Para cuando empezamos a fijarnos en lo que nos rodeaba, todo parecía ir mal. Durante años hemos escuchado reiteradamente que nada funciona; como si todo estuviera acabado, que no queda nada que tenga un sincero valor. Aún peor, oímos que si alguna vez existió algo así, lo hizo antes de que naciéramos. Así lo hemos escuchado, cómo no, en este rincón del mundo. Desde bastante jóvenes nos han interesado los temas de cultura y arte, y ahí ha sucedido otro tanto: escuchamos desde el principio que ya apenas se hace nada interesante o –esa confusa palabra– «rompedor» en el ámbito artístico, que la gente joven está como adormilada, y que no hay ni debates ni crítica fundamentada en el ámbito cultural. Por supuesto, esa sospecha es en parte cierta, o mejor dicho, es comprensible: en mi opinión está en relación directa con el ambiente político; con el hecho de haber asimilado a todo sujeto revolucionario, con la pérdida de un proyecto histórico de futuro. Pero, con todo ello, está claro que afirmaciones como «ya no hay nada» o «si lo ha habido alguna vez, ya ha pasado», no son más que ficciones reaccionarias si no están basadas en una crítica política sincera. Es aquí donde quiero llegar: creo que son tiempos interesantes en el panorama cultural de Euskal Herria. Aunque las pérdidas ocasionadas por la fractura político-cultural sean incontables, pienso que ello puede abrir oportunidades para nuevas propuestas, y que ya están dándose debates y problematizaciones, aunque el debate sobre la articulación política de muchas de esas propuestas esté aún abierto.
Algunos de esos interesantes debates vienen del proyecto Basilika. Algunas personalidades del ámbito cultural iniciaron este proyecto en primavera, y desde entonces han publicado podcasts sobre diversos aspectos relacionados con cultura y arte. Uno de los más interesantes para mí ha sido «Sakoneta», guiado por Jon Urzelai y Kepa Matxain, que han abordado, por ahora en dos programas, la estética y la producción artística. Entre otros, han analizado el fenómeno de la mercantilización del arte, las oportunidades y límites de la innovación estética y el tema del arte político. Se agradece la manera cuidada de trabajar los temas; algo que se echa de menos normalmente. Estos podcasts se pueden escuchar en la red.
En el último programa han abordado el tema de la crítica de arte, tomando como referencia la obra The Function of Criticism (“La función de la crítica”, 1984) de Terry Eagleton. Se ha hablado mucho del papel que ocupa o que podría ocupar la crítica en el panorama cultural de Euskal Herria: a menudo se ha cuestionado si existe una crítica de arte real en nuestro país; si no son más bien reseñas o crónicas las que se realizan, más que críticas, pues solo se mencionan los aspectos positivos de cada obra, sin mencionar siquiera los negativos. Parece que los datos lo corroboran: en el mismo programa se menciona el libro Izan gabe denaz, publicado por el investigador Ibon Egaña en 2015, en cuyas conclusiones se observa que en 30 años nada menos que el 84% de las críticas en la prensa en euskara han sido en positivo.
Sin embargo, el programa «Sakoneta» busca ir más allá; desea hablar de un significado más amplio de la crítica de arte, de la crítica como institución. A través del mencionado libro de Eagleton, recuerdan que la aparición de la institución crítica se sitúa con el nacimiento mismo de la sociedad burguesa, justamente cuando también el arte pasa del paradigma del mecenazgo al del mercado. En los siglos XVII y XVIII, la burguesía revolucionaria se apropia de un espacio con medios de difusión propios para realizar su crítica al mundo antiguo. Y mencionan certeramente en «Sakoneta», cómo se convierte la crítica en un arma contra el estado absolutista, pero también, del mismo modo, en guardián de la moral burguesa, ya hegemónica en aquel momento. Es con el desarrollo de la sociedad burguesa y con la visibilización de la lucha de clases cuando la crítica adquiere un carácter más político. Ser el guardián de la moral se convierte, al fin y al cabo, en un arma pública contra el emergente proletariado. Dando un salto a la actualidad, Eagleton no halla una función contemporánea clara para la crítica: como mucho, es un dispositivo para la reproducción de la industria cultural, o si no, una cuestión privada, correspondiente al mundo académico. El autor inglés habla de la necesidad de volver a la función tradicional de la crítica: si en una época tuvo una función opositora del estado absolutista, la crítica debería hoy hacer lo propio contra el estado burgués, si es que no quiere disolverse en el mismo.
