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Una noticia que ha causado (un poco) revuelo: se introducirán anuncios en algunas plataformas de streaming de pago (de momento en Netflix) para ver series y películas. Con el objetivo de abaratar la suscripción, ofrecerán una tarifa que tendrá publicidad y otras muchas limitaciones. En las redes se puede leer de todo al respecto, entre otras cosas, que esto se traducirá en la muerte de esta plataforma. A decir verdad, me da igual. Lo interesante de todo es que este hecho pone de manifiesto las tendencias propias del capitalismo, en este caso del ámbito de la cultura.

Con la expansión de internet, alguien pudiera pensar que se podría superar el monopolio y los excesos de las grandes televisiones e industrias culturales de la época: cualquiera podría compartir sus contenidos en foros y plataformas y, aparentemente, la red no parecía esconder ningún interés económico directo. Así, podía ser un espacio «libre» y sin publicidad, no como la televisión; permitiría huir de las modas impuestas por el mercado. De alguna manera, podía parecer que internet venía a ser el refugio de la democratización y la calidad de la cultura. Por otro lado, plataformas como Netflix serían ejemplo de una gestión capitalista honesta y benévola de los productos audiovisuales: pagando la suscripción según lo especificado en el contrato, el público sería totalmente libre de gestionar los contenidos a su antojo y sin publicidad. Con el paso del tiempo, toda esta apariencia se ha disuelto y los efectos de la forma mercancía se han impuesto sin piedad también en la red.

El ejemplo de plataformas como Youtube o Twitch es revelador. Estas plataformas, que supuestamente garantizarían la libertad de creadores y el público, han reproducido el lenguaje sangriento de la televisión tradicional, y lo han llevado, irremediablemente, al último extremo: formatos comerciales estandarizados, clickbaits salvajes, patrocinadores, publicidad de los más invasiva, monopolios, algoritmos omnipotentes, modas cíclicas, entretenimientos banales, hipersexualización… El objetivo final es aumentar los beneficios de los propietarios de las plataformas y de otras empresas que participan en ellas, fin para el cual se permite emplear cualquier medio. Todo esto de incluir anuncios en Netflix debe ser comprendido en ese mismo sentido. En efecto, no podemos olvidarlo: en esta sociedad que hace aparecer como mercancía todo lo que se produce, cualquier acción tiene como fin último la acumulación del capital.

El capitalismo aparece así como un gran obstáculo para la humanidad, en este caso en el campo de la cultura. Imagínate: podríamos crear almacenes universales de literatura, música y cine. Todas las obras de arte realizadas a lo largo de toda la historia, y también las futuras, podrían ser puestas a disposición de toda la humanidad, así como cualquier otro contenido científico, cultural o didáctico, por supuesto; ya existen las condiciones tecnológicas necesarias para ello, y podríamos ver el germen de esto desde hoy. Pero el presente nos enseña que no se trata de una cuestión tecnológica, sino política, porque la libertades y la igualdad material entran en contradicción con los fundamentos de la sociedad burguesa. Y la clase dominante aplasta con dureza todos los intentos de universalización de los contenidos: solo hay que ver qué pasa con iniciativas como Z-Library o con la práctica de la piratería en general. He aquí el carácter reaccionario del capitalismo: el interés privado manda y no existe ningún criterio racional, moral o estético que pueda superponerse al objetivo de la acumulación de capital.

La cuestión debe, pues, abordarse políticamente: para liberar las potencialidades ya existentes en la sociedad, para universalizar de un modo real y la propiedad y disponibilidad de cada producto y medio material mediante el control obrero, es preciso destruir las formas capitalistas. Y, mientras tanto, claro, sigamos bloqueando anuncios, y descargando y compartiendo los contenidos como podamos.

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