En el estado francés, mientras avanza la reforma de las pensiones, las calles arden. Las protestas, que no solo la reforma, sino que rechazan al conjunto del gobierno de Macron, han dejado a cientos de manifestantes detenidos y heridos. Con estas protestas, estamos viendo en Francia un claro ejemplo de decadencia de los estados democráticos y de bienestar. En concreto, ha sido la undécima vez en lo que va de año que se ha utilizado el artículo 49.3 de la Constitución francesa, que, al contrario de la democracia liberal que se quiere vender, no es más que una muestra de la normalización ascendente de la centralización del poder. El uso de este artículo ha permitido aprobar la reforma por decreto, a saber, sin la aprobación de la asamblea. Asimismo, cabe enmarcar estas protestas en un contexto hacia la proletarización evidente de los últimos años visible en la degradación de los servicios sanitarios, los recortes de las ayudas y el encarecimiento general de la vida.
Las protestas que comenzaron en enero en el estado francés han tocado techo a principios de este mes, con la huelga más multitudinaria de las últimas décadas. Los sindicatos, sin embargo, no han tenido capacidad para articular esta fuerza en forma de una oposición real a la reforma. Esto ha sido así, por un lado, porque a estas alturas de recesión económica les han menguado los márgenes para la mejora de las condiciones económicas, ya que la socialdemocracia y sus sindicatos tienen unos límites cada vez más evidentes para acordar el precio de venta de la fuerza de trabajo de la clase obrera. Así, la socialdemocracia pierde relevancia como un agente político que puede beneficiar a la clase trabajadora, pues la capacidad de llevar a cabo reformas es sólo posible en una coyuntura económica global de prosperidad. Pero, por otro lado, el problema es que los sindicatos son hoy incapaces de hacer frente a la ofensiva del capital en la medida en que plantean las luchas económicas al margen de la lucha política. Los sindicatos, cuando realizan mejoras en las condiciones de vida de la clase trabajadora, no tienen por objeto la construcción de unas condiciones para imponer la democracia real de la clase trabajadora; no tienen ambición alguna para abolir las instituciones garantes del régimen del trabajo asalariado.
Sin embargo, las luchas económicas deben integrarse en una lucha política más amplia; las mejoras de las condiciones de vida del proletariado deben conducir al desarrollo del poder obrero. Y, para ello, es necesario estructurar y orientar de forma organizada e independiente las movilizaciones y protestas multitudinarias como las que se han visto en el estado francés, y desarrollarlas en el marco de una estrategia y táctica adecuadas para que esa acumulación de fuerzas sea el motor de un cambio real y las movilizaciones multitudinarias de masas constituyan una garantía de cambio real y una salida de la frustración de la clase trabajadora. El proletariado sólo llegará a conseguir la paz cuando no tenga una oposición real; entre tanto, nuestro quehacer se basa en difundir la lucha a favor del socialismo.
Por último, no queremos terminar esta editorial sin mostrarles nuestro mayor apoyo a los y las trabajadoras de las protestas del estado francés, a todos y todas que están teniendo que sufrir la represión y violencia de la policía.