Hace tiempo que nos dejaron de sorprender las políticas antiproletarias del estado. Como dice el dicho, aunque la mona se vista de seda, mona se queda, por lo que los partidos del gobierno español «progresista» siguen por el mismo camino. En las últimas semanas, el Gobierno del PSOE-Podemos ha elaborado una proposición de ley que da paso a la negación de Palestina y a la ofensiva contra el pueblo palestino bajo el pretexto del antisemitismo, y por si esto fuera poco, también ha lanzado un órdago a la ocupación. Ambas decisiones favorecen a los estados imperialistas, a las élites económicas y, en su caso, a los propietarios medianos, en absoluto al proletariado.
Que este tipo de proposición de ley salga adelante sin problemas es la traducción de algo naturalizado en el sentido común. Este tipo de políticas muestran la institucionalización del sentido común en el imaginario colectivo, reflejo de las falsas dicotomías de holgazán/trabajador, bestia/demócrata o cualquier otra. En efecto, en el capitalismo, se elimina sistemáticamente el elemento de la lucha de clases que se esconde detrás de cada cuestión. Se desdibuja por completo quién es el verdugo y quién la víctima. ¿Cómo es posible tachar de verdugos a los palestinos, frente a un estado como Israel? Solo hace falta observar los recursos económicos, las alianzas y las capacidades armamentísticas con que cuenta Israel para ver el sinsentido de esa afirmación. Asimismo, ¿cómo podría ser víctima quien se enriquece a costa de la acumulación inmobiliaria y la especulación ante un proletario que no tiene acceso a una vivienda?
Por lo dicho, las políticas proletarias van más allá de la lógicas de los relatos interiorizados por la sociedad. Para nosotros y nosotras, la política consiste en plantear los intereses de clase detrás de los conflictos y defender los del proletariado. Esto hace que, inevitablemente, la política proletaria, o más directamente, las políticas comunistas, estén continuamente en el punto de mira. Por eso, nos enfrentamos todos los días a los ataques de los partidos que defienden los intereses tanto de la burguesía como de la clase media, que distorsionan constantemente el movimiento comunista, del mismo modo que ensucian el trabajo que se realiza y manipulan constantemente nuestra base y ética. Por eso nos organizamos de forma independiente a las instituciones.