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Daré comienzo a esta exposición citando a Antonio Gramsci: «La crisis se produce cuando lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer». La cuestión radica en hacernos las preguntas adecuadas: ¿Qué es lo viejo que debe perecer y lo nuevo que debe ser reconstituido? ¿De qué nos debemos desprender para que lo nuevo pueda florecer? ¿Qué papel tienen aquí las clases sociales y el poder? Intentaré en este texto ver cómo actúan las relaciones de poder en la práctica de la lucha de clases y para ello daré previamente unas puntualizaciones, aunque sea de manera breve acerca de la comprensión de la clase y el poder.

 

En primer lugar, no debemos determinar el concepto de clase exclusivamente a su aspecto económico. Esto significaría localizar la clase únicamente en las relaciones de producción, en su posición inmediata respecto al proceso de trabajo y los medios de producción, lo cual excluiría de la conceptualización de clase a estudiantes, amas de casa, pensionistas… De aquí debemos observar que los sujetos de las relaciones sociales de producción son personificaciones de la división social del trabajo (trabajo productivo-reproductivo, trabajo manual-intelectual) y del capital. Y como personificaciones mantienen una posición concreta respecto a las relaciones sociales de producción. Por ello, a la hora de hablar de clase también debemos tener en cuenta la relación con lo político e ideológico; por ejemplo, si se es o no baluarte ideológico y/o represivo de un conjunto de estructuras que mantienen las relaciones sociales intactas. Con esto se quiere decir que si el capital es una relación social y se busca una sociedad sin clases, esto no pasaría únicamente derrocando sus personificaciones como quiere hacer ver un gran abanico de organizaciones «comunistas»: nacionalización, industrialización…

 

Por otro lado, las relaciones de poder a menudo son limitadas a relaciones interpersonales (1), a un proceso individual donde se presentan ajenas a las relaciones sociales de producción y con ello de la sociedad dividida en clases. La relación de poder constituiría por lo tanto una práctica de poder entre individuos la cual se debería explicar con autonomía de las relaciones de clase, creando un sinfín de dicotomías: adulto/joven, padre/hija; profesor/alumno; relaciones de amistad… Estas posturas ponen el foco de atención en solucionar estas situaciones de autoridad de modo autónomo, por sus características personales, dejando a un lado las condiciones sociales que originan diferentes superestructuras (familia, educación…) en una sociedad dividida en clases sociales antagónicas.

 

Lo que caracteriza estos análisis son la comprensión errónea y la distinción radical de lo económico y lo político. En estos análisis, la relación de poder constituiría lo político y la relación de clase lo económico, y si queremos verlo más explícitamente, lo económico –a lo que reducen la clase social– constituiría el trabajo productivo. Por lo tanto, perciben las relaciones de poder en oposición a las contradicciones de clase, haciendo ver implícitamente que estas relaciones de poder existen fuera de las clases, que son independientes de ellas; en definitiva, que necesitan de un análisis particular paralelo a la lucha de clases. Y deducen de aquí que el marxismo no ha sido capaz ni ha buscado articular correctamente las problemáticas de las relaciones de poder, cuando son estas posiciones las incapaces de comprender el marxismo en su totalidad.

 

No se trata de no identificar que existen dichas relaciones, sino cómo estas relaciones de poder cristalizan la capacidad de una clase social para impregnar su ideología en las distintas personificaciones del capital para así realizar sus intereses objetivos y legitimar las propias relaciones sociales capitalistas. Por lo tanto, se podría decir que las relaciones de clase son relaciones de poder e inversamente las relaciones de poder son relaciones de clase.

 

Aquí se ve de una manera clara la contradicción entre las prácticas que tienden a la conservación de las relaciones sociales existentes y las que tienden a su transformación. Esto corresponde principalmente a los intereses de clase y de poder. La socialdemocracia, al relacionar el poder con lo político, reduce el poder al parlamentarismo. Por ello, cuando no consiguen aplicar su horizonte reformista a la legislación burguesa echan balones fuera escudándose en que necesitan un mayor apoyo popular para conseguir los propósitos que prometían a la clase trabajadora. Necesitan hacer ver que son el caballo de Troya de la clase trabajadora en los parlamentos y que defienden los intereses del proletariado cuando en realidad funcionan políticamente como «representantes» obreros de la burguesía. Pero como hemos visto anteriormente la dialéctica que existe entre relaciones de poder y de clase les hace obligatoriamente tener un doble papel: mientras son una herramienta del Estado capitalista y aseguran su mantenimiento y su legitimidad deben mostrar un aspecto de radicalidad en la coyuntura; es decir, aunque renuncian a transformar el viejo mundo tienen que dar la apariencia de querer mejorarlo.

