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(Traducción)

La destitución del presidente Quim Torra reafirma la iniciativa autoritaria y represiva del Gobierno español; este acontecimiento, encima, nos lo ha traído la efeméride de otro ejemplo de la represión.

Ya son tres los años desde el referéndum de «autodeterminación» de cataluña; así, este podría ser un buen momento para evaluar lo hecho y la influencia que después ha tenido. Sin embargo, la evaluación que se ha propuesto tiene que mirar a las voluntades y responsabilidades propias al programa-revolucionario socialista; al menos, si es que hablamos de la motivación política de los comunistas, debería de ser de la siguiente manera: ya que, si de algún modo las ganas de bienestar y libertad del proletariado se sumaron a aquel proceso, es sumamente importante clarificar cuáles son las capacidades del proceso. Una curiosidad peligrosa pero sincera, que tendrá que ser capaz de diferenciar los aciertos y los errores para poder ampliar el conocimiento estratégico. Los que muchos bautizaron como proceso de independencia de Cataluña es el objeto de dos retos de reflexión o pensamiento; para que el lector los convierta en su responsabilidad, se presentarán de una manera esquemática:

a) El choque entre el proyecto nacional de la clase trabajadora y las estructuras y marcos burgueses; es decir, el proceso de independencia catalán nos ofrece la oportunidad para pensar cómo debería ser el poder-organizativo geográfico general (aquel que el internacionalismo de clase posibilita) que se necesita para que la clase trabajadora -en un territorio concreto y como nación (por lo tanto, como comunidad aparte)- pueda dar una organización socioeconómica y cultural propia de su vida colectiva. Ciertamente: los marcos geográficos estabilizados de acumulación de capital (por ejemplo, los Estados) son contrarios a los proyectos de nación que puedan desmantelarles, es por eso que, cualquier proyecto nacional de la burguesía no puede suplir los intereses y el bienestar de la clase trabajadora. Se quiere decir: si la burguesía tuviera la voluntad de llevar hasta el límite cualquier proyecto nacional, lideraría el supuesto proceso de independencia para conseguir mejores condiciones para la explotación de la fuerza de trabajo. Por otro lado, si no tuviera voluntad real para llevarlo a cabo, es decir, si su objetivo fuera conseguir más competencias políticas interpretando la ruptura, la esperanza que hubiera difundido en la clase trabajadora no sería más que un engaño (así como el enemigo de su emancipación). De todos modos, el bienestar de la clase trabajadora y la voluntad de la burguesía no pueden ser compatibles en términos de convivencia y comunidad, y, por ende, tampoco en cuanto a la nación.

b) Durante las últimas décadas, la socialdemocracia ha adoptado para sí la consigna estratégica conocida como «ruptura democrática» sobre todo en Europa, Sudamérica y en los EEUU de América. Según este pensamiento estratégico, la voluntad de los ciudadanos, eso que el gobierno no ha tenido en cuenta, podría revertirse y situarse por encima de la situación conservadora de las cosas, sin agresivos ataques a las instituciones estatales o agentes políticos (aunque si llegara a ser necesario, dando la espalda a la legislación vigente) es decir, actuando fuera de la ley, y fomentando modelos participativos alejados de la actividad política oficial (es decir, nos referimos a actuaciones y prácticas que pueden denominarse paralelos, puesto que las acciones que provoca la «ruptura democrática» no afectan directa e inmediatamente al funcionamiento del Estado). Esta es una estrategia basada en la unilateralidad, que propone, en general, que actuemos por nuestra cuenta y que habrá un momento, fruto de un determinado crecimiento de la participación, en el que el gobierno deberá asumir nuestra voluntad y propósito. Es entonces cuando la «ruptura democrática» afecta al Estado, al desarrollar una dimensión cuantitativa determinada, cuando el gobierno (modificando alguna ley, por ejemplo) se ve obligado a hacer frente a un posible acontecimiento, ya que la nueva realidad derivada del mismo no tendrá vuelta atrás. El proceso de autodeterminación que desembocó en el referéndum del 1 de octubre de 2017 en Cataluña es, como se ha ratificado en estas semanas, un ejemplo del fracaso de esta estrategia. Así pues, con la intención de recuperar la comprensión realista que la consigna comunista de «conquista del poder» lleva consigo, nos resulta imprescindible una crítica histórica y política rigurosa de la estrategia de «ruptura democrática», puesto que podría costar caro el pensamiento simplista que ello conlleva.