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(Traducción)

Se ha mencionado a menudo que se puede hablar de una victoria político-cultural de la burguesía como una de las características heredadas del siglo XX. O sea, podemos hablar de una hegemonía cultural del capitalismo en el siglo XXI. Responden a esa visión hegemónica tanto los procesos de socialización actuales como la cultura que consumimos en masa y, asimismo, la manera inmediata en la que comprendemos el mundo y actuamos en él., todos los aspectos de nuestra vida están organizados bajo categorías burguesas, y, como consecuencia de esa victoria política y cultural de la burguesía, también nuestro pensamiento está articulado según la óptica burguesa, siempre y cuando no se le contraponga una cosmovisión total. Así, son ejemplo de ello, hacer referencia a la libertad individual cuando se habla de libertad; o cuando se habla de derechos, eludir las condiciones reales necesarias para su ejercicio. Buscar salidas individuales para los problemas de cada cual y el apoliticismo generalizado también son señales de esa cosmovisión.

En el anterior ikuspuntua mencione que el cambio cultural que ha tenido lugar en el terreno de la sexualidad es consecuencia directa de las innovaciones del modo de producción y de reproducción capitalista. Pero, además, como la sexualidad en general es interpretada según la cosmovisión burguesa, la gran presencia que ha adquirido en la sociedad y en las relaciones del día a día se entienden en términos de libertad sexual, sin prestarle atención a lo que reproduce.  Por ejemplo, la conceptualización y la realización de la autonomía se entienden como el control de cada persona sobre su cuerpo, y de esta manera, las posibilidades dentro y fuera del mercado de producir y consumir contenidos sexuales se analizan en esos términos de autonomía.

En este texto, más allá de confirmar que nos encontramos ante una cultura de masas hipersexualizada, me gustaría argumentar que la hipersexualización es un fenómeno que, lejos de propiciar un escenario de libertades individuales, profundiza en nuestra propia opresión, aunque se haya transformado o haya adoptado elementos inclusivos. En relación con lo anterior, me gustaría señalar la incapacidad de la propuesta política feminista, altavoz del proyecto refomista en este ambito, para enfrentarse a dicha realidad, tratando este asunto de manera aislada y sin deshacer las bases de la sociedad burguesa, defendiendo que la hipersexualización puede pasar de ser opresora a empoderante.

Que la imagen sexualizada de las mujeres sea un instrumento para nuestro sometimiento no es una cuestión nueva, pues la pornografía y la prostitución, aun sufriendo significativos cambios en el capitalismo, han contado con un lugar importante desde hace tiempo. Sin embargo, nunca hasta ahora han sido tan accesibles y extendidos su consumo y producción. Basta con echar una mirada a Instagram o TikTok, tan comunes entre la juventud, para darnos cuenta del espacio que ocupan los contenidos eróticos. Merece especial atención el fenómeno Only Fans: solo en el intervalo de 2019 a 2020 se multiplicó por seis la cantidad de usuarios, llegando a 120 millones. Es significativo que de esos 120 millones de usuarios solo menos de un 1% subió sus fotos o videos a la plataforma, en general contenido sexual, y que el resto se limitó a su consumo.

El fenómeno Only Fans ha suscitado arduo debate, que se ha resuelto en términos de autonomía: hay quien argumenta que quien sube sus imágenes tiene el control completo sobre su cuerpo y que está en su derecho de vender el contenido que quiera al precio que desee, o que, gracias a que cualquiera puede ser autora de las imágenes, la hipersexualización puede expandirse a cuerpos no normativos, como proclamando: ¡hipersexualización, sí, pero para todas! Pudimos escuchar algunos de estos argumentos –u otros como «es divertido»–, por ejemplo, en el programa Klak emitido el año pasado. Por un lado, en la base de dichos argumentos, la cuestión de empoderamiento de las mujeres se entiende completamente en términos individuales, sin resolver la necesidad de despojar de su poder a quien domina nuestras vidas y nuestra sexualidad, es decir, dejando de lado la necesidad de disputar a la burguesía el control sobre nuestras vidas. Por otra parte, siendo la hipersexualización un problema en la vida de la mayoría de las mujeres jóvenes, es sumamente peligroso hacer su apología.

La maquinaria para convertir la hipersexualización en una característica cultural de nuestros días está en marcha (empresas estéticas, pornografía, los influencer de las redes sociales, la escena musical completamente sexualizada...), y esto no es, de ninguna manera, una cuestión ajena a la dinámica del capitalismo, por lo que debemos analizarla dentro de la lógica de la dominación burguesa, es decir, atendiendo a los intereses a los que responde y observando sus consecuencias sociales. La cultura hipersexualizada que consumimos sirve para engordar los bolsillos, y por lo tanto el poder, de las grandes empresas que constituyen esa industria sexual y de los individuos burgueses que le sacan partido, manteniendo oculta a sus espaldas, mientras tanto, la explotación salvaje de las mujeres proletarias.