Hasta aquí lo de Eagleton. Cuestionan, con razón, los de «Sakoneta», si no es una función demasiado grande la de hacerle contra al estado burgués, y cómo se podría llevar adelante algo así. Preocupados por la mercantilización del arte en el mundo contemporáneo, ellos proponen moverse a debates sobre la forma, haciendo referencia a otros textos. Por ejemplo, en lugar de interpretar y criticar según el mero contenido, mencionan la necesidad de volver a lo sensorial en lo que al arte se refiere. Y que la crítica debería disolver lo referente al contenido en lo que se refiere a la forma. Mencionan estas cuestiones también en el programa «Moderno» que hicieron hace un par de meses: hablan de la escasa oportunidad que hay en el capitalismo avanzado para una innovación sincera y una ruptura artística. En opinión de Urzelai y Matxain, el quehacer del arte consiste en «cuestionar el sistema», y esa es la cuestión de la forma. El artista debe enfocarse sobre todo en la forma, evitando las convenciones y las normas formales establecidas, para crear algo que no esté integrado o asimilado. De alguna manera, se le reconoce el carácter de sujeto crítico al propio artista, como individuo que tiene que comprender y superar las normas formales establecidas por el mercado, si es que va a innovar más allá de las convenciones.
Al fin y al cabo, los de «Sakoneta» –en la senda de Adorno– sitúan al artista y a su obra frente al sistema, siendo esa una «tensión entre dos grandes fuerzas»: tú estás contra el mercado, y si hay alguna opción para la innovación, consiste en dicha tensión. Junto con ello mencionan, claro está, que el sistema en sí ha demostrado que dispone de capacidad para asimilar muchas innovaciones formales, y se preguntan sobre cómo se puede evitar eso. El mismo Eagleton responde en su obra The Ideology of the Aesthetic (La estética como ideología, 1990): «¡Cuánto idealismo existe en el hecho de imaginar que el arte, por sí mismo, puede resistirse a toda asimilación! La cuestión de la apropiación tiene que ver con la política, no con la cultura (...). Si ellos ganan, continúan gobernando, y no cabe ninguna duda de que no hay nada que no puedan en principio neutralizar y absorber. Si ganas tú, ellos no podrán apropiarse de nada (...). La única cosa que la burguesía no puede asimilar es su propia derrota política».
Creo que la mención de Eagleton nos lleva al fondo de la cuestión. Es una sensación que se tiene a menudo: puede haber un acuerdo amplio en cuanto al análisis –por ejemplo, sobre las consecuencias terribles que puede tener el capitalismo avanzado en la mercantilización y degradación del arte–, pero los desacuerdos surgen en cuanto a las soluciones. Esos desacuerdos, básicamente, son referentes a la prioridad de la política, en mi opinión: lo que Eagleton denomina posición de «liberalismo humanista» por su excesiva confianza en el arte, cree que el arte mismo puede resolver sus problemas; en cambio, desde la posición marxista, se requiere priorizar la política, por haber deducido que el poder material solo se puede vencer desde el poder material. El propio Eagleton ha demostrado ser un marxista consecuente durante años, y sabe bien que cuando adjudica a la crítica de arte la función de «enfrentarse al estado burgués», se refiere a la crítica política, como tantas veces ha defendido. En su libro Walter Benjamin or Towards a Revolutionary Criticism (Walter Benjamin o hacia una Crítica Revolucionaria, 1981) dice: «los deberes de la teoría cultural marxista los dicta la política». O sea, que no hay crítica marxista sin disciplina política. «La principal misión del «crítico marxista» es participar activamente en la emancipación cultural de las masas y ayudar a dirigirla. Organizar talleres de escritores, estudios de artistas y teatro popular; transformar el aparato cultural y educacional; las actividades de diseño y la arquitectura públicos; una preocupación por la calidad de la vida cotidiana desde el discurso político hasta el “consumo” doméstico».
Yo también opino lo mismo: un análisis adecuado sobre el capitalismo exige una salida política eficaz. Creo que la posición política socialista abre oportunidades –también en Euskal Herria– para que la crítica recupere su verdadera función: porque su proyecto se basa en la sinceridad política, porque puede poner en duda de manera efectiva la idea de la unidad nacional que prevalece en el panorama cultural vasco, y sobre todo, porque puede promover un uso eficaz del método marxista. De esta manera se puede convertir la crítica en arma política en el camino de la emancipación social, pues solo a través de esta será posible un desarrollo libre de la producción de arte. El arte no puede, por sí, resolver sus problemas: el problema es la propia sociedad capitalista, y su superación solo vendrá desde la lucha económica, política y cultural socialista. Y es que, tal como decía Walter Benjamin, y menciona Eagleton en su libro, «la lucha revolucionaria no se juega entre el capitalismo y el espíritu, sino entre el capitalismo y el