En relación con el último capítulo del programa Burdin Hesia y las declaraciones racistas de Roberto Vaquero, nos vemos obligados a poner en el punto de mira las políticas migratorias de los estados capitalistas y las ideologías reaccionarias en las cuales se fundamentan.
Podríamos tomar el ejemplo de Francia, en vista de la intencionalidad de sus últimas políticas migratorias. El gobierno de Macron y el portavoz del Frente Obrero se muestran de acuerdo en cuanto a la problemática migratoria: podrían estar de acuerdo con la migración, siempre y cuando esta se realice de manera ordenada (es decir, bajo su orden). El ministro del Interior del Estado Francés Gérald Darmanin ha mostrado claramente la intención del Estado Francés respecto al tema, diciendo que este será «bueno con los buenos y malo con los malos». En resumidas cuentas, aceptarán a quien esté dispuesto a subordinarse al capital según sus necesidades, y quien no se someta a la brutalidad del capital será dirigido por la policía al camino de vuelta nada más llegar. Francia, con la nueva propuesta de ley, busca acelerar el proceso de expulsar a las personas migrantes sin papeles y dificultar la obtención de los mismos. Sin embargo, lo que verdaderamente llama la atención de las políticas de Macron es que valora en la misma propuesta de ley la expulsión de Francia de las personas migrantes y la opción de facilitarles contratos laborales en los ámbitos donde escasea la mano de obra (hostelería, agricultura y construcción). No obstante, se trata de políticas de, lejos de ser contradictorias, se retroalimentan. Al fin y al cabo, su último objetivo es fomentar el racismo para así conseguir devaluar la fuera de trabajo de las personas migrantes; pretenden lograr una mayor desestabilización de las condiciones laborales, una mejora de los márgenes de beneficios de los empresarios y una mayor intervención de los patrones en las condiciones de vida de los trabajadores y las trabajadoras.
Por su parte, las organizaciones como el Frente Obrero tienen como objetivo convertir las capas más reaccionarias de la sociedad en caldo de cultivo para el odio para que las políticas de esta índole que Macron pretende implementar tengan vía libre para su desarrollo en el Estado Español. Las ideologías como el racismo se traducen en gran parte en el odio hacia el proletariado. El racismo se nutre de interacciones socioculturales (no de una cuestión fisiológica o fenotípica), y a su vez, estas interacciones son determinadas por la condición de clase, más aún en tiempos de crisis. Detrás del racismo se esconde la criminalización de diferentes modelos de vida proletarios, y es por eso que se percibe como diversidad cultural el restaurante marroquí del barrio, pero como problema migratorio el crecimiento de estas comunidades en nuestros pueblos. Una vez más, el Frente Obrero se muestra ante todos como un agente antiproletario.
Históricamente, en la construcción de estados modernos fue necesaria la explotación de los países de la periferia. Las condiciones para la creación del modelo de vida en el centro imperialista y de estados de bienestar fue fruto de políticas y acciones sumamente atroces. Se han cometido guerras, hambrunas, saqueos y todo tipo de matanzas para sustentar los diferentes modelos de vida de la clase media; se ha sembrado miseria, se han destruido las condiciones de vida de numerosos lugares, y lo menos que se puede hacer es permitir a estas personas escapar de esa miseria.
Ante esta realidad, es el internacionalismo el único principio que antepone la revolución proletaria global a la integridad, seguridad y la paz de los estados, y, por lo tanto, el único que prioriza el bienestar del proletariado mundial sobre todo interés capitalista (colectivo e individual). En conclusión, nuestro deber es construir el proletariado revolucionario como sujeto universal, siendo para ello necesario tener en cuenta toda su diversidad.