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(Traducción)

Tal y como los medios de comunicación han dado a conocer, estas últimas semanas la transmisión del Covid-19 se ha acelerado y la situación ha agravado. De nuevo, las garantías sanitarias y la seguridad social general no están acorde a las necesidades económicas del modo de producción capitalista; es decir, ahora mismo las dinámicas económicas no pueden asegurar nuestro bienestar. Como la producción no se puede parar, los gobiernos han vuelto a limitar las libertades civiles de la clase trabajadora, tomando medidas que carecen de sentido alguno (por ejemplo, en la CAV, de aquí en adelante no podrán juntarse más de seis personas), así, han condicionado de raíz la capacidad política de la clase trabajadora. Y a la par de anular estos derechos civiles, se aumenta el control sobre los ciudadanos, ya que lo que podemos hacer dentro y fuera de casa se empobrece más. Por lo tanto, podría ser una desgracia la persecución que los medios de organización, de resistencia y de revolución del proletariado pueden sufrir, y claro está, también los militantes comunistas. Al interrumpir los derechos civiles se castiga la política-revolucionaria. El control lleva consigo castigo, y el castigo autoritarismo: en esta intervención de los gobiernos, no hay ápice de sanidad.

El régimen del trabajo asalariado y las medidas sociales contra la pandemia no coinciden; sin embargo, puesto que la salud no es mera supervivencia, los proletarios no podemos aceptar esta alabanza burguesa de la seguridad. Se puede actuar con sentido, con respeto y cumpliendo las medidas de seguridad, pero la falta de riesgo no tiene por qué ser señal de bienestar o calidad del modo de vida.  Las medidas sanitarias de la sociedad comunista serian totalmente diferentes, así como la concepción cultural de la sanidad. De todos modos, las medidas que la burguesía ha impuesto desde que comenzó la pandemia no han causado falta de riesgo, sino el riesgo real de una subordinación de clase. La cual le viene como anillo al dedo en esta pésima y crítica situación en la que se encuentra la estructura de producción.

Lo que es despreciable es lo siguiente: el riesgo social o la falta de bienestar (accidentes laborales, dificultades económicas para sobrevivir o libertades civiles limitadas, por ejemplo) que la clase trabajadora tiene que vivir a causa de la dominación de clase. En una sociedad sin división de clase, esto es, en el comunismo, la relación entre la seguridad y las libertades civiles será totalmente diferente. Pues, ese modo de vida que merece la pena no reparará solamente en la salud biológica, la libertad tendrá que tomar muchos riesgos a su cargo.

Gazte Koordinadora Sozialista se ha referido a lo dicho mediante el siguiente aforismo «la no libertad es pobreza y la pobreza es no libertad». Y es que, la pobreza no se mide en términos absolutos, y aquello que denuncia la pobreza que el modo de producción capitalista ha impuesto a la clase trabajadora, la falta de libertad, es una crítica política. Significa que: en cuanto a la riqueza social general, la burguesía es propietario de la mayoría y la clase trabajadora solo un pequeño porcentaje; además (y por ello), la burguesía tiene una gran capacidad de decisión (político, económico y social) y la clase trabajadora, en cambio, una capacidad de reacción mínima (que, a menos que se organice a sí misma, no aumenta). De todos modos, en medida que el programa comunista puede destruir la estructura de clase de la dependencia social entre la «pobreza-no libertad», no tiene como objetivo un contrario simple; es decir, la sociedad comunista y la «riqueza general y libertad individual indefinida» no es la misma cosa. El comunismo lucha por la libertad política de todos nosotros y para que ello sea factible es posible que en algún momento haya que reducir la riqueza-social general, o que vivir se convierta en peligroso. El comunismo no nos hará ricos (ya que superando la situación política de la pobreza no habrá ricos), pero si libres. Y la libertad podría ser difícil y compleja, también peligrosa. La comodidad, la vida tranquila y segura, una casa preciosa… Todos esos son sueños de la aristocracia obrera de después de la Segunda Guerra Mundial, de aquellos que perdieron las ganas de libertad. En estos tiempos de crisis y pandemia no tienen sitio; retomemos pues la defensa de la libertad-política, por la senda del comunismo.