Además de ello, también cumple otra función política, como es la normalización de la ideología burguesa y la despolitización del proletariado. La isla de las tentaciones es un ejemplo ilustrativo de ello. En este reality show que supera los 3 millones de espectadores[ii], se muestran relaciones empapadas de individualismo, hipersexualización, faltas al respeto y violencia, entre otras, y al mismo tiempo, consigue que el público esté enganchado a aspectos banales de la vida de otros. Y es que, este tipo de producciones abre un nuevo marco para ampliar la violencia, dando cabida a su normalización. Podemos observar que esto tiene consecuencias reales sobre las nuevas generaciones. Por ejemplo, la accesibilidad cada vez mayor de los contenidos sexuales basados en violencia y la edad cada vez más temprana en la que se consumen influyen en el imaginario que tiene la juventud sobre la violencia: son las generaciones más jóvenes las que piensan que la violencia machista ya no existe de manera estructural, aunque paradójicamente es en este sector donde se está incrementando la violencia y el acoso sexual. Según un estudio[iii] reciente de UNICEF con 41.509 jovenes de entre 11 y 18 años del estado español, el %11,4 de los adolescentes ha sufrido alguna presión por compartir contenidos eróticos y sexuales de sí mismo, y el %3,7 ha sido amenazado con compartir sus contenidos sexuales a terceros.

Lejos de suponer un escenario emancipador, dicho cambio se está dando en términos de complejización de la dominación burguesa. El carácter político de las redes sociales consiste en su función despolitizadora, siendo una herramienta de idiotización del proletariado, en la que la hipersexualización es un elemento más: en tanto que se amplía el terreno de cumplimiento de cánones estéticos y estereotipos. Reproducir el modelo de vida de las influencers (obsesión por el cuerpo, consumo estético…) se convierte en prioridad para muchas mujeres trabajadoras, pese a sus dificultades sustanciales para cumplirlo. Además, en esta red donde predomina la apariencia, aumenta el individualismo inherente a la ideología burguesa, lo cual obstaculiza el desarrollo de una conciencia política emancipadora. Aún más si se muestra este escenario sexualizado e individualizador como potencia para desarrollar la conciencia emancipadora. Pues, aunque intente mostrar una ruptura de la denominada “cultura feminista” (y como subversividad externa) con la ideología burguesa, a fin de cuentas, no es más que una expresión de la misma.  

Las interpretaciones feministas que se hacen respecto a esta cuestión, en el mejor de los casos, llegan a identificar que la sociedad actual está cada vez más sexualizada, que las mujeres trabajadoras somos el objeto principal de esa cultura sexual, y que ese imaginario deriva en consecuencias graves para las vidas de las mujeres trabajadoras. Pero, aun así, costosamente desarrollan una política crítica más allá del marco del derecho a la libre decisión y de las libertades individuales, y por ello, analizan el tema como algo separado de la dinámica general del capitalismo. Además, en el peor de los casos, se hace elogio de la apropiación de esas mismas características culturales que responden a la necesidad de producción capitalista y mantiene oprimida a la mujer trabajadora como si su naturaleza dominante solo fuera determinada por la voluntad o la falta de aceptación de las personas. Ejemplo de ello sería la apología de la hipersexualización «voluntaria» y «al gusto de cada una» que se realiza en nombre del feminismo, mientras la sociedad nos está cargando con la etiqueta de objeto sexual.

Mas, si afirmamos que la sexualidad se ha politizado será en el sentido de herramienta de difusión de la ideología burguesa, y no como gustan de difundir a los cuatro vientos, como ámbito estratégico para las libertades colectivas. Como hemos dicho, la cultura de masas tiene una gran capacidad de intervención cultural, pues dispone de la capacidad de generarnos expectativas y proyecciones vitales hasta lo más hondo. Asimismo, la hipersexualización de nuestros cuerpos se ha convertido en un arma cultural que profundiza en el sometimiento de las mujeres. Esta cuestión es, de verdad, compleja, y no es mi intención caer en simplificaciones, tampoco quisiera insinuar que todos los cambios que se han dado en el terreno de la sexualidad sean perjudiciales, ya que el tabú de la sexualidad ha perjudicado gravemente a muchas mujeres. Sin embargo, si nuestro objetivo es vivir la sexualidad libremente y que esta no sea causa de opresiones, el foco del debate, y, por ende, el asunto del empoderamiento, debería pasarse del plano individual al colectivo. En efecto, se está dando un desplazamiento de los términos de empoderamiento y de libertad hacia el terreno de las libertades individuales.

Por su parte, la toma de poder solo puede realizarse en términos políticos, a saber, quitando a la burguesía el control sobre nuestras vidas. Pero, en este escenario que produce la imposibilidad de desarrollar la conciencia de clase y un proletariado indefenso, las posibilidades de hacer política quedan cada vez más relegadas. Por todo ello, al igual que es imprescindible para nosotras, como comunistas, desarrollar una organización política que también acabe con la cultura de masas hipersexualizada y las instituciones y agentes burgueses que la promueven, es necesario disputar la hegemonía cultural a la burguesía llevando adelante, entre otros, empezando por una incisiva crítica hacia las propuestas políticas que ayudan a perpetuar dicha cultura.

 

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