Al principio, puede parecer esperanzador escuchar diversas reivindicaciones en los Goya. Carolina Yuste ha denunciado en la entrega de premios el encarecimiento de los alquileres, y ha reivindicado el "derecho a una vivienda digna", mientras que Luis Tosar ha condenado la masacre contra los palestinos y las políticas de terror de Donald Trump. Es algo reconfortante, hasta que te das cuenta de cuál es la película en la que han participado esos dos actores y el papel que han desempeñado en ella: son protagonistas de La Infiltrada, y se han puesto en la piel de dos agentes de la Policía Nacional.
Precisamente La Infiltrada ha sido una de las obras más aplaudidas en los Goya. A la vez que salían a la luz varios casos de policías infiltrados por orden del Ministerio del Interior español, daban eco a esta película para incidir en un escenario político que poco tiene de ficción. De hecho, recordemos que, tal y como se concreta y normaliza en la propia película, lo que se cuenta está "basado en hechos reales". Es una realidad que el Estado ha infiltrado sistemáticamente a policías en movimientos sociales y políticos para espiarlos, controlarlos, reprimirlos y someterlos. Y ni siquiera el cine más premiado ha sido capaz de plasmar de forma clara hasta qué punto está dispuesto a llegar el Estado para hacer frente a todo movimiento que pueda tener un potencial revolucionario. El documental Infiltrats, producido por TV3, o la guía creada por la editorial Dos Cuadrados junto con varios militantes (Manual para destapar a un policía infiltrado) muestran de forma mucho más cruda lo increíble que es la dimensión de las infiltraciones policiales, hasta extremos que parecen ficticios. Sin parafernalia.
Quizá Carolina Yuste no sea del todo consciente de contra quién se han utilizado las infiltraciones: desde esas organizaciones militantes que han luchado de la forma más dura en Euskal Herria, hasta esos movimientos que luchan por el "derecho a la vivienda", que ella tan orgullosamente ha reivindicado, han sufrido infiltraciones policiales. O quizá Luis Tosar no es consciente de que los jefes de policía como el que él ha interpretado en La Infiltrada (y las fuerzas policiales en general) son, probablemente, tan fascistas como Trump; o quizá ignora que los gobiernos (tanto de derechas como de izquierdas) que han ordenado las infiltraciones policiales son los que apoyan y financian la matanza contra los palestinos. Señal de que detrás de una y otra práctica puede haber intereses compartidos. No permitamos que las alfombras rojas y las aparentes reivindicaciones progresistas oculten aún más las contradicciones y conflictos que tienen carácter de clase.