Tengo una metáfora para describir la situación de la educación: cuesta abajo y sin frenos. Paso a explicarla.
1: La educación va cuesta abajo. La calidad de la educación va bajando, en la medida en que otros fenómenos van subiendo: las dificultades para atender las necesidades del alumnado, la intervención de las empresas en educación, el uso masivo de herramientas digitales, la proliferación de macrocentros que tienen más de guardería o de centros de disciplinamiento que de educativos, la burocratización extrema, etc. Spoiler: son las de siempre quienes tienen menos recursos para hacer frente a las consecuencias de todo eso. Para las familias económica y socialmente golpeadas, los estudios se convierten en un camino lleno de obstáculos. La posición de clase determina la calidad del proceso educativo.
Pongámosle nombre a la metáfora de la cuesta: la reforma educativa, guiada por empresarios y partidos políticos a su servicio. Los primeros, además de hacer negocio a costa de la educación, están perfilando las generaciones que podrán explotar en el futuro. Los segundos suficiente tienen con intentar mantener la burbuja para sus votantes de clase media, destinando dinero público a centros concertados. Aún así, no les da vergüenza hablar de igualdad, inclusión o educación adaptada a los nuevos tiempos.
2: sin frenos. Esta vez tampoco me refiero a andar de forma libre y valiente, sino de la incapacidad para frenar la caída. Creo que no estamos preparando un sistema de frenado adecuado. Mientras la reforma está siendo implementada casi sin oposición, los sindicatos nos llaman a movilizarnos en defensa de nuestras condiciones laborales. Sinceramente, no creo que ahora mismo las trabajadoras de educación tengamos que poner el foco en nuestras condiciones. Aunque la mejora de las mismas pudiera tener de rebote efectos positivos en las condiciones de estudio, nos equivocamos si pensamos que solo con ello conseguiremos garantizar una educación de calidad.
Mientras la capacidad económica determine la calidad de la educación que se recibe, no habrá igualdad de oportunidades. Mientras la dirección de la educación se defina en función de los intereses del mercado y los empresarios, no se pondrán en primer plano las necesidades del alumnado. Mientras el dinero se destine a digitalización y a que el alumnado trabaje gratis en eso que llaman prácticas, nunca habrá para recursos humanos que puedan atender necesidades educativas o bajar la ratio. Resumiendo, mientras la toma de decisiones sobre la educación esté lejos de los centros educativos, seguiremos teniendo que tragarnos imposiciones que no se entienden desde el punto de vista de las necesidades de estudio (pero que son totalmente lógicas desde la perspectiva de la rentabilidad económica).
Debemos dejar de mirar las consecuencias individuales que tiene la reforma educativa y prestar atención a las consecuencias que está teniendo para toda la sociedad. Al mismo tiempo que las condiciones de vida de la clase trabajadora empeoran y los discursos machistas, racistas y clasistas crecen, las nuevas generaciones trabajadoras reciben una educación cada vez más pobre. Quedan, por lo tanto, cada vez más indefensas frente a un futuro verdaderamente oscuro. Y la reforma educativa contribuye a cavar la fosa para ese futuro.
La educación puede ser una herramienta para empezar a darle la vuelta a este panorama, y ese factor nos marca un reto a las trabajadoras del sector. No igualaremos la pendiente si no liberamos la educación de las cadenas del capital, pero somos nosotras quienes a diario tragan y aplican la reforma en los centros. Podemos preparar un sistema de freno eficaz y, por qué no, diseñar un motor que nos lleve hacia esa educación universal y de calidad que muchas de nosotras soñamos.
Demos pie al debate y a la reflexión sobre la calidad de la educación. Eso trataremos de hacer en las charlas que hemos organizado desde EHKS en algunas capitales de Euskal Herria.