En la huelga de la semana pasada, miles de estudiantes tomaron las calles de las cuatro capitales de Hego Euskal Herria. No cabe duda de estas movilizaciones son el resultado de una ardua labor militante. El potencial de la posición política socialista yace, efectivamente, en la argumentación de la decadencia del sistema educativo, la señalización de la función de sus reformas y la reivindicación del socialismo como alternativa.
Muchos han desmentido la decadencia de la educación, para así condenar y justificar las 34 detenciones. No obstante, ni los piquetes, ni, en general, la convocatoria de huelga se pueden comprender fuera de esta interpretación de la realidad (la decadencia). Sin embargo, frente a los datos del fracaso escolar en función de la renta, una educación pública que se cae a cachos, desde los ojos de tantos estudiantes que ven su futuro pender de una beca inestable o desde otras tantas posiciones periféricas, son insignificantes las pintadas y las actividades que interrumpieron las clases.
Desde los colegios hasta la universidad, los centros educativos se han convertido en espacios cuyo objetivo es la producción de una mano de obra barata y el disciplinamiento del alumnado. Entre otras cosas, las condiciones de las clases y los contenidos limitados, obliga a los padres a pagar por unas clases particulares si quieren asegurarse del avance de sus hijos e hijas. Una tecnocracia burocrática no hace más que proporcionar contenidos vacíos. Aquellos que en su día conformaban el templo de la sabiduría, han pasado a ser otra oficina más de las empresas: el estudiantado pasa más tiempo trabajando gratis (prácticas, estudios duales, formación práctica…) que realmente aprendiendo. Bologna, EU 2015-20, 3+2, LOE, LOMCE, LOMLOE, LOSU, el Plan de Estratégico de Formación Profesional, Heziberri… todos son planes para consolidar una educación que sacie las necesidades de las grandes empresas y bancarios.
Después de venderles la educación a los grandes empresarios y banqueros, los equipos de rectorado de las universidades han condenado con autoritarismo cualquier protesta en contra de estas reformas (aparte de los sucesos de la semana pasada, podemos tomar como ejemplo la sanción de 20.000 euros impuesta el curso pasado y los 80 agentes de la Ertzaintza enviados a Ibaeta por el simple hecho de solicitar un aula). Ahora, parece cómico ver a toda esta gente llevándose las manos a la cabeza. Si ha habido agresiones, estas han sido las 34 detenciones. Sin embargo, no se han pronunciado sobre el autoritarismo desproporcionado. EH Bildu, por su parte, ha condenado los «daños», dando por justificadas las detenciones y limitándose a solicitar que se respetasen los derechos de las personas detenidas. A aquellas personas que se autodenominan «guardianes» de la democracia les ha parecido estupendamente invadir el campus policialmente, desnudar y cachear a los huelguistas y retenerlos hasta media noche en la celda, ya que la ley se lo permite.
El cinismo no acaba aquí. Hay sectores que defienden una idea en el parlamento, mientras que en la calle defienden lo contrario; no sabemos si conseguirán engañar a alguien. Deberíamos ya estar acostumbrados. Por nuestra parte, esperemos que la manifestación convocada para denunciar las detenciones de la semana pasada tenga éxito; están en juego los derechos de todos y todas.