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«Si, por el contrario, consideramos la relación originaria, anterior al ingreso del dinero en el proceso de autovalorización, aparecerán diversas condiciones –que tiene que haber surgido o sido dadas históricamente– para que el dinero se transforme en capital y el trabajo en trabajo que pone capital, que lo crea, en trabajo asalariado». Karl Marx, Grundrisse.

Situémonos un instante en el edén capitalista. Allí donde las personas, libres, campan sonrientes, intercambiando sus mercancías en igualdad de condiciones. Allí donde, salvo contadas excepciones, el ser humano solo se ocupa de sí mismo. Todo discurre según lo esperado, todo discurre de acuerdo con su naturaleza. Cada cual ocupa la posición que le ha sido asignada. Allí donde, salvo contadas excepciones, reina el orden. Allí donde el proletariado, desprovisto de sus condiciones objetivas de existencia, va al mercado con el objetivo de vender su propio pellejo y lo curtan. Allí donde el capitalista, propiedad privada en mano, reúne todo lo necesario para que todo pueda seguir igual. Todo discurre según lo esperado, todo discurre de acuerdo con las leyes de funcionamiento capitalista. En el edén capitalista todos los días son iguales, si dejamos de lado el hecho de que cada día hay más pellejo en el mercado y menos compradores que lo curtan. Su lógica interna se encarga de que así sea.

Algo falla en todo esto. Hemos visto como el proletariado se ve obligado a vender su fuerza de trabajo y hemos visto como el capitalista logra reunir en el mercado todos los componentes de los que precisa para iniciar los procesos de acumulación. Con todo, la existencia del capitalista presupone la existencia de la relación del capital y esta, la preexistencia de trabajadores libres en un doble sentido. El modo de producción capitalista presupone ciertas condiciones históricas concretas. «Una máquina de hilar algodón es una máquina para hilar algodón. Sólo en determinadas condiciones se convierte en capital. Arrancada a estas condiciones, no tiene nada de capital».

Marx explica en los Grundrisse que el dinero no se convirtió en capital hasta que el capital se estableció definitivamente, hasta que el capital empezó a funcionar como tal: valor que se valoriza. De esto deriva que el análisis categorial del capital no sea por si solo suficiente para explicar la existencia del capital. La explicación del funcionamiento capitalista nos dota de conocimiento para entender precisamente eso, su funcionamiento (valga la redundancia). No obstante, es imposible encontrar en esta el porqué de tal funcionamiento, la explicación de la necesidad de que esto ocurra tal y como ocurre, sus supuestos históricos, la génesis de las determinadas condiciones históricas en las que el dinero se transforma en capital o en las que el trabajo se transforma en trabajo asalariado. Nos hemos topado con algo que requiere ser explicado.

Diversas iniciativas han tratado de realizar tal ejercicio. No obstante, en general, los distintos relatos que tratan de narrar el nacimiento del capitalismo se estructuran a partir de unos presupuestos erróneos, algo parecido a lo que ocurre en el campo de la Economía Política. Apresados en las cadenas ideológicas del capitalismo, las diferentes versiones que se despliegan en este ámbito tienden a presentar el capitalismo como una serie de prácticas y elementos que, partiendo de costumbres y características naturales del ser humano, pueden identificarse (aunque sea en potencia) en todos los estadios históricos que lo preceden. De esa manera, la génesis del capitalismo se transforma en el proceso (inevitable) de emergencia y generalización de dichas prácticas y elementos. El proceso mediante el cual estos, eliminaron gradualmente las trabas que mantenían al capitalismo en su estado latente o neonato. De esa manera, con la facilidad con la que un trilero hace desaparecer la pelotita, aquello que requería ser explicado se transforma súbitamente en el fundamento de su propia explicación. De noche, todos los gatos son pardos. Pero explicar se identifica en este caso con diferenciar. A fin de cuentas, hasta que la pruebas, también la sal parece azúcar.

