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(Traducción)

Para quien lucha, el honor tiene la misma importancia que los principios ideológicos. Pues, el honor es el reconocimiento social de la lucha y hace ver públicamente el respeto y la admiración que se debe al militante político. Tiene, pues, algo de moral, además de que le sirve para unir fuerzas a aquel que tiene un compromiso político: para que haga lo que tenga que hacer y acepte lo que ha hecho. Ahora bien, en los principios consiste la rectitud de nuestras acciones, así como la conciencia de que vamos por el camino correcto. La ideología o claridad en las cuestiones políticas es, por un lado, el conocimiento de estrategias y tácticas correctas y, por otro, la forma de mantener limpia la conciencia con las manos sucias. Lo uno y lo otro no pueden ser más necesarios; lo uno y lo otro son perjudiciales si la ideología ocupa el lugar del honor y el honor el de la claridad. Por eso mismo conviene que ambos se mantengan separados entre sí, porque si perdemos el equilibrio entre los motivos morales e ideológicos de una lucha, el honor nos puede cegar y que la simple afirmación ideológica nos empuje a un orgullo sin mérito.

Se aprecian indicios de esta confusión, por ejemplo, en las lecturas y comparecencias publicadas por el EPPK y Sortu en relación a los «ongi etorris». En defensa de la convivencia y la paz, y para aliviar el sufrimiento, se ha tomado la decisión por la que la Izquierda Abertzale sólo permitirá a los presos ser recibidos en el «ámbito privado del ambiente de los allegados». En palabras de Arkaitz Rodríguez, la reciente decisión del EPPK supone «una contribución cualitativa a la construcción de la paz y la convivencia en este país», y así lo hizo saber el propio colectivo, como un avance que no contempla el «relato de vencedores y vencidos». Pero los recibimientos a la militancia no tienen valor político positivo si no se realizan en el espacio público y a la vista de todos (la presentación pública de los militantes es imprescindible, porque sólo así se puede garantizar la aceptación y legitimidad histórica de la lucha y de la militancia política). El reconocimiento público de la militancia es, además, una afirmación simbólica de las posibilidades de luchar de acuerdo con determinados principios políticos, y es, a su vez,  un indicador de la fuerza de un programa político. La desaparición de un símbolo podría ser, en consecuencia, la negación de un programa político determinado y de su historia. Y, cómo no, también de su reproducción.

Al negar los recibimientos públicos, se niega el honor a una lucha, y los principios ideológicos propios de esa lucha se convierten en cuestiones personales (ni públicas, ni políticas, ni de práctica…). Así las cosas, más que inoportuno, consideramos falso el argumento que esgrimen EPPK y Sortu para justificar la decisión en cuestión. El abandono de los «ongi etorris» es, en nuestra opinión, una decisión política que la Izquierda Abertzale ha tenido que adoptar sí o sí más allá de la voluntad de los presos, y que presentan como un paso adelante porque no son capaces de reconocer públicamente su derrota. El programa político histórico de la Izquierda Abertzale ha sido derrotado; pues bien, si no hacen un sincero «relato de vencedores y vencidos», nunca ofrecerán un relato veraz de sus decisiones políticas. Sólo por términos políticos vencidos, triunfantes y análogos puede entenderse la razón y la obligatoriedad de tales decisiones. Si no aceptan la derrota, le costará mucho trabajo a la Izquierda Abertzale ser el vasallo de ese que ha aplastado su programa político. Así, creemos que la Izquierda Abertzale debería dejar de mentir (por ejemplo, tendrá que reconocer que ha abandonado sus principios políticos clásicos), que es el primer paso para recuperar el honor de sus militantes.