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El pasado sábado miles de personas nos manifestábamos en Donostia contra el negocio inmobiliario y por una vivienda de calidad, gratuita y universal. Tuve la oportunidad de conversar con muchas personas: curiosos que se acercaban por primera vez a una manifestación, compañeros que llegaron hace tiempo a los Sindicatos con graves problemas de vivienda y que se han quedado para devolver la solidaridad que desinteresadamente recibieron, personas que están actualmente en pie de lucha contra propietarios de todo tipo… En una de estas conversaciones, una mujer de avanzada edad que se enfrenta con el Sindicato a un enorme banco me decía "Nunca nadie nos ha regalado nada, nunca". Podría parecer una frase vacía, una simple muletilla que repite alguien desencantado con el orden de las cosas, pero es mucho más que eso: es una importante lección política que gran parte de la clase trabajadora extrae de su experiencia cotidiana y que, lejos de despreciar o tergiversar, debemos llevarla hasta sus últimas consecuencias.

"Nadie nos regala nada", es decir, toda mejora es fruto de una conquista y toda conquista reside en un juego de antagonismos. La lucha por los derechos económicos y políticos del proletariado es una lucha política que enfrenta a intereses irreconciliables; el avance de uno es el retroceso del otro. Esta premisa introduce algunos principios políticos importantísimos que deben guiar nuestra intervención en el problema de la vivienda: primero, no hay conciliación de intereses posible; financiar el negocio de la vivienda para solventar un problema de escasez de oferta es la enésima trampa de políticos y empresarios que pretenden relanzar un nuevo ciclo de construcción y especulación. Las mejoras parciales para la clase trabajadora sólo pueden venir de la mano de la reducción de los beneficios del sector inmobiliario, nunca aumentándolos. Segundo, para que ello sea posible, se debe desarrollar y organizar una lucha política que enfrente efectivamente a los dos sujetos cuyos intereses no pueden conciliarse; dejando fuera a intereses intermedios y a partidos políticos que sirven a empresarios o se sirven a sí mismos. Y tercero, los regalos se preservan, mientras las conquistas se mantienen mediante la fuerza; todo avance en los derechos políticos y económicos del proletariado debe ir acompañado del avance de sus fuerzas políticas y organizativas, nunca ser pretexto para desmovilizarlas.

Hay un sentido común antipolítico que emerge de gran parte de la clase trabajadora, de su experiencia vital y de una memoria colectiva que aún no ha desaparecido. Hay quienes prefieren traicionar esta intuición y utilizarla en un sentido contrario: reducirla a los límites de lo que el estado capitalista permite, aglutinarla en votos, o utilizarla como lobby de presión cuando sea necesario para que después, se quede mirando cómo obra la "política en mayúsculas". ¡Qué enorme potencial político desperdiciado! ¡Cuántas esperanzas traicionadas! Los comunistas, sin embargo, analizamos los riesgos y las potencialidades que del malestar y de la necesidad de movilizarse surgen. Tratamos de dotar a estas movilizaciones de un horizonte de emancipación universal (una vivienda gratuita, universal y de calidad), señalando la forma política necesaria para ello (El Estado Socialista), la estrategia necesaria para la consecución de estos objetivos (construcción del Partido Comunista y toma del poder) y las tareas inmediatas que esto impone (la construcción de un movimiento extraparlamentario que consolide su independencia política y que desarrolle una amplia guerra cultural en favor del socialismo). Las movilizaciones del pasado fin de semana demuestran que hay un terreno fértil para extender estas ideas, sobre todo entre la juventud trabajadora y entre el proletariado (muy especialmente el proletariado inmigrante). Nuestra apuesta es clara: tratar de dar a este ciclo de hartazgo social y movilización por la vivienda un final alternativo al habitual; un final que no consista en desactivar la lucha con falsas mejoras y reforzar las organizaciones reformistas y socialdemócratas. Pondremos las fuerzas de las que disponemos para que de todo esto salga reforzada la organización comunista. Y con ello, un horizonte de bienestar universal y de justicia social será cada vez más imaginable. No sólo sabremos que no nos regalarán nada, sino que nos convenceremos de que todo nos pertenece.

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