Esto, como resulta evidente, tiene unas consecuencias políticas nefastas, ya que, además de presentar el capitalismo como el resultado natural del desarrollo histórico (como estadio al que todas las tendencias históricas se dirigían irremediablemente, guiados por leyes comparables a las leyes de la termodinámica), lo presenta como culminación o fin de estos, esto es, como aquello a lo que se le ha permitido aspirar a la historia de la humanidad. El edén capitalista se transforma no solo en aquello que nos merecemos, sino en aquello que podemos merecer. Y, para colmo, no hemos explicado nada.

Marx trata en ese sentido de articular una explicación crítica del proceso que nos ocupa en el famoso capítulo de El Capital «La llamada “acumulación originaria”». Este capítulo cumple una función doble, ya que además de establecer los fundamentos de la crítica a las diferentes variantes que se desarrollan a partir de la matriz «mercantilista», cumple una función interna imprescindible, en el sentido de que introduce en su obra la explicación del proceso de gestación de las condiciones históricas concretas o presupuestos del capitalismo, aquello que requiere ser explicado. El título del capítulo y el lugar que ocupa en la obra nos lo comunican.

La idea general es más simple de lo que parece. Puede encontrarse, por ejemplo, en esta cita: «el modo capitalista de producción y de acumulación, y por ende también la propiedad privada capitalista, presuponen el aniquilamiento de la propiedad privada que se funda en el trabajo propio, esto es, la expropiación del trabajador». La acumulación capitalista presupone sobre todo la relación del capital, la producción de valor, esto es, la explotación. En ese sentido no es correcto tratar de encontrar el fundamento de su origen en la existencia de ciertos elementos, ya que estos, despojados de su contenido, carecen de sentido. Por esta razón, la búsqueda debe centrarse en encontrar ese fundamento, en la transformación de las relaciones sociales, estrechamente vinculadas a las relaciones de propiedad. La diferencia no se encuentra por tanto en el hecho de que la gente comenzase a utilizar el dinero para el intercambio ni en que cierta gente adquiriese la capacidad de acumular cierta cantidad de dinero. La acumulación capitalista no es un proceso meramente cuantitativo (pese a que ese sea su resultado aparente). Representa, sobre todo, un proceso cualitativo, una manera de funcionar y de hacer que todo cambie sobre un mismo fundamento.

Por el contrario, la diferencia aparece en el proceso de escisión entre los trabajadores y sus condiciones objetivas de existencia, la propiedad sobre las condiciones de realización del trabajo. Un proceso que corre paralelo al proceso mediante el cual los trabajadores dejan de pertenecer a otros (disolución de las relaciones de servidumbre o esclavitud). Por lo tanto, cuando hablamos de acumulación originaria nos referimos al proceso de disolución de la propiedad de los productores directos sobre el medio de trabajo y los medios de producción (la expropiación de los trabajadores). Que, «aparece como “originaria” porque configura la prehistoria del capital y del modo de producción correspondiente al mismo».

Este, pese a desarrollarse de distintas maneras (atendiendo a las particularidades locales), presenta ciertas características que conforman un relato general. La privatización y concentración de las diferentes formas jurídicas que adoptaba la propiedad de la tierra (tierras comunales, pequeñas propiedades, tierras eclesiásticas) deshicieron toda posible vinculación entre las capas populares y su medio de trabajo. Su resultado es la existencia de grandes propietarios (dispuestos a hacer negocio con la tierra), gente que había conseguido amasar fortunas (bien por medio del comercio, posición social –privilegios y rentas– o la violencia directa) y una masa cada vez mayor de trabajadores, que habiendo siendo arrancados del acceso a su medio de vida no tuvieron otra opción que o bien alquilar su pequeña parcela de tierra (ahora sumergido en una lógica en la que la renta respondía a los imperativos del mercado) o tratar de encontrar quién comprara su fuerza de trabajo libre. Un proceso que lejos de la idílica y pacífica representación que se hace de ella, se escribe en sangre y miseria.

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