La victoria trumpista ya se ha saldado con deportaciones masivas e indiscriminadas. Por estos lares, los análisis no han variado de la vez anterior: que si no es comprensible que voten a semejante psicópata, que si son unos ignorantes… Es más, esta estupefacción no hace más que aumentar ante los datos sobre la barrida que ha pegado el magnate republicano en el voto latino, negro etc. Nadie se cuestionó, por el contrario, el apoyo que tuvo Obama, que en sus ocho años en el despacho oval casi cuadruplicó las deportaciones del primer Trump en cuatro años.
Y es que si la ultraderecha fuese el único portador del discurso reaccionario, no podría crecer más allá de su propia base. Los partidos y organizaciones ultra y fascistas no surgen por generación espontánea, sino que están germinando en un ambiente racista ya en aumento. Actúan como portavoces de dichas ideas, pero no las traen del cielo. Por ello, es absurdo creer que eso de los fachas es cosa de españoles que llevan rojigualdas y europeos que nada tienen que ver con nosotros. Obviando Ipar Euskal Herria, donde Le Pen arrasó en la primera vuelta, en el resto del territorio se ha frenado una posible ultraderecha en el parlamento, gracias a una lucha cultural del pasado y servicios para paliar la miseria social, cada vez más saturados: Alokabide por ejemplo, con una cola de 76.000 familias y una oferta de 7.000 viviendas. Aún así, a medida que los efectos de la descomposición de la clase media y el aumento de la pobreza, como la delincuencia y la violencia, se hacen notar y se vuelven carnaza en los medios, la respuesta de cada vez más gente aquí es como la del resto de mortales. Ante asociaciones de vecinos o cuadrillas de jóvenes que explican la violencia por diferencias culturales antes que por la pobreza, los triunfalismos sobre la inmunidad de los vascos ante la ultraderechización se evidencian como venden humo.
Ya está en marcha la carrera por capitalizar el racismo vasco, o al menos los malabares para no perder apoyos por ello. Desde tu tío "el apolítico" al lehendakari, todo el panorama político ha echado mano del discurso reaccionario para justificarse y dar soluciones fáciles ante dificultades. Ninguno de ellos son ultraderecha, pero ahí tenemos a portavoces jeltzales azuzando el fantasma de los que viven de las ayudas públicas para reformar la RGI y mandar zipayos a acosar preceptores, alcaldes justificando desahucios en defensa del propietario que "es de aquí de toda la vida" y potea por el pueblo, la policía (también municipales) que se erige como defensor de los locales contra los bárbaros, periódicos de izquierda publicando artículos que admiten que la inmigración debe ser ordenada y mata el euskera...
De hecho, no es un racismo clásico de teorías sobre la superioridad de ciertas razas, sino uno que diferencia entre unos a expulsar porque delinquen por pura maldad, usualmente magrebíes, y el resto, entre quienes pueden admitirse migrantes (latinos, a poder ser) dispuestos a pluriemplearse once horas al día. Gracias a esto, incluso en ambientes de raigambre de izquierdas ha tenido buena acogida el racismo en auge, escudándose en que hay que echarlos para proteger al obrero "de aquí". Todo esto no lo ha traído Vox.
La ultraderecha, e incluso los rojipardos y los escuadristas abiertamente fascistas, vienen al final de esta batalla cultural en la que la reacción va ganando terreno, gobierne quien gobierne. Era la cultura de lucha que se ha perdido la que daba "anticuerpos" a Euskal Herria contra estos discursos de la reacción, y es aquella la que se quiere recuperar con movilizaciones como las de este sábado en Bilbo e Iruñea.