(Traducción)
Se sumaron miles de jóvenes a las movilizaciones que llevó a cabo el sábado la Gazte Koordinadora Sozialista, tanto en Bilbao como en Pamplona. Entre ruidos de petardos y gritos, se les podía notar a los presentes predisposición a la lucha; predisposición y hasta entusiasmo, porque la voluntad de llevar al extremo la elección que tanto se ha menospreciado reinaba en las calles de ambas capitales. Y en cuanto llegó, los jóvenes iluminaron la noche con bengalas rojas. Inevitablemente, la jornada tuvo vestigios de las primeras líneas del Manifiesto Comunista.
Las manifestaciones fueron exitosas, ya que en torno a 7000 personas se reunieron en las capitales (aproximadamente 4500 en Bilbo y 2500 en Iruñea). Y la cifra en sí es importante. Aunque a la hora de valorar las manifestaciones quien se fija únicamente en el número de personas asociadas se equivoca, los militantes tenemos la obligación de subrayar el aspecto cuantitativo de las movilizaciones. Porque en la cifra reside, en parte, lo más significativo. De hecho, pocas veces en las últimas décadas se ha visto en Europa una multitud tan numerosa bajo la bandera del comunismo.
Pues bien, por un lado, unas 7000 personas en las calles gritaban «viva la revolución socialista»; por otro lado, una organización con tal capacidad de movilización no puede ser calificada de «grupúsculo», ni puede decirse que vive un desierto, con sus profetas, sus espejismos y su soledad. Hablamos de un movimiento que ha adquirido una enorme fuerza en corto tiempo y que ha demostrado su potencial para transformar el situación política de las cosas en Euskal Herria. Desde su creación, por ejemplo, el Movimiento Socialista no ha dado la espalda a los debates públicos y, poco a poco, ha podido condicionar radicalmente muchos de los debates políticos que actualmente están sobre la mesa. Los términos de debate han sido a menudo impuestos por él, por la fuerza de los razonamientos.
Pero el Movimiento Socialista no sólo ha renovado paradigmas teóricos e ideológicos, sino que también ha influido mucho en cuestiones prácticas. Se están creando nuevos modelos organizativos y se están trasladando algunos viejos a un contexto actual (por ejemplo, los Consejos Socialistas). Ha creado sus propios medios de comunicación y ha adquirido muchos recursos logísticos (Centros Socialistas, etc.). Sin embargo, lo más importante es lo siguiente: la disciplina de trabajo militante basada en principios éticos y políticos que no tiene nada que ver con el dinero, ni con intereses personales, ni con ningún motivo apolítico. Hablamos de un modo de relaciones de producción que puede ser más fuerte que el trabajo asalariado y que desde hoy intentaremos desarrollar y mejorar por la vía de las tareas militantes.
Así, si el éxito de las manifestaciones se traduce en cifras, esto se debe a la exitosa campaña realizada los meses anteriores y el éxito de dicha campaña a la citada disciplina de trabajo militante. Esta última es, a nuestro juicio, la mayor fortaleza del Movimiento Socialista, que convierte la autonomía, el compromiso y la voluntad del proletariado en los principales componentes de la revolución socialista.
Sea, pues, lo hecho hasta ahora, un ejemplo para seguir luchando y para extenderse a todo el mundo.