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Tras el golpe de los paramilitares fascistas de 2014, la guerra de casi dos años posterior y las numerosas violaciones de los acuerdos de Minsk que se han producido desde entonces (13.000 muertos, 30.000 heridos, 3,4 millones de personas en necesidad de ayuda básica), numerosos «izquierdistas» han guardado silencio en sus declaraciones oficiales. Ahora, en cambio, son ellos mismos los que se han dado prisa para gritar en voz alta sus clamores contra la guerra con motivo de la invasión rusa en Ucrania. Desde la guerra de Irak no se veía tal condena unánime contra la guerra, y no será porque no haya habido ninguna. Sin ir demasiado lejos, hubo casi 100 muertos en Yemen en el único bombardeo de enero que llevaron a cabo los aliados de la OTAN, y la lista de atrocidades de los últimos tiempos es larga: Siria, Etiopía, el Sáhara, Palestina, además, la propia OTAN es el agente que estos días está prolongando, endureciendo y haciendo salir de control la guerra.

La guerra, a no ser lo que sea la que hace el proletariado contra la burguesía, es casi siempre un hecho que tiene como base el conflicto entre las burguesías de los distintos países, aunque también puedan influir otros factores. Los países occidentales quieren frenar el aumento de la influencia rusa para que este país siga siendo una potencia económica y geopolítica de segundo orden. Rusia, por el contrario, quiere el control sobre el antiguo espacio soviético para debilitar a la OTAN y constituir un espacio comercial propio tanto en Asia Central como en el este de Europa. Por su parte, las autoridades ucranianas se han enriquecido en medio de esta confrontación, vendiendo su país tanto a una parte (Timoshenko, Poroshenko) como a la otra (Yanukóvich). Todas las partes son distintas facciones de la oligarquía, y nosotros debemos, claro está, tomar posición contra todas ellas. Pero un «no a la guerra» general y abstracto, sin analizar las causas y los elementos de la guerra, no nos lleva a ninguna parte. No estamos en tiempos de la Internacional, que tuvo la capacidad de alinear al proletariado de los diferentes países contra la guerra.

Es obligación de los y las comunistas profundizar en el análisis de la situación y tener en cuenta otros factores y causas. Entre otras cosas, en lugar de tratar la guerra como un fenómeno unilateral, nos corresponde echarle otra mirada: las sanciones económicas a Rusia, el envío de armas o el traslado de civiles a la guerra son estrategias bélicas muy violentas contra ciudadanos humildes. Por otra parte, es innegable, por ejemplo, que entre los acontecimientos de Ucrania de 2004 y sobre todo de 2014 las fuerzas fascistas tuvieron gran importancia. El principal grupo que llevaba la iniciativa en el seno del movimiento Euromaidán, definido en esos disturbios como prodemocrático, era el partido paramilitar fascista Pravy Sektor. En el gobierno que se formó después del golpe, tres ministros, el fiscal general del país, uno de los principales jefes del ejército y el propio vicepresidente pertenecían al partido nazi Svoboda. Esta formación no obtuvo en 1998 más que el 0,16% de los votos. En verdad, el hecho de que los que han llegado al poder sean «europeístas» no les desprende de la condición de fascistas; el Estado ucraniano está lleno de fascistas, y ejemplo de ello son las duras leyes anticomunistas que ha habido en Ucrania en los últimos años. La desaparición de todas estas será siempre nos una buena noticia. Pero no debemos olvidar que el propio Putin es un nacionalista y un oligarca, no un «antifascista comprometido»―, sino de esos que anteponen sus intereses a todo lo demás.

Los y las comunistas siempre hemos estado en contra de la guerra entre capitalistas porque el proletariado siempre pierde en estas guerras. Pero la agenda mediática occidental no puede cegarnos, pues en este tipo de situaciones la verdad es la primera en perder.