En la coyuntura; es decir, en el momento concreto donde aterriza la práctica política es donde mejor se puede observar la doble apariencia socialdemócrata. En este momento el oportunismo florece y se deja ver sin ningún disimulo. No se debe olvidar que las prácticas políticas se dan en todo momento en el campo de la lucha de clases y que los intereses de clase y sus prácticas tanto en el terreno económico como político son intereses objetivos, por lo que no se trata de motivaciones de comportamiento, es decir que debe despojarse de ello el sentido moralista-voluntarista. De aquí el oportunismo lo que espera es aprovechar una situación de coyuntura cuando en el seno de la clase trabajadora haya una crisis de la ideología dominante para en su correlación de fuerzas cuantitativa presentarse como una alternativa real. (3) Esto no lo debemos de ver de una manera mecánica la cual supondría que una debilidad de la burguesía se traduciría en un aumento de fuerzas del proyecto emancipatorio. Aquí a menudo puede verse un aumento puntual de una capacidad de cierto sector de la clase trabajadora pero orientando al proletariado al espontaneísmo que conduce inevitablemente a su desmovilización. En la coyuntura las organizaciones socialdemócratas y espontaneas conducen su radicalidad hacia la espontaneidad de las masas juveniles realizando acciones directas esporádicas sin estrategia alguna, e imponen así la infantilización de estos sectores.

A menudo viendo que los sindicatos y partidos no cumplen las promesas que hacen a sus afiliados y votantes se tiende a intentar demostrar que son «traidores de la clase obrera». Pero, ¿son en verdad traidores de la clase trabajadora o son simplemente correas de transmisión de la cosmovisión capitalista dentro del proletariado? En otras palabras, el término traidor se alude a su nula capacidad para hacer efectivas sus promesas electorales, pero incluso siendo capaces de llegar a su ideal máximo de Estado de bienestar ¿no estarían obstaculizando con sus reformas una organización independiente cuyo horizonte sea la creación de una sociedad sin clases? Desde posiciones comunistas este lema ¿no supondría asumir una posible barbarie más social, abandonada de todo internacionalismo proletario? ¿No estaríamos aquí asimilando el proyecto político del ala izquierda de la burguesía?

Por ello cabe decir que el proletariado vive sus condiciones de existencia política en las formas del discurso político dominante, esto significa que su frustración y su visión de transformación en los sectores más concienciados, está dentro del mismo marco de pensamiento de la burguesía. Esto implica que la ideología política del proletariado –y las organizaciones que dicen defender sus intereses– está calcada muchas veces sobre el discurso de la clase dominante. Claro esta que esta ideología dominante puede presentarse en varias formas: no se manifiesta con el discurso dominante, sino que ese discurso dominante se presenta para la clase trabajadora como una oposición a ella. Por ejemplo, la visión de que otra forma de democracia política es posible, que todo radica en la gestión de un supuesto «Estado neutro».

Estos programas no se preocupan políticamente por crear una sociedad nueva, al contrario, se exige por todas partes la conservación de lo antiguo, renovado pero caduco y con ello se da la condena del proyecto político que tiene como horizonte la sociedad emancipada.

 

(1) El poder como fenómeno “interpersonal” se puede observar en R. Dahl que lo define de una manera mecánica de la siguiente manera “El poder de una persona A sobre una persona B, es la capacidad de A para conseguir que B haga algo que no haría sin la intervención de A”. También podemos observar la influencia de Weber en el individualismo en sus concepciones acerca de los tipos ideales.

 

 (2) La dualidad entre el parlamentarismo formal y la radical la podemos ver en los casos concretos: en los que EH Bildu apoya los presupuestos del Estado y la organización juvenil Ernai se posiciona en contra de las consecuencias de ese apoyo. O en el oportunismo de cara a la gestión del Covid que ellos mismos han aprobado. O cuando Podemos afirma estar en contra de los desahucios mientras está en el gobierno que los lleva a cabo.

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