económicas y sociales impulsadas por el propio franquismo. Hacia el fin del franquismo, la rígida forma de Estado fascista no era compatible con las transformaciones económicas y sociales impulsadas por el propio franquismo. También desde el punto de vista de los intereses del entonces vigente bloque de poder, era necesario reorganizar y modernizar la costra ideológica y administrativa sobreestructural, para que las demandas sociales, nacionales y lingüísticas que iban en aumento fueran integradas y asimiladas de forma efectiva –Por ejemplo, el enfado de la clase trabajadora a través de sindicatos y partidos políticos legales, y la identidad nacional más periférica a través del proceso autonómico–. Así, el proceso de construcción de las autonomías que se inició en base a la constitución del 78 supuso que la evolución del euskera, que ya se había diferenciado en los ejes sur-norte, se bifurcara también en el sur. Cooficialidad (sin obligación de aprender euskera) y asimilación administrativo-institucional en la Comunidad Autónoma del País Vasco (1979); zonificación y asimilación muy parcial y precaria en la Comunidad Foral de Navarra (1986).

Ahora, saltemos a la actualidad. Aunque la sociolingüística burguesa, que opera en el seno de la concepción capitalista del mundo, no analiza propiamente la actual correlación entre las clases sociales y el euskera, sí podría verse en la correlación que hace entre la renta y la lengua, leyendo entre líneas, en qué estratos sociales se ha ido fortificando el euskera en estos años (véanse, en el artículo de Paul Beitia en este mismo número de Arteka, datos, detalles y aclaraciones sobre estas investigaciones). Sin embargo, el fenómeno que muestran de forma difusa estas investigaciones sociolingüísticas, es decir, el lugar marginal que ocupa el euskera entre la población más proletarizada de Hego Euskal Herria, o lo que es lo mismo, el bajo porcentaje de vascoparlantes entre quienes se encuentran en situación de exclusión social, no nos lo ha explicado nadie. ¿Cómo podemos explicar este resultado actual de la evolución histórica del euskera? Creo que debería ser objeto prioritario de investigaciones científicas en torno al euskera, pero no lo es, lamentablemente.

En caso de lanzar una hipótesis de trabajo, por abducción, diría que lo ocurrido de la mano del proceso autonómico ha sido la clasemedianización del euskera. El proceso de resistencia y euskaldunización iniciado en la década de los 60, que fue en parte la modernización de clase del euskera (o la metempsicosis de clase, ya que estamos hablando de las muertes del euskera), fue interrumpido o, al menos, modificado en el año 2000, aproximadamente. En la dimensión lingüística de las esferas capitalistas de producción y circulación, base real de la situación diglósica, aquella construcción político-administrativa poco influyente (me refiero, sobre todo, a la CAV), dio lugar a la creación de un numeroso funcionariado bilingüe. Además, a las organizaciones independientes de la actividad militante inicial de euskalgintza se les colocaron gemelas institucionales de forma progresiva (véase, HABE, Modelo D, etc.). Por otra parte, hay que tener en cuenta, en general, la profesionalización e institucionalización que ha habido en el mundo del euskera en las últimas dos décadas. En el mismo sentido, los datos crecientes del conocimiento, en sí mismos, no indican sino que el euskera está cada vez más ligado a la máquina respiratoria institucional y al uso administrativo-formal. De hecho, la tasa relativa de uso espontáneo es decreciente en comparación con los que tienen capacidad lingüística, lo que significa que, para ser breves, el euskera no está enraizado en la sociedad civil. Especialmente en la CAV, el euskera ha dejado de ser un elemento de oposición, en general, para convertirse en un elemento administrativo y formal, donde creo que hay que situar una de las claves del fracaso ideológico, basado en la clasemedianización.

Es sabido que el menosprecio hacia el euskera por parte de las élites vascas ha sido una constante tanto en la formación social precapitalista como en la capitalista (véase, sobre el tema, la serie de artículos escritos en GEDAR por Jon Kortazar bajo el nombre, Clasismo, enemigo del euskera de los siglos). A diferencia de Cataluña, la burguesía vasca asimilada desde el primer momento en el mercado-nación español, por ejemplo, ha hecho oídos sordos a la cuestión lingüística sin reparos, salvo excepciones. Por supuesto, ese aspecto de la correlación entre la clase y el lenguaje no es el que debería sorprendernos. Lo extraño es que lo que durante siglos ha sido la lengua de los grupos humanos pobres desescolarizados ligados al modo precapitalista de producción –el de la fotografía de Kirikiño– se haya convertido en la lengua de la clase media de la Euskal Herria del siglo XXI.

