Se sabe que el pasado fin de semana, mientras la Gazte Koordinadora Sozialista reunía en Berriozar a más de un millar de personas para hablar sobre la estrategia comunista, Andoni Ortuzar estuvo criticando a GKS. Más allá del surrealismo de que Ortuzar esté acusando a los demás de ser burgués y populista, como se manifestó en las propias jornadas, hoy son bastante extendidos muchos de los prejuicios con los que el jeltzale manchó el prestigio del programa comunista.
Representar el comunismo como una sociedad contraria a la libertad y dominada por la escasez no es en realidad algo exclusivo del PNV o de los partidos conservadores. Por eso, la mayoría de las fuerzas políticas que se proclaman de izquierdas mantienen al socialismo como un «objetivo estratégico» lejano que nunca llegará. Sospechan que en el socialismo –y sobre todo en la lucha por el socialismo– van a vivir peor que ahora y quieren un partido y un sindicato tradicional que proteja su posición de aristocracia obrera. Así, manteniendo ese clamor folclórico de la revolución, consiguen un aspecto más combativo y mientras tanto pueden hacer política con tranquilidad tanto en el parlamento como en las cómodas oficinas sindicales, para así repartirse entre ellos los pocos que quedan del Estado de Bienestar. Toda esta tergiversación tanto de los principales medios de comunicación como de los propios partidos reformistas nos ha llevado a que, cuando hablamos hoy del comunismo, nos venga a la cabeza un partido socialdemócrata tan keynesiano como Podemos que solo reclama un aumento del gasto público. Por eso es vital para los comunistas, en un momento en el que todos abandonan el nombre de nuestro proyecto y lo utilizan a su antojo, combatir esas confusiones y prejuicios.
Precisamente, las jornadas GKS han desmentido algunos de los prejuicios anticomunistas. Contra esa caricatura obrerista y economicista extendida de la militancia comunista, el sábado se habló sobre temas como la clase media, el arte o las tendencias culturales emergentes. Analizamos la situación con complejidad, investigando con cautela y seriedad cada uno de los nuevos elementos que aparecen. No lo hacemos por el mero amor a la sabiduría, sino porque nos resulta imprescindible para ser eficaces en nuestra labor política: ¿Cómo vamos a hacer política sin conocer las nuevas tendencias culturales y sus funciones o sin tener en cuenta el fenómeno de la clase media? Los comunistas no somos nostálgicos de un pasado folclórico; al contrario, luchamos incansablemente desde el aquí y el ahora por mejorar realmente la vidas de la gente.
Nosotros y nosotras, como los «izquierdistas» mencionados, no arrinconamos el comunismo como elemento decorativo. Y es que la construcción del socialismo parte desde hoy y los objetivos finales no pueden separarse del proceso para llegar al mismo. Nosotros decimos alto y claro: queremos poner al alcance de todos y todas esa inmensa riqueza que un pequeño grupo –la oligarquía, los banqueros y los grandes empresarios– tienen bajo su control para acabar con esta pobreza y sufrimiento incalculables. Nos parece una injusticia que la riqueza que se produce en un momento en el que la humanidad tiene mayores capacidades productivas que nunca, esté más polarizada que nunca. Son esas pocas manos que acumulan todo el bienestar las que provocan para mantener su poder, precisamente toda clase de opresiones y violencias. Para esta recuperación de la riqueza, es necesario que la clase social que la ha creado, el proletariado, adquiera el poder. Solo así, es decir, en un estado socialista, se conseguirá una democracia real para la mayoría. No tenemos nada que ocultar, no necesitamos ambigüedades para disimular nuestra verdadera naturaleza. El comunismo sigue siendo tan actual como siempre y los y las comunistas también debemos serlo; he ahí el origen de nuestra fuerza.