(Traducción)
Ya ha pasado más de un año desde el estallido de la pandemia. La aparición de las vacunas ha supuesto un importante punto de inflexión, pero la situación sigue siendo muy insegura y el malestar social va en aumento, como hemos visto en Barcelona en las últimas semanas. Los datos de contagio a nivel mundial indican una tendencia a la baja, pero las nuevas mutaciones se han convertido en fuente de preocupación en plena campaña de vacunación.
La vacuna, sin embargo, ha causado revuelo desde el principio. La campaña mediática ha surgido efecto y cada vez más gente las ve bien. Pese a todo esto, muchas preguntas siguen aún encima de la mesa ¿Es segura? ¿Es eficaz? ¿Cómo lo han hecho tan rápido? ¿Nos van a meter un chip? ¿Nos obligarán a ponérnosla? ¿Funcionan ante nuevas mutaciones? ¿De verdad no hay otros instrumentos? ¿Hasta cuándo dura la inmunidad? ¿Por qué habiendo tantos recursos no los producen más rápido? ¿Qué cambios provocará en la correlación de fuerzas entre potencias? No son cualquier pregunta.
Aunque
se ha investigado sobre tratamientos y otras herramientas, la carrera por la
vacuna se ha convertido este año en una batalla geopolítica. Todavía no hay
vacunas para muchas enfermedades graves y se han tardado años y años en
conseguir otras muchas. Pero en este caso, la burguesía ha sacado la artillería
pesada porque lo que estaba en juego era mucho. EEUU, por ejemplo, puso en
marcha en mayo la operación Warp Speed para fabricar y distribuir 300
millones de vacunas. Las comparaciones con el plan Manhattan puesto en marcha
en 1942 para crear la bomba nuclear son inevitables.
Muchos decían que la
pandemia iba a poner sobre la mesa la cohesión mundial y la bondad intrínseca
de la sociedad. Una vez más, se ha puesto de manifiesto que ante una
oportunidad de reforzar posiciones en la batalla geopolítica la burguesía
combatirá sus intereses por encima de todo. Cuatro de los cinco miembros del
Consejo de Seguridad Permanente de la ONU (China, Reino Unido, EE. El mapa es
muy representativo[1]. Hay más
de 60 vacunas en las fases de ensayo avanzadas y algunos países ya tienen
incluso más de una vacuna en marcha. Sin embargo, otros muchos, debido a las
escasas capacidades de investigación y tecnología, no han tenido más remedio
que comprar a los demás.
Mientras tanto, la Unión Europea ha invertido más de 2700 millones de euros en investigación y producción, y se ha fijado como objetivo incorporar el 70 % de la población de la UE para el verano. Ha llegado a acuerdos con AstraZeneca, Pfizer, Moderna, etc., pero estos no han producido en los plazos esperados y la tensión ha aumentado. No parece que puedan cumplir los objetivos para el verano. La campaña de vacunación ha quedado en manos de unas pocas multinacionales, que han aprovechado la situación para presionar a los estados y aumentar sus beneficios. La Unión Europea es un agente más entre las diferentes facciones de la burguesía, cada vez con menos fuerza y credibilidad. Ante esta situación algunos países han decidido emprender otras vías para conseguir vacunas. Por ejemplo, países como Austria, Dinamarca y la Republica Checa han comenzado negociaciones con Israel para conseguir dosis.
Las negociaciones entre Argentina y Pfizer o las tensiones de AstraZeneca con la Unión Europea han supuesto un escándalo. Este último, por ejemplo, ha acusado a AstraZeneca de haber vendido las vacunas a otros países. Las capacidades de la Unión Europea para presionar a estas empresas son limitadas, tiene el tiempo en contra y se ha convertido en su siervo. Por su parte, la agencia TBIJ ha señalado que entre las condiciones impuestas por Pfizer a Argentina figuraba la de poner como garantía activos soberanos del país, así como reservas de banco federal. Impresionante el poder que estas empresas están asumiendo como actores geopolíticos, y no parece que ese poder tienda a menguar.
Tras el tumultuoso final de Trump, EEUU está en plena campaña de vacunación, y Biden ya ha puesto de manifiesto los indicios de lo que podría ser su política exterior, con bombardeos recientes en Siria. China y Rusia, han reforzado su imagen internacional. China, tras haber estado en el punto de mira al principio, ha conseguido mantener el virus bajo control mediante una estrategia extremadamente estricta, y además ha hecho contactos internacionales para la exportación de médicos, material y vacunas. Además, la economía se ha recuperado a velocidad vertiginosa y se encuentra ya en datos previos a la pandemia en crecimiento del PIB. Rusia, de la que tanto se ha desconfiado desde el principio, también ha cerrado contratos con la vacuna Sputnik V con Argentina, Brasil, México, Bolivia, India e incluso Hungría, esta última también parte de la Unión Europea.
La distribución de vacunas a nivel mundial está siendo muy desequilibrada y esto puede acarrear graves consecuencias. Las potencias imperialistas han adquirido la mayoría de las vacunas y priorizado su seguridad nacional. Israel, por ejemplo, ha hecho una inversión impresionante, y ahora lo está aprovechando mediante una campaña eficaz de vacunación para blanquear y reforzar su imagen. Por ejemplo, el 82 % de la producción de Pfizer se ha distribuido entre Reino Unido, Canadá, la UE, Estados Unidos y Japón. Esto no sólo es un ataque directo al proletariado mundial, sino que es una estrategia errónea para muchos expertos, ya que en esta época de la globalización, en la que todo está conectado, si no se acaba con el virus a nivel mundial, no se recuperará la situación. El riesgo de nuevas mutaciones aumentará mucho en algunos países si se descontrola la situación y existe un grave riesgo de que el virus se convierta en endémico.
Ante esta situación dos propuestas principales han cobrado especial importancia. Sudáfrica y la India al principio, y ya también la OMS, han propuesto en la Asociación Mundial de Comercio suspender las patentes de las vacunas y algunos tratamientos. La propuesta tiene una gran importancia, ya que abarataría la producción, aceleraría y pondría condiciones para la distribución en todo el mundo. La propuesta fue rechazada a finales de 2020 y no parece que vaya a ser aceptada a corto plazo. La principal razón que ponen las principales potencias para justificar la negativa es que si se retiran las patentes las empresas farmacéuticas dejarán de invertir en investigación y desarrollo, y en consecuencia, hacer más vulnerable a la sociedad. España también votó en contra, aun en una situación penosa.