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2021/01/28

(Traducción)

 

El espectáculo montado el pasado 6 de enero por los seguidores de ultraderecha de Donald Trump, en su intento de ocupar el edificio oficial del congreso, nos entretuvo a todos de alguna manera u otra. Los manifestantes se enfrentaron a la policía y consiguieron entrar en el Capitolio de Estados Unidos, donde los miembros Representantes de la Cámara y del Senado se reunían en el último paso necesario para nombrar presidente a Joe Biden, que al final tuvo que ser suspendido. Cuatro manifestantes y un policía murieron en los disturbios. Tras tres años de legislatura de Trump, el 21 de enero, Joe Biden comenzó su legislatura apelando a la unidad y la reconciliación, el cual denominó «el día de la democracia».


La victoria de Trump en 2017, hizo que muchos se llevaran las manos a la cabeza, dejándolos completamente incrédulos. ¿Cómo era posible que un monstruo así ganara unas elecciones? ¿Qué iba a ser del futuro de los Estados Unidos y de su población? En cambio, la victoria de Biden ha sido vendida por muchos como una salvación, la calma tras la tormenta. Pero, ¿quiénes serán los salvados?


Podríamos entender la victoria de Trump como una consecuencia de la nada que ofrece el orden neoliberal. Concretamente en EEUU, la victoria se puede deber en gran medida a la indignación y el resentimiento que nacen entre la población por la decepción generada por la anterior presidencia demócrata. Por un lado, hay que tener en cuenta que la oligarquía política a nivel mundial, como consecuencia de las crisis, se encuentra en una tendencia de pérdida del control de la maquinaria, ocasionando una frustración y un malestar generalizado en la sociedad. En este contexto, se permite la creación de personajes como Trump, lo que Alain Badiou ha denominado como «fascismo democrático»: una forma política que forma parte del juego de la democracia, pero que, al mismo tiempo, se basa también en la demagogia violenta que se sitúa fuera de ella, que a nivel práctico ha tenido la capacidad de crear un sentimiento de unidad[1]. A todo ello, por otro lado, debemos añadir la línea de trabajo del Partido Demócrata sobre las políticas identitarias, ya que las políticas de cuotas a favor de las mujeres y razas minoritarias, al otro lado de la moneda, alimentan tanto sentimientos misóginos como racistas. Ante todo esto, Trump se comprometió a acabar con todo aquello que irritó al hombre trabajador blanco. Este, por supuesto, no fue el único que le votó, pero puede ser un punto importante.


En cambio, sus políticas, durante estos tres largos años, han provocado el enfado de diferentes colectivos sociales, podríamos mencionar como ejemplo la Marcha de Mujeres de Washington y los movimientos a favor de las mujeres y las diversidades sexuales, o el que últimamente y con el asesinato de George Floyd durante la pandemia se intensificó a favor de las personas negras y contra la represión policial bajo el lema «Black Lives Matter». En este contexto, el Partido Demócrata de Biden busca consolidar su base de apoyo en este movimiento de masas, usando para ello el miedo que la gente tiene a la ultra derecha. En definitiva, se trata de un intento de sostener la democracia estadounidense y sus instituciones, aquella que ha quedado sacudida estas últimas semanas por las protestas de la derecha. Buscan una reorganización institucional para dar salida a la crisis económica, tratando de evitar cualquier levantamiento.

Estos últimos días, han sido noticia una serie de decretos que Biden firmará para desmantelar las políticas «más dolorosas» de Trump, entre ellas las relativas al coronavirus o al cambio climático. En cambio, esa cara «amable» del Partido Demócrata esconde otras posturas que, aun siendo conocidas, no están de sobra mencionar, como el hecho de que haya impulsado y aplaudido el presupuesto de las fuerzas de seguridad y la ley antiterrorista. Valiéndose del ataque al Capitolio como justificación, han optado por reforzar el aparato represivo que, según han dicho, tendrá como objetivo la disolución de grupos neonazis y proto-fascistas. Asimismo, pretende crear un puesto en la Casa Blanca que se encargue de supervisar la lucha contra grupos extremistas de carácter ideológico, además de aumentar la financiación de la acción de combatirlos. Ya se sabe cómo acaba eso. Podemos recordar un ejemplo similar con la ley «USA PATRIOT» que surgió tras el ataque a las Torres Gemelas. Esto permitía que las Agencias de Seguridad Nacional rastrearan y recopilaran los registros de teléfono e internet de casi cualquiera, o controlaran los movimientos de las tarjetas de crédito. Aunque la ley contenía cláusulas que finalizarían con el tiempo, tanto Bush como Obama las renovaron.

Como se ha visto, la contradicción entre el Partido Demócrata y el Partido Republicano sólo puede entenderse en términos relativos, no es una contradicción real, ya que ambos forman parte del mismo mundo y, por tanto, lo que muestran es la diferencia dentro del mismo. Continuando con Badiou, en la realidad del capitalismo globalizado, hablamos de los mismos grupos que se dividen en diferentes puntos de vista abstractos: republicanos y demócratas, socialistas y liberales, de izquierdas y de derechas, estamos hablando de formas políticas y partidos que actúan en el seno de una misma cultura política y económica, no hay una visión estratégica diferenciada sobre el mundo.

En este caso, tal y como se ha mencionado antes, el partido de Biden apuesta por políticas en favor de la diversidad, tratando de integrar cada vez más sectores de masas amplias en el aparato de Estado. Son ejemplo de ello la primera mujer vicepresidenta de Estados Unidos, Kamala Harris, afroamericana y de origen indio, o Rachel Levine, la primera mujer trans en Estados Unidos que es subsecretaria de Salud, a quienes estos últimos días han elogiado tantas feministas y activistas de la izquierda. Así como que Biden haya anulado el veto que Trump impuso a los transexuales para participar en las Fuerzas Armadas, manifestando que las Fuerzas Armadas Estadounidenses están en diversidad. Pero no tiene importancia ver cuántas mujeres han conseguido romper «el techo de cristal», ni subrayar hasta qué punto han aumentado las cuotas de razas minoritarias y diversidad sexual, ya que esto no altera en absoluto el carácter capitalista e imperialista del partido. Lo único que consigue es reforzar el propio aparato de Estado a medida que sectores cada vez más amplios se van integrando en él, es decir, acumular fuerzas de cara a mantener los beneficios del capital imperialista. Es de especial importancia analizar los riesgos de estas políticas, mientras que los gobiernos «progres» proclaman a los cuatro vientos el clamor por la diversidad y contra las opresiones, condenan a la clase trabajadora, en su heterogeneidad, a la explotación y a la miseria extremas. Todo esto, sin una organización revolucionaria fuerte que haga frente al fascismo y al capital en general, implica, por un lado, la creación de personajes como Trump y el auge de ideologías reaccionarias: machismo, racismo, xenofobia; y por otro lado, la asimilación de las luchas por parte del Estado.

El desarrollo del capitalismo, testigo de su lucha de clases interna, tiene cada vez más opciones de integrar capas más amplias de la sociedad en el Estado Burgués. Esto, en cambio, si es que tenemos como horizonte un cambio de raíz no puede cegarnos, pues, lo que necesitamos es comprender su racionalidad política, por encima de la identidad con la que se vistan. Y por lo tanto, en lo que tenemos que reafirmarnos es en la decisión de desarrollar una visión estrategia que sea capaz de plantear una contradicción real.