Siendo así, y por el camino que vamos, ¿qué actitud espontánea puede desarrollar el proletariado no vascófono de Euskal Herria respecto al euskera? Pues, en el mejor de los casos, la indiferencia; y, en el peor, el rechazo habitual a los procedimientos burocráticos. Como decía Pruden Gartzia en la entrevista que le hicieron no hace mucho tiempo en Berria, sin las claves sociales ni el clima de conflicto que hacían inclusivo el nacionalismo de ETA, los inmigrantes proletarios, «Todos esos jóvenes que hablan árabe al coger el metro (...) ¿qué razón tienen para sentirse vascos?».

Es necesario establecer una analogía entre el proceso que se inició a finales del siglo XIX y el actual, aunque de forma muy diferente, ya que la estructura general de la cuestión sí presenta similitudes: tenemos una lengua unida a un grupo social en crisis histórica. Al euskera, la crisis del modo precapitalista de producción, le provocó la crisis más profunda que se le conoce. Hoy en día, el ciclo de acumulación capitalista basado en el modelo posfordista de producción y en la sociedad de consumo --que permitió el desarrollo de una amplia clase media-- se encuentra ahora en una situación crítica que lleva inevitablemente a la degeneración y proletarización de la clase media. El euskera, por su parte, está ligado a la clase media. El siglo y medio desde 1876 hasta la actualidad ha sido la fase de establecimiento, desarrollo y estabilización de los modos de producción y de las condiciones de vida capitalistas en Euskal Herria, con diversas subfases de diferente intensidad (lo que no altera sustancialmente la cuestión). También constituye el fragmento más oscuro de la historia degenerativa del euskera.

Si los datos sobre competencias lingüísticas en Euskal Herria parecen malos de por sí (28 '4% bilingüe, de los cuales la mitad tiene mayor facilidad para hablar en castellano; 16' 4% receptor del euskera; 55 '2% no receptor del euskera), si tenemos en cuenta las debilidades estructurales que subyacen a esos porcentajes -distribución administrativa, correlación de clases y falta de arraigo en la forma productiva-, la situación se presenta aún más dramática: «Todos lo vemos: el euskera se ha perdido». Al menos en esta forma histórica de organización de la sociedad y de la producción, en el capitalismo, no sobrevivirá mucho tiempo.

Mientras tanto, es necesario reactivar el euskera como elemento de oposición. Cómo se hace eso, o si es factible, hay que estudiarlo. En mi humilde opinión, se hace a través de la política socialista. De hecho, como el segmento social que la política socialista pretende articular políticamente en contra de la totalidad burguesa es –a nivel de Euskal Herria– segmento con la mayor tasa de desvinculación hacia el euskera, el euskera sólo puede reactivarse como elemento de oposición inclusivo en el conflicto contra la forma social capitalista. El proletariado no vascófono, admitámoslo, no tiene ningún interés por el euskera, pues tiene problemas mucho más graves que la pérdida de una lengua minúscula, y también porque la clase media vascófona un grupo social históricamente regresivo y reaccionario. Por otra parte, mi intuición es que si una lengua va a sobrevivir a un cambio histórico, tendrá que ser de la mano de una clase históricamente progresiva. Unas pocas lenguas lo consiguieron de la mano de la burguesía y de las naciónes-estado modernas. Sin embargo, la única opción del euskera es el proletariado y el Estado socialista. Si la modernidad no tiene un lenguaje esencial, si ninguna lengua es esencialmente moderna, entonces cualquier lengua podría desarrollar el carácter moderno. Al nuestro le ha costado, pero lo está haciendo. Ahora necesitamos otra Modernidad.

BIBLIOGRAFÍA

1. Beltza, Nacionalismo vasco (1876-1936), Txertoa, Donostia, 1974.

2. Bolívar Echeverría, Definición de la cultura, Fondo de Cultura Económica, Mexiko D.F., 2001.

3. Iván Igartua y Xabier Zabalza, Euskararen historia laburra, Etxepare euskal institutua: euskal kultura sailaren editorea, Donostia.

4. Pako Aristi, Euskararen bigarren heriotza, Berria, 4 de octubre del 2020.

5. Pruden Gartzia, «Zer motibo dute euskaldun sentitzeko egungo etorkinek?» (entrevista), Berria, octubre 2020.

6. Joseba Zalakain, Pobreen hizkuntzak, Berria, octubre 2020.