Nombran a Aldekoa director general de EITB y no nos queda otra que actuar con muecas y gestos de enfado, porque sabíamos que lo iban a colocar en esta posición, pero no podemos asumir no haber mostrado nuestra indignación. Con motivo del Máster de Periodismo Multimedia EL CORREO-UPV/EHU, la rectora Nekane Balluerka asegura tranquilamente que la relación entre el periódico en cuestión y la Universidad está siendo «fructífera», que lo que necesitan los periodistas es «cultura» y que «el periodismo refleja la realidad» (¡sic!). «La distorsión de la realidad en el informe es el verdadero informe sobre la realidad» escribió, sagaz, Karl Kraus. La realidad se tergiversa sistemáticamente, no solo en EITB o en El Correo. Es la cruda realidad de los medios de comunicación, de tal forma que el retrato supuestamente fiel de lo que está pasando delata a menudo al retratista. Pero no es la tergiversación de la realidad (o la tergiversación como realidad) el simple resultado de que fulano o mengano esté en la dirección; esta sería una afirmación igualmente tergiversada.
Vivimos tiempos turbulentos, tiempos que a veces se nos antojan casi inexplicables. Nos sentimos tan superados por el momento histórico que nos cuesta construir en el pensamiento una representación coherente de lo que está pasando. Una de las razones probables es que los medios de comunicación y la industria cultural nos condicionan la conciencia práctica sobre lo que nos rodea y sobre lo que somos nosotros mismos en este contexto. Hoy en día, parece innegable que la industria de la información, por su centralidad y omnipresencia, intervenga en nuestra propia capacidad de percepción, ya que en general no percibimos los hechos, entre ellos los sociales, sino a través de dicha industria. Además, la existencia de una tipificación y clasificación completa de los tipos de productores y consumidores de actualidad la hace imposible o bastante difícil de soslayar, más o menos como ocurre con los representantes y representados en política institucional. El hombre convertido en objeto estadístico: dame los datos necesarios y suficientes (renta, lugar de residencia, edad, género, etc.) y el cruce de variables me dirá aproximadamente quién te provee de realidad.
Por dar un ejemplo, casi sin excepción, la relación de causalidad que todos los periódicos e informativos televisivos han establecido entre la pandemia y la crisis económica presenta la contradicción biológica como única causante y responsable de la miseria material, precisamente en la línea de lo que ya se empezaba a sugerir anteriormente en las superproducciones cinematográficas. Dicho de otra manera, nos sugiere que solo un conflicto de carácter ecológico-biológico puede acarrear la ruina de este modelo socioeconómico. La crisis estructural de producción, la agresiva política financiera, el choque del Capital contra sus límites históricos y un largo etcétera (sobre este tema, véase el artículo de Kolitza en Arteka de julio) han sido sistemáticamente silenciados en el espacio mediático. Y eso lo han hecho todos, casi sin excepción, tanto si la dirección vive bajo la fuente, como si vive en el sótano. Decía Theodor Adorno que la tarea que el esquematismo de Kant atribuía al sujeto, a saber, la de referir a priori la multiplicidad sensible a los conceptos básicos de la razón pura, se la habían arrebatado al sujeto la industria cultural y la de la información. Su principal servicio es proveer al consumidor de algunas categorías básicas. El mensaje general de cada noticia particular es siempre el mismo: la omnipotencia del capitalismo.
Por otra parte, las industrias de la información y de la cultura tienen o provocan, entre otras muchas cosas, dos males característicos que quisiera subrayar, ambos muy a tener en cuenta desde una perspectiva de guerra por la ética o política cultural comunista y, además, de gran actualidad: la criminalización de la pobreza y el fomento del aspiracionismo en el bloque cultural del proletariado.
