(Traducción)
«Trabajadores: la guerra de clases ha comenzado», escribía el periodista Adolph Fischer después de que en mayo de 1886 la policía asesinara en Chicago a varios trabajadores que estaban en lucha. Las protestas que se llevaron a cabo desde el primero de mayo, sobre todo a favor de la jornada de 8 horas, llegaron a su punto culminante en la revuelta de Haymarket, de forma que la violencia policial una vez más tuvo consecuencias sangrientas. Estos hechos llevaron a la Segunda Internacional a declarar un Día Internacional de los Trabajadores en 1889, en forma de una jornada de lucha en la que los movimientos obreros de todos los países se uniesen a favor del socialismo y del internacionalismo.
Aunque, como se ha dicho, el propio día se creó con una clara esencia socialista, el tiempo ha distorsionado ese carácter de forma evidente, igual que ha pasado con otros días importantes de nuestra agenda política. Como ejemplo más claro de ello en los últimos días: el partido ultraderechista VOX llamando a movilizarse el Primero de Mayo. Según han indicado, han convocado las protestas junto con su sindicato «Solidaridad», argumentando que los «sindicatos de clase» (sic!) adyacentes al PSOE no defienden a los trabajadores españoles.
Sin embargo, no es de extrañar que hoy día nos encontremos con este tipo de hechos, como consecuencia de la derrota ideológica y política del comunismo, ya que tanto los que interpretan a la clase obrera desde un punto de vista economicista, el espectro más «progre» y reformista, como el sector más reaccionario, han creado la posibilidad de apropiarse del discurso de clase, de manera que obedece a los intereses de cada uno. Otra cuestión es la de si realmente tienen la potencialidad o intención de hacer algo en defensa de los intereses de la clase trabajadora, pero parece que eso ya no es lo que importa.
La Segunda Guerra Mundial y los esfuerzos bélicos realizados por las burguesías nacionales aceleraron, en el ámbito económico, tanto la oportunidad para la acumulación capitalista, como la innovación industrial, posibilitando, mediante unos niveles altos de productividad, una subida de los salarios. Por su parte, la aristocracia obrera encontró la oportunidad de estar en la gestión de los beneficios de la explotación, situando cada vez más lejos la amenaza de la revolución. Sin embargo, cuando al capital le empezaron a surgir problemas de valorización, comenzó a desvanecerse la época dorada de la clase media y eso, junto con la derrota de los estados socialistas, se materializó en la victoria histórica del capitalismo. Todo esto influyó notablemente en la subjetividad de la sociedad, ya que a partir de ese momento ya no existen dos planteamientos estratégicos para comprender y enfrentarse al mundo. Ya lo dejó claro Thatcher: There is no alternative. No hay alternativa frente al proletariado desarticulado política e ideológicamente.
Así, la liquidación del marxismo equivale a la liquidación de las posibilidades políticas del movimiento proletario. En ese momento, la imposibilidad de superar el capitalismo (entiéndase la totalidad) o la negación de esa posibilidad hace que surjan, por un lado, las posibilidades para la parcialización y atomización del movimiento. Y es necesario analizar la definición que formulan en torno a la clase aquellas alternativas metodológicas que consideraron el marxismo reduccionista: la clase pasa a ser un fenómeno económico unilateral, es decir, se convierte en una identidad que define las relaciones económicas, que se nos muestra al mismo nivel que el resto de identidades: género, raza, identidad sexual, etc. Esto es, limitan el marxismo a las relaciones económicas y luego justifican que no es suficiente para analizar el capitalismo actual. De esta manera, al negar la potencialidad revolucionaria del proletariado, en el plano político se materializa en luchas parciales basadas en políticas identitarias o en la defensa de políticas centradas en la redistribución, ambas incapaces de superar el marco de la forma salarial y del Estado.
Por otro lado, siguiendo con aquellos que definen la clase como condición socio-económica, explicando que la identidad obrera es lo que está en la base, aparecen los que defienden la definición esencialista de la clase. Mediante esta lectura identitaria de la clase trabajadora, entienden que las condiciones socioeconómicas definen la posición política, como si el hecho de ser trabajador llevara en sí mismo lo revolucionario -es evidente que la clase trabajadora es quien padece la miseria moral y política de forma más clara en la sociedad-. En este sentido, su reivindicación se basa en mantener una ferviente cultura obrerista. De esta manera, la defensa del «trabajador», es decir, su positivización, conlleva la eliminación del carácter antagónico del Trabajo respecto al Capital, no ven en el Trabajo ninguna posibilidad de superar la totalidad, de manera que la redistribución de la riqueza aparece como única posibilidad.
Además, estas posiciones (obreristas) que se muestran críticas de la modernidad, suelen desarrollar, desde el recuerdo al pasado, un carácter tradicionalista, alabando las formas de un pasado supuestamente deseable: el obrero industrial, la nación, la familia… ese enfoque los lleva a posiciones reaccionarias, a posiciones similares a las del propio fascismo[1], como puede verse en el caso de VOX, ya que su reivindicación para la convocatoria de su movilización es la siguiente: ¡Obrero y español, nos vemos en las calles![2]. Tal y como expresó de forma clara la Internacional Comunista en su tiempo, no podemos olvidar que el fascismo no es más que un arma al servicio de la clase capitalista, a pesar de que en su carácter oportunista pueda introducir el propio discurso de clase. En este caso (en la convocatoria de VOX), debemos tener en cuenta que el 4 de mayo son las elecciones en Madrid y que se trata de un claro intento para apropiarse del voto proletario. La diferencia sería que los primeros hacen esa reivindicación en nombre del marxismo. Aun así, ambas son posiciones muy peligrosas, sobre todo en tiempos de miseria y deriva política, pues no existe ninguna fuerza revolucionaria real que las combata, y crean la posibilidad de despertar interés en algunos sectores del proletariado. Sobra mencionar la importancia de retomar la visión revolucionaria.
Los comunistas no podemos basar nuestra actividad política en la defensa de la clase, al contrario, superar la clase es el quehacer de nuestra política, la transformación radical de lo dado. Para el marxismo, por tanto, el proletariado no es una identidad que deba situarse por encima o por debajo de otras identidades, sino que es un sujeto. Es decir, el único sujeto político con potencial para desarrollar la estrategia cuyo objetivo es la superación de la clase. Por eso, el primero de mayo, en el camino hacia la construcción del sujeto revolucionario, es el momento de extender a los cuatro vientos el clamor por la organización comunista. Siendo eso, no la posibilidad para el desarrollo de una cultura proletaria, sino al contrario, la posibilidad de una cultura comunista que permita superar la cultura de clase.