A esta sociedad loca le es inherente la producción incesante de riqueza privada, pero con la misma continuidad no puede sino recomponer para ello los dramatis personae contrapuestos que están en su base: el protagonista y el antagonista. Esta sociedad loca, además, no puede hacer otra cosa que producir constantemente el mismo personaje antagónico a cada vez mayor escala. Este personaje, huelga decirlo, es el proletario. Pero, paradójicamente, el capital atribuye a este producto vivo suyo toda la responsabilidad de su carácter trágico a través de sus medios de comunicación. En pocas palabras, en esta forma histórica de organizar la sociedad, los males endémicos de la misma se proyectan sobre un outsider, sospechoso y corruptor de la estabilidad.
La ficción de la ciudadanía, de la igualdad entre los poseedores de mercancías, las formas de pensamiento socialmente válidas (y por tanto, como decía Marx, objetivas) condenan al proletariado a ser percibido en la sociedad de clases como un ser irracional y culpable con una tendencia incontenible a la hybris o desmesura. No hay más que ver la ofensiva mediática contra la ocupación.
Me parece muy peligroso el extendido marco de comprensión socialdemócrata, el cual no puede estar más lejos de un análisis materialista de la realidad, y según el cual la incultura está a la base de la conducta desproporcionada y la inclinación al delito. Cuanto más desfavorable es la situación material, más abundante se ha convertido tanto en las tertulias televisivas como en las redes sociales el intelectualismo moral que presenta el desconocimiento como causa del ambiente de conflicto. Porque según la acepción elitista de la cultura, la cultura es leer literatura vasca y no romper el mobiliario urbano. Sin embargo, el proletariado pincha electricidad. El proletariado okupa edificios. El proletariado piratea el Spotify. El proletariado salta por el balcón, el proletariado... Y en el extremo del horror, la más fiel personificación de la desmesura es representada por el inmigrante ilegal, ya que su mera existencia en un determinado marco geográfico constituye su delito y su culpa (en el barrio donostiarra de Infernu hay un buen ejemplo). Y las fuerzas represivas le dan el castigo merecido, némesis. Así, la retrasmisión mediática de los hechos busca efectos catárticos: purificación de los bajos afectos y docilidad de los oprimidos.
Pero el asunto no acaba aquí. Porque en el contexto de la crisis capitalista –que, de paso, es el punto de partida irrenunciable, teórico y práctico, para cualquier revolucionario consecuente– para este personaje trágico, el hecho de expiar la culpa que carga, saldar la deuda, se convierte en obra de Sísifo. La pobreza como deuda infinita. Lo que hace imposible la tragedia como género no es ya la decadencia del instinto aristocrático, del pathos de la distancia, que decía Nietzsche: el elemento trágico ha desaparecido porque lo catártico es la propia realidad, tal y como la retratan los medios de comunicación. El miedo es profundo. El miedo y la miseria moral. Y la miseria epistemológica.
Aun así, en el reverso de esta trágica moneda hay una gran farsa: el aspiracionismo que se inserta constantemente en el imaginario del bloque cultural proletario, en el cual la industria del entretenimiento y la publicidad juegan un papel central. El principal inconveniente de la conciencia histórica y de clase en las filas del proletariado es el deseo construido e imposible de convertirse en un hipotético miembro de la clase media o de la burguesía, el cual alimenta el mirarse el propio ombligo. John Steinbeck escribió en su época sobre EE.UU.: «Supongo que el problema era que no teníamos proletarios que se autoidentificasen de esa manera. Todos eran capitalistas temporalmente avergonzados». «Voy a pillarme un Ferrari para vacilar por el ghetto» cantaban no hace mucho los PXXR GVNG. La constante adaptación, perfeccionamiento y fortalecimiento de la concepción del mundo y de la ética capitalistas. El judío de Fráncfort, que odiaba la música jazz, decía que lo que nos ofrecen no es Italia, sino la prueba visible de su existencia. Cuidemos nuestra independencia ideológica, nuestros medios de comunicación y la ética comunista, que son un gran